A la larga, conoce al hombre —o, mejor dicho, al monstruo— de sus sueños: un humanoide acuático sin nombre, interpretado por Doug Jones bajo varias capas de látex pintado. Aunque Del Toro es un célebre visionario de monstruos (digamos, un inventor de criaturas), por primera vez el director imagina a uno haciéndole el amor a una mujer.
La historia, escrita por Del Toro y Vanessa Taylor, se desarrolla en 1962, en la reprimida Baltimore de la Guerra Fría. Elisa trabaja el turno nocturno del Centro de Investigación Aeroespacial Occam, donde un coronel estadounidense, Richard Strickland (Michael Shannon), ha capturado y aprisionado al Hombre Anfibio para usarlo en investigaciones. La película está repleta de imágenes sexuales fantásticas y difíciles. El abusivo Strickland exige que su esposa guarde absoluto silencio mientras tienen desagradables relaciones sexuales en posición de “misionero”. El vecino de Elisa, un pintor homosexual (Richard Jenkins), languidece por un camarero que lo rechaza airadamente. Y la amiga de Elisa (Octavia Spencer) se queja de la creciente distancia emocional entre ella y su marido. Todos son infelices y nadie sabe por qué.
Y, sin embargo, Del Toro insiste en que La forma del agua es su película más optimista. El cineasta mexicano-estadounidense, autor de Titanes del Pacífico y Hellboy, explica: “Casi cada película que he hecho, incluso las grandes, tiene una sensación de pérdida. Una película de amor, de empatía, de sexo y política… es un riesgo para mí.
“Pero me siento seguro al mirarla —agrega—, como si ofreciera posibilidades. No es una belleza melancólica; es casi una fuerza sanadora”.
Como hicieron en 2006 con la fastuosa fantasía del director, El laberinto del fauno, los espectadores tienen que renunciar a la incredulidad. Días después de encontrar al Hombre Anfibio en su tanque cerrado, Elisa empieza a coquetear con él. Aquel ser, no del todo humano, con el cuerpo sensual de un nadador, mira anhelante a Elisa, con unos ojos salpicados de oro que se mueven como los de un reptil. “No es un animal, es un dios de río elemental”, dice Del Toro, quien se inspiró en dibujos japoneses de peces más que en la biología. “Necesitaba tener un rostro ‘besable’”.
PEZ FUERA DEL AGUA: Jones, quien interpreta a la criatura,
apareció en El laberinto del fauno como el Hombre Pálido, un monstruo inspirado
por la santa católica Lucía, a menudo representada llevando sus ojos en una
bandeja. FOTO: AF ARCHIVE/ALAMY
Del Toro creó el papel de Elisa para Hawkins. La actriz británica —antigua musa del director Mike Leigh— es mejor conocida por su trabajo en Jazmín azul, de Woody Allen, por el cual recibió un Oscar. “El verdadero milagro del Hombre Anfibio es la manera como Sally [Hawkins] lo mira —dice Del Toro—, con ojos vibrantes de emoción. Todos los personajes de la película que tienen la capacidad de hablar tienen problemas de comunicación, mientras que nuestros dos personajes no verbales se comunican de manera impecable”.
En determinado momento de la trama, la muda Elisa escribe: “Cuando me mira, la manera en que me mira, jamás sabe que estoy incompleta”. Del Toro considera esa “la mejor definición de amor que he encontrado en mis 53 años de vida”.
Los personajes se revelan aún más a través de colores y pistas visuales pictóricas. La iluminación del hogar suburbano de Strickland es tan brillante que resulta opresiva. La paleta acuática del apartamento de Elisa revela su deseo de estar bajo el agua. Y una vez que ella y la criatura consuman su relación, Elisa comienza a vestir de rojo, un color que, para Del Toro, representa “el cine y el amor”.
La forma del agua incluye una trama secundaria que sigue a unos espías rusos por Estados Unidos, pero esa historia es una clara alegoría de la actualidad estadounidense. “Nunca hago fantasías escapistas”, afirma Del Toro. “Y la mejor manera de contar una historia sobre nuestras vidas actuales es encontrar un paralelo en el pasado”.
