Umberto Eco, es sin duda, uno de los autores más leídos de los últimos tiempos. De la palabra hizo una cartografía de la que depende el mundo de siempre, especialmente el de hoy. Un humanista fortalecido por las artes y la cultura, sobre todo, la europea. En sus empeños nos muestra la necesidad humana y social de ingresar a la cultura como gran remedio para curar los males de los excesos, descuidos, irracionalidades, soberbias… No le falta razón, en el cruce de las avenidas que nos hereda se encuentran narrativas, convergen literaturas, confluyen las artes, discrepan las teorías, se crean bandas sonoras de abanicos musicales, los conflictos se saturan de voces… la equivocidad juega a los semáforos para hacer altos y sigas, muestra la prudencia de la esperanza. Sobre los polígonos danzan tribus y comunidades, se manifiestan como puentes que unen a la humanidad. La palabra comunica a las culturas, no importa la diversidad de lenguas. El concepto sobre el que se testa la herencia noble de Eco es la identidad, por una razón simple, es la identidad la que logrará reencontrar la comunicación. La identidad es esa cartografía que Eco revisa y señala como la cultura del futuro.
En su libro “De la estupidez a la locura” revisa estas consideraciones y más. Señala: “Cuando yo era joven, había una diferencia importante entre ser famoso y estar en boca de todos. Muchos querían ser famosos por ser el mejor deportista o bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta… en el futuro esta diferencia ya no existirá: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo.”
Teniendo como madeja la palabra, Eco teje, hilvana y deshila, una manera personal de representar la realidad. La encuentra en cada vértice de la cartografía de la cultura, en cada uno de sus polígonos, en cada cruce de avenidas y calles capta la complejidad de los discursos, todos aportan riqueza, lo que sustenta el conocimiento. En el texto en comento, un acumulado de 15 años de artículos puesto a examen público, el autor analiza un dilema relacionado con la ruptura del contrato social. El mundo fue lento en sus construcciones culturales cuyas normas ya no encuentran aplicación, y, por otro lado, es rápido ahora, el instante es su espíritu, empero las normas aún no se escriben, no hay guía que oriente las conductas. Hasta ahora pocos faros nos determinan las llegadas, una de ella el “gran hermano” al que debemos seguir examinando críticamente a ese ojo vigilante para encontrar respuestas.
Umberto eco, se detiene en la llamada “modernidad líquida”, aportación de Zygmunt Bauman, la falta de valores compartidos en colectivo e individualmente, “al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez”. Las costumbres que engalanaban a la moral han ideo desapareciendo. La vida determinada por la transición indiscriminada de imágenes teniendo como referencia el espectáculo y el escándalo cuyo recipiente ya se derrama; vivir este estado fluido da escenografía a la nueva vida, pero el teatro muestra por vía de la cultura múltiples salidas posibles. Cuando Eco revisa la realidad lo hace con el birrete del sabio, no es imperativo ni regaña en tono pedante, por el contrario, con humildad contribuye a la creación de una nueva pedagogía, además que en el cálculo de sus palabras enriquece el lenguaje, imaginaciones, rutas alternativas para la cultura que se modifica a cada instante. Este libro prueba lo que afirmo, sugiere la experiencia de la lectura. Esa es la avenida que cruza las curvas de nivel de cada persona, de cada sociedad, de las culturas; un crucero para vivir la cultura de la velocidad de la luz, las áreas desconocidas se muestran a 300,000 kilómetros por segundo, reitera con autoridad, que “cero y uno” constituyen hoy una realidad que rompe la intimidad de todo.
Otro polígono del libro nos muestra las reiteraciones de los comportamientos de una novedad ya instalada por muchos años, el deseo de “salir en la foto”, o mostrar el instante que se vive, el Twitter es pizarra y estrado de opiniones irrelevantes, cursis, desaseadas… la falta de una pedagogía pública de la transmisión de la imagen empodera la ignorancia de las masas. No pocos siguen creyendo “que el Papanicolaou tiene casulla y anillo papal, que es un santo”; muchos están convencidos “que Robin Hood llegó en la carabela santa María”, que “Margarita Masa fue esposa de Porfirio Díaz…”.
Temas, personajes, acontecimientos, rostros culturales, consecuencias…, son trazos de esa cartografía que nos muestra. Un avance pedagógico es que la palabra sostiene al mundo, entonces la solución está en que la palabra actualice su cartografía, ¡es urgente!