Un elemento central en la política internacional es y ha sido el posicionamiento de los distintos actores que constituyen el sistema global. La jerarquía mundial de cada Estado ha sido determinada por distintos elementos según el momento histórico; no obstante, la imagen que se construye es un elemento clave para la reputación lograda y, en consecuencia, esta repercute en la credibilidad que se logra impactando la atracción de inversiones, turismo y comercio, entre otros rubros.
El prestigio de una nación se construye paulatinamente a partir de la difusión de su propio proyecto, los valores que ostenta y la congruencia que manifiesta en su actuar tanto en el interior de sus fronteras como en sus vínculos en la escena internacional.
La construcción de la imagen de un Estado en las últimas décadas se ha asociado con lo que desde la mercadotecnia se dio por llamar marca país (Country Brand), que se asocia con un valor intangible de reputación y prestigio que impacta los “productos” de un país no solo entendidos como mercancías comerciales, sino productos en un sentido más amplio, a saber, la cultura, el patrimonio histórico, el turismo y hasta el deporte, pasando por sus símbolos, representaciones, festividades, celebraciones e, incluso, su política y gobierno.
La marca país engloba, se quiera o no, todas las manifestaciones, materiales e inmateriales, de un Estado. Tradicionalmente, el posicionamiento de los Estados en el mundo era el resultado de su capacidad de incidir significativamente en los asuntos internacionales gracias a su poder, entendido este como su capacidad militar y económica. Es decir, el llamado poder duro (hard power).
¿Y EL PODER BLANDO?
No obstante, los analistas hace ya algunas décadas han trabajado otra dimensión del poder al que se le ha denominado poder blando (soft power), que contempla medios culturales (arte, cine, gastronomía, literatura, música), ideológicos (ideas políticas, valores democráticos, posiciones en torno a derechos humanos, ecología) y diplomáticos (valores y posiciones expresadas y defendidas en sus relaciones internacionales en ámbitos bilaterales y multilaterales).
Hoy por hoy los países que aspiran a contar con una reputación positiva deben trabajar decididamente en estas dos dimensiones. Sin embargo, el poder blando gana cada vez más terreno, ya que contar con gran capacidad militar para imponerse a otros actores suele ser una estrategia menos efectiva que la de persuadir a otros vía los mecanismos del poder suave.
La lucha por la hegemonía actual exige un estratégico equilibrio entre estas dos dimensiones del poder. Rusia aspira a recuperar su posición de hegemonía, si no global, al menos regional. No obstante, los medios que está utilizando, como la guerra en Ucrania, el apoyo político y militar a regiones separatistas prorrusas, las amenazas contra países que se han sumado a la OTAN como Suecia y Finlandia, e incluso la amenaza de recurrir al uso de armas nucleares, todas estas expresiones del poder duro no hacen sino mostrar que tiene serios límites en la geopolítica actual. Es evidente que no hay un claro proyecto basado en poder blando desde el Kremlin.
‘AMERICAN WAY OF LIFE’
Estados Unidos, por su parte, forjó desde la primera mitad del siglo XX, y lo consolidó a lo largo de la Guerra Fría, un proyecto hegemónico que no solo atrajo al mundo occidental, sino persuadió a muchos países del ex bloque soviético. La exportación del modelo de vida estadounidense (american way of life), fincado en los valores de la democracia, el mercado y la libertad fue un imán altamente atrayente.
No obstante, cuando las premisas del modelo estadounidense no eran acatadas, entonces se recurría a los tradicionales mecanismos del poder duro para “convencer a los adversarios”, ya fuese por la vía del condicionamiento económico, recuérdese como ejemplo la Alianza para el Progreso en América Latina, y otros planes económicos de “ayuda”.
Sin embargo, si estos medios económicos no surtían efecto, entonces el recurso a la guerra, las intervenciones directas o indirectas estuvieron a la orden del día. Washington ha mostrado un gran pragmatismo en la gestión de las dos dimensiones del poder tal y como Theodor Roosevelt lo hiciera con su política del “gran garrote y la zanahoria”.
La lucha hegemónica hoy se disputa entre Estados Unidos, Rusia y China, quien ha entendido muy bien la lógica del “ying-yang” entre poder duro y poder blando.
CHINA, UN ESTADO PUJANTE
China avanza sólidamente en su posicionamiento global con una capacidad militar que incluye armamento nuclear suficiente para reclamar un asiento privilegiado en el concierto de las naciones hegemónicas. Además, este se sustenta con un crecimiento y desarrollo económico espectacular que ya suma más de cuatro décadas y cuya presencia rebasa la región de Asia y alcanza a continentes como América Latina y África.
Y no solo el poder duro da sustento a China: su hábil manejo del poder blando le está dando importantes resultados. La diplomacia del pimpón, la diplomacia del panda, la nueva ruta de la seda, los institutos Confucio, el ser sede de distintas justas internacionales y, sobre todo, el lugar que ocupan muchas de sus universidades en los ránkings globales nos dan claras señales de que la hegemonía china no tardará en consolidarse, ya que su reputación e imagen forjan una sólida marca país. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.