Las
cenas en la oscuridad total y absoluta que organiza el restaurante Dans le noir,
en Barcelona, puede ser una divertida alternativa para las personas a las que
les encantan las novedades. Hay además un elemento especial, y solidario: “Nuestro
personal de sala, nuestros meseros son invidentes”, señala Adrià Subirana,
director del establecimiento.
Añade
que se hacen un cambio de roles: “En la oscuridad, somos nosotros los que
pasamos a su territorio y debemos depositar la confianza en ellos, como ellos
lo hacen cuando piden ayuda”.
La
idea de organizar las cenas a oscuras surge después de que Subirana participó
en algo similar, organizado por una asociación de invidentes en Suiza. La idea
le gustó, y la inquietud se le instaló en la mente. Se puso a buscar un par de socios,
y ya como grupo montaron una cadena de restaurantes; tienen en París, Londres,
San Petersburgo, Nairobi y Barcelona. En España lleva siete años con gran
éxito.
La
aventura comienza en la recepción del establecimiento, donde sí hay luz. Se
elige la modalidad del menú: un plato o dos, entrantes, vino, agua, se aclaran
posibles alergias o restricciones alimentarias. Sólo son acercamientos, en
ningún momento se descubre lo que van a degustar, porque “se trata de demostrar
que el gusto está determinado por la vista”, acota Adrià. El cliente tiene que
adivinar lo que come agudizando el resto de los sentidos.
Tampoco
se hace mención de los vinos que acompañarán los platillos. Asegura el director
que nueve de cada diez personas –sin que falle ninguna noche– confunden el vino
si lo toman sin luz. “Parece imposible pero a oscuras es muy difícil
diferenciar el blanco, el rosado y el tinto”.
Cuando
están listos, los comensales se disponen en fila para ser guiados por uno de
los camareros hasta su sitio. A partir de ahí, se hace la oscuridad y comienza
la experiencia.
Adrià
cuenta que las cenas resultan emocionantes y divertidas; “hay gente que se ha ido
llorando al descubrir lo que se siente cuando no se ve”. Añade que no escasean
las risas y la conversación aflora natural, sin timidez.
Por
si la ausencia de visibilidad no fuera suficiente, en los restaurantes de esta
cadena no existen mesas individuales, así que los clientes se sientan con
personas que no conocen y, por supuesto, tampoco ven. Curiosamente, esa
situación facilita la charla entre ellos.
En
cuanto a la comida, los platillos que figuran en el menú de la sede de
Barcelona, tienen fuerte influencia mediterránea, con toques de cocina francesa
y algunos guiños de cocina americana, latina y asiática.
“No es un restaurante
puramente gastronómico”, subraya Adrià; hay que agregarle al mero hecho de
comer, que la mayoría de los alimentos se tienen que coger con las manos porque
resulta más fácil, y a veces indispensable, para tener al menos una idea de las
texturas y los tamaños de aquello que se van a llevar a la boca. Aquí no
funciona la sentencia que dice: “De la vista nace el amor”.