Este miércoles 11 de mayo, el estado de Arizona, Estados Unidos, procedió con la ejecución de Clarence Wayne Dixon pese a las objeciones en torno a su condición mental.
Encausado por el asesinato de Deana Bowdoin, estudiante de la Universidad Estatal de Arizona, el recluso de 66 años fue condenado a muerte en 2008. A pesar de los esfuerzos de su equipo legal para revocar la sentencia, alegando que Clarence Dixon padecía de esquizofrenia paranoide (discapacidad mental que dispensa de la pena capital), la Corte Suprema de aquel estado revocó la apelación en abril pasado.
Este 11 de mayo, hacia las 10:00 horas, a Clarence Dixon lo ejecutaron con una inyección letal de pentobarbital, fármaco utilizado en los últimos años tanto en el nivel local como en el federal.
Su muerte se convierte así en la primera ejecución practicada en Arizona desde 2014, año en que dicha entidad federal llevó a cabo el desmañado ajusticiamiento de Joseph Wood.
Según el Departamento de Correccionales de Arizona, la última comida de Clarence Dixon consistió en pollo frito, helado de fresa y una botella de agua.
¿ÉTICA EN LA PENA CAPITAL?
Como era de esperarse, la ejecución resonó con fuerza entre quienes cuestionan la ética de la pena capital para individuos con problemas de salud mental. USA Today informó que, la noche previa a la ejecución, dos grupos de activistas organizaron vigilias por el condenado.
En su apelación, los representantes legales de Clarence Dixon arguyeron que, además de padecer de ceguera y alucinaciones, el reo había recibido el diagnóstico de esquizofrenia paranoide, enfermedad que vuelve improcedente la pena capital.
Al respecto, la revista digital Slate informó que un especialista hizo una evaluación mental previa y concluyó que, de no haber padecido el trastorno, Clarence Dixon no habría cometido los brutales actos que ameritaron la condena a muerte.
Durante el último proceso judicial, la fiscalía argumentó que Bowdoin, estudiante de 21 años, fue violada, estrangulada y apuñalada en su apartamento en enero de 1978, cuando Dixon vivía en Tempe, Arizona, justo enfrente del edificio de la víctima.
Sin embargo, no fue sino hasta 2001 que las autoridades pudieron vincularlo con el asesinato de la joven.
UN GIRO A LA INVESTIGACIÓN
Aquel año, mientras Clarence Dixon purgaba la sentencia de cadena perpetua impuesta en 1986 por agresión sexual, un detective consultó una base de datos nacional y cotejó el ADN obtenido en el caso de Bowdoin.
El agente identificó el perfil de Dixon quien, en 2002, volvió a comparecer ante la Corte por el delito de asesinato. Fue condenado a muerte en 2008.
Según información previa de Newsweek, Sandra Day O’Connor —entonces jueza de la Corte Suprema del Condado de Maricopa, y posterior jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos— dictaminó que Clarence Dixon era inocente del ataque que sufriera otra mujer días antes del asesinato de Bowdoin. Por ello, el acusado recibió el alta de un hospital estatal sin supervisión ni recursos de salud mental.
En una declaración a la prensa, Dale Baich, abogado de Dixon, afirmó que la sentencia de muerte era un intento del Estado para “esquivar la responsabilidad” de no haber protegido a Dixon de “los horribles abusos y el abandono que sufrió en la infancia”; por la incapacidad de las autoridades para realizar una investigación a fondo; y por no supervisar al condenado después de hallarlo “inocente por motivos de locura”.
Newsweek solicitó comentarios de la Corte Suprema de Arizona, pero no recibió respuesta al momento de esta publicación.
LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE CLARENCE DIXON
Clarence Dixon reprendió al personal médico en sus últimos momentos antes de que fuera sometido a la pena capital. Dixon, de 66 años, ciego y de salud muy deteriorada, murió por inyección letal en la prisión estatal de Florence.
“La Corte Suprema de Arizona debería seguir las leyes”, dijo Dixon, de acuerdo con Frank Strada, subdirector del Departamento de Correcciones, Rehabilitación y Reingreso de Arizona.
“Me negaron mis apelaciones y peticiones para cambiar el resultado de este juicio. Proclamo y siempre proclamaré la inocencia. Ahora, hagamos esto sh**”.
Dixon hizo varios comentarios e insultó al equipo médico. Y se burló de su juramento hipocrático diciendo que “adoraban a la muerte”, según Troy Hayden, testigo de Fox News.
Mientras el personal médico de la prisión ponía una vía intravenosa en el muslo de Clarence Dixon, este dijo: “Esto es muy divertido, tratando de ser lo más minucioso posible mientras intentas matarme”.
Según Hayden y la AP, el equipo médico tuvo dificultades para encontrar una vena para administrar los medicamentos letales en el cuerpo de Dixon. Tardaron unos 25 minutos en hacerlo, primero probaron en sus brazos antes de hacer una incisión en la zona de la ingle.
Dixon pareció perder el conocimiento unos minutos después de que se le inyectara. Según la AP, su boca se mantuvo abierta y su cuerpo no se movió después de recibir las drogas. La ejecución se declaró concretada unos 10 minutos más tarde. N
(Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek)