Para los pescadores de palangre en el Golfo de Alaska, existen pocos presagios del desastre más escalofriantes que la enorme sombra de una ballena acercándose a su bote. Esto se debe a que, en los años anteriores, los cachalotes machos, los lobos solitarios del océano, ha estado comportándose extrañamente. Han estado uniéndose para cazar pescados directamente de los anzuelos de los pescadores, y cada año llegan más ballenas a comer del buffet del palangre, lo cual ha hecho que algunos científicos especulen que se han encontrado algún modo de comunicarse unas a otras acerca de la abundancia del terreno de caza y de compartir consejos. Están destruyendo equipo de pesca con un valor de miles de dólares, modificando la población de peces sable y poniendo en peligro sus propias vidas, arriesgándose a quedar atrapadas en el palangre.
Todo comenzó hace unos 20 años, cuando la temporada de pesca de pez sable se extendió de una o dos semanas hasta ocho meses. Anteriormente, la temporada era tan corta que los cachalotes que nadaban dentro y fuera del Golfo de Alaska cazando para alimentarse no tenían suficiente tiempo para aprender los hábitos de los pescadores. En ese entonces, la depredación, que es el término científico que describe cuando los animales van por ahí saqueando comida, no era un problema. Pero apenas cinco años después de la ampliación de la temporada, las ballenas se habían vuelto tan expertas en la caza de las palangres, que los pescadores comenzaron a entrar en pánico.
Desde entonces, las cosas no ha hecho más que empeorar, afirma Linda Behnken, veterana de la pesca comercial con 30 años de experiencia y Directora Ejecutiva de la Asociación de Pescadores de Palangre de Alaska. Actualmente, Behnken y el Consejo de Gestión de Pesca del Pacífico del Norte calculan que los costos provocados por los daños a los barcos atacados por las ballenas, y el tiempo y el cebo adicionales empleados para intentar alcanzar la cuota de los pescadores después de perder su pesca, ascienden a más de 1,000 dólares diarios por embarcación. “La mayoría de los pescadores que han experimentado la depredación por parte de las ballenas de dirán que ese [cálculo] es bajo”, dice.
Los peces sable, o bacalaos negros, como los llaman los pescadores locales, suelen vivir entre 2,400 y 3,600 pies bajo la superficie. Para atraparlos, los pescadores dedican de seis a 12 horas recorriendo entre 15 y 90 millas cerca de la costa. En cuanto llegan, colocan sus palangres. El palangre corre aproximadamente 3 millas, con un ancla en un extremo para sujetarla al fondo del mar y una boya en el otro, de manera que los pescadores puedan encontrarlo al final del día. A lo largo del palangre, hay entre 1,000 y 4,000 anzuelos, con cebo en cada uno de ellos. Generalmente, los botes tienden dos palangres a la vez, que se dejan durante 12 horas. Los pescadores tiran de los palangres con grúas hidráulicas, y un tripulante se para en el riel del bote y desengancha cada pescado de los anzuelos cuando salen del agua. Si no hay ninguna ballena presente, un palangre con 2,000 anzuelos atrapará entre 500 y 1,000 peces.
Pero cuando las ballenas andan cerca, señala Behnken, la pesca es raquítica. “La pesca puede reducirse fácilmente a la cuarta parte de lo que uno podría esperar, y si hay suficientes ballenas cerca, pueden dejarte limpio”, dice Behnken. “Generalmente, se turnan para bajar y atrapar a los pescados. Cuando terminamos de recoger las redes, todas suben a la superficie. El año pasado, una se colocó justo al lado del bote y giró. Estaba mirándonos. Tal vez quería ver si había más pescados en camino.” En un viaje, su bote tenía hasta seis ballenas a su alrededor, esperando la cena. “Comenzamos a recoger palangres con pescados mordidos por la mitad, y podíamos ver las marcas de los dientes de las ballenas.”
Después de varios años de esto, los pescadores de Alaska se pusieron en contacto con un equipo de científicos en busca de ayuda. Rápidamente se formó un grupo: el Proyecto de Evitación de Cachalotes del Sureste de Alaska, o SEASWAP (Southeast Alaska Sperm Whale Avoidance Project), una colaboración entre pescadores investigadores académicos, científicos de campo y organismos gubernamentales locales y nacionales. Pero disuadir a los cachalotes ha resultado ser mucho más difícil de lo que cualquiera pudo haber previsto.
En parte, esto se debe a que aún no se logra comprender bien a los cachalotes, a pesar de ser uno de los mamíferos cazadores más famosos del océano. Los científicos saben que es la más grande de las ballenas con dientes y es fácil identificarla gracias a su cabeza gigante y cuadrada y a su mandíbula inferior larga y afilada. Su orificio nasal está colocado en ángulo hacia el lado izquierdo de su cabeza, y usa una serie de clics y eco-localización para comunicarse con otras ballenas e identificar a sus presas. Se alimentan principalmente de calamares (aproximadamente una tonelada por día), y algunas personas especulan que pueden enfrascarse en luchas periódicas con calamares gigantes, pues no es raro que se les encuentre con grandes cicatrices en forma de ventosa.
