La Rusia de Putin no pretende solo reconstruir la Unión Soviética, sino también el Pacto de Varsovia, el que fuera el organismo militar antagónico de la OTAN.
Quien no extraña la Unión Soviética, no tiene corazón. Quien la quiere de vuelta, no tiene cerebro: Vladimir Vladimirovich Putin.
Hay solo una razón para que el mundo extrañe a la Unión Soviética: el equilibrio. Desde 1949, cuando Stalin probó la primera bomba nuclear soviética, hasta 1991, en que se desmoronó el imperio comunista, el mundo vivió en el equilibro del terror, que por terrorífico que fuera no dejaba de ser equilibrio. Durante medio siglo Estados Unidos tuvo siempre un freno a sus afanes supremacistas, a su obsesión de dominio, y a su fascismo disfrazado de libertad.
Pero el hecho contumaz es que el nuevo Zar de todas las Rusias, Vladimir Putin, extraña los tiempos soviéticos, no por el comunismo fallido, sino por el equilibrio, y por esa mezcla de respeto y miedo que el mundo sentía por Rusia, por la posición hegemónica indiscutible. La caída de la URSS abatió a Rusia como pocas cosas en su historia, por eso Putin busca la reconstrucción de ese espacio de poder, no como el renacer de la Unión Soviética, sino de su adaptación al siglo XXI: la Unión Euroasiática, la nueva versión del eterno Imperio Ruso.
El Imperio Eterno
Rusia siempre ha sido un imperio, no hay otra estructura mental en el ruso que no sea la imperial. Se consolidó como Estado unificado en el siglo XVI, bajo el mando de Iván el Terrible, primero en ostentar el título de Zar de todas las Rusias. Desde entonces los rusos tenían su atención en la península de Crimea, para entonces bajo control del Imperio Turco.
En esa época comenzó una gran expansión por Siberia que durante siglos fue considerada inútil, pero que es hoy su gran tesoro de recursos y su principal carta geopolítica. La eterna necesidad de esta expansión era buscar una salida al mar, cosa que lograron en 1703, cuando Pedro el Grande derrotó a los suecos y fundó San Petersburgo, y más adelante, en 1783, cuando Catalina la Grande logró la tan ansiada anexión de Crimea.
En 1917 abdicó el zar Nicolás II Romannov, y muchas regiones del imperio declararon su independencia; fue el caso de Estonia, Letonia, Lituania, los pueblos del Cáucaso y Ucrania; pero los bolcheviques ya planeaban su gran patria proletaria sin abandonar la mentalidad imperial rusa, por lo que, en opinión de Lenin, todo aquello que había estado bajo el dominio Romannov, sería ahora parte de su nuevo proyecto: la Unión Soviética. Tras cinco años de guerra civil (1917–1922) el ejército rojo puso bajo su dominio casi todo el territorio; el imperio ruso daba paso al imperio soviético.
La Unión Soviética nació en diciembre de 1922, cuando Rusia, Bielorrusia y Ucrania, tres provincias del imperio zarista tomadas por los bolcheviques, se convirtieron en repúblicas y firmaron el Tratado de Creación de la URSS. En aquel tiempo Crimea no era parte de Ucrania, sino que era una república autónoma dentro de la Unión, controlada en realidad desde Moscú. Finalmente Crimea había sido el territorio eternamente anhelado por los rusos, y no se lo iban a dejar a Ucrania que, hay que decirlo, por siglos había sido parte del imperio, y que la república de Ucrania, así como la de Bielorrusia, fue en gran medida una creación de Lenin y los bolcheviques.
Pero el imperio volvió a caer el 31 de diciembre de 1991, cuando se oficializó la disolución de la Unión Soviética, con lo que Rusia perdió el control de las que hasta entonces habían sido repúblicas soviéticas, entre ellas Ucrania. Pero en agosto de 1999 Vladimir Putin tomó la presidencia de la Federación Rusa, y desde entonces tuvo como proyecto restaurar la gloria soviética, lo cual incluye el control del territorio euroasiático, sus recursos, y su valor estratégico. En ese proyecto se incluye Ucrania, o por lo menos la parte de aquel país que siempre fue rusa: Crimea.
Breve historia de Crimea
Fue la casualidad y la burocracia lo que hizo que Crimea fuera parte de Ucrania, pero no por eso deja de ser muy rusa, como lo es desde 1783, cuando fue incorporada al imperio por Catalina la Grande.
Cuando el zar Nicolás II abdicó en 1917, Ucrania declaró su independencia; pero los bolcheviques comenzaron su revolución, y el ejército rojo comenzó a incorporar por la fuerza a todas las provincias del fallecido Imperio Ruso. En 1921 los bolcheviques tomaron Crimea y la integraron al experimento comunista con el estatus de República Autónoma dentro de la recién creada URSS.
En 1941, la península de Crimea fue invadida por los nazis, quienes sitiaron y tomaron la ciudad de Sebastopol en julio de 1942. Tras la liberación, en 1944, Stalin rebajó el estatus de Crimea al de Oblast (provincia) con el pretexto de que la población tártara de Crimea había apoyado a los nazis.
Fue en 1954 cuando el nuevo líder soviético, Nikita Jruschev, decidió traspasar la soberanía de Crimea a la República Soviética Socialista de Ucrania. En aquellos tiempos nadie pensaba en la disolución de la URSS, y aunque esta se hallaba formada por 15 repúblicas, en teoría, soberanas y en estatus de igualdad, lo cierto es que todo se controlaba desde Moscú.
En 1989, ante la crisis económica de una URSS en extinción, Mijaíl Gorbachov ordenó la salida de las tropas soviéticas de todo país ocupado, y ese mismo año comenzaron a caer los regímenes comunistas de toda Europa oriental. Para 1990, Estonia, Letonia y Lituania se declararon independientes de la URSS.
El caos económico, político y social, más un golpe de Estado contra Gorbachov, significaron el principio del fin; y el 8 de diciembre de 1991, los presidentes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, países que firmaron la creación de la URSS, signaron su disolución. Las demás repúblicas ratificaron la decisión al firmar el protocolo de Alma Atta, el 21 de diciembre. Se pactó la disolución oficial de la URSS para la medianoche del 31 de diciembre de 1991.
El 1 de enero de 1992 no había Unión Soviética, en su lugar había 15 países independientes. En Asia central nacieron Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguistán; en el Cáucaso surgieron Georgia, Azerbaiyán y Armenia; y en Europa, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Moldavia, y Ucrania…, y desde luego, la Federación Rusa.
Así pues, en 1992 Rusia y Ucrania eran países independientes el uno del otro, y de la extinta URSS. Ese año, el Soviet Supremo de Rusia (órgano representativo heredado de la era soviética) aprobó una resolución que anulaba la transferencia de soberanía de Crimea a Ucrania en 1954, con lo que Crimea volvía a ser oficialmente rusa… si Ucrania hubiera aceptado esa resolución, pero en vez de ello, el Soviet ucraniano convirtió a Crimea en una República Autónoma dentro de Ucrania. El problema, también desde entonces, es que ese 70 por ciento de población rusa en Crimea quería ser parte de Rusia.
Con el estatus de República Autónoma, Crimea tenía incluso un presidente, y en 1994 se celebraron las primeras elecciones, donde cinco de seis candidatos usaron como base de su discurso la reunificación con Rusia. El vencedor, Yuri Meshkov, ruso como casi todos en Crimea, promovió una ley para hacer del ruso una lengua oficial y permitir la doble nacionalidad ruso-ucraniana para los habitantes de la península. Como resultado, el gobierno de Ucrania abolió la autonomía de Crimea, derogó la Constitución y eliminó la figura de presidente.
Tras la disolución soviética, aunque Crimea quedó dentro de Ucrania, la ciudad de Sebastopol quedó bajo dominio ruso. Tres cuartas partes de la población de la ciudad es de origen ruso, y aun así, en 1997, el gobierno de Rusia cedió la ciudad a Ucrania, a cambio de conservar una base militar y su flota hasta el año 2042. Esa base militar de Sebastopol, y la flota de submarinos nucleares que ahí reposan, es uno de los principales intereses y fuentes de conflicto, y la razón por la que la economía de la ciudad depende de Rusia.
