Hablo con Rodrigo
Mariano Miguel, un joven que vive en un pequeño pueblo a las afueras de São
Paulo, en Brasil. Es alto y delgado, y a pesar del collarín ortopédico que
lleva, habla animadamente sobre lo que ocurrió aquel día. El ataque se produjo
en el edificio donde él vive, y me muestra el video de seguridad que lo captó
todo. En él, podemos ver cómo Miguel entra tranquilamente en el complejo.
Momentos después, su atacante se abalanza sobre él, blandiendo un cuchillo de
cocina. El hombre apuñala a Miguel dos veces en el cuello y escapa.
“Cuando
llegué al hospital”, dice Miguel, “los médicos me dijeron que había
tenido mucha suerte. Estuve a unos cuantos centímetros de quedar tetrapléjico
por el resto de mi vida.”
El vecino de al
lado de Miguel, Wanderson Pacheco de Oliveira, de 39 años, ha sido acusado de infligirle
graves daños corporales. Miguel dice que la agresión fue la culminación de
meses de abuso verbal que comenzó cuando Oliveira descubrió que Miguel era gay.
“Cuando me paraba frente a él en el ascensor, me decía ‘perra’ o ‘maricón’
en voz baja”, relata Miguel. “Pero nunca imaginé que llegaría a tanto.”
De acuerdo con
el periódico brasileño Folha de São Paulo, Oliveira dice que no sabía que
Miguel era gay y presenta otra razón para el ataque: “Estaba hablando con
mi madre por teléfono, y él empezó a golpear la pared, pidiéndome que bajara la
voz.”
La experiencia
de Miguel no es rara. Brasil es famoso en todo el mundo por sus concurridos
desfiles del orgullo gay, pero también tiene uno de los niveles más altos de
violencia hacia las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgénero. De
acuerdo con el Grupo Gay de Bahía, el año pasado se produjeron 326 homicidios
de miembros de la comunidad LGBT en Brasil. Esto da un promedio de casi una
muerte cada 28 horas. Las mujeres transgénero comprenden un porcentaje desproporcionadamente
alto de las víctimas.
Hablé con
Renata Peron, una de las principales defensoras de las personas transgénero en
São Paulo, quien ha experimentado la violencia de primera mano. “Caminaba
por el centro una noche cuando fui abordada por nueve hombres”, dice.
“Uno de ellos llevaba botas con puntera de acero. Me pateó tan fuerte que perdí
un riñón.”
De acuerdo con
Majú Giorgi, una importante activista a favor de la población LGBT y fundadora de
Madres en Favor de la Diversidad, la esperanza de vida promedio para una mujer transgénero
en Brasil es de sólo 36 años. Fumaba un cigarrillo tras otro mientras describía
la situación en Brasil. Para ella, el problema se origina en una sociedad con
roles de género estrictamente definidos. “Brasil es, en muchas maneras,
una sociedad muy tradicional y muy religiosa. El machismo es muy fuerte aquí.
Somos líderes mundiales en homofobia.” Dice que muchas de las familias de las
mujeres transgénero las rechazan y las echan de casa cuando aún son muy jóvenes.
Al estar marginadas de la sociedad, suelen terminar viviendo en la calle y trabajando
en la industria del sexo.
Un el domingo
por la tarde, caminaba por el decadente centro de São Paulo. Al caer la noche,
las calles se llenaron de una multitud de jóvenes mujeres transgénero paradas
en las esquinas con diminutas minifaldas, esperando a su próximo cliente.
Jean Wyllys, el
primer congresista abiertamente gay de Brasil, trabaja duro para mejorar las
cosas. Para él, la homofobia en Brasil se remonta a “las bases mismas del
país.” Imbuida en la doctrina católica, la sociedad brasileña se basa en
los roles de género tradicionales y, de acuerdo con Wyllys, en “una
aversión a la diversidad sexual.”
El crecimiento
de poderosas iglesias evangélicas ha reforzado tales actitudes. Al congregar a
muchos millones de feligreses y recaudar cantidades igualmente impresionante de
dinero, instituciones religiosas como la Iglesia Universal del Reino de Dios se
han vuelto muy influyentes en la política y en la sociedad.
Hablé con Bruno
Bimbi, un activista político de Argentina, cuya participación fue decisiva en
la aprobación de la legislación a favor de la igualdad del matrimonio de ese
país. Actualmente reside en Brasil y es uno de los consejeros más cercanos a Wyllys.
“Las iglesias evangélicas se han infiltrado totalmente en el sistema
político brasileño”, dice, señalando como prueba a la configuración actual
del Congreso.
Después de la
última elección en el país, varios conservadores religiosos fueron elegidos
para ocupar cargos públicos. Actualmente, 80 de ellos están afiliados a
iglesias evangélicas. Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados, es
abiertamente homofóbico. Después del primer beso gay en la TV brasileña, Cunha
recurrió a Twitter para expresar su “repugnancia.” Uno de los
primeros proyectos de ley que propuso fue la creación del “Día del orgullo
heterosexual” para combatir lo que denomina “heterofobia.”
Cunha y sus
aliados de derecha son conocidos por los activistas en Brasil como la
“Cámara de Cunha” por su estricto control de la política del país.
Cunha propuso recientemente una legislación denominada Estatuto da Família (Ley
Parlamentaria de las Familias), que limitaría la definición de familia en Brasil
a una unidad basada en un hombre y una mujer, anulando el fallo judicial de 2013
a favor del matrimonio entre homosexuales y excluyendo de la protección estatal
a millones de familias brasileñas.
Aunque es poco
probable que esta legislación apruebe el proceso judicial de Brasil, Bimbi dice
que constituye una severa amenaza simbólica. El resultado de esta homofobia
política es “la homofobia social; una atmósfera donde la homofobia física se
vuelve aceptable”, señala Wyllys.
Para complicar
aún más la situación, la fuerza policial permite que esta violencia se presente
con impunidad, e incluso, en ocasiones, dentro de sus propias filas. En abril,
una foto de Verônica Bolina, una mujer transgènero, se volvió viral en Brasil.
En ella, Bolina aparece sentada en el suelo, rodeada por policías militares. Tiene
los senos al aire y la cara desfigurada a golpes. La policía dijo inicialmente que
sus compañeros de celda la habían atacado en la cárcel, pero ella dijo después
a las autoridades de São Paulo que investigaban el incidente que la policía la
había agredido.
Bolina fue
arrestada el 10 de abril y acusada de intentar asesinar a un vecino de la
tercera edad. Independientemente de las graves acusaciones contra ella, la
posibilidad de que los oficiales de policía la hubieran golpeado durante o
después de su arresto provocó protestas de la comunidad LGBT contra la
violencia transfóbica. Tomaron las redes sociales y popularizaron el hashtag #SomosTodasVerônica.
“El caso de
Verônica es emblemático de la violencia policiaca contra las mujeres transgénero”,
señala Peron, el activista a favor de esa comunidad. “Pero la verdad es
que la policía actúa con violencia contra todas minorías. Están mal pagados, y
no están entrenados para tratar con las minorías de manera profesional. Así que,
por supuesto, las personas transgénero sufren la peor parte. Porque para ellos
ni siquiera somos personas.”
Sin embargo, a
pesar de toda la violencia, Brasil se ha vuelto cada vez más tolerante, en
muchos niveles, hacia la comunidad LGBT. El desfile del orgullo gay de São
Paulo es el más grande del mundo y atrae a más de 3 millones de personas. The Week,
el club gay local, es el más grande de América Latina; su reciente fiesta
Babilonia atrajo a 5000 aficionados. Los sábados por la tarde, uno puede ir a
Praça Benedito Calixto y beber una caipirinha mientras ve coquetear a chicos
musculosos en camisetas sin mangas y mujeres corriendo en motocicletas.
“Brasil es un país de contrastes”, señala Luís Arruda, un conocido
abogado y activista de derechos civiles. “Ahora mismo, la comunidad LGBT
está en una fase de creciente autoestima. Pero hay muchos mundos en
Brasil.”
Hablé con Arruda
en la sala de su casa. En la pared verde situada detrás de él hay una cabeza de
venado de madera, pintada de amarillo y morado. La palabra portuguesa viado
(venado), se traduce coloquialmente como “maricón.” Pero la comunidad
gay se ha apropiado gradualmente de ella: para Arruda y sus amigos, el venado
es un trofeo que han reclamado.
Arruda relata
que, cuando era adolescente, ser gay era visto como algo “realmente horrible.”
Sin embargo, dice, los tiempos han cambiado. Una vibrante cultura gay ha
surgido en São Paulo. Actualmente, frecuentemente aparecen personajes gay en
los medios de comunicación convencionales. Hace apenas unas semanas, la primera
actriz brasileña Fernanda Montenegro (ganadora de un premio Emmy y candidata al
Oscar) fue vista en un beso apasionado con Nathalia Timberg, su coprotagonista en
la popular telenovela Babilônia.
“Empecé a
trabajar en este asunto hace 10 años”, afirma Giorgi de Madres en Favor de
la Diversidad. “Cuando mi hijo salió del clóset… Me di cuenta de repente
de que prácticamente no tenía derechos en este país. Ahora puede casarse con su
novio así si lo desea.”
Aun así, las
personas LGBT en Brasil saben que aún hay un largo camino por recorrer. Miguel,
el joven que fue atacado en su edificio de departamentos, dice que la policía
se rehusó a interponer el cargo más grave de intento de homicidio contra su
agresor. La policía “no quiso escuchar mi versión de la historia”, dice Miguel.
Corrección:
esta nota decía originalmente que Renata Peron había sido golpeada tan fuerte
que perdió un ojo. Perdió un riñón, no un ojo.