LOS EMPRESARIOS tecnológicos siempre cacarean que no les importa el dinero; que su único interés es mejorar el mundo. Pues bien, he aquí un reto que haría más para mejorar el mundo que otra app insulsa como Places I’ve Pooped (Lugares donde he hecho popó; y sí, existe). ¿Qué tal si desarrollan un modelo empresarial para periodismo sólido y objetivo, que atraiga a los lectores de todo el espectro político? Sería la mejor manera de cerrar la profunda brecha que ha dividido a Estados Unidos, y nos salvaría de algo parecido a la escena de la Revolución Rusa en Dr. Zhivago.
La falta de una base común de hechos y entendimiento es, como dicen en la Casa Blanca, un problema grandecín. Quizá más que ninguna, Estados Unidos no puede funcionar sin una prensa respetada ampliamente. Por eso hemos terminado con “hechos alternativos” y dos burbujas políticas más polarizadas que los perros y los gatos. Hasta ahora, el siglo XXI ha sido desastroso para el periodismo sólido, de alta integridad. Solía ser un buen negocio. Durante unos cien años, antes de la era de internet, resultaba muy costoso crear un canal mediático. Necesitabas tu propia prensa o estación de radio o televisión. Eso se traducía en que menos fuentes de noticias —tres cadenas de televisión, uno o dos diarios en la mayoría de las ciudades— atendían a públicos mucho más numerosos. De modo que la decisión empresarial inteligente de cualquier compañía periodística era volverse apolítica; de lo contrario, ahuyentaba a la mitad de su auditorio. Y al servir a un público masivo, las noticias generaban utilidades enormes.
La televisión por cable y, después, la internet, cambiaron drásticamente la ecuación. Abarataron la creación de noticias y la cantidad de medios de difusión creció de manera explosiva, fragmentando el público en átomos. Para competir, la decisión empresarial inteligente fue explotar las tendencias de un mercado estrecho y apasionado; y así surgieron Fox News y Breitbart. Solo durante el año pasado los medios sociales llevaron esa estrategia a la estratosfera y, ahora, la mejor manera de sobresalir del ruido de Facebook y Twitter es ser lo más ofensivo y tendencioso posible.
El modelo empresarial del periodismo de base amplia e imparcial recibió una patada en las pelotas. En las compañías de periódicos y revistas se agotó la publicidad y el precio de las acciones se desplomó. Las acciones de New York Times Co. se encuentran a un cuarto de su máximo de 2002. Según Pew Research Center, las compañías de medios impresos y en línea empleaban 20 000 reporteros menos en 2014 que veinte años antes. Y la situación es cada vez peor. En 2016, Pew contó 400 adquisiciones o despidos en periódicos (por cierto, es muy irónico que acusen a los periodistas de no saber qué se siente ser víctima de la economía. ¿Cuándo exigirá Donald Trump que no clausuren un periódico para salvar plazas de trabajo?).
En cuanto a la televisión, CNN, Fox y otras redes noticiosas la están pasando bien gracias al teleauditorio que sintoniza para mirar —con júbilo u horror— lo siguiente que Trump tiene tramado. Sin embargo, CNN, por ejemplo, ya no es la intrépida compañía independiente de Ted Turner; ahora, como parte de Time Warner, debe preocuparse por los márgenes de ganancia. Así que nos zampan producciones baratas de paneles de discusiones partidistas, en vez de reportajes y análisis profundos. Casi todas las operaciones noticiosas televisivas enfrentan presiones similares de sus conglomerados corporativos. Además, la televisión está a punto de recibir el mismo golpe que los medios impresos, ya que un número cada vez mayor de consumidores apaga la tele por cable y recibe sus noticias vía Facebook y Snapchat.
Los mismos principios económicos han dañado el periodismo de corriente principal. ¿Por qué suponer que la historia sería distinta? Menos personas hacen más trabajo; y, encima, muchas veces colaboran en impresión, video y puntos de venta en línea, a un ritmo frenético. El otoño pasado, una encuesta Gallup demostró que 32 por ciento del público y apenas 14 por ciento de los republicanos confían en los medios de comunicación de corriente principal. La dinámica devastadora de la economía y la polarización han dejado el periodismo centrista con una base de seguidores cada vez más reducida, en tanto que más personas abrazan los extremos que fomentan prejuicios. ¿Y te preguntas por qué no podemos hablar entre nosotros?
La labor de la prensa es defender al público; hacer preguntas que otras personas no pueden formular; averiguar qué está sucediendo en realidad; y presentar los hechos, de manera clara y sin emoción. En su esencia, el buen periodismo nos da un medio de hablar entre nosotros sobre las cosas que importan.
Pero, para lograrlo, habría que mejorar el modelo empresarial, y haría falta una nueva forma de pensar. Y es aquí donde vienen a colación los chicos de tecnología.
Después de que Trump causara estragos con su bombardeo de órdenes ejecutivas, los fundadores y presidentes del sector de la tecnología —muchos de ellos, inmigrantes de primera o segunda generación— se manifestaron de maneras muy pocas veces vistas en líderes empresariales. El cofundador de Google, Sergey Brin, se unió a una protesta en el aeropuerto de San Francisco. El presidente de Apple, Tim Cook, dijo: “No apoyamos esa política”. Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix, calificó la prohibición contra los inmigrantes de “tan poco estadounidense que nos lastima a todos”.
Estas personas saben reinventar sectores completos. Necesitamos que den un paso adelante y se metan en el negocio de los medios de comunicación de corriente principal, y que hagan allí lo que han hecho con películas, mapas, taxis y un sinnúmero de líneas de negocios: invertir dinero, talento y mentalidad de siglo XXI en esta institución vital. Cook, de Apple, tiene 237 000 millones de dólares en efectivo y él solito podría financiar una nueva forma de producir y comercializar un periodismo maravilloso, desde hoy hasta que se abra la primera agencia noticiosa en Marte. Mark Zuckerberg, de Facebook, puede poner sus manos en las palancas periodísticas más poderosas de la historia. Y lo mismo aplica a Brin y Larry Page, en Google.
El periodismo rentable no es un cuento de hadas. Jeff Bezos, presidente de Amazon, compró The Washington Post por 250 millones de dólares en 2013, y el año pasado invirtió 50 millones de dólares en operaciones. Y aunque en el mundo del periodismo eso es como si un desamparado se hubiera ganado el premio gordo de la lotería, para Bezos no es más que una semana de intereses en su cuenta de ahorros personal. Con todo, el dinero solo es parte del tema. Bezos llevó consigo a un equipo de ingenieros, renovó la app y el sitio Web del Post, y redefinió la compañía como “empresa de medios y tecnología”. El Post está estableciendo récords de suscripciones y se ha vuelto rentable. Parece que a los anunciantes les gusta estar asociados con la integridad, y los comercializadores de masas ansían llegar al amplio sector medio… cosa que puede ser difícil si terminan junto a una perorata de Alex Jones acerca de la presidencia de Obama y su fingimiento de matar a Osama bin Laden.
Como hemos aprendido en la era de internet, la prensa libre no vale nada por sí sola. Sin credibilidad, es ruido; o peor, propaganda. En esta era tecnológica hace falta un nuevo modelo empresarial que restaure la credibilidad de la prensa. Y es necesario que ese modelo empresarial funcione.
Las personas más inteligentes y poderosas de la tecnología deben su enorme éxito a una nación estadounidense estable y próspera. Una manera —desesperadamente necesaria— de repagar esa deuda es reinventar el periodismo.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek