La derecha recorre victoriosa el mundo asumiendo importantes posiciones políticas: de Estados Unidos a Brasil, de Italia a Polonia, de Nicaragua a Filipinas o de Tailandia a Turquía, se presenta prepotente con un programa de transformaciones autoritarias y populistas, racistas y xenófobas, deteriorando los derechos constitucionales y restringiendo al máximo los espacios de la democracia. Frente a ella, la izquierda realmente existente se encuentra paralizada y desorientada, sometida a los paradigmas del pasado y sin un proyecto político alternativo. La izquierda que nació en el siglo XVIII como concepción ideológica promotora del cambio y modalidad de acción política para construir la comunidad del futuro, a través de un ambicioso proyecto de transformaciones sociales, económicas y culturales, continúa siendo un ideal por alcanzar.
Frente al ascenso internacional de las derechas, México parece ser la excepción. Observamos dos izquierdas: una en el gobierno y otra en la oposición. La primera de reciente formación, representada por el partido Morena, anuncia su propuesta de la “Cuarta Transformación” impulsando estrategias sectarias, apelando al pueblo bueno y a la democracia directa para impulsar políticas públicas. Justamente hoy anunciará su proyecto de consulta popular para decidir el futuro del nuevo aeropuerto internacional, un ejercicio muy cuestionado ya que solamente abarcará al uno por ciento de los ciudadanos y porque las mesas receptoras del voto serán colocadas en lugares que no son representativos del conjunto social. Por el contrario, su otro gran proyecto denominado el “Tren Maya” dependerá solamente de la voluntad del Presidente Electo, quien afirma que se llevará a cabo “pésele a quien le pese”. Es el uso del carisma del líder que impone su voluntad para decidir lo más conveniente para el desarrollo de la nación.
La segunda izquierda, heredera de lo que en su momento fue el socialismo histórico, actualmente se encuentra reducida a su mínima expresión y se proyecta a través de lo que queda del Partido de la Revolución Democrática el cual —frente a su más grave crisis política— anuncia que llevará a cabo su “renovación” disolviéndose para crear una nueva alternativa que se pondrá a disposición de la sociedad civil, generando así, lo que califican como la “izquierda democrática del siglo XXI”. Sin embargo, esta organización corre el riesgo de renacer gravemente enferma si mantiene sus facciones, su lógica vertical, si no abandona el complejo de haberlo perdido todo y si los cambios son sólo cosméticos. Debe realizar un profundo esfuerzo para sustituir a la izquierda pragmática, anodina y burocrática que produjo durante los últimos lustros, cuando se alejó de los fines que la inspiraron en sus inicios.
En este escenario bipolar, las generaciones adultas observan sus sueños revolucionarios ahogarse en el naufragio de un sistema político caracterizado por partidos sin proyectos ni propuestas, mientras que las generaciones más jóvenes solamente encuentran al final del camino un gran vacío ético y moral. La izquierda mexicana cuenta con un ejército de electores desconcertado y afectado por una profunda crisis de identidad. Justo en el momento actual, cuando ostenta el poder, hereda la pasión por un mundo dividido en bloques: políticos, sociales, culturales y humanos, estableciendo concepciones fundadas en la contraposición permanente entre grupos y fuerzas irreconciliables. Las certidumbres abandonadas no han sido sustituidas por la duda democrática, sino por los rencores y las mutuas recriminaciones políticas.
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