La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) ha ampliado de veinticuatro a 34 el número de carriles para el cruce de vehículos en la garita de San Ysidro, el paso fronterizo terrestre más transitado del mundo. Este esfuerzo tiene como objetivo reducir los tiempos de espera para cruzar a Estados Unidos desde Tijuana, que, en horas pico, pueden alcanzar las cinco horas. Si bien esta expansión ha sido recibida con entusiasmo por los miles de trabajadores, estudiantes y turistas que cruzan diariamente, también plantea la pregunta de si será una solución a largo plazo o simplemente un alivio temporal.
Desde esta perspectiva, la ampliación podría considerarse una respuesta a la congestión en el cruce, pero no necesariamente aborda los problemas estructurales que generan la saturación. Edward Said, en su análisis sobre la frontera como un espacio de control, destacaría que estas expansiones de infraestructura solo abordan las manifestaciones visibles del problema, sin tocar las tensiones más profundas que lo alimentan, como las dinámicas de poder y las disparidades económicas entre ambas naciones. Aunque las 34 filas pueden reducir el tiempo de espera, el control fronterizo sigue siendo un proceso intrínsecamente desigual para los viajeros, especialmente para aquellos que dependen del cruce diario para su trabajo o educación.
A nivel urbano, la expansión de los carriles puede ser vista como un paliativo que no enfrenta el desafío de movilidad de manera integral. Henri Lefebvre, desde su óptica sobre el derecho a la ciudad, subrayaría que las mejoras en la infraestructura deberían ir más allá de la mera eficiencia y considerar los derechos de quienes utilizan estos espacios diariamente. La frontera es más que un punto de cruce; es un espacio de vida para miles de personas que, desde Tijuana, ven en San Diego una fuente de oportunidades laborales y comerciales. Por ello, no basta con aumentar el número de filas; la región necesita un plan de movilidad transfronteriza que integre alternativas de transporte más sostenibles y justas.
El impacto ambiental también es un desafío que debe ser considerado. La cantidad de vehículos que esperan para cruzar genera altos niveles de contaminación en la región, afectando la calidad del aire en Tijuana y San Diego. A través de la visión de David Harvey, en su crítica del urbanismo contemporáneo, podríamos decir que la expansión de carriles refuerza un modelo de crecimiento dependiente del automóvil, con graves consecuencias para el medio ambiente. El aumento de filas puede reducir el tiempo de espera, pero al incentivar el uso de automóviles, también contribuye al deterioro ambiental de la región fronteriza.
Por otro lado, esta expansión puede tener un impacto positivo en el comercio transfronterizo. Para los empresarios locales y los trabajadores que dependen del cruce, una reducción en los tiempos de espera podría significar mayor eficiencia en la entrega de mercancías y un alivio en el transporte de trabajadores entre ambos países. No obstante, las preguntas sobre la sostenibilidad de este modelo persisten. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que estas 34 filas también se saturen, como ocurrió con las anteriores 24? Desde la perspectiva del sociólogo Manuel Castells se destaca que la modernización de la frontera es necesaria, pero insuficiente si no va acompañada de una planificación a largo plazo que considere el crecimiento de la población y el tránsito fronterizo.
En última instancia, mientras los residentes de Tijuana celebran cualquier mejora que reduzca las largas esperas, la expansión de 34 filas no puede resolver de fondo la compleja dinámica que existe en la frontera más transitada del mundo. Lo que se necesita es una visión más integral de la movilidad transfronteriza, que considere no solo la infraestructura, sino también las implicaciones sociales, económicas y ambientales de un cruce que, aunque más amplio, sigue estando condicionado por las políticas de seguridad y las tensiones diplomáticas entre México y Estados Unidos. N