ERES UN SAPO que merodea en un bosque japonés en busca de un bocadillo. Nadie protestaría si lanzaras tu lengua pegajosa y atraparas aquel escarabajo para engullirlo entero.
Bueno, el escarabajo protestaría. Y esta especie en particular, que por alguna razón olvidaste matar, hará que lamentes tu selección de comida. Sucede que el escarabajo bombardero está equipado con sustancias químicas que te harán vomitar tu bocadillo, ahora cubierto de mucosidad. Y de esa manera, el bicho seguirá felizmente su camino.
Tal es la historia que relata un nuevo artículo, publicado el 7 de febrero en la revista Biology Letters. En todo el mundo hay varias especies de escarabajos bombarderos, pero los investigadores de la Universidad de Kobe, Japón, querían dar un vistazo a los bombarderos que viven en las inmediaciones de su campus. Y el informe que escribieron detalla la mezcla vomitiva de agua hirviente y nocivas quinonas —un grupo de sustancias químicas aromáticas— que estos coleópteros expulsan en el estómago del hambriento anfibio depredador.
El estudio fue tan simple como lo permitió la ciencia. Los investigadores recolectaron escarabajos y sapos, juntaron algunos y observaron qué sucedía. Todos los sapos capturaron escarabajos, pero luego de una explosión audible procedente del interior de los estómagos de los anfibios, uno de cada dos o tres escarabajos logró liberarse.
Los escarabajos permanecieron cautivos durante 15 a 20 minutos. Después de eso, los sapos contrajeron los vientres y vaciaron sus estómagos, con una expresión de asco que recordaba la de un bebé probando las coles de Bruselas por primera vez en su vida. De esa manera, los escarabajos fueron liberados, ilesos. Dos semanas después, casi todos los insectos regurgitados seguían vivos.
Para confirmar que el candente rocío era la causa de esos momentos de “Jonás y la ballena”, los científicos capturaron un segundo lote de escarabajos y los forzaron a utilizar sus armas. Pincharon a los escarabajos con unas pincitas, provocando la liberación instintiva de sus municiones químicas. Y más tarde, cuando los indefensos escarabajos enfrentaron a sus enemigos verrugosos, casi ninguno escapó.
Los investigadores reconocen que su investigación no resultó divertida para los sapos. A fin de reducir el daño para los sujetos, optaron por racionar la comida. “Solo proporcionamos un escarabajo a cada sapo para minimizar los impactos negativos”, informa a Newsweek el coautor, Shinji Sugiura, entomólogo de la Universidad de Kobe. Sugiura señala que los sapos siguieron comiendo presas no tóxicas después de vomitar a los bichos, lo cual indicó que no habían sufrido daños perdurables. Por cierto, liberaron a los sapos después del convite en el laboratorio.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek