CON SU ÓPERA PRIMA, ¿Y dónde quedó la bolita?, el joven politólogo Leonardo Núñez González le apuesta a generar un sentimiento agridulce entre los lectores. Y es que la obra, publicada recientemente por la casa editorial Aguilar, procura responder algunas de las lacerantes interrogantes que cualquier mexicano podría plantearse respecto al dinero que paga de impuestos: ¿en qué se invierten en realidad los recursos de los mexicanos?, ¿por qué el gobierno de México dice que el dinero público lo gasta de una forma y al final lo hace de otra?, ¿por qué el mentado “gasolinazo” fue una pésima decisión del presidente?
De acuerdo con la Constitución mexicana, el 30 de abril de cada año se publica la Cuenta Pública, conocido así el informe que integra la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y que presenta a la Cámara de Diputados con la contabilidad, finanzas y ejercicio del gasto gubernamental. Sin embargo, este documento anual revela historias muy diferentes a lo proyectado en el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF), ese documento que cada año aprueban los diputados y que debería indicar cuánto y cómo se gastará el dinero.
Así, al revisar la Cuenta Pública se halla que, por citar solo un ejemplo, en 16 años de vida “democrática” el gobierno mexicano gastó 4.1 billones de pesos más de lo que previó, lo cual equivale a casi 20 por ciento del PIB o cien veces el presupuesto de la UNAM.
Con este libro “quisiera que hubiera indignación, una sensación de franco reclamo, pero también una actitud proactiva, de nueva esperanza”, manifiesta Núñez en encuentro con Newsweek en Español. “La clave no es gritarle al gobierno que es un corrupto nada más, sino gritarle que es un corrupto y decirle, también, qué esperamos de él”.
Nacido hace 26 años en la Ciudad de México, Leonardo Núñez González estudió la licenciatura en ciencia política y relaciones internacionales y la maestría en administración y políticas públicas, ambas en el CIDE. Actualmente es profesor de cátedra en el Tecnológico de Monterrey y participa en diferentes medios de comunicación tanto impresos como electrónicos opinando sobre temas políticos. ¿Y dónde quedó la bolita? es consecuencia de su tesis de maestría.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
“Mi director de tesis me sugirió: ‘No me hagas mucho caso, pero el negocio no está en la negociación [del PEF] en la Cámara de Diputados, sino en cómo se gasta el dinero de verdad. No me creas, pero métete a ver los números, no hay trabajos al respecto’. Y lo que encontré en la Cuenta Pública fue algo para irse de espaldas. Me puse a hacer sumas y, de 2000 a 2016, la diferencia entre lo que se presupuesta y lo que se gasta es de 4.1 billones de pesos”.
—¿Cómo se explica ese fenómeno, Leonardo?
—El gobierno dice que se va a gastar 10 pesos y acaba gastándose 15 o 16. Este fenómeno varía dependiendo del año, pero ahí está siempre. Estamos hablando de cantidades monumentales, tan solo en el último año se gastaron 613,000 millones de pesos de más, eso da para hacer como 90 supervías. Y el problema no es nada más que se gasta de más, sino que se gasta con reglas muy particulares, opacas, discrecionales, donde los diputados pasan de noche. El velo que está tapando todo esto es la corrupción, falta de transparencia y de rendición de cuentas.
—¿Por qué consideras que el “gasolinazo” fue una pésima decisión?
—Cuando el presidente salió a decir el famoso “qué hubieran hecho ustedes”, en ese momento ya había dicho: “Esta medida es muy necesaria porque implica un costo enorme y, además, nosotros ya hicimos nuestra chamba, ya recortamos el gasto y ya hicimos los ajustes, se hizo todo lo que se pudo, les toca apechugar”. Yo ya había publicado la tesis y tenía los números para responder: no es cierto. De entrada, no estaba gastando menos, al contrario, todos y cada uno de los años el gobierno gasta más de lo que dice que va a gastar. Gasta de un modo diferente, que esa es otra de las cosas que pasan en el proceso, y no le pregunta ni le dice a nadie en qué gasta. Entonces, fácilmente el presidente puede salir a decir eso porque no hay nadie que le responda, la mayoría de la ciudadanía no lo sabe. Y los pocos que están interesados no saben muy bien hacia dónde apuntar. Una de las barreras para combatir la corrupción es que, si tú no le puedes cuestionar al que está enfrente con números, se muere de risa y te dice lo que sea.
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—Podría decirse que tu obra es un manual para entender los gastos gubernamentales…
—El lector hallará ejemplos de las consecuencias de no vigilar el gasto. Por ejemplo, encontrará que el caso de Javier Duarte lo deberíamos de haber sabido desde 2013, no en 2016, pues la información ahí estaba. Pero más que eso, lo que pretende el libro es ser una herramienta para descifrar cómo se roban dinero en universidades estatales, cómo los gobernadores desvían recursos, cómo se gastan un montón de dinero en publicidad, cómo se gasta menos en el combate a la violencia contra las mujeres, en salud, en educación. Lo importante no son las cifras, sino la historia de cómo pasa y cómo podemos encontrar lo que queremos saber. Es una especie de mapa para navegar en toda la información que tiene el gobierno y que a veces no sabemos que existe o no sabemos cómo usarla para pedirle cuentas. Si te vas a indignar por la corrupción o por la impunidad, ten las herramientas para convertir esa indignación en prisión. No es lo mismo decirle al gobernante en abstracto: “Te estás robando el dinero”, a decirle: “Aquí me dejaste sin dinero esta partida para mejorar y certificar a los policías, ¿por qué?”.
—¿Cómo funcionan esas maniobras del gobierno para disponer de manera dudosa del dinero público?
—Estamos en una simulación de democracia porque creemos que, en el presupuesto, el presidente propone y el Congreso dispone. Esa era la frasecilla que usaba Fox, pero no pasa así porque el Congreso aprueba una cosa y el proceso con el que se cambia [el presupuesto] funciona sin pedir permiso ni explicarle a nadie. Es un término legal que aparece transversalmente en todos lados, la frase mágica es “adecuaciones presupuestarias”. Esto es la capacidad de mover el dinero porque la ley dice que ayuda al mejor cumplimiento de los objetivos del Estado. Y, básicamente, eso puede ser cualquier cosa. La parte interesante es que eso existe desde 1917, desde que surgió el Estado mexicano se le dio esa facultad al Ejecutivo, mover el presupuesto como quiera, como lo necesite, porque no hay mayor poder para construir un Estado sólido, cuando tienes revoluciones, que controlar la llave del dinero. El problema es que transitamos a la democracia y rompimos con el partido hegemónico, pero tenemos el mismo sistema que hace cien años.
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