Tras un año intenso en el que puso en escena Straight e hizo La casa de las flores y Perfectos desconocidos, el guionista y director de cine mexicano hace una pausa para reflexionar sobre su carrera artística y las temáticas que lo mueven a crear.
CINCO DÍAS habían transcurrido del estreno de La casa de las flores cuando su creador, Manolo Caro, y su equipo recibieron la noticia de que la serie “había sido un madrazo a nivel mundial”. Así lo refiere el propio Caro, quien recuerda que cuando se planteaba llevar adelante este proyecto, mucha gente, incluso varios amigos, le sugirieron no meterse en “esos temas”
¿Para qué te arriesgas por esto?, le cuestionaron. Con su habitual desenfado, el guionista y director de cine mexicano les reviró: porque “nada es tan importante como parece; enamorarte de la persona indicada, tu preferencia sexual o tu manera de salir adelante profesionalmente es algo muy personal. Hay que reírnos de las cosas que nosotros mismos hemos normalizado”.
La comedia negra que en agosto pasado arribó a la plataforma streaming de Netflix gira en torno a los secretos y las mentiras de una estrambótica familia de la clase alta mexicana que por guardar las apariencias y preservar su estatus socioeconómico es capaz de hacer cosas insospechadas. Incluso apostar por recrearse desde sus claroscuros y contradicciones.
Con el característico tono hilarante de Manolo Caro, La casa de las flores aborda temáticas como el suicidio, las relaciones paralelas, el racismo, la bisexualidad y el uso de drogas recreativas o ansiolíticos. “Nos han llenado de prejuicios y nos han querido decir siempre cómo nos tenemos que comportar. Hay temas que a la sociedad parece que le hacen más daño que al que lo está viviendo”.
Y su propuesta estética le ha valido lo mismo elogios que críticas. “La gente cree que yo estoy peleado con que se me denomine un director pop y, al contrario, siento que el pop ha sido un género que nos ha dado tanto y que se ha devaluado porque creemos que es un género menor, como la comedia”.
En sus obras teatrales y cinematográficas, Manolo Caro (34 años) no cesa en proponernos reflexionar sobre temas que han sido una constante preocupación a lo largo de sus obras, como “la doble moral, que mucha gente trunca sus sueños y le da vuelta a la página o no arriesga por (intentar) encajar en una sociedad… en un sistema”.
Tras el boom de La casa de las flores vino el boom de Perfectos desconocidos: Manolo Caro aceptó hacer la versión mexicana de Perfetti Sconosciuti —la cinta dirigida por Paolo Genovese que triunfó en Italia en 2016 y, un año después, en España bajo la dirección de Álex de la Iglesia—. Anteriormente, con su filme No sé si cortarme las venas o dejármelas largas (2013),Caro logró poco más de un millón de espectadores. En la actualidad, con su remake de Perfectos desconocidos va “en 2 millones 300,000 espectadores y seguimos en cartelera”, refiere emocionado.
Es por todo esto que más personas en México, Latinoamérica e incluso Europa se preguntan quién es este cineasta originario de Guadalajara, Jalisco. A la espera de la próxima temporada de La casa de las flores, le escriben “de Francia, de Italia, de Alemania, y sé que es por la serie, y que por la serie han descubierto mi filmografía”. Esta es la charla que recientemente Newsweek México sostuvo con Manolo Caro.
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Tenía 17 años y los sentimientos encontrados. Era muy feliz porque arrancaba su etapa universitaria, pero al mismo tiempo se sentía atrapado por vivir en una ciudad donde lo que quería hacer no tenía futuro. “Suena cursi —dice Manolo Caro—, pero tenía muchísimas ilusiones, muchísima hambre, muchísima necesidad de encontrarme como persona… es una etapa donde uno está muy confundido”.
Su familia, compuesta por muchos integrantes, hermanos y medios hermanos, había migrado del norte de México a la capital de Jalisco. Por esa razón, estaban muy unidos. “Yo nunca fui de apariencias —comenta—; no sé por qué me gusta tanto hablar de la doble moral y de las apariencias en mis proyectos, pero mi familia siempre ha sido muy honesta, como buena familia del norte era muy abierta, no había esta cosa como de intentar aparentar o intentar venderte como algo que no eres. Pero al vivir en Guadalajara, ahora que lo veo hacia atrás, siento que nunca estuve satisfecho estando ahí”.
—¿Considerabas que era una sociedad cerrada?
—No quiero sonar malagradecido porque le tengo muchísimo cariño a Guadalajara… pero la sociedad es difícil. Aunque soy de ahí y crecí ahí, siempre supe que estaba de paso.
Al concluir la preparatoria, Manolo se fue a vivir a Sídney para perfeccionar el inglés, trabajar y ver qué quería estudiar. En Sídney reparó en que deseaba ser arquitecto.
—¿Por qué elegiste arquitectura?
—Por miedoso. Fue esa etapa de los 17 años donde te cuestionas: ¿si pongo toda la carne al asador en el mundo del cine, del entretenimiento, y las cosas no salen bien?
En Sídney, el joven se sintió muy atraído por la arquitectura, y aunque tenía claro que no quería ejercer esa profesión, se abocó a entenderla a profundidad. Empezó a conocer de arquitectos que le llamaban la atención, como Zaha Hadid y Jean Nouvel.
“Ahora doy muchísimas gracias a la vida por haber estudiado arquitectura —confiesa— porque, uno, si no hubiera estudiado arquitectura habría estudiado comunicación, y creo que la comunicación no te acerca a ser cineasta, es un error que existe, y dos, porque siento que el haber estudiado el espacio, los colores, el cómo habitar, el cómo moverte, el cómo ser un ser de transición en un lugar y cómo generarlo, me ayudó muchísimo más a lo que hago ahora”.
—En tus obras se va observando que consolidas una propuesta estética muy personal…
—Siempre me ha fascinado la estética, me encanta, me parece alucinante, me mueve mucho, me mueven mucho los colores, los espacios, y lo he sabido plasmar de una u otra forma. Hay mucha gente que lo ha criticado porque dice: ¿en dónde suceden estas historias, en qué México sucede, en qué país de Latinoamérica, en qué mundo universo conviven estos personajes? Creo que al final, cuando pasen los años, veremos que todos convivieron en el mismo universo, uno que aterricé debido a mis estudios y a mi fascinación por la estética.
—Esas estampas idílicas denotan un cariño profundo por México.
—Sí, qué padre que lo comentes. Amor de mis amores se filmó entre Madrid y México y quería que tuvieran la misma belleza al retratarse. En el cuarto de edición veías cómo brincábamos entre países, pues los dos tienen estos edificios hermosos, estas calles. La prensa en España me decía: qué bonito estás retratando México, qué amor debes tener por tu país…
Sin embargo, agrega, “también apoyo que se retrate al México sórdido, también apoyo el documental, que no es mi género, pero tengo amigos muy cercanos, como David Pablos, que hizo Las elegidas en el norte del país y retrata un México un poco más sórdido, profundo, fuerte. A mí me toca el otro México y no estoy peleado con eso”.
En este punto, Manolo Caro precisa: “La gente cree que yo estoy peleado con que se me denomine un director pop y, al contrario, siento que el pop ha sido un género que nos ha dado tanto y que se ha devaluado porque creemos que es un género menor, como la comedia. Yo he navegado en los mundos más devaluados de la industria y que son terriblemente etiquetados porque hacer comedia es muy difícil; y hacer pop requiere de una estética, un gusto y una manera de llegar a la masa, porque el pop también está muy relacionado con lo mediático, con lo masivo, y se tiene que trabajar de una muy buena forma”.
—¿En tu paso al mundo de la publicidad entendiste eso que un personaje de tus primeros cortometrajes asegura: “El mejor amigo del hombre no es un perro sino un buen publirrelacionista que te sepa llevar a las mejores fiestas”?
—Bueno —ríe—, no sé, no sé…
—¿Lo tuviste al menos claro?
—No así de claro. Me hubiera encantado, porque habría elegido a qué cosas asistir y en qué mundo convivir. Haciendo publicidad fui muy infeliz, te lo tengo que confesar, la pasé muy mal.
—¿Por qué?
—Casi siempre los clientes truncan la creatividad por una cosa de no arriesgar, y eso va en contra de lo que yo he querido hacer con mi carrera. Yo, en mi carrera, en el riesgo he encontrado el mayor de mis éxitos.
En este punto, Caro menciona que, como creador de La casa de las flores, Netflix le dio completa libertad de hacer lo que quisiera. “En el set se me ocurrían más cosas hilarantes, me di cuenta de que no tenía miedo a que nadie viera el proyecto. Recuerdo haber juntado a los actores y decirles que este proyecto iba a ser muy de nicho porque se arriesgaba mucho. Ahora, seis meses después, veo el éxito mundial y todo lo que nos ha traído la serie… haber llegado, por ejemplo, a Alemania y haber visto la primera página de un periódico importante con la foto de La casa de las flores, ese fenómeno que hablaba de la cultura que tenemos los mexicanos con el melodrama, fue una locura. A mí en la publicidad me costaba muchísimo trabajo —precisa—. Cuando he regresado a la publicidad es porque he llegado a acuerdos de completa libertad”.
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La transición de Manolo Caro del mundo de la publicidad al cine fue un tanto accidentada. Había escrito un guion que se llamaba Moscas en la casa y que luego devendría en No sé si cortarme las venas o dejármelas largas. Estando aún en publicidad se acercó a ejecutivos que querían llevar su carrera al mundo cinematográfico, pero todos le decían: “Híjole, va estar muy difícil, no has hecho nada, no tienes estudios de dirección, no eres un director”. Tampoco era un dramaturgo, pero algo pasaba que cuando la gente leía su historia se moría de la risa. Una amiga suya, la actriz española Elena Anaya, y el actor mexicano Juan Manuel Bernal le recomendaron a Manolo tomar clases con un maestro de dirección de actores llamado Juan Carlos Coraza. “Me encontré con alguien que me cuestionaba mucho, me retaba mucho, me hacía ver que esta carrera no iba ser fácil, pero que había algo ahí, en esa historia y en mi cabeza, que podría encontrar un público”.
Al volver de España con el guion ya pulido, un productor quedó encantado con su material, pero al no poder darle el dinero para filmar una película por lo costosa, le propuso llevarlo al teatro. Hizo la adaptación del guion al libreto, y se volvió una obra de teatro. “En aquel momento solo conocía a Ludwika Paleta, nos conocíamos de la fiesta y de amigos en común, y por medio de ella llegué a Luis Gerardo (Méndez); después le hablé a Raúl Méndez, a Zuria Vega, a Luis Ernesto Franco, y arrancamos con una pequeña temporada en una sala que estaba clausurada en ese momento, que era la sala Chopin. Fue un éxito que luego tornó en un filme aclamado.
—Desde tus primeros proyectos hablas de asuntos que pueden incomodar socialmente.
—Mucha gente me pregunta sobre la necesidad de provocar cuando me siento a escribir y no existe tal… Creo que la crítica es a esa necesidad de todos de ponernos una careta. Hay una necesidad de burlarme de lo que nos convertimos como sociedad, yo también soy parte de esa burla. En La casa de las flores mucha gente me hablaba y muchos amigos me decían: oye, no te metas en esos temas o por qué arriesgas en esto, y yo decía: porque es importante darle visibilidad, darnos cuenta de que nada es tan importante como parece. Enamorarte de la persona indicada, tu preferencia sexual, tu manera de salir adelante profesionalmente es muy personal y hay que reírnos de las cosas que nosotros mismos hemos normalizado.
“Eso —agrega— me pasa con los personajes cuando los estoy escribiendo y hago una radiografía del personaje ante una sociedad que a veces lo reprime. La bisexualidad, por ejemplo, yo digo: ¿por qué tienes que escoger un sexo para disfrutar tu vida sexual? Si no le haces daño a nadie, ¿por qué no podrías experimentar? Obviamente creo que eres más afín a alguien si eres homosexual o heterosexual, pero ¿disfrutarlo? Me parece absurdo pensar que todo es blanco o negro”.
—En tus largometrajes has reflexionado recurrentemente sobre la libertad, la experiencia sexual, el uso de antidepresivos, ¿con qué objetivo lo haces?
—El objetivo es darnos cuenta de que si tú el día de mañana tienes una crisis y recurres a un ansiolítico, no tienes que sentirte culpable y que lo puedes hablar. Que si el día de mañana quieres vivir una relación gay, la tienes que vivir porque es tu vida y porque la vida solamente es una, porque nos han llenado de prejuicios y nos han querido decir siempre cómo nos tenemos que comportar. Hay temas que a la sociedad parece que le hace más daño que al que lo está viviendo; como, por ejemplo, la depresión.