Explica que el año 1962 pasó al recuerdo estadounidense como el final de un cuento de hadas. John F. Kennedy, quien transformó su presidencia en un Camelot del siglo XX, sería asesinado al año siguiente. Después de la abundancia que siguió a la Segunda Guerra Mundial —dos autos en la cochera, un televisor en cada sala de estar, familias sonrientes con mucho tiempo libre—, la situación comenzó a desmoronarse. “Fue un tiempo divisivo para cualquiera que no perteneciera al género o a la raza correcta”, asegura Del Toro. “Para muchos, fue un periodo de revueltas y agitación”.
Por supuesto, el verdadero monstruo es Strickland: un aislacionista deliberadamente ignorante, el típico estadounidense despreciable. Cuando Elisa lleva a la criatura a su casa y lo esconde en su bañera, el enfurecido Strickland llega a extremos brutales para recuperarlo.
METAMORFOSIS: Guillermo del Toro (sentado) con (desde la
izquierda) Spencer, Hawkins, Shannon, Jones y Jenkins. FOTO: MAARTEN DE
BOER/GETTY
Del Toro nació en México donde, a causa de los conquistadores, el paganismo y las creencias precolombinas se fusionaron para siempre con el catolicismo. Un sincretismo parecido ocurrió durante su infancia en Guadalajara, donde observaba imágenes de santos al tiempo que miraba películas de horror clásicas. Los santos y Cristo solían ser representados con una “precisión casi forense —recuerda Del Toro—, igual su gran poder aplastado al ser torturados o convertidos en ‘otros’ mientras se encontraban en la Tierra. No me burlo ni pretendo ser ocurrente, pero, para mí, Boris Karloff se convirtió en mártir cuando cruzó el umbral como Frankenstein. Ahora [monstruos y santos] están vinculados en mi mente; ambos representan verdades y dimensiones espirituales”.
En opinión de Del Toro, La forma del agua no es una película de terror, una categorización de su trabajo que ha disputado con anterioridad. “La gente dice que soy un cineasta de género, y respondo que sí, de mi propio género. No me interesa trabajar en una sola línea. Escribiré un cuento de hadas en un espacio fascista de la posguerra, o una historia de fantasmas en la España de la Guerra Civil [El espinazo del diablo] o bien, una historia sobre un vampiro en la clase media de México [Cronos]. Theodore Sturgeon [novelista de ciencia ficción] dijo que 90 por ciento de toda la ciencia ficción es basura, porque 90 por ciento de todo es basura. Esa es la ley de Sturgeon. Pues bien, la ley de Del Toro es que 10 por ciento de todo es fabuloso”.
Tampoco le interesan las clásicas tácticas de terror cinematográficas; el horror que él aborda es mucho más insidioso. “Lo que me asusta, como adulto, es la forma como la ideología puede dividirnos. Si reduces a una persona a una sola palabra, es más fácil que la lastimes o la ignores. Trátese de un asunto de inmigración, de género o, simplemente, de una cuestión de poder… el odio solo puede reproducirse si no hay comprensión”.
El optimismo de su proyecto más reciente ha inspirado a Del Toro a tomarse un año sabático. En 2018 quiere ponerse al día con las novelas que pasó por alto y “contemplar atardeceres”. Por otro lado, también está escribiendo un libro con Chuck Hogan y produciendo tres series para Netflix. ¿Cómo puede decir que eso es un descanso? Del Toro ríe. Según explica, hacer malabares con solo cuatro proyectos es un alivio. “Después de cumplir 40 años empiezas a escribir tu epitafio mentalmente, y el mío corre grave peligro”, dice. “Un día, leerán: ‘Aquí yace Guillermo del Toro, quien vivió, amó y filmó algunas cosas’. He filmado algunas cosas, ¿sabes? Pero, ahora, necesito vivir”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek