La semana que comenzó el 8 de agosto de 2011, el presidente Barack Obama se encontraba en medio de lo que el diario The New York Times llamaría “el periodo más sombrío de su presidencia”.
Días antes, el Congreso finalmente había logrado un acuerdo para elevar el límite de la deuda, evitando así un desastroso impago de la deuda nacional. Sin embargo, el proceso había sido largo y tortuoso, como una terrible discusión doméstica sostenida en frente de los vecinos. El viernes 5 de agosto, Standard & Poor’s había asignado a Estados Unidos su primera rebaja de calificación crediticia en la historia, mencionando una falta de “previsibilidad en la creación de políticas y en las instituciones políticas de Estados Unidos”.
Obama trató de tranquilizar a los estadounidenses con un discurso pronunciado aquel lunes, en el que declaró que las desventuras económicas de la nación podían ser “totalmente resueltas”. Los mercados financieros estuvieron en desacuerdo, y el Promedio Industrial del Dow Jones cayó 635 puntos ese día. Se hablaba de una doble recesión. Y había un enojo contra Obama, cuyo índice de aprobación cayó hasta 40 por ciento, el más bajo de toda su presidencia. En busca de un respiro, Obama fue a jugar golf ese sábado, antes de embarcarse en una “gira económica en autobús” por el Oeste Medio.
El lunes siguiente, el 15 de agosto, Donald Trump, el conductor de la popular franquicia de El Aprendiz, publicó un tuit. En ese entonces se había convertido en un héroe de la derecha por insistir en que Obama podía haber nacido como musulmán y fuera del territorio estadounidense. No era su primer tuit en el que atacaba a Obama, pero sí era el primero sobre un tema en el que Trump insistiría una y otra vez: el amor del presidente por el golf. “@BarackObama jugó al golf ayer”, se anunciaba en el tuit de Trump. “Ahora, tendrá 10 días de vacaciones en Martha’s Vineyard. Gran ética de trabajo” (en realidad, Obama había jugado al golf dos días antes, y sus vacaciones no comenzaron sino hasta el final de esta semana).
Trump machacó con esta queja durante los siguientes cinco años, aun cuando la economía mejoró, la Ley de Atención Sanitaria Asequible proporcionó atención a la salud para millones de personas y la guerra de Afganistán llegó a su fin. Cada vez que Obama tomaba un palo de golf, era una prueba incontrovertible de que era incapaz de sentir (o de hacer frente) al dolor de los estadounidenses comunes. Obama, como dijo Trump en un tuit publicado en 2011, “juega al golf para escaparse del trabajo mientras que Estados Unidos se va por el caño”. Su tuit más reciente acerca de este tema fue publicado en el verano de 2016, cuando Trump ya había sido nombrado candidato republicano para la presidencia.
Si lograba llegar a la Casa Blanca, Trump no cometería el mismo error por el que había arremetido contra Obama desde 2011. “Voy a trabajar por ustedes”, dijo a sus simpatizantes en agosto de 2016. “No tendré tiempo para jugar al golf”.
Ahora que ha asumido la presidencia, Trump huye frecuentemente de la Casa Blanca y pasa el fin de semana jugando al golf en Mar-a-Lago, su centro vacacional del sur de Florida, o en Bedminster, su club campestre en los suburbios de Nueva Jersey. La promesa que hizo un año antes fue descartada tan rápidamente, que debemos preguntarnos si recuerda haberla hecho. Politico hizo el trabajo de campo: George W. Bush no jugó al golf durante los primeros cinco meses de su presidencia, mientras que Obama estuvo alejado de sus amados campos de golf durante cuatro meses después de su toma de posesión. Trump se abstuvo durante dos semanas completas. Ha visitado un club de golf al menos 40 días desde que asumió el cargo en enero pasado, de acuerdo con el sitio Trump Golf Count (Recuento de golf de Trump), que calcula que estas incursiones han costado 55 millones de dólares a los contribuyentes estadounidenses. Otro trabajo de seguimiento de las actividades de Trump, realizado por el diario The New York Times, señala que sus visitas a propiedades con la marca de Trump suman un total de 56 días, casi un tercio del tiempo que lleva en el cargo.
Los amigos de Trump dicen que el golf es importante para su bienestar, así como los recorridos en bicicleta o la escalada en roca son actividades de rigor para los jóvenes titanes de Silicon Valley. “Siempre está trabajando”, me dice Roger Stone Jr., quien ha sido su confidente desde hace mucho tiempo, “incluso cuando está sociabilizando, jugando al golf o viajando. Constantemente responde preguntas, toma notas y realiza llamadas.
“Una mejor pregunta sería: ¿alguna vez se relaja realmente?”
Sus muchos detractores ven las cosas en forma distinta. Si el golf les molesta (y a juzgar por el número de sitios web dedicados a registrar las excursiones de Trump, podemos decir que es así), ello se debe únicamente a que consideran a ese deporte como símbolo de un enfoque indolente y perezoso de la presidencia. “Este es el presidente más holgazán e ignorante de la historia”, señala Lawrence O’Donnell, presentador de MSNBC. Desde luego, debemos tomar a MSNBC con las debidas reservas no partidistas, pero todas las personas que piensan, como O’Donnell, que Trump es el ocupante más inepto de la Oficina Oval de la historia de la nación mencionan, por ejemplo, su bien documentada falta de participación en los esfuerzos legislativos del Congreso. Señalan las cifras, como los médicos que analizan resultados de laboratorio poco prometedores: solo ha realizado una conferencia de prensa en solitario desde su toma de posesión (ha llevado a cabo conferencias de prensa conjuntas con jefes de Estado extranjeros, tras las cuales suele responder preguntas de la prensa) y solo una única incursión al oeste del Mississippi desde que ocupó el cargo (además de la realizada para un mitin de campaña). No ha visitado ni Iraq ni Afganistán.
En los primeros seis meses de su presidencia, Trump se dio tiempo para enviar 1,029 tuits. Éstos incluían acusaciones de que Obama había “espiado” la Torre Trump, burlas pueriles dirigidas al líder norcoreano Kim Jong Un, trilladas insinuaciones sobre los Clinton copiadas de Fox News, quejas sobre el Procurador General Jeff Sessions, quejas sobre “los republicanos” e interminables lamentos sobre “noticias falsas”, muchos de los cuales eran seguidos por afirmaciones cómicamente falsas.
Desde luego, muchos críticos desean que Trump caiga. Para ellos, los informes sobre su ineptitud podrían ser las únicas buenas noticias que salen de la Casa Blanca. Como reflexionó en mayo el editorialista Steve Chapman del Chicago Tribune: “Las personas que temen que Trump trate de subvertir la democracia, perseguir a los musulmanes y desmantelar el imperio de la ley, pueden estar seguras de que no se esforzará mucho en hacerlo”.
Sin embargo, en los aciagos días de otoño que siguieron a la victoria de Trump, surgió una naciente esperanza de que hubiera un “giro” de la bravuconería de su campaña hacia el pragmatismo que, según algunas personas, yacía debajo de su bronceada superficie. Estaba el plan de infraestructura de 1 billón de dólares, por ejemplo. ¿Qué ocurrió con él? Por el amor de Lincoln, que alguien le diga que se olvide de los recortes fiscales y las prohibiciones a los musulmanes. Debería estar ahí afuera, pavimentando la carretera interestatal 95, aplicando pintura fresca al Puente de Chesapeake Bay.
En lugar de ello, está jugando al golf y tuiteando memes de lucha libre contra la CNN. Cuando termina el fin de semana, Trump vuelve al pantano de D.C. con el mismo entusiasmo de un lacayo de oficina que se arrastra hasta su cubículo un lunes por la mañana. Con apenas seis meses en el cargo, luce como “un guerrero bastante descontento”, en palabras de Michael D’Antonio, biógrafo de Trump y comentarista de CNN. La mueca que invade su rostro, la voz monótona que utiliza cuando hace pronunciamientos oficiales, son la imagen de un presidente que no será reelegido en los últimos meses de su mandato y que sueña con un lucrativo contrato para publicar sus memorias después de Washington.