La sociedad del simulacro
El 16 de marzo de 2014 la población de Crimea votó por su destino político: 95 por ciento del 80 por ciento que votó quiere ser parte de Rusia. Hace 100 años se le llamaba a esto libre autodeterminación de los pueblos, hoy se le cataloga de acto ilegal. Es decir, que un pueblo tiene el derecho inalienable de decidir su destino, a menos de que esto atente contra el orden establecido por parte de los amos del mundo. La sociedad del simulacro actúa nuevamente, y el pretexto es el compromiso de las naciones con respetar las fronteras establecidas.
Desde 1945 el compromiso es no aceptar nuevos trazos de fronteras que se hagan a través de la guerra. Es decir, cuando en 1992 se disolvió la Federación Checoslovaca, la secesión fue aceptada por ser de común acuerdo y en paz; sin embargo, dos años antes se había producido la declaración de independencia de Estonia, Letonia y Lituania, aceptada de inmediato por Europa a pesar de no haber sido de común acuerdo con la URSS de la que se separaban.
En agosto de 2008, Rusia fue el único país en aceptar las independencias de Osetia y Abjasia con respecto de Georgia, lo cual fue señalado y criticado por Estados Unidos y Europa, los mismos que pocos meses atrás, en febrero, sí aceptaron la independencia de Kosovo, rechazada por Rusia. La canciller de Alemania, Angela Merkel, ha señalado que el caso de Kosovo es radicalmente distinto al de Osetia, Abjasia o Crimea, pues lo de Kosovo, señala la alemana, ocurrió después de un proceso de 15 años de limpieza étnica y odios raciales…, es decir, que hay que esperar a que eso pase en Crimea para poder legitimar la decisión del pueblo.
Esa es la Unión Europea que habla de pluralismo pero rechaza a los musulmanes, el club de occidente que dice estar en contra de las dictaduras pero dejan en el poder de Guinea a Teodoro Obiang, porque es socio y cliente; el mundo libre que lucha contra la tiranía, a menos que la encabece la Casa Saud. Occidente que, bajo el pretexto de reconocer las fronteras, permite dos décadas de guerra civil que aniquilaron a Somalia, sin reconocer la realidad de que ese país ya dejó de existir, pero reconoce la disolución de Yugoslavia en las mismas circunstancias.
El club de los poderosos acepta un referéndum que separa a Sudán del Sur de Sudán, tras cuatro décadas de matanzas, por necesidad de sus recursos energéticos, pero rechaza el referéndum de Crimea… más o menos por lo mismo. Un Estados Unidos que critica la intromisión en Ucrania pero justifica la de Libia, Egipto, Irak y Afganistán; una Europa que acepta que el Sahara español se independice de Marruecos pero rechaza que Crimea se separe de Ucrania, la Europa que acepta la consulta por la independencia de Escocia, a sabiendas de que resultará negativa, pero rechaza la de Crimea, sabiendo que resultará positiva. Vaya, el mundo occidental que mide siempre con varas muy diferentes.
Desde Rusia con amor
En 2005 tomó el poder en Ucrania Víktor Yuschenko, un hombre convencido de la necesidad de marcar distancia con Rusia y acercarse a Europa. Para ello buscó ingresar a la Unión Europea y a la OTAN, eso último era algo que Rusia no podía permitir, pues hubiera significado bases militares demasiado cerca de Rusia, y peor aún, muy cerca de la flota nuclear de Sebastopol.
Para 2010 Yuschenko buscó su reelección, y obtuvo un mísero 5 por ciento de los votos, mientras que su antiguo rival, el pro ruso Víktor Yanukovich, ganó la elección. No obstante su filiación pro rusa, en marzo de 2012 el gobierno de Ucrania firmó un acuerdo de asociación con la Unión Europea, así como una serie de tratados comerciales. Los acuerdos iban a ratificarse en noviembre de 2013 en la Cumbre de la Unión Europea… y de pronto el presidente dio marcha atrás.
Yanukovich, era pro ruso y aliado de Putin, pero la crisis económica de Ucrania era terrible y la adhesión a Europa parecía la solución. Yanukovich asistió a la cumbre de la Unión Europea el 28 y 29 de noviembre de 2013; todo estaba listo para firmar un acuerdo, pero este nunca fue signado, pues Putin ofreció apoyar económicamente a Ucrania si desistía de su acuerdo con Europa. En corto: Putin compró a Yanukovich, y a Ucrania por añadidura, por 15 000 millones de euros. Eso fue por lo que la gente salió a reclamar.
La nueva Guerra Fría
Tanto Europa como Rusia quieren a Ucrania en sus círculos de influencia. Ser miembro de Europa significaría un paso para la también anhelada adhesión a la OTAN, lo cual significaría que habría bases militares de Europa y Estados Unidos junto a Rusia, en Crimea, y seguramente en Sebastopol, donde descansa la flota nuclear rusa. Esto es algo que Putin no puede permitir. Aun así, la posición estratégica de Crimea y Sebastopol no es la única razón del conflicto; lo más importante es la conformación de nuevos bloques antagonistas de poder.
De 1945 a 1991, durante la Guerra Fría, tuvimos un mundo bipolar, regido por dos superpotencias, limitada cada una por la otra. Con la caída soviética en 1991, Estados Unidos se convirtió en potencia única, y bajo el gobierno de Boris Yeltsin la nueva Rusia parecía hundirse en un abismo sin fondo; pero desde que Vladimir Putin tomó el poder, a finales de 1999, su proyecto ha sido recuperar la gloria, la influencia y el territorio soviético.
Han existido varios intentos de continuidad de la URSS en otro formato; al disolverse en 1991, se creó la Comunidad de Estados Independientes, conformada por los mismos países a causa de la total interrelación económica que tenían como herencia soviética. Sin embargo, este organismo nunca prosperó. Así, en mayo de 2001 fue creada la Comunidad Económica Eurasiática, integrada por Rusia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán, como otro intento de restablecer el espacio soviético.
De esta comunidad surgió el proyecto de la Unión Eurasiática, la versión rusa de la Unión Europea, un proyecto de integración económica y política basado en la unión aduanal de Rusia, Bielorrusia y Kazajstán, para comenzar, pero abierto a todos los países de la Comunidad Económica Eurasiática y la Comunidad de Estados Independientes… es decir: lo que fue la Unión Soviética. Putin declaró que se espera consolidar esta Unión en el año 2015; y también señaló que este organismo, para tener sentido y viabilidad, debe incluir forzosamente a Ucrania. Entonces podemos entender el soborno de Putin a Yanukovich para desistir en sus intentos de integrarse a Europa.
Contra el bloque europeo, tan aliado de Estados Unidos y sostén de la OTAN, Putin pretende un nuevo bloque ruso, proyecto que también incluye una alianza militar, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, firmado ya por Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Tayikistán y Uzbekistán. Es decir, la Rusia de Putin no pretende solo reconstruir la Unión Soviética, sino también el Pacto de Varsovia, el que fuera el organismo militar antagónico de la OTAN.
Sería un sueño hecho realidad para Putin el poder integrar a Ucrania en su Unión Euroasiática, pero no la necesita. Necesitaba Crimea, y esa ya la tiene; toda la península, la base de Sebastopol y la flota nuclear están seguras con la independencia de Crimea, sea o no reconocida por el mundo, sea o no incorporada a Rusia.
Ucrania quería ser parte de la Unión Europea y de la OTAN, también lo quería Georgia; pero ambos organismos imponen muchos requisitos para poder ser miembro, y uno de ellos es no tener disputas territoriales, movimientos separatistas o conflictos territoriales pendientes. Eso es justo lo que Putin le obsequió a esos dos países: la imposibilidad de adherirse al bloque antagonista. Rusia reconoció a Osetia y Abjasia desde 2008 y no las ha anexado, probablemente lo mismo pase con Crimea; el simple conflicto deja a Ucrania fuera, a menos, claro, que reconozca la independencia, en cuyo caso dejaría de tener un conflicto territorial… y legitimaría toda la maniobra de Putin.
Independiente o no, reconocida o no, Crimea es hoy parte de Rusia en cuanto a juegos de poder se refiere. Crimea es de Rusia como siempre lo ha sido desde 1783. Ahí comienza Eurasia, el nuevo bloque de poder, el centro de recursos del que vive Europa, y en gran medida China. Un mundo y dos imperios, así fue durante la Guerra Fría y así lo quiere nuevamente Vladimir Putin, el Zar de todas las Rusias.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en Comunicación y maestro en Humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en Filosofía por la Iberoamericana, master en Materialismo Histórico y Teoría Crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en Humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia. Pueden seguirlo en @JMZunzu y en la página www.lacavernadezunzu.com