La renuncia de Carlos Urzúa a la titularidad de la Secretaría de Hacienda ha generado numerosos debates por todo lo que implica en términos de política, y de política pública para el país.
En ese sentido, es interesante leer el segundo párrafo de la carta de renuncia del ex Secretario: “Discrepancias en materia económica hubo muchas. Algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin sustento”.
Ante la renuncia del doctor Carlos Urzúa, el Presidente de la República ha sostenido que “a veces no se comprende el cambio” que se trata de un auténtico “cambio de régimen”; y ha agregado, palabras más o palabras menos, que cuando le presentaron el Plan Nacional de Desarrollo (PND), es como si lo hubiesen escrito Carstens o Meade; y que en ese proyecto no se notaba el cambio que él propone.
Frente a lo anterior, es evidente que se trata de dos personas que no sólo hablan de forma radicalmente distinta, sino que son dos personas que piensan de manera radicalmente opuesta.
La palabra técnica tiene su origen en el vocablo griego τέχνη, que designaba un “saber hacer algo”, pero en el sentido de “saber cómo es que se puede hacer ese algo”. Esta forma de conocimiento lleva necesariamente, se pensaba en la antigüedad, a una acción eficaz.
El presidente López Obrador tiene la genuina y legítima convicción de que se debe dejar atrás al neoliberalismo como ideología del poder, y a la tecnocracia como su brazo ejecutor. Y tiene razón. En lo que parece estar equivocándose es en la implementación de la enorme transformación que lo anterior implica.
En efecto, el Ejecutivo ha sostenido en distintos espacios que es su convicción que se debe crecer económicamente con el propósito de distribuir; y al mismo tiempo, que se debe distribuir equitativamente la riqueza para poder crecer. Se trata de una fórmula de la CEPAL, y que en México ha sido profundizada y “aterrizada” en más de 100 propuestas específicas por el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM y también por el PUED-UNAM.
Carlos Urzúa tiene razón cuando sostiene que no pueden tomarse decisiones de política pública sin evidencia suficiente. Pero, entonces: ¿cómo romper con el círculo neoliberalismo-técnica-tecnocracia? Esto es un falso dilema, porque no es un asunto de cuáles fórmulas o métodos de cálculo se utilizan, sino las perspectivas teóricas y políticas desde las que se diseña el Gobierno.
Por ejemplo: si se pretendía que el PND respondiese integralmente al mandato constitucional, debió haberse articulado con base en al menos los siguientes elementos irreductibles: perspectiva de derechos humanos como eje rector; y perspectiva de género, perspectiva de derechos de la niñez, y perspectiva de no discriminación y derecho a la igualdad, como ejes transversales.
Así, parece que el Presidente cree que todo conocimiento técnico es, por definición, tecnocrático; y tiene la firme convicción de que es con base en la “intuición y la orientación popular”, como se deben sustentar sus decisiones. Habría que recordar por ello, como lo sostendría Nietzsche, que “las convicciones son prisiones”; que sin técnica no hay diseño eficaz de gobierno; y que, sin ética, la técnica puede guiarnos a decisiones aberrantes.
El presidente tiene el mandato de transformar a México; y por ello su autoridad política debe controlar y poner límites al diseño técnico del gobierno; ¿quiénes deben acompañarlo en esa compleja tarea de aquí al término de su gobierno?
Esta es una decisión que debe tomar muy rápido, pues es claro que este Gabinete que tiene no alcanza para reconstruir al país; y es claro que requiere de técnicos del más alto nivel, que traduzcan a la práctica lo que las y los políticos de mayor probidad ética pueden proponer como resultado de un diálogo democrático nacional de consensos para el bienestar.
En ello se juega el futuro de su mandato y la posibilidad de un México con justicia y dignidad para todos.
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