Esta debió ser una época más brillante. En noviembre pasado, Trump logró la mayor victoria política imaginable, al detener la “inevitable” coronación de Hillary Clinton. Sin embargo, no se dio cuenta de que la campaña era el inicio del trabajo duro, no el fin, ni de que sus partidarios repetirían algo que él dijo en Cedar Rapids o en Harrisburg hacía dos años y le preguntarían si hablaba en serio cuando dijo que enjuiciaría Clinton o que haría que México pagara la construcción del muro fronterizo.
Así que se sienta y sufre, como Al Bundy, el vendedor de zapatos que protagoniza Married…With Children (Casado con hijos), la comedia televisiva sobre el descontento desatado de las personas de raza blanca que pronosticó a Trump mejor que cualquier científico o experto político. Un trabajo poco satisfactorio, hijos malagradecidos, todo ello en medio de una nación en decadencia. Bundy sueña con los días en los que era una estrella del fútbol colegial; Trump lo hace con su espectacular victoria durante la noche de la elección en toda la parte norte del Medio Oeste.
Sin embargo, eso fue hace mucho tiempo. La realidad está aquí, como una inoportuna intrusión para la envejecida estrella de los “reality shows”. Aquella “realidad” era divertida. Esta no lo es. En esta, el fiscal especial Robert Mueller hurga como un sabueso en sus finanzas personales, el Líder de la Mayoría del Senado Mitch McConnell habla monótonamente sobre la conciliación presupuestaria, cualquier cosa que esto signifique, y la experta derechista Ann Coulter lo intimida en Twitter sobre la inmigración ilegal. En la tele, siempre tenemos a Adam Schiff, el Representante de California, hablando sobre la colusión con Rusia, mostrando un rostro furioso.
¿Todavía no es viernes?
¡SILENCIO EN ESCENA! Trump fue troleado por publicar una imagen de sí mismo, supuestamente escribiendo su discurso de toma de posesión en lo que, como se demostró después, era el escritorio del área de recepción de Mar-a-Lago. FOTO: PABLO MARTINEZ MONSIVAIS/AP
ABRUMADO Y FRUSTRADO
Dos días antes de la toma de posesión, Trump tuiteó una imagen suya sentado ante un escritorio, con la pluma en alto sobre un montón de papeles. En su rostro mostraba la mirada lejana de un gran hombre perdido en sus profundos pensamientos: Pericles reflexionando sobre los atenienses muertos, Churchill inspeccionando la bombardeada Londres. El texto que acompañaba la imagen reveló que el presidente electo estaba componiendo su discurso inaugural en el centro vacacional de Mar-a-Lago, al que había rebautizado ya como “la Casa Blanca de invierno”.
La intención de tuit era mostrar un liderazgo en funciones, sin embargo, reveló hasta dónde podía llegar Trump para promover una imagen de liderazgo diligente. No hizo falta un equipo de forenses digitales de la CIA para darse cuenta de que el muro cubierto de azulejos españoles que se encontraba detrás de Trump en la fotografía coincidía con el que se encuentra en el área de recepción de Mar-a-Lago. Pronto surgió una fotografía de una joven en el mismísimo escritorio, luciendo como si estuviera lista para confirmar una reservación para cenar. En un análisis más profundo, es decir, si utilizamos el icono de la lupa para hacer un acercamiento, se revelaba que los papeles en el escritorio aparentemente estaban en blanco, mientras que el instrumento de escritura en la mano de Trump parecía ser un marcador Sharpie, que no resulta especialmente útil para escribir un discurso prolongado. Al querer aparecer como un jefe de Estado, Trump acabó luciendo como un conserje en su periodo de entrenamiento.
Esa no fue la primera lección de Trump sobre los peligros del fingimiento, pero tampoco fue la última. Su campaña fue el espectáculo más apasionante en la historia de la política estadounidense, tan aterradoramente entretenido que muchas personas no lograron captar su impacto en el público sino hasta que los resultados de la votación en Florida y Carolina del Norte comenzaron a surgir el 8 de noviembre. Sin embargo, la presidencia de Trump ha sido una aburrida secuela, en la que el protagonista ya no parece interesado en su papel.
