Lo dijo Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara, Jal,… “no hay querella de generaciones, hay jóvenes viejos y viejos jóvenes…”, hoy hemos olvidado a los viejos y jubilamos precozmente a los jóvenes. La modernidad, posmodernidad y virtualidad nos han enfrascado en un debate de generaciones, pero no en el sentido del diálogo sino de imperativos. Infancia, madurez, adultez, abuelidad, a mi juicio, atienden un debate sin disputa. La universidad, en plural, se ha dedicado a la juventud sin sentido universal, a formarla en función de requerimientos del mercado laboral, en ese sentido, es la propia Universidad quien pone las exequias de profesiones y jubilación de impulsos humanos. La Universidad poco piensa en la formación de profesionales mayores a 30 años, menos en una abuelidad preparada para el servicio de necesidades, convivencias y mercado, “cerillito-abuelo de supermercado” no es la solución, es el problema, una manera irónica y pordiosera de mostrar la tercera edad como inservible. Las generaciones han sostenido diálogos entre coetáneos y contemporáneos, cada una de conformidad a los niveles de la comunicación cultural e histórico. Las generaciones deben coincidir con otras generaciones, que se crucen, discutan, que sugieran las mudanzas más sentidas, que se anticipen a los cambios que anuncian retóricamente los políticos.
En el epicentro de lo social está la vida democrática, la que permite el ejercicio de la libertad; genera una cultura del Derecho, un entramado de normas que permiten el equilibrio personal y colectivo, produce un ejercicio de ciudadanía mediante las reglas del juego democrático, funda perfeccionamiento y humanismo. El Derecho es un discurso crítico sustentado en carácter, “éthos”. Las ordenaciones jurídicas positivas del discurso estatutario comparte la vida con el discurso comunicativo, ambos dotan de equilibrio la vida colectiva. El Derecho como producto cultural ejercita una brújula para los comportamientos, inspira las virtudes abogadas en valores. Derecho y Cultura son un matrimonio adecuado en el desarrollo de la sociedad. Nos resistimos a dar crédito a los méritos del Derecho, a su partitura de prácticas y conductas, personales, grupales, de pueblos y naciones. Cultura y Derecho son alma de la Patria. Por el bien de la Patria precisamente debemos superar un derecho inhibitorio del cambio social. La sociedad hoy muda a la velocidad de la luz, la virtualidad supera viejos atavismos, religiosos, científicos, filosóficos, técnicos…, es preciso aprovechar esta “cresta de la ola” para actualizar insistentemente buenas leyes, saltar de las interpretaciones añejas, que son positivas, pero que ya no garantizan convivencia solidaria ni equilibrio.
El juez civil para este matrimonio, Cultura y Derecho, es la universidad, es en ese espacio donde se requiere una nueva interpretación del saber generacional, ahí están las herramientas para el diálogo que demandan las nuevas realidades. La sociedad, hoy más que nuca, demanda pueblos que se acoplen a los retos de la vida ciudadana, exige un inextinguible amor por la Patria, que no se quede anclado en ideologías egoístas, chapuceras, simuladoras, precisamente porque el equilibrio de deberes y derechos es la cartografía cultural que necesitamos. Requerimos un pueblo que “en su sabiduría” sea apto para abonar a lo comunitario, masas y público, proactivos, deliberativos, críticos, participativos, en una ruta plural que no se deje engañar por el discurso político; la vida democrática, es del pueblo, el error cometido es dejarle la política a los políticos, la historia nos dice que han fracasado, con honrosas excepciones. El pueblo formado, directa e indirectamente, por universidades es capaz de transformar verdaderamente la realidad mediante la pedagogía de los sueños, de la utopía, del proyecto, de la perspectiva. Un pueblo así no se da en invernadero, no nace, es menester educarlo, instruirlo, culturizarlo en el ejercicio pleno de sus libertades, derechos y obligaciones.
Para eso está la universidad, el espacio ideal en todos sus nuevos ángulos académicos. Empero, es urgente imaginar la pedagogía del siglo XXI, la didáctica de la velocidad de la luz, que los 300,000 kilómetros por segundo sean capaces de crear un nuevo mundo en que la política se someta a los consensos de la deliberación colectiva. La Universidad sostenida en el “currículo” de una nueva era: la cordialidad, única forma de vigorizar la vida democrática. Urge una Universidad que forme la educación temprana, básica, media, superior, post superior, per que además, esencialmente, forme fuera de las aulas, que tenga una clara cosmovisión del futuro, ese futuro que inicia en este instante, con Facultades comprometidas con la familia. Esta responsabilidad no se lo hemos exigido a la universidad, un encargo que forme a los grupos etarios en sus capacidades, sus empeños, sus impulsos…, para aportar soluciones y virtudes a la vida colectiva. La Universidad es matraz de la democracia. Es una herejía académica pretender que el “campus” esterilice las aulas, no son la “Santa Inquisición” política. La Universidad no pone condición al pensamiento ni al debate.