Son días de fiesta, de celebración de la Independencia mexicana. El 15 de septiembre por la noche se da el grito y el 16 hay un desfile militar.
La fiesta, como debe ser, es muy a la mexicana. No solo por las viandas y el vestuario, sino también por nuestra forma de interpretar los hechos históricos. Los invito a recorrer algunos.
Comencemos por el célebre Grito de Dolores, que no se dio el 15 de septiembre. Las fuentes históricas coinciden en que el grito se dio el día 16; algunos dicen que a las 2 y, otros, que a las 5 de la mañana.
El protocolo con el que se celebra el grito el día 15 nos lo heredó Porfirio Díaz cuando era presidente. Su cumpleaños caía el 15 de septiembre y al bueno de don Porfirio le pareció que adelantar unas cuantas horas la ceremonia del grito le caía de perlas para celebrar su cumpleaños y la Independencia a un tiempo, dando la idea de que el día de su cumpleaños era la fiesta nacional por excelencia. Esto a nosotros nos cayó también de perlas, pues lo celebramos a la mexicana, no en uno, sino en dos días.
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Las causas que iniciaron el movimiento aquel 16 de septiembre de 1810 y que culminó 11 años después, el 28 de septiembre de 1821, son materia que también vale la pena repasar.
La historia es más o menos así: España estaba sojuzgada por Francia y Napoleón Bonaparte había obligado a Carlos IV y a su hijo Fernando VII a abdicar sus derechos al trono en favor de Napoleón, quien luego cedió estos derechos a su hermano José Bonaparte. Este episodio histórico se conoce como Los Tratados de Bayona.
Con este arreglo, la Nueva España —que desde hacía años sufría la sangría de sus arcas, pues España exigía carretadas de dinero para financiar las guerras francesas— se vio en una encrucijada: reconocer al monarca usurpador o rebelarse a la usurpación del trono español por los franceses.
Los conservadores estaban por reconocer los tratados de Bayona, los criollos y los mestizos mexicanos estaban hartos de la voracidad económica de los franceses, que a través de España habían hecho de la economía nacional un crucigrama, y se inclinaban por rebelarse a José Bonaparte.
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Se formaron varios grupos descontentos, uno de ellos estaba en Querétaro, en el conspiraban, entre otros: el corregidor Miguel Domínguez y su esposa, la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez; el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla; los militares Juan Aldama, Ignacio Allende, Francisco Lanzagorta y Joaquín Arias; y los hermanos Epigmenio y Emeterio González, que eran los encargados de proveer armas.
Había muchos grupos que se reunían con el mismo fin, pero el capitán Joaquín Arias, sabiendo que la conspiración estaba a punto de ser descubierta, se entregó al alcalde Juan Ochoa y descubrió a sus compañeros. Esto obligó a Miguel Hidalgo a dirigirse a su parroquia en Dolores, tocar las campanas a vuelo y dar el famoso grito.
De este hecho hay poca documentación como para hacer un relato fidedigno. Lo que sabemos es que se reunió el pueblo, que el cura tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe y con seguridad gritó: ¡Viva la Virgen de Guadalupe! y ¡Viva Fernando VII! junto con varios muera al mal gobierno.
De modo que nuestra guerra de Independencia se inicia como apoyo a la guerra de resistencia española contra los invasores franceses.
Es hasta 1812, en la segunda campaña insurgente, que la guerra de resistencia francesa se convierte en la guerra para la Independencia de México del dominio español.
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José María Morelos, durante el sitio de Cuautla, lanza la siguiente proclama:
“Nosotros hemos jurado sacrificar nuestras vidas y haciendas en defensa de nuestra religión santa y de nuestra patria. Ya no hay España, porque el francés se ha apoderado de ella. Ya no hay Fernando VII porque, o él se quiso ir a su casa de Borbón en Francia y entonces no estamos obligados a reconocerlo por rey, o lo llevaron a la fuerza, y entonces ya no existe. Y aunque estuviera, a un reino conquistado le es lícito reconquistarse y a un reino obediente le es lícito no reconocer a su rey, cuando es gravoso en sus leyes que resultan insoportables, como las que de día en día nos iban recargando en este reino los malditos gachupines. Os diré por último que nuestras armas están pujantes y la América se ha de poner libre, queráis o no queráis vosotros”.
Morelos fue capturado en 1815. A estas alturas el movimiento insurgente ha encontrado eco en toda la nación. El México independiente es solo cuestión de tiempo y esto es evidente hasta para los generales realistas, a tal grado que Agustín de Iturbide, después de la derrota de El Cóporo, dice que se puede lograr la independencia mediante un pacto entre las tropas del rey y los insurgentes, aunque resbala la idea de “exterminar a los insurgentes”, pues no tienen disciplina y luego establecer el orden.
Poco tardó Iturbide en aceptar la realidad y obrar política y militarmente para consumar la independencia en un acta que dice que nacimos siendo imperio, no república, y que se firmó el 28 de septiembre de 1821.
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De tal forma, en México:
La guerra de Independencia mexicana no comenzó como tal, sino como una guerra de resistencia a la invasión de España por las tropas francesas.
Es con José María Morelos con quien la guerra de resistencia española se transforma en la guerra de independencia mexicana.
La Independencia es consumada por Agustín de Iturbide, un soldado realista que decide reconciliar a las fuerzas insurgentes y realistas retomando el camino de la paz y en el sendero renuncia a la idea de exterminar a los insurgentes por desordenados.
La nación mexicana nace como un imperio y no como una república, y nosotros celebramos la Independencia el día de su inicio, mientras que otros países la celebran el día de su consumación.
Todo esto es parte de nuestro peculiar estilo de hacer las cosas: ¡a la mexicana! Y por eso, antes que nada…
¡Viva México!
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El autor es ingeniero, físico e historiador. Su vida profesional abarca la industria, la docencia y los medios de comunicación. Ha sido guionista, conductor y productor de programas educativos de la televisión cultural.