Planteé la cuestión de la ética de trabajo de Trump a Sarah Huckabee Sanders, la secretaria de prensa de la Casa Blanca. “Es una historia completamente falsa”, dice. “El presidente está enfocado en generar empleos, resguardar la frontera, proteger a los estadounidenses y hacer crecer nuestra economía, y ha estado trabajando todos los días en estos temas”.
¿Todos los días? En abril, Elaine Godfrey del diario The Atlantic utilizó informaciones noticiosas sobre los bien documentados hábitos de Trump para calcular que el presidente estadounidense ve alrededor de cinco horas diarias de televisión. Eso lo convierte en un estadounidense promedio; si lo convierte en un presidente estadounidense suficientemente comprometido es otro asunto. Parece confiar más en el programa Fox & Friends que en los miembros de la comunidad de inteligencia, que le presentan informes cada mañana. Ciertamente, encuentra a los primeros más atractivos. “Se aburre y le gusta ver televisión”, como resumió Politico la reflexión de una persona enterada de los asuntos de la Casa Blanca.
Aparentemente, al estar consciente de que le han llamado holgazán, Trump afirmó en un tuit publicado el 12 de mayo que es “un presidente muy activo que participa en montones de cosas”, lo cual simplemente lo hizo parecer un adolescente que informa a sus padres que definitivamente ya hizo los deberes escolares. Un redactor del diario The Washington Post decidió investigar, utilizando bitácoras disponibles para el público, y concluyó que el programa de trabajo de Trump era “lastimosamente ligero… Nos obliga a suponer una o dos cosas”, concluyó el Post. “O bien, Trump oculta al público gran parte de sus asuntos presidenciales, o bien, no está haciendo gran cosa”. A su vez, Reuters encontró que, en sus primeros 100 días en el cargo, Trump “hizo menos apariciones fuera de la burbuja presidencial que sus tres predecesores inmediatos”, limitándose a permanecer principalmente en la Casa Blanca y en Mar-a-Lago.
Puede ser que Trump se sienta abrumado. Cuando me capacitaba para convertirme en maestro, los educadores veteranos decían que los estudiantes utilizaban el aburrimiento para enmascarar su incapacidad para realizar el trabajo. ¿Es eso lo que está ocurriendo aquí? Bueno, para utilizar una frase de Trump, algunas personas dicen que así es. Una de esas personas es el mismo Donald Trump. A finales de abril, el presidente confesó que se sentía abrumado y frustrado. “Me encantaba mi vida anterior”, dijo. “Estoy metido en tantas cosas. Tengo más trabajo ahora que en mi vida anterior. Creí que sería más fácil”. Esta puede ser la confesión más notable jamás hecha por algún presidente estadounidense en funciones. Las infidelidades de Clinton, la paranoia de Nixon: todas ellas fueron las fallas usuales de los poderosos. ¿Pero desdeñar el poder debido a que el hecho de tener ese poder es más difícil que fingir tenerlo en un “reality show” televisivo? Parece que oímos a Al Bundy regresando a casa después de otro miserable día de trabajo en el Centro Comercial New Market, abriendo una cerveza y preguntándose cuándo terminará su pesadilla de vender zapatos.
ES UN BUEN TRABAJO SI PUEDES OBTENERLO: Trump dice que estableció una muy buena relación con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, cuando lo recibió en Mar-a-Lago durante una semana. FOTO: JIJI PRESS/AFP/GETTY
EL HASTÍO DE LOS REYES
Ahora, veamos las excusas. “Nadie sabía que la atención sanitaria podía ser tan complicada”, dijo Trump en febrero. Ah, pero si todos lo sabían. Por ello, Obama pasó meses explicando a los estadounidenses su Ley de Atención Sanitaria Asequible. Trump nunca se paró en un ayuntamiento para promover su propio y “maravilloso” plan de salud, el cual, misteriosamente, se convirtió en la menos maravillosa bazofia cocinada por los republicanos del Congreso. Tampoco hizo campaña a favor de esta última, ni hizo nada para reelaborar la deslucida ley de acuerdo con su propia y espléndida visión.
