No hay nada peor para una democracia, que el predominio de una clase política poco comprometida con lo que la vida democrática implica. En esencia, la democracia requiere de una práctica cotidiana de deliberación inteligente respecto de los principales asuntos y problemas públicos; y eso es precisamente lo que no ha ocurrido ni en las épocas del partido hegemónico ni ahora, cuando se supone que vivimos en un vigoroso periodo de transición democrática.
Por una parte, la tecnocracia dominante carece de ideas sustantivas respecto de cómo lograr crecer para igualar a la sociedad. Asume a toda costa y a cualquier costo social el conjunto de dogmas aprendidos en los centros de ideologización globalizados, y hacen de la política un instrumento para la imposición de condiciones draconianas a la mayoría, bajo la premisa de que en algún momento de la historia habrán de llegarles algunos beneficios..
Algunos sostienen que del otro lado hay una “izquierda delirante”; pero lo peor para nuestra democracia es que en realidad la izquierda ya no existe como propuesta política; y que su exigua pervivencia se logra apenas gracias a la tenacidad de algunos académicos y activistas que hacen del pensamiento crítico y la lucha por la justicia social un ejercicio de resistencia.
Lo que hemos visto hasta ahora es un espectáculo deplorable. No hay una agenda responsable en ninguna de las propuestas de los precandidatos en áreas clave: a) seguridad pública y combate al crimen organizado; b) combate a la desigualdad; c) reducción de la pobreza; d) reactivación de la economía y redistribución justo de la riqueza para crecer con equidad; e) cobertura universal de servicios de salud; f) garantía universal de servicios de educación de calidad.
Sobre estos temas se han planteado, en el mejor de los casos, meras ocurrencias; y en general, no hay una discusión seria sobre las ideas en torno a cómo modificar lo que hoy se tiene. Es obvio, ante los datos disponibles, que no se puede continuar transitando por las mismas rutas, porque es igualmente evidente que, de hacerlo, continuaremos teniendo los mismos resultados.
No se ha escuchado nada original en torno a cómo replantear el federalismo; cómo replantear el pacto fiscal; cómo modificar el esquema tributario; cómo diseñar una nueva estrategia y lógica de presupuestación federal; cómo reducir la discrecionalidad en la asignación de recursos hacia los estados.
Son inexistentes las propuestas en materia de reforma al municipio libre. ¿Se mantendrán las capacidades y responsabilidades establecidas en el artículo 115 Constitucional? ¿No es necesario revisar si se debe mantener como está o bien modificarlo a un esquema realista en materias como la seguridad pública, manejo de uso de suelo, agua y otros ámbitos estratégicos para el desarrollo?
¿Se va a mantener como está el sistema de planeación nacional? No sería importante avanzar hacia la reforma de los artículos 25 y 26 a fin de fortalecer y adecuar al sistema de planeación nacional, en función de los mandatos constitucionales en materia de derechos humanos y su garantía?
¿Se va a mantener la estructura de programas sociales, cuando la evidencia muestra que ninguno de los existentes, emblemáticamente algunos como Prospera, Procampo y los que opera la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), no han logrado romper con los ciclos intergeneracionales de reproducción de la pobreza?
Se va a mantener el desorden generalizado en la estructura y esquemas de operación de los más de 5 mil programas sociales que existen a nivel federal, estatal y municipal? Y también, ¿se van a mantener las reglas de operación de los principales programas presupuestales, las cuales, se ha evidenciado, impiden procesos regionales de desarrollo y provocan exclusión de población potencialmente beneficiaria?
Lamentablemente en las precampañas no se han abordado ni estos ni otros temas; y la perspectiva es que tampoco en las campañas se abordarán. Así, por estas y otras razones, puede sostenerse tajantemente que las precampañas constituyen un rotundo fracaso democrático para el país.