Mañana se celebrarán elecciones intermedias en los Estados Unidos de América. Se renovará poco más de un tercio del Senado, 35 de los 100 escaños con una duración de seis años, también la totalidad de la Cámara de Representantes integrada por 435 diputados, y 36 de 50 gobernadores. Son elecciones de “mitad de mandato” y constituyen la primera cita con los votantes después del triunfo de Donald Trump. Estos comicios representan un gran plebiscito sobre la presidencia que ostenta este personaje ultraconservador, supremacista blanco, antiinmigrante y misógino. Los candidatos se encuentran en un empate técnico por lo que observaremos una elección incierta y competida en la que votarán cerca de 230 millones de ciudadanos. Un triunfo republicano haría posible el fortalecimiento del monopolio político de la derecha en ese país y permitiría una Convención Constitucional para otorgar mayores poderes al presidente, por ello la campaña de los conservadores colocó a los migrantes indocumentados en el centro de su discurso.
Por su parte, los demócratas buscan debilitar al gobernante Partido Republicano que controla el Ejecutivo, el Legislativo y el Tribunal Supremo, así como dos tercios de los congresos estatales y sus correspondientes gobernadores. Al encabezar las encuestas electorales con el 52% de las preferencias, podrían recuperar el control de la Cámara de Representantes y del Senado para limitar severamente la búsqueda de la reelección que pretende el presidente Trump en 2020. Se abriría así el camino para que un nuevo candidato presidencial recuperara la senda social-democrática perdida en las últimas elecciones. Sin embargo, resulta difícil porque actualmente observamos un ascenso inédito del conservadurismo a nivel mundial.
El debate sobre si México debe revisar sus alianzas políticas con Estados Unidos no es nuevo y plantea el problema de redefinir nuestro interés nacional a partir de dos posiciones: la primera, otorgando centralidad al principio de la soberanía y fundamentándose en la no intervención en los asuntos de otras naciones; tal concepción desempeñó en el pasado la función de mantener la unidad nacional frente a las tendencias expansionistas norteamericanas, mientras que la segunda perspectiva es contemporáneamente defensiva y ofensiva, sosteniendo que es imprescindible mayor autonomía frente a los EUA promueve una nueva configuración de fuerzas y alianzas, haciéndose cargo de las transformaciones globales, del costo político de actuar internacionalmente y del creciente proceso de integración planetaria.
En su obra Los próximos 100 años. Pronósticos para el siglo XXI, el profesor George Friedman, afirma que México puede modificar el tradicional equilibrio de poderes en Norteamérica. Haciendo proyecciones económicas, políticas y sociodemográficas confirma la relevancia de nuestro país, planteando una inteligente mezcla entre interés nacional e interés global. Por ello, pretender regresar a los viejos esquemas de política exterior, como los planteados por el próximo gobierno mexicano, representa no sólo mayor aislamiento, sino también ignorar las oportunidades que genera la mundialización. La enorme frontera que compartimos, los 30 millones de inmigrantes de origen mexicano que viven en EUA, las tendencias de integración financiera, los problemas comunes de narcotráfico y delincuencia, entre otros, son retos difíciles de enfrentar, pero que abren, al mismo tiempo, posibilidades para identificar el nuevo interés nacional de México en una situación de ventajas y riesgos que debemos asumir plenamente en defensa de los principios y las instituciones de la democracia en la región.
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