LA NOCHE del 6 de septiembre salió rumbo a Juchitán. Su boleto marcaba las 10:55 p. m. como hora de salida. Al llegar a la terminal, el Omnibus Cristóbal Colón demoró en salir media hora más. Recién abordaron el camión, el conductor informó a los pasajeros que, por cierres de carretera, el viaje se haría por Oaxaca. Todo el camino, desde que salieron de Puebla, no paró de llover. Parecía que con un llanto desconsolado el cielo se empeñaba en impedir el paso rumbo al Istmo de Tehuantepec. Ya entrando en la zona de curvas de esa área, derrumbes de piedra yacían por doquier.
Cuando Aníbal Carrasco Vicente por fin llegó a Juchitán —tras un trayecto de 13 horas, que regularmente dura 9—, lo primero que miró al llegar a la terminal fue el rostro de su abuela Rosa: esa dulce y enjundiosa mujer que apenas una semana atrás había cumplido 88 años. Y también la sonrisa de su madre y padre —Aníbal y Briseida—. Fueron a almorzar y las horas siguientes la familia se abandonó a la plática. A lo largo de ese jueves desgranaron sin parar palabra tras palabra. Una de las principales charlas versó sobre lo que haría Anibalito —así llaman de cariño al hombre de 37 años que es todo un “comeaños”— mientras conseguía empleo. Acababa de perder su puesto en la empresa de pasto y muro sintético donde trabajaba y Maira, su hermana mayor, le sugirió ir a pasar un tiempo con sus papás en lo que llegaba una buena oferta laboral.
Si algo marcó el arranque del pasado 7 de septiembre fue el calor: “Hacía mucho, demasiado”. Era exagerado con respecto a lo que están acostumbrados los habitantes de Juchitán de Zaragoza.
Al caer la ardiente noche, la mayoría de sus parientes optó por dormir en el patio principal del inmueble que alberga tres casas familiares: la de la abuela, la de los padres y la de un tío de Aníbal que en ese momento rentaba temporalmente una pareja de extranjeros. Cada cual ocupó una hamaca. Aníbal padre, bajo el almendro y el mango; Briseida, frente a la sala de su casa. Junto a ella, el tercero de sus cuatro hijos colocó su cama flotante. La única que decidió dormir bajo techo fue su prima María que por ahora vive ahí. Y Rosa Magariño Vázquez, la “abuelita Rosita”, optó por tumbarse en otra hamaca colocada en un patiecito interior dentro de su hogar.
El último en quedarse dormido fue su nieto consentido. Por ahí de las 10-11 p. m. Anibalito seguía mirando su celular. Luego cayó. Y en entresueños, escuchó el ruido. “Se oía como si fuera agua, un río muy fuerte, muy caudaloso; como lluvia, pero muy fuerte”, narra 21 días después el hombre moreno y espigado. El papá gritó al hijo para despertarlo y este saltó de su ligero lecho tratando de entender qué pasaba; vio que mientras su prima bajaba corriendo las escaleras del primer y único nivel de la casa, su progenitor buscaba incorporarse. Y que su mamá se apostaba al centro del patio principal. En cuanto vio a su padre de pie, Anibalito corrió en pos de su abuela. La mujer de 1.55 metros de altura y su nieto, de 1.75, se abrazaron con fuerza. El sismo empezó a arreciar. Sacudía “más feo y más fuerte, más fuerte, más fuerte; duraba mucho, mucho, mucho; demasiado”, narra el istmeño.
Vio que “remolinos de tierra” caían del techo. Se escurrían con furia de arriba hacia abajo sobre ellos. En ese instante, Anibalito solo acertó a abrazar más fuerte a Rosita, quien se aferró al espigado cuerpo de su nieto. Este trató de jalarla hacia una esquina, “buscando el famoso triángulo de la vida, porque hay un pretil y un muro; pero cuando nos fuimos para atrás, ya de ahí na’más, sentí un golpe en la cabeza”. Padre, madre y prima vieron cómo el techo de la casa de la abuela se desplomó sobre ella y Anibalito. Todo era humo negro.
Los minutos transcurrieron como en una pesadilla: lentos, pesados. Habrán sido ¿ocho, diez? Lo cierto es que Anibalito profirió un quejido: su cadera había quedado prensada con el pretil —“un murito de cemento”, describe— y el feroz dolor lo hizo reaccionar. Despertó a la vida, de nuevo.
