Por primera vez, después de 14 años decidí contar mi historia, a pesar de que nadie me la estuviera pidiendo llegó a mí la realización de tener que no sólo sacarlo de mi sistema y compartirlo sino también denunciarlo. Y es que al nombrar las cosas se les da el peso y el poder que realmente tienen y ya estaba cansada de callar.
Lo compartí por escrito en una red social muy popular aunque mi perfil no lo sea tanto, conté la historia de una traición, tanto de quien yo consideraba un amigo como de mi misma por sentir todos estos años que había sido yo la culpable; la que había hecho las cosas mal.
Cuando mencioné lo sucedido en terapia hace unos meses fue cuando me di cuenta de lo mucho que me había afectado lo ocurrido. No sólo se había tratado de un abuso absoluto a mi confianza sino también a mi cuerpo, a mi seguridad física y a mis deseos. Tocar a una persona inconsciente que obviamente no opone resistencia, en ningún momento es participar en una relación consensuada, sin importar el precedente a esto; es una violación.
Al denunciar públicamente me sorprendí más por los mensajes de solidaridad y apoyo que por los ataques tanto de hombres como de mujeres defendiéndolo a capa y espada, convirtiendo al perpetrador en víctima como si levantar la voz hubiera sido un arrebato sólo por haber tardado en ser capaz de hacerlo.
Lo que más me dolió fue escuchar y leer de muchas otras personas que habían pasado por lo mismo y tampoco habían dicho nada, hasta ahora. El poder de nuestra voz es ponerle nombre y apellido a quiénes no han tenido que hacerse responsables de sus agresiones porque la víctima lleva cargando con la culpa por años, la capacidad de nombrar las cosas como en realidad fueron: violación, abuso sexual, acoso y/o hostigamiento nos regresa la capacidad de hacernos cargo de aquello que si es nuestro, que si podemos transformar, y claro que de perseguir y denunciar a quienes siguen como si nada siendo victimarios en un sistema que les regala impunidad. Y es que es bien sabido que, la violencia es aliada del silencio.
He leído sobre los lenguajes del amor que se dividen según algunas teorías entre cinco y hasta ocho, podría parecer que engloban las maneras más generales que de forma colectiva utilizamos para demostrar afecto. No sé exactamente como clasifique entre los que tengo ubicados: palabras de afirmación, contacto físico, actitud de servicio, detalles y tiempo de calidad pero para mí un lenguaje del amor universal es no guardar silencio, levantar la voz; a pesar del miedo o de la vergüenza. No quedarse callada ante un abuso o una situación de violencia es esencial aunque no por esto fácil.
Hoy, por primera vez después de 14 años ya no me siento sola, agradezco tanto a la gente cercana como a toda aquella que se ha convertido aunque se a través de un monitor en mi amiga o aliada. Hoy en día es un privilegio poder contar con manos que tomar y hombros en los cuales recargarme. Gracias por ese amor que me dan y del que tanto me había costado sentirme merecedora. Ojalá que nunca tengan que pasar por esto pero si lo hacen sepan bien que no están solas y que juntas nuestras voces son más potentes.
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