Para muchas de las personas que apoyaron a Donald Trump en la elección del año pasado, especialmente aquellas que creían que el “pantano” debería secarse, la ironía es imperdible: los dos hombres acusados este lunes por tener acuerdos de negocios con Ucrania, Paul Manafort, el director de campaña de Trump, y Rick Gates, su asesor de campo desde hace mucho tiempo, son el pantano.
Analicemos la acusación contra Manafort, el envejecido operador político, que desempeñó su primera función prominente en la política estadounidense durante el gobierno de Gerald Ford. Si hemos de creer a la acusación, en las últimas cuatro décadas, Manafort se convirtió en un canalla político de alto nivel y de una gran riqueza.
Sabemos desde hace mucho tiempo que asesoró y cabildeó a favor del ex presidente ucraniano Viktor Yanukovych, un títere de Rusia que huyó a Moscú después de que la revolución de Maidán en 2014 llevó al poder a un gobierno de oposición en Kiev. Y sabemos lo lucrativo que resultó ese negocio para Manafort y Gates: desde 2006 hasta al menos 2016, se señala en la acusación, Manafort canalizó 75 millones de dólares en fondos provenientes de Ucrania a través de empresas fantasmas en paraísos fiscales como Chipre y las Granadinas. Lo hizo, de acuerdo con la acusación, para evadir impuestos.
Luego, Manafort se lanzó en una atropellada ronda de compras compulsivas, del tipo que solo está disponible para los ricos y famosos, entre los que se encuentran algunos de los privilegiados moradores del pantano político de Estados Unidos. Muchos de ellos, si hemos de creer a la acusación, y ciertamente en el caso de Manafort, piensan que las reglas solo se aplican a los tontos ordinarios, como las personas que llevaron a Trump a la Casa Blanca.
El tipo gastó cerca de un millón de dólares en una tienda de alfombras antiguas de Alexandria, Virginia. Le pagó 655,000 dólares a un jardinero paisajista de los Hamptons. Gastó 520,000 dólares en ropa en Beverly Hills y 624,000 dólares en antigüedades en Nueva York. Gastó 62,000 dólares en un Mercedes y 47,000 en una Range Rover. Según la acusación, todo este dinero provenía de una empresa extranjera establecida en Chipre, de tal forma que Manafort pudiera eludir al Servicio de Recaudación de Estados Unidos.
La Casa Blanca señala que Manafort fue contratado para llevar a cabo una labor: asegurarse de que la convención saliera bien, y que ningún delegado de Trump se apartara del camino. Lo hizo y, poco después, dejó la campaña. Así que Trump usó a un monstruo del pantano para sus propios fines y luego lo descartó. Fin de la historia, señala la Casa Blanca.
Quizás. Pero Trump conocía a Manafort (que era propietario de un apartamento en la Torre Trump y que había trabajado brevemente para él en la década de 1980), y éste último fue contratado por recomendación de Roger Stone, un asesor político desde hace mucho tiempo, y del adinerado inversionista Tom Barrack. Como mínimo, esto da una muy mala imagen del “populista” multimillonario. En la encuesta Gallup más reciente, se muestra que el índice de aprobación de Trump se encuentra en un nuevo nivel mínimo de 33 por ciento. Aunque su apoyo entre los republicanos sigue siendo muy fuerte, los independientes han comenzado a alejarse. “Pienso que podríamos estar viendo señales de que existe un poquito de desgaste en la base de Trump”, señala el encuestador demócrata Fred Yang.
La desafortunada decisión de Trump de nombrar a Manafort como el Presidente su campaña, aun cuando sólo permaneció cinco meses en el cargo (Gates se quedó durante cuatro meses más) lo ha dañado profundamente en el nivel político. Ambos nombramientos provocan dudas sobre su buen juicio. ¿Un tipo proporciona asesoramiento en Ucrania, se vuelve inmensamente rico y nadie en el entorno de Trump hace ninguna pregunta? Aun cuando ningún elemento de la acusación contra Manafort y Gates indica que Trump haya hecho algo malo, la corrupción esencial de su antiguo director de campaña sin duda afectará al presidente.
Recordemos que el juicio político es, como su nombre lo indica, un procedimiento político y no legal. Si Trump nunca hubiera contratado a Manafort y nunca hubiera despedido a James Comey, el exdirector del FBI (que fue el acto que condujo directamente al nombramiento del fiscal especial Robert Mueller), nada de esto estaría ocurriendo. Trump puede tuitear todo lo que quiera sobre cómo la investigación sobre la trama rusa es una cacería de brujas y, quién sabe, quizás resulte que tiene razón.
Pero las personas más cercanas al presidente conocen la verdad: es su culpa y de nadie más.