Hubo tuits por parte del presidente. Siempre hay tuits. Y muy poco más. Vilipendió la propuesta de la Cámara, calificándola como “cruel” e introdujo tranquilamente sus propias sugerencias en Twitter para competir con las de McConnell en el Senado. Finalmente, los republicanos concluyeron que sería infinitamente más efectivo elaborar la propuesta de ley y conseguir apoyo sin él. “En privado, los funcionarios de la Casa Blanca admiten que en realidad, es mejor para los republicanos cuando el presidente deja de fungir como negociador político”, informó The Daily Beast mientras el esquema republicano de atención sanitaria se dirigía hacia su inminente desastre. Es difícil imaginar a los republicanos buscando la participación del presidente en otros temas legislativos complejos. “Su idea del trabajo es una idea hollywoodense”, dice D’Antonio, autor de la biografía The Truth About Trump (La verdad sobre Trump). “’Trabaja’ en la forma en que trabajaría un rey”.
La cualidad más impresionante del mito de Trump es la forma tan plena, e incluso agresiva, en que contradice los hechos fácilmente confirmarles. Cuando era rey, era el Rey de la Deuda, y es posible que aún deba $1.8 mil millones a sus acreedores. Sus casinos cerraron. Su línea aérea quebró. Pero incluso mientras acumulaba fracasos, demandas judiciales y deudas, Trump logró convertir a “Trump” en un sinónimo de éxito. Las letras están hechas de plástico, pero estaban bañadas de oro.
En una entrevista realizada en mayo con Maureen Dowd de The New York Times, Timothy O’Brien, biógrafo de Trump, explicó que después de la construcción de la Torre Trump en los alrededores del centro de Manhattan en 1983, “nunca le volvió a importar”; así de impresionado estaba con aquel monolítico monumento a su ego. “Es fundamentalmente holgazán”, le dijo O’Brien a Dowd. “Pasa por alto muchos procesos de los que no sabe nada. Solía hacerlo en el mundo de los negocios, y ahora lo hace en el mundo de la política”.
La incursión de Trump en la política habría sido imposible sin The Apprentice (El aprendiz), que lo presentó ante la clase media estadounidense: el que alguna vez fuera el Rey de la Deuda ahora aparecía como un director ejecutivo capaz, implacable e increíblemente perceptivo. Pero eso también era una ilusión, como nos lo recordó recientemente Clay Aiken, cantante y antiguo concursante del programa Celebrity Apprentice (El aprendiz de las estrellas). En un podcast publicado el mes pasado, Aiken reveló que Trump lanzaba su famoso slogan “You’re fired!” (“¡Estás despedido!”) por indicación de otros. El gran líder de los hombres era, al menos según el relato de Aiken, una simple marioneta. “Los productores del programa de NBC hacían esas llamadas”, se explica en un informe de The Washington Post, “dando instrucciones a Trump mediante un teleprompter en su escritorio que parecía un teléfono”.
Debemos decir algo en defensa de Trump. Con frecuencia, la pereza es un rasgo que transferimos a los políticos que nos desagradan. Roger Ailes, expresidente de Fox News y mentor de Trump, reflexionó ante un biógrafo de Obama: “¿Con cuánta frecuencia puede jugar baloncesto y golf? Ya quisiera yo tener todo ese tiempo… Es un holgazán, pero los medios no lo informan”. Los liberales tampoco eran muy amables con George W. Bush, arremetiendo contra él por hacer demasiado ejercicio, por acostarse a las nueve de la noche, por arrancar la maleza en su rancho de Texas cuando debería estar haciendo otra cosa que no fuera arrancar la maleza en su rancho de Texas. Sus incursiones fuera de la Casa Blanca fueron registradas en una forma tan asidua como las de Obama y, ahora, como las de Trump.
Tommy Vietor, que durante mucho tiempo fue miembro del personal de campaña y de la Casa Blanca de Obama, compara el programa de trabajo de Trump con el de Obama. “No parece trabajar muy duro”, me dice Vietor. “Y, lo que es más importante, no parece haber ninguna estructura en su día. Ese es un gran problema. Hace falta disciplina para evitar ser sacudido por los sucesos del día”.
Es difícil precisar las actividades de Trump debido a que su programa diario de trabajo incluye “períodos de descanso”, de los que la Casa Blanca no proporciona descripciones detalladas. Averiguar lo que hace el presidente es “el Santo Grial de la información” sobre Trump, le dijo Maggie Haberman de The New York Times a David Remnick, editor del New Yorker. Haberman, que probablemente conoce mejor a Trump que cualquier otro periodista, sigue buscando.
Ha habido algunas pistas. Mark Leibovich, reportera de política de The New York Times Magazine, hizo recientemente una visita a la Casa Blanca y, para su gran sorpresa, fue conducido hacia “un pequeño comedor justo afuera de la Oficina Oval” para reunirse con el presidente. Era la tarde de un día entre semana. Trump estaba solo, mirando un episodio grabado de Fox & Friends.
VIAJERO FRECUENTE: Según informes, Trump ve cinco horas de televisión al día, independientemente de si se encuentra en la Oficina Oval o en su propiedad de Florida. FOTO: REX/AP
DONALD, NO RONALD
Cuando Trump llegó a la marca de los seis meses de su presidencia, Mike Pence, su vicepresidente con una lealtad a toda prueba, celebró la ocasión con un artículo de opinión para Fox News. Haciendo su mejor imitación de un miembro del Partido Comunista soviético, Pence escribió que “los logros del presidente Trump son nada menos que históricos”.
Incluso según los desesperantemente laxos estándares del discurso político, esto es falso. Aunque Trump ha firmado 42 proyectos de ley desde que asumió el cargo, los mismos son principalmente peces de río, mientras que sus partidarios piensan que está arponeando ballenas. En un análisis realizado por CNN se encontró que 15 de esos proyectos de ley “han revertido reglas y normas promulgadas durante el gobierno de Obama, ocho de ellas se relacionan con la designación de algo o con trabajar para crear una nueva iniciativa, cinco modificaban o expandían leyes existentes, y 11 se relacionaban con la financiación o con las operaciones del gobierno”. En una de ellas se rebautizó un tribunal en honor de Fred Thompson, el actor y senador republicano. Aparte de la prohibición de entrada para viajeros provenientes de algunas naciones de mayoría musulmana, sus 42 órdenes ejecutivas también han sido de poca monta, y han deshecho el legado de Obama en lugar de crear un legado propio. Los grandes gestos que prometió siguen siendo objetos de fantasía. La habilidad para lograr acuerdos que afirma haber dominado sigue estando oculta.
No se trata solo de Trump. Toda la Casa Blanca es un desastre. El asesor político de la Casa Blanca Steve Bannon alguna vez alardeo grandilocuentemente que el gobierno de Trump llevaría a cabo una “deconstrucción del Estado administrativo”, pero la reducción controlada del gobierno federal habría requerido mucha más concentración que la agotadora desorganización que se vive actualmente. Por ejemplo, The Washington Post ha descubierto que Trump ha hecho muy poco para asignar funcionarios para “puestos clave” en su gobierno, habiendo confirmado únicamente a 50 de ellos hasta ahora. Otros 165 han sido nominados, y aunque la Casa Blanca culpará al “obstruccionismo” demócrata, esto difícilmente explica los 357 puestos para los que nadie ha sido nominado.
Trump ha realizado varios mítines desde que asumió la presidencia. Es claro que los disfruta. Incluso los eventos no relacionados con la campaña, como su aparición en el Congreso de los Niños Exploradores a finales de julio, tienden a recordarnos menos a Ronald Reagan combatiendo al comunismo que a Donald Trump riñendo con Hillary Clinton. Esto no es ningún accidente. Durante la campaña, Trump trabajo duro, debido a que era en su propio beneficio, pues las alabanzas de las multitudes extasiadas iban dirigidas directamente a él, y no a alguna institución abstracta del gobierno. Se promovió a él mismo como un dinámico agente externo a la política establecida que construiría el muro y encarcelaría a su rival. Calificó a sus opositores como sinvergüenzas, mentirosos, carentes de energía, castrados, corruptos, dementes. Era una campaña de mercadotecnia y, para la evidente consternación de Trump, funcionó demasiado bien.