“En No sé si cortarme las venas… de lo que casi nunca se habla, que es lo más importante de la película, es que son cinco personajes que se les han truncado completamente sus sueños: una quiere ser mamá y no puede quedar embarazada; otra quiere ser cantante y no tiene talento; otro quiere ser futbolista y se tronó la pierna; otro es gay y no puede salir del clóset por la presión social; y el otro está enamorado de una persona que no tiene su misma religión. Entonces, son personas inmersas en una depresión que no pueden verbalizar porque, a veces, al verbalizar o externar el momento que estás pasando, pareciera que te pones de una manera como débil ante el mundo, como más vulnerable, y nadie quiere ser el débil de la sociedad y nadie quiere ser vulnerable. A mí me gusta hablar de eso y decir: yo puedo recurrir al Rivotril porque lo necesito y porque espero que hablándolo salga de ahí, y mañana decir cómo combatir la depresión, ¿haciendo ejercicio? ¡Ojalá! Pero hay que pasar también por esos momentos de penumbra y de confusión para llegar a ser feliz”.
—Normalizar para aligerar…
—Sí, claro. Por ejemplo, a mí me pasaba mucho en Guadalajara, que se hablaba mucho, en mi núcleo, de mi sexualidad. Había como un entendimiento de que yo podía vivir mi homosexualidad porque era creativo, porque me gustaba el teatro, porque había una necesidad de contar historias, y porque así son los artistas, así es la gente que crea. Pero ahora me duele mucho pensar que crecí en una sociedad en donde me hicieron entender que si tú eras doctor o si eras el jardinero o si eras el policía no podías experimentar tu sexualidad porque no estaba en la “atmósfera” donde era permisible. Eso me llamaba mucho la atención y me duele mucho y me gusta mucho luchar contra eso.
—Hay que seguir luchando…
—Sí, hay que seguir luchando y hay que seguir aprendiendo. Recuerdo que cuando llegué a Ciudad de México me costaba muchísimo trabajo entender por qué se celebra el orgullo gay de esta forma. Y ahora digo: claro que tiene que existir eso, tiene que existir el extremo para que se le dé visibilidad a ciertos temas, y no solamente en el mundo gay o LGBT.
Por ejemplo —agrega—, “regresando a ese universo, ahora me tocó aprender en La casa de las flores: estábamos haciendo la promoción por Europa, y el colectivo trans alza la mano y dice: estamos en desacuerdo en que hayas casteado a un actor heterosexual (Paco León) para interpretar el personaje de María José. Y los entendí, me reuní con ellos, los escuché, entendí su lucha, ellos entendieron porque no habían visto la serie, no se habían dado cuenta de que el personaje de María José estaba en transición y que era importante ver esa etapa y después ya dijeron: ah, ok, estamos en lo mismo. Ahí pensé: qué fuerte que yo siendo un director que siempre ha luchado por defender los derechos de la comunidad haya sido atacado por la misma comunidad; pero después vi que no estaba siendo atacado, estaba siendo concientizado y estaban queriendo tener un diálogo conmigo que tal vez yo no había visto, y en el diálogo encontramos un camino donde ambos nos sentíamos cómodos y decíamos: por eso el personaje se comporta de esta manera. No solamente es en eso, sino también en la doble moral, en cómo mucha gente trunca sus sueños o le da vuelta a la página o no arriesga por encajar en una sociedad, por encajar en un sistema.
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—Los retratos femeninos son fundamentales en tu filmografía. Cuéntanos por qué.
—Crecí rodeado de mujeres, como todos… No tiene que ver con la ausencia de mi padre, quien murió cuando yo tenía siete años. Creo que en Latinoamérica, en especial, vivimos en una sociedad que, aunque puede ser machista, está constituida claramente por el matriarcado. Siento que la mujer es el motor de la sociedad, el motor de las familias, quien se encarga desde un lugar superamoroso de que la familia —y no estoy hablando desde el machismo o de la casa, dejemos eso fuera— cree vínculos. Eso se lo agradezco mucho a mi mamá, a mi nana, a mi abuela y a mis hermanas; siempre me he visto rodeado de mujeres y siempre me ha parecido un género hermoso, maravilloso, complejo y, si vamos a la profesión, [el femenino es] el género perfecto para crear ficciones porque hay tantos universos en la cabeza de una mujer, que es muy fácil para mí escribirlos.
La narrativa de los personajes femeninos le fascinan. “Cuando me puse a escribir Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando (2014) me faltaban páginas para decir qué tipo de mujer era Elvira. O por ejemplo, Virginia de la Mora o Paulina de la Mora en La casa de las flores o Martina o la misma Nora en No sé si cortarme las venas o dejármelas largas, son mujeres muy fuertes que a veces han sido muy golpeadas por el mundo machista, pero que han salido adelante y que han creado y han tomado sus propias decisiones para ser felices.