Pero más allá de eso, no sabemos mucho. Los cachalotes son muy difíciles de estudiar porque se zambullen más profundamente que cualquier otra de las grandes ballenas: más de 1,524 metros y en cuanto alcanzan esa profundidad, pueden quedarse sumergidas hasta por 50 minutos antes de salir a la superficie para tomar aire, a varios kilómetros de distancia de su clavado inicial. Así que realmente no había ninguna pista respecto a cómo las ballenas encontraban los botes justo cuando el pescador recogía sus palangres. “En general, lo que ocurre es los hombres salen, preparan su equipo, lo dejan sumergido durante varias horas y luego lo recogen. Las ballenas no aparecen por aquí hasta que recogen el equipo. ¿Cómo reconocen esto que se ha convertido en la campana para cenar?”, pregunta Russ Andrews, un biólogo marino de SEASWAP.
Para responder a la pregunta, Aaron Thode, un especialista en acústica de los mamíferos marinos del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego, colocó dispositivos de escucha pasiva en las amarras para ver si las ballenas o los botes producían sonidos únicos cuando recogían los palangres. Lo que descubrieron fue que el sonido de las burbujas generadas por la aceleración de las hélices cuando el bote aumentaba y disminuía su velocidad durante el proceso de recogida del palangre era lo que llamaba a las ballenas.
“No era una parte del equipo, sino la forma en que manejaban la nave”, dice Thode. “Nos convencimos finalmente al salir en un barco sin equipo. Pusimos el motor en marcha, y en menos de 10 minutos teníamos ballenas de 12 m alrededor de la nave.” A partir su investigación acústica, el equipo averiguó que las ballenas podían escuchar esta campana de la cena a casi 5 km de distancia en un clima tormentoso y a más de 27 km en un día claro.
El siguiente paso era comprender cuántas ballenas había ahí abajo y exactamente cómo se alimentaban, así que el equipo fijó cámaras submarinas en los palangres. “Las ballenas más experimentadas aprendieron que podían morder el palangre y hacer que se sacudiera, como cuando uno sacude un árbol para hacer caer las manzanas”, dice Thode. “Los peces tienen bocas blandas, así que [las ballenas] pueden sacudir los palangres para hacer que los pescados se suelten, y no tienen que arriesgarse a enganchar su mandíbula en un anzuelo.”
El resultado fue que había poco, o tal vez nada, que pudiera disuadir a las ballenas. Son demasiado listas. Incluso los intentos de reproducir una grabación del sonido de la campana de la cena desde un bote señuelo fracasaron; las ballenas se dieron cuenta del truco y fueron a otros lugares a buscar su comida. El equipo se dio cuenta de que la disuasión debía ser reemplazada con un sistema de evitación, averiguando dónde estaban las ballenas y alertando a los pescadores para que pudieran evitarlas. Ahora comienza el largo y difícil proceso de intentar colocar etiquetas de satélite a los cazadores, de manera que los pescadores sepan dónde están y se mantengan fuera de esa extensión de 27 km que abarca la capacidad de escucha de las ballenas. Hasta ahora, Andrews ha logrado etiquetar a aproximadamente siete ballenas permaneciendo de pie en un pequeño bote inflable y disparando las etiquetas a cada ballena con una pistola de aire comprimido. “A veces nos preguntamos si estamos mentalmente sanos”, dice.
Los pescadores también están volviéndose muy buenos en la identificación visual. Los cachalotes se distinguen fácilmente por las manchas en sus colas, y uno de los dos líderes de SEASWAP, el biólogo marino Jan Straley, ha podido identificar fotográficamente a unas 150 de las ballenas que pasan su tiempo en el golfo. De ellas, aproximadamente 12 a 15 son las peores, entre ellas, una ballena a la que los pescadores han apodado Zack el Destripador. “Es nuestro chico malo”, dice Behnken.
Pero no basta con tener los datos. Para evitar a las ballenas con éxito, los pescadores tienen que trabajar en equipo para alejarse al menos 27 km de los cazadores a. Aunque los pescadores no tienen el hábito de ayudarse unos a otros, señala Behnken, ella ha podido convencerlos de que cada vez que una ballena obtiene su cena, recibe un refuerzo positivo. Así que usando una combinación de mapas de etiquetas satelitales e informes de pescadores, Behnken y SEASWAP han podido establecer una red improvisada de señalamiento de ballenas. Las primeras pruebas indican que podría funcionar; lo siguiente es implementarlo con toda la flota.
Mientras tanto, el equipo ha empezado a colaborar con otras pesquerías alrededor del mundo donde la depredación ocurre a una escala más pequeña (por ejemplo, un grupo en las Islas Crozet, un territorio francés en el sur del Océano Indico, tiene problemas con las orcas). Y otras organizaciones están empezando a utilizar las técnicas acústicas de las que SEASWAP es pionero. Pero sobre todo, dicen los científicos, se beneficiarán de la relación única que la investigación ha desarrollado entre los pescadores y los científicos.
“Hay investigadores en todas partes del mundo que envidian nuestra relación con nuestros pescadores”, dice Straley. “Confían en que lo que hacemos será lo mejor para ellos y para las ballenas.”
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek.