Es una tarde luminosa de jueves. En un café del sur de la Ciudad de México, frente a la mirada de un enorme Van Gogh, una de las tantas y tantas réplicas de uno de sus más famosos autorretratos, la escritora e investigadora Ana Clavel (Ciudad de México, 1961), una mujer que ha sido descrita como una novelista multimedia debido a su tendencia a incorporar fotografías y videos en torno a su obra literaria a partir de la publicación en 2005 de Cuerpo náufrago, cuenta a Newsweek en Español el proceso creativo y los detalles que tuvieron lugar detrás de El amor es hambre, su obra más reciente.
—Ana, me parece que se pueden hacer tres distintas lecturas de El amor es hambre; la primera es que se puede leer como un libro de exquisitas recetas de cocina donde tú, como autora, te encargas de despertar nuestro apetito no sólo culinario, sino erótico; otra es como una reinterpretación de un cuento clásico, Le Petit Chaperon rouge,con todo lo que esto implica para una narradora como tú que gusta de explorar los oscuros y luminosos mecanismos del deseo; y la última es que El amor es hambre es una de esas novelas que se pueden leer desde la perspectiva de una famosa Lolita que a la vez que narra sus venturas y desventuras, también juega con nuestras emociones, nos seduce como lo hace con Rodolfo, cocina para nosotros, nos hechiza…
—Es cierto. Mira, yo escribía un libro de ensayos que se llama Territorio Lolita en el que trabajo precisamente con lolitas en la historia de la literatura y el arte, y menciono, entre otros casos, a Alicia y Caperucita como las hermanas menores de Lolita…
—¿Así fue como llegas a El amor es hambre?
—A la hora de trabajar los antecedentes de Lolita me topé con una versión muy interesante de Jack Zipes, donde sostiene, a raíz de que descubre una versión que él documenta como previa a los cuentos de Charles Perrault, en la que Caperucita, lejos de ser la víctima, resuelve todo con su ingenio, escapa del lobo por sí misma, y sobre todo no tiene un final desdichado.
—Final que sí tiene en las distintas versiones que conocemos hasta la fecha.
—La reflexión a la que llega Bruno Bettelheim en su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas (editorial Crítica, 1994) es que tanto Perrault, como posteriormente los hermanos Green, terminan por dañar la función del verdadero cuento de hadas, la cual no es amedrentar e irse por el camino fácil.
—¿Cuál es la función?
—En realidad lo que hace un cuento de hadas, y de aquí que no se trate de un género infantil, es que te proporciona lecciones que a su vez te ayudan a incorporar tus partes oscuras.
—Además, en El amor es hambre señalas lo simbólico del bosque, un elemento que se encuentra con regularidad en los cuentos de hadas.
—Intento presentar un bosque que no solamente es externo, sino que también se encuentra adentro. Es algo que descubrí con el desarrollo de Artemisa y la frase de “en todo corazón habita un bosque”: pude explorar el aprendizaje, suponer que el corazón del lobo no nada más lo tiene él, tan es así que muchos me llegaron a cuestionar por qué la novela no se llamaba “Corazón de loba”…
—Suena coherente… ¿qué les respondías?
—Que no, no es una cuestión de género, ya que Artemisa descubre que sí, que de algún modo es una caperucita, que hay otras en el bosque, tiene una relación con Rodolfo, quien es una suerte de lobo, pero uno que es seductor, de dulces palabras, que nunca la violenta, y entonces no hay imposición, se da el aprendizaje de la sensualidad y de la iniciación del amor en un sentido de plena seducción”.
—¿Y Artemisa también responde?
—Claro, me pareció importante manejar la dimensión de esta suerte de Lolita en la parte donde tiene sus propias pulsiones, pero no quiere decir que se trate de un ser premeditado y calculador, como normalmente se le quiere adjudicar a la Lolita para descargarla de la responsabilidad del adulto.
—Por eso es importante el deseo que ella expresa.
—Hay un asunto como más compartido de la parte del deseo y de la importancia de abrirse a las pulsiones de nuestra vida, sobre todo porque Artemisa es un personaje que, dadas sus características, por la cuestión de cómo es educada, de cómo es amada por sus padres, de la relación que mantiene con la comida, con la piel, con el cuerpo, se convierte en un ser mucho más al tono, libre de culpas.
—¿Por qué el título de la novela?
—Intenté conformar un discurso que en distintas facetas va dando cuenta de una misma propuesta: el amor es hambre.
—¿Ese era el definitivo?
—Debo de confesarte que me pasó algo muy curioso, ya que en un principio la novela se llamaba Corazón de lobo, porque yo he trabajado mucho con el asunto del corazón desde un libro que tengo de minificciones, Corazonadas (Posdata 2014), y a la hora en que me topo con la versión de Caperucita, consignada por Jack Sipes, me vinieron a la mente dos anécdotas. La primera es que cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras leí un libro de Jean Rostan que se llama Bestiario de amor (Ediciones Jucar, 1974), en el que consigna las relaciones de reproducción en la naturaleza, desde organismos unicelulares hasta llegar al hombre, y lo hace de una manera literaria, no biológica. Hay un momento en el que él expresa las líneas que yo pongo como epígrafe de El amor es hambre, habla del apetito que se puede comparar con el amor, una apetencia por conocer al otro.
“De esa lectura me quedé con la frase de ‘el amor es hambre’ y la puse como epígrafe a la novela, la cual para entonces se llamaba Corazón de lobo. En la editorial ven la novela y me dicen: ‘Oye, pero la frase de El amor es hambre es el título de la novela y es muy bueno”, y la busco en el libro de Rostan y resulta que no existe, lo cual fue muy inquietante porque, finalmente, tras de cualquier lectura, tú como lector haces tus propias elaboraciones, tus propias metáforas, sí, a partir de otros, pero hay una parte donde tú haces una síntesis más particular.”
—¿Es el amor hambre?
—Pues parece como si se tratara de una verdad que todos sabemos, pero que pocas veces empleamos. Y como te maneja una idea muy ambigua de todo lo que significa “hambre”, el concepto se enriquece. Esa fue la primera anécdota que me vino a la mente. Yo sabía que tenía que trabajar el asunto de la Caperucita como una relación amorosa con su “depredador”, aunque en realidad, por lo menos en la historia de Artemisa, no es un verdadero lobo. Y la otra cosa que me atravesó por la cabeza es cuando pensé en ese grabado de Gustave Doré que es la Caperucita en la cama…
—El cual por cierto viene en el libro.
—Ahí se ve que la cara de Caperucita, lejos de manifestar espanto u horror, lo que manifiesta es fascinación… tiene una mirada de suspicacia, de arrobo, que no se define entre el horror y la atracción.
—¿No te da la impresión, al menos en otra lectura, de que la mirada que tienen tanto el lobo como Caperucita en el grabado de Doré es la de una pareja que acaba de hacer el amor?
—¡Pero no solamente de hacer el amor!, están ya en una relación vieja, fastidiados.
—Y Caperucita como que quiere ya salir de la cama.
—O quiere más. Finalmente esa es una mirada de Doré.
—Bueno, el mismo simbolismo del cuento de Caperucita roja y la misma interpretación que tiene con el paso de los años se vuelve ambigua, ¿estás de acuerdo?
—Exacto, en esa parte especialmente de la escena de la cama y de toda la seducción que se da en ella. Yo sostengo que va de ida y vuelta: por un lado es el predador, pero por el otro la curiosidad de Caperucita es una fuente de aproximación y de ese jugueteo que se da mucho con los niños, donde no saben adónde pueden llegar, pero que finalmente revela una parte pulsional que muchas veces como adultos sensatos y políticamente correctos no nos gustaría hurgar. Lo importante era despertar el hambre por la comida como por otras pasiones y también cobró importancia el asunto del bosque como una suerte de enramada interior y por eso el asunto del video de El amor es hambre (se puede encontrar en YouTube) y el año que viene tengo pensado armar una instalación en un museo. Esto es como algo adicional, como otras formas de escritura que yo hago a propósito de mis libros y que tiene que ver con usar otras posibilidades de la tecnología y que, de alguna manera, es como escribir en formatos que son obsesivos.