Sentía un dolor punzante en la cintura. Oía los gritos desesperados de su padre —“¿Dónde están, dónde están?”—. Nieto y abuela yacían bajo los escombros, empolvados y ensangrentados. Los cubría un techo repleto de tejas, tablas y tierra.
El dolor o el instinto vital hicieron que Anibalito sacara su brazo derecho. Fue así como lograron verlo.
Ana y Lucca, los “angelitos” que pernoctaban en la casa del frente, del tío de Aníbal, se unieron al rescate. El brazo que surgía de entre los escombros guio a la austriaca (24) y al italiano (25) para conducir la labor de salvamento. La abuela se aferraba a los pies de su nieto, con tal fuerza, que este reparó en que seguía viva. Le pidió no preocuparse:“¡Abuelita, te voy a sacar!”, gimió. La desesperación duró una eternidad.
Anibalito siguió luchando. Comenzó a quitar las tejas que tenía sobre de él con su otra mano. Su padre, su prima María, Lucca y Ana seguían desde la superficie el sonido y el movimiento provenientes del pesado cascajo. Cuando lograron levantar el murillo —que, formado de troncos, estaba colocado por arriba del techo— Aníbal padre se apostó a cargar un trozo muy pesado. Gracias a eso, su hijo pudo zafarse. Se deslizó por un lado del murillo, mientras Lucca y Ana sostenían otra punta en extremo pesada que “tenía mucha teja, mucha tierra”. Habían pasado ¿25 minutos? Anibalito consiguió zafarse de las garras del infierno.
Sin tomar un respiro, arrojó su espalda por un hueco entre los escombros. Su padre se desgañitó: “¡Te la vas a tronar!”. Pero en ese momento, “la desesperación de sacar a mi abuelita que estaba abajo” lo movía con determinación. Sacando fuerza quién sabe de dónde, levantó otro cacho de murillo. Urgióayuda para que por ahí pudieran extraer el cuerpo de la anciana hacia el exterior. Lo lograron.
El hogar de Anibalito, así como muchas casas del municipio, quedó en ruinas. “Es desesperante que la ayuda no llegue”. FOTO: ESPECIAL.
La joven austriaca, estudiante de medicina, dio pronta atención a las heridas de doña Rosita y su nieto. Vivieron para contar lo que muchos no pudieron luego de que el pasado 7 de septiembre un terremoto de 8.2 grados, con epicentro en el golfo de Tehuantepec, azotó sin clemencia a Oaxaca y Chiapas. El municipio oaxaqueño de Juchitán de Zaragoza, ciudad ubicada al suroeste de Oaxaca, es uno de los más afectados de entre los 41 más golpeados de acuerdo con la autoridad estatal.
Como si acabara de ocurrir cualquier cosa, Aníbal padre guio a su hijo por las aceras de la avenida Hidalgo, en la tercera sección. “No sé si por distraerme, salimos a caminar. Pero fue más traumático porque saliendo a la calle me dijo que fuéramos a ver a un compadre suyo, a unos tíos, y pues fue cuando vimos que todo estaba tirado. Eran como las doce, doce y media de la noche. De ahí pues empezaron las réplicas y más réplicas. No dormimos hasta el otro día que ya llegaron los médicos. Llegaron a ver y mucha gente veía la casa. Los vecinos se acercaban y decían que fue un milagro que hayamos salido de esa forma. Desgraciadamente mucha gente no lo pudo hacer. Mucha gente quedó bajo los escombros. Mucha gente perdió todo. Mucha gente sufrió demasiado”.
Anibalito tiene un dolor muy fuerte en el corazón. Y, ahí mismo, mucho agradecimiento. Están vivos. Pueden platicar. Viven para contarla. A su hermana Maira le dijo que “el payaso no se había muerto”. Y es que, explica, él es el “relajista” de la familia.
Charlamos 21 días después de lo ocurrido por WhatsApp —vía mensajes escritos y orales—. Anibalito ahora está en Puebla y este fin de semana acudirá a la CDMX. Su hermana mayor labora en el área administrativa de una empresa. Poco o nada ha comentado desde que volvió de Juchitán tras hacer una visita exprés para llevar ayuda a sus familiares. Quizá así son los de Juchitán, sus dolores más fuertes se los guardan bien dentro. Anibalito me confiesa que hasta este momento está contando lo que vivió. “No sé ni cómo explicarlo, el cómo salimos, y más al ver el espacio donde quedamos, la forma en que se cayó la casa y [que logramos] no salir tan golpeados. Sí tuvimos golpes en el cuerpo y una herida en la cabeza, ambos. Mi abuelita de 88 años hacía su vida normal: caminaba, ayudaba. Ahorita está que no puede caminar y le duele el cuerpo. No puede caminar”, repite con pesar.
—¿Cómo va todo por Juchitán? —tras el sismo del 7 ha habido varias réplicas, uno especialmente fuerte, el sábado 23, posterior al terremoto del 19S que desvió la atención de la provincia.
—Pues acá sigo y sigo viendo las penurias de la gente y la desesperación. La ayuda no llega. No llega. La acaparan los políticos, la presidencia municipal. Lo acaparan ellos; lo quieren manejar todo. Todavía la casa de mi papá sí aguantó el sismo y ahí es donde están, pero desde ese día hemos dormido afuera. Mi hermana Maira llegó al tercer día con algo de ayuda. Luego llegó mi otra hermana [Zaira] y mi hermano [Jorge, el menor] de [la ciudad de] Oaxaca. De ahí hasta ahorita he buscado ayudas. No me he cansado de solicitar apoyos. Es muy difícil.
“Son historias donde aquí había una casa, aquí estaba con mi esposa, aquí estaba con mi hija…” FOTO: ESPECIAL.
Agrega: “He llevado dos viajes de víveres allá y amigos me empezaron a contactar, sabiendo que soy de allá. Y pues me han apoyado: me han prestado camionetas. He tratado de conseguir los recursos para viajar, para andar de aquí para allá. Es desesperante que la ayuda no llegue: no sé si porque somos de ese lado no presten atención. Desafortunadamente, después ya el 19 pasó lo de México y pues más, se aísla más la ayuda; se aleja más. Entonces, entre amigos he tratado de conseguir muchas cosas. Ahorita mi cuñado —el esposo de Maira, Juan— me está prestando su camioneta pa’l fin de semana. Ya juntaron unas cosas. Pero es lo mismo: de no tener los recursos, de no saber a quién pedir. A mis amigos de aquí en Puebla he pedido, pero como pasó después el sismo de aquí, ya todo mundo está apoyando de todos lados y pues les es muy difícil. Y hasta ahorita que estoy buscándole, un amigo que es médico está dando consultas gratis, le conseguí material médico, está haciendo curaciones médicas, está haciendo mucha labor”.
—¿Qué sientes?
—Es algo como doloroso. Impotencia que se siente al no contar con los apoyos que se tiene que contar. Actualmente he regresado, he estado ahí. Llueve, se inundan las calles, la gente duerme en las calles. La gente improvisa una lonita, un plástico, algo. Allá usan mucho unos catres: como unas camillas que es en lo que duermen afuera.
Anibalito se queja de que las noticias no muestran la tragedia que en su municipio natal va en ascenso.
“Se cayeron las escuelas, se cayó la Presidencia Municipal, se cayó el mercado, las iglesias; muchas escuelas, muchas, muchas, muchas casas, que no se nota o no han sacado lo que realmente es. Ha llegado, como dicen en las noticias, mucha gente. No sé si hartamos. Llega el presidente [EPN], llega el gobernador, están todos, se toman la foto, pero en un solo lugar, en el mismo lugar todos. Las noticias llegaron, los reporteros, todos han llegado, pero como si hubieran llegado a una zona pues a tomar una foto: para demostrar que cubrieron y estuvieron ahí. Pero no prestan nada de ayuda”.
Y prosigue: “Por eso siento la oportunidad que se me dio, la oportunidad que tengo. A lo mejor otros no corrieron con la misma suerte. Yo sí. Pudimos salir bien, con golpes, con miedo, con dolor, pero para seguir apoyando a la gente. Nos han dicho que somos muy de fiestas [los del Istmo], pero al igual también somos muy solidarios”.
—¿Qué necesitan los habitantes de tu pueblo?
—No he podido llevar mucho, no he podido hacer más de lo que yo quisiera. Ahorita es el problema de conseguir los recursos para viajar, para llevar más material. Amigos están juntando juguetes para los niños; los niños están desesperados, traumados. La gente grande, más desesperada y yo creo que ahorita todavía no ha pasado lo peor, porque ahorita, bien o mal, llegan víveres. Pero va a llegar un momento que van a decir que recibimos mucho. No sé. No nos cansamos de seguir buscando más ayuda. Eso es lo que te puedo contar.
Anibalito se siente en la gloria por “ver a la abuela con el nieto consentido, con el nieto relajista, con el nieto divertido”. Habla de él, en tercera persona. “En veces se quiebra uno; en veces siente uno muchas cosas. Pero pues yo creo que es de seguir haciendo las cosas, que a lo mejor antes no imaginábamos. Cambió mucho nuestra vida, cambiaron mucho nuestras cosas. Ya llevo varios días que perdí el trabajo, pero eso no me ha impedido ni me preocupa. Más bien me ocupa más ayudar a la gente. Hasta ahorita puedo platicarlo, no lo he podido hacer porque siempre se hace uno el de las fuerzas, pero también sentimos. Sentimos por la gente que quedó sin nada: mamás que se quedaron sin esposos, sin hijos. Son muchas cosas que por sentirse uno fuerte no lo quiere sacar y no lo dice”.
Lo que más le agobia al oaxaqueño es que “esto va para muy largo; porque Juchitán se devastó. Ya fui a municipios más alejados también, y si a nosotros no nos llega, a esos municipios y pueblos y juntas auxiliares que están alrededor, pues menos, porque son menos población y es difícil entrar a esos pueblos”.
La joven austriaca, estudiante de medicina, dio pronta atención a las heridas de doña Rosita y su nieto. Vivieron para contar lo que muchos no pudieron. FOTO: ESPECIAL.
Anibalito dice que a Santa María “na’más se entra por lancha, ellos sufrieron mucho también, ahí tengo familiares”. Con su prima, padre y cuñado ha repartido las cosas que ha logrado juntar. Las historias que ha atestiguado son desgarradoras: “Son historias donde aquí había una casa, aquí estaba con mi esposa, aquí estaba con mi hija, ahora na’más estoy yo solo o sola. Por eso es que yo no gusto de publicar, de hacer, porque son historias como que la gente vivió en lo personal y na’más lo que queda es ayudar”.
Tampoco avala las cifras oficiales que se están dando. No coinciden con lo que sus ojos han contado. “En el censo que ha hecho el gobierno, la casa de mi abuelita fue marcada como la 15,000… y era una sección que apenas inicia la ciudad de Juchitán, que se divide por nueve secciones. Entonces empezaron en la primera sección, segunda, ya iban en la tercera y llevaban 15,000, yo creo que en la siguiente cuadra ya se va a multiplicar como de a 1,000 y así en diferentes secciones”.
Él ha estado en Ixtaltepec, en Espinal, en Unión Hidalgo, en La Venta, en La Ventosa, en Chicapa de Castro, en Santa María del Mar, y en todas las secciones de Juchitán. “La mayoría de las casas que se destruyeron son de tabique, unos están con lodo, unos tabiques con la mezcla pobre que comentaba de cal y arena, el revocado es más cal que cemento”.
Aníbal Carrasco dice que en el municipio oaxaqueño aún no hay electricidad, que no se genera la electricidad para el Istmo. Están sin luz y sin agua. Muchos negocios de los que abastecen “cayeron, se derrumbaron, se colapsaron”. Al cierre de esta edición, el Servicio Sismológico Nacional reportó que desde el terremoto del 7 de septiembre han tenido lugar 5,402 réplicas en el golfo de Tehuantepec. Las autoridades han reportado que, además de las pérdidas de vidas humanas y el vasto derrumbe de viviendas, la economía de Juchitán está colapsada. Los pocos empleadores que hay pagan medio sueldo o menos. El presidente de la Canaco juchiteca ya informó que 64,000 personas han visto afectados sus ingresos, y que más de 700 negocios presentan daños considerables. Juan Gilberto Prado Ramírez recientemente acudió a Nacional Financiera a plantear que “la situación se vuelve insostenible” y están a punto “de declararnos en bancarrota”.
Anibalito urge a que lleguen más médicos, víveres. Dice que la gente no quiere ir adonde están los campamentos porque hacen fila que dura un día para que les toque solo medio plato de comida. “Y luego en los albergues, donde están los militares y los de la Marina, ahí hay hasta como elecciones: ‘Tú sí, tú no, este sí, porque es mi gente, este no porque es tu gente’, y así. Desgraciadamente se ha politizado mucho”, se lamenta.
—¿Qué requieren en lo inmediato con mayor urgencia?
—Hace falta comida enlatada, pañales, toallas sanitarias, ropa ligera, material médico. Ahorita lo que más se está reclamando son lonas, porque no para de llover y se inundan las calles. Las lonas no llegan, y si llegan, las guardan, porque ahorita no es la época electoral. En época electoral yo creo que veríamos todo lo que realmente llegó o ha llegado. Lo que la gente necesita va a estar muy tardado. Será muy difícil de levantarse. Es mucho. Yo creo que de Juchitán un 80 por ciento se cayó. Es muy desesperante.