El Estado como un gran ente mítico y colosal ante el cual nos hemos rendido y en el cual desde hace varios siglos hemos puesto nuestras esperanzas bajo un contrato social, esta poniendo su reputación y sus capacidades a prueba.
Este contrato social que nos une y que se refuerza con los nacionalismos se ve cada vez más mermado ante los nuevos desafíos a escala global. De pronto las respuestas parecen no venir de una entidad nacional si no de la capacidad de ver más allá de lo que sucede sólo en el entorno inmediato, y sólo dentro de las fronteras nacionales. A pesar del resurgimiento del nacionalismo ante distintos esfuerzos de regionalización, la realidad es que difícilmente un Estado puede navegar de manera soberana en un mundo interdependiente. En este sentido, nace la necesidad de una nueva dinámica global porque las instituciones nacionales parecen incapaces de gestionar un conjunto de dilemas a nivel mundial, sin precedentes.
Actualmente las políticas nacionales hacen frente a una economía global, a una ecología global, a la movilidad humana que traspasa fronteras, a grupos bélicos que no se configuran como un Estado per se, a la ciencia global y al arribo disruptivo de la inteligencia artificial, entre muchos otros retos. ¿Los nacionalismos cuentan con los elementos suficientes para hacer frente a estos desafíos? Muchos Estados, optan por tener una respuesta aislacionista, aferrados a una identidad monolítica y a un status quo que en realidad cambia a una velocidad vertiginosa. La vulnerabilidad de las grandes potencias ante una amenaza nuclear o bilógica hace que su capacidad armamentista parezca obsoleta.
Desafortunadamente nuestra atención se arrebata hacia la personalización de las soluciones, esperando a los mesías del cambio en cada uno de los países que tendrán elecciones en el presente año. Sin embargo, el cambio que se busca esta dejando de lado las tendencias globales para volver a ver a un mundo donde se ha abandonado la cooperación internacional, el impase de los organismos multilaterales, y una comunidad internacional fraccionada en personalidades y no en causas.
En la región norteamericana tendremos una prueba de fuego en las elecciones casi simultáneas que habrá en México y en Estados Unidos, dos países que por más que quieran alejarse política y culturalmente, se ven cada vez más entrelazados y comprometidos entre sí. México como una nación trans-territorial, con millones de sus nacionales viviendo al norte de su frontera, y una nación americana que considera a su principal socio como una amenaza. Una combinación explosiva y una relación afectada por los nacionalismos que nos anclan a un pasado, que no nos dejan comprender el presente y construir de manera más eficaz el futuro. Dos leviatanes tan distintos, pero tan unidos, que no hay que perder de vista como binomio.
La historia del siglo XX nos mostró un esfuerzo conjunto de los Estados por evitar ecatombes, y reducir desigualdades entre clases, razas y géneros, con resultados mínimos conforme a los estándares actuales, pero sustanciales en comparación a siglos pasados. Donde muchos ven una economía complementaria, otros ven una explotación legitimada y aceptada entre dos clases sociales distintas, y la discusión continúa. Aún así, estos mismos desafíos subsisten aunados a los ya anunciados en párrafos anteriores, la clave será cómo los enfrentemos, ya sea como tribus aisladas o como sociedades intercomunicadas e interdependientes.
En una era en la que los algoritmos nos aconsejan mejor que nuestro propio instinto y conocimiento, y en la que hemos sido capaces de alargar la vida medicamente hasta cuestionar lo biológicamente posible, encima tenemos que enfrentar las campañas políticas que en lugar de abordar temas tan apremiantes como la falta de agua, saben como pulsar nuestros botones más emocionales, dividirnos y adiestrarnos para aprender a odiar a lo ricos en un país, o repudiar a los vecinos extranjeros en otro país.
En este sentido, la globalización trata de construir un mundo horizontal con una sociedad sumamente vertical, y en nuestro afán de seguir a los mesías, también construiremos un Leviatán dotado de odio, ansiedad y nacionalismos minúsculos ante desafíos colosales.
La supervivencia colectiva se define por el nivel de incidencia frente a los retos globales y locales. Tal vez no sea momento de dar muerte al Leviatán, pero es indispensable transformarlo a la velocidad que el mundo se transforma a sí mismo. N