—Y ahí también se observa la influencia de Almodóvar en tu cine…
—La influencia de Pedro Almodóvar es evidente. Estudié en España, en un país donde él es el rey. En Madrid, hablar de Pedro Almodóvar es hablar de un genio, porque lo es. Desde niño me he sentido muy identificado con su filmografía, me encanta. Considero que la he estudiado y he visto todas sus películas una y otra vez. Pero también he visto películas de Jean-Pierre Jeunet y me encanta su estética, él llega más a mi lado de la arquitectura, de lo visual. O de (John) Cassavetts… el mismo (Quentin) Tarantino me divierte: sentarme y ver Kill Bill 1 y 2 una y otra vez es como un ritual para pasarla bien.
—Y a actrices que conocimos por Almodóvar las vemos en tus películas.
—Sí, la primera de ellas fue Rossy de Palma, un encuentro maravilloso. Puedo presumir que la considero mi amiga, es una mujer que siempre que veo es un mundo y Rossy es un icono de un momento de la sociedad española. He tenido también la fortuna de trabajar con Paz Vega, maravillosa actriz.
—¿Qué atmósfera te gusta crear en el set, eres controlador, relajado, obsesivo?
—En el set soy muy relajado; me gusta que la pasemos muy bien, no me gusta gritar, aunque en Perfectos desconocidos grité mucho más de lo que a mí me gustaría, no como tirano, sino por una necesidad de no perder el ritmo. Tengo muy buena relación con los actores, con el equipo creativo, con mis técnicos. Termino casi siempre trabajando con el mismo equipo… Pero no me considero tirano ni mucho menos. Obsesivo sí. Soy obsesivo antes de entrar en el set. Voy a visitar mucho el espacio, me fijo cuál es el cenicero, cuál es la taza donde van a tomar café, reviso el vestuario, estudio en mi casa y juego con los looks… hay como una obsesión previa. En el set me relajo mucho, dejo fluir.
—¿Sueles ver nuevamente tus películas?
—Después del filmadas, nunca. Aunque hace dos años, que se cumplieron cinco años de No sé si cortarme las venas…, nos invitaron a una proyección y la vimos el elenco y yo. Sentí muchísima nostalgia de ver el director que era, la persona que era… las ganas, el ímpetu en arriesgar, el cómo lo resolví, y cómo lo resolvería ahora; las horas en el set te van cambiando, la experiencia te va cambiando. A veces las veo en los festivales.
Recientemente, Manolo estuvo en el festival Palm Springs adonde lo invitaron con Perfectos desconocidos: “Rarísimo que me invitaran a ese festival con una comedia y me senté a verla para entender qué vieron los del festival y cómo lo va a vivir esa audiencia. Elvira… la vi mucho porque con esa película viajé mucho, estuve en Japón, en Londres, en la Casa Blanca. Cuando hay ciertas proyecciones de las películas en lugares muy ajenos me gusta ver la reacción del público”.
—¿Qué opinas del momento que vive la industria del cine mexicano?
—Es increíble. Estar en esta generación es algo invaluable y siempre vamos a tener que dar las gracias porque, uno, estamos compartiéndolo con genios de la cinematografía mundial: Alfonso Cuarón, (Alejandro) González Iñárritu, (Emmanuel) Lubezki, (Guillermo) Del Toro. También con una generación de cineastas supervalientes como Amat Escalante, (Carlos) Reygadas, Michel Franco, que considero mi amigo; David Pablos, también otro amigo mío.
Caro es de los que piensan que los cineastas deben entender que todos son parte de una industria y que “ya no debe de haber estos prejuicios de quién hace comedia, quién hace documental, quién hace cine experimental”. Para él, “estamos viviendo un momento tan prolífico que echarnos la mano y estar en comunicación es clave para salir adelante”.
—Contrario al boom que vive el cine mexicano, vemos la dificultad de recaudar apoyos y que continúan los recortes al presupuesto cultural…
—Es muy fuerte porque, a la vez de que el cine mexicano ha encontrado estos momentos impresionantes y este público de manera internacional, los premios, las películas estrenadas en otros países, pareciera que algo en el interior de México atenta contra que esto siga ocurriendo; cada vez los estímulos tienen más trabas, más candados. Es terrible, pero también creo —y no sé si soy muy positivo— que cuando la cultura tú la oprimes es cuando explota de una manera más genuina; o sea, la cultura no va a morir, nadie la va a dejar morir. Ni los que hacemos pop ni los que hacen cine de arte la vamos a dejar morir, ni los que hacen cine de arte van a dejar que el mundo pop muera, ni los que hacemos el cine comercial dejaríamos que el cine experimental muriera porque todos nos alimentamos unos de otros.
“De repente me veo envuelto en pláticas, en sesiones con gobernantes, de exigir que no se terminen los estímulos, que los festivales sigan tendiendo apoyo. Me gusta mucho colaborar, por ejemplo, con la industria textil, apoyo muchísimo a diseñadores, en mis películas casi siempre hay diseño mexicano en los proyectos. Ahora, en Perfectos desconocidos, el personaje de Cecilia (Suárez) está vestido de Alejandro Carlín y otros diseñadores que han colaborado conmigo en otros proyectos. Creo que hay que hacer equipo, no nos queda de otra”.
—¿Netflix como plataforma de lanzamiento de La casa de las flores es decisiva para que hoy te conozca mucha más gente?
—Sí. Ha sido una locura. Nunca lo vi venir.
—Capturaste más públicos…
—Antes de La casa de las flores mantenía un promedio de asistencia muy bueno, pero también hablaba de un núcleo de la clase media para arriba que acudía al cine a ver mis películas, era muy particular.
Y esto le preocupaba. Se preguntaba: ¿por qué no puedo llegar a más público, por qué no lo puedo hacer más masivo? Eso, reconoce, se lo dio La casa de las flores, “terminó rompiendo esta barrera”. Su propuesta estética a veces era una traba, “era como una barrera para cierto público, pero ahora se han identificado con él. Me doy cuenta de que así fue por el boom de La casa de las flores y el boom de Perfectos desconocidos. Nunca había pasado los dos millones de asistentes con una de mis películas antes de La casa de las flores; había llegado al millón, pero, imagínate, he doblado la cantidad de público en mi cine a partir de ese proyecto de Netflix… Ahora me pasa, literal, que me escriben de Francia, de Italia, de Alemania, y sé que es por la serie. Por la serie han descubierto mi filmografía”.
—Y fue también bueno decidir hacer Perfectos desconocidos…
—La verdad, me he divertido mucho. Me han atacado mucho en las redes sociales por haber hecho este remake…
—Pero no es malo hacer remakes, ¿o sí?
—Para nada. A mi favor digo que menos hacer un remake de Perfectos desconocidos, que es un fenómeno mundial, que es una franquicia que se decidió que, en un lapso de dos, tres años, se va a estrenar en 15 países alrededor del mundo, nosotros somos como la quinta, sexta… lo vi como un regalo, estaba muy cerca de mi narrativa, de las cosas que me gusta hablar… He disfrutado que le haya ido bien… No estaba fácil, venía de ser interpretada por actrices como Bérénice Bejo en Francia, de ser reinterpretada por directores como Álex de la Iglesia en España… hacer la versión latinoamericana era algo que no podía dejar ir.
—¿Cuántas versiones hay?
—Ahorita, filmadas, como diez, y creo que están como cinco por filmarse.
—Para cerrar, ¿cómo te encuentras en este momento de tu vida profesional?
—Me encuentro mucho más seguro. Es por todo lo que venimos hablando: las horas en el teatro, en las tablas, en el set, en los cuartos de ediciones, en los viajes, los minutos filmados te hacen que empieces a ver las cosas desde otro lugar. Ahora me siento más claro sobre qué es lo que quiero contar, sé que pronto quiero experimentar otro género que no sea la comedia, muy pronto. Espero que después de filmar las próximas temporadas de La casa de las flores llegue esa posibilidad. También hay una oportunidad de empezar a crear proyectos desde el extranjero. No me veo como un director que va a emigrar de México, sino como un director que va a contar historias de su país desde otro lugar. Tengo muchísimas ganas de experimentar nuevas cosas, de seguir arriesgando, de seguir incomodando desde un lugar muy genuino, sin la necesidad de provocar por provocar. Tengo ganas de seguirme riendo en el set y de tener más tiempo.
“Ahora tengo ganas de tomar distancia, montar más a caballo —concluye—. Soy un aficionado a los caballos, monto mucho, quiero pasar más tiempo arriba del caballo, es un lugar en donde me desconecto completamente porque mi energía está conectada con el animal y hacia donde vamos. Y de escribir. Tengo muchísimas ganas de escribir”.
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Agradecemos al hotel Stara Hamburgo el haber facilitado sus instalaciones para la realización de esta entrevista.