LA MÁQUINA DE HACER TUITS: Algunos de los amigos y confidentes de Trump insisten en que tiene una enorme ética de trabajo y que “siempre está trabajando”, incluso cuando está sociabilizando, jugando al golf… o mirando episodios grabados de su amado programa Fox & Friends en la televisión. FOTO: JABIN BOTSFORD/THE WASHINGTON POST/GETTY
Trump cuenta con defensores con más principios que Hannity y los comentaristas de Fox News. Uno de ellos es Greg Ip, comentarista de economía amigable con las empresas que escribe para The Wall Street Journal. A finales de julio, Ip puso en tela de juicio la afirmación de que Trump es “un presidente que no hacen nada”. Tras reconocer que Trump no ha logrado ningún “touchdown” legislativo, Ip afirma que las personas nombradas por Trump “han comenzado a impulsar la economía y al país en una dirección más conservadora y favorable para los negocios”. De nueva cuenta, Trump nunca tuvo un enfoque incremental. “Hacer que Estados Unidos sea grande otra vez” fue una estrategia de impacto político, no una serie de memorandos ejecutivos de bajo calibre celebrados como si cada uno de ellos fuera la Compra de Luisiana.
Siendo incapaz de asumir el crédito de sus propios logros, Trump ha reclamado aquellos de su predecesor. Obama asumió el cargo durante la Gran Recesión, cuando el índice de desempleo era de 7.8 por ciento e iba en aumento. Ocho años después, mientras se preparaba para dejar la Casa Blanca, dicho índice era de 4.7 por ciento, el más bajo en nueve años. Y sin embargo, Trump menciona un “progreso económico absolutamente tremendo”, como si fuera él quien hubiera sacado a la nación de la crisis hipotecaria. Alardea de haber reducido el flujo de inmigrantes que entran ilegalmente a Estados Unidos, pero fue durante el gobierno de Obama que la inmigración ilegal cayó a su nivel más bajo en 44 años. Sin embargo, Trump ha logrado mantener a los turistas fuera de Estados Unidos. Ese país se ha vuelto tan grande que los viajeros internacionales ya no lo visitan como solían hacerlo.
Si tú eres uno de los millones de estadounidenses que cuentan los días hasta que Trump deje de ser Presidente, es posible que sus fracasos puedan parecer victorias. Sin embargo, él es tu presidente, y nadie desea vivir en una nación en decadencia, una superpotencia convertida en un hazmerreír. Y aunque varias de las propuestas de Trump son impracticables, absurdas o potencialmente desastrosas, esto no se aplica a todas sus ideas. Por encima de todo, está la infraestructura, la bendita infraestructura. El lanzamiento de 59 misiles Tomahawk en la base aérea de Shayrat en Siria fue una señal de que Trump sabe que Bashar al-Assad es un asesino de inocentes que debe ser depuesto. Entonces, ¿por qué no logra el apoyo internacional para derrocarlo? ¿Y por qué gastar tanta energía en mantener fuera a los refugiados que son víctimas de Assad?
“Su ética de trabajo es muy buena”, afirma Joe Walsh, ex congresista de Illinois por el Partido del Té, que actualmente conduce un programa de radio. “Su problema es que se centra en las cosas equivocadas”.
Algunas personas han comparado el estilo de gobierno de Trump con el de Reagan. Lou Cannon, que hizo la cobertura del gobierno de Reagan para The Washington Post y escribió cinco libros sobre sus dos períodos en el cargo, discrepa de cualquier intento de embellecer la reputación de Trump comparándolo con el héroe del conservadurismo estadounidense moderno. “No se me ocurre ninguna característica que pudieran tener en común”, dice Cannon.
Reagan era “mucho más diligente que el presidente Trump, en todos aspectos”, me dice confiadamente Cannon. Esa diligencia se extendía hasta la forma en que trataba a los demás, incluso al personal de la Casa Blanca y a sus opositores políticos. “Es posible que no haya conocido los detalles del tema de los misiles”, admite Cannon, en referencia a la Iniciativa de Defensa Estratégica de 1983, de la que la prensa solía hacer burla, llamándola “La Guerra de las Galaxias” debido a su visión futurista de la seguridad nacional. “Pero sí sabía si la madre de alguno de sus asesores estaba enferma”. Por ejemplo, tras la muerte de su madre, Cannon recibió una sentida llamada de consuelo por parte del presidente.
“Reagan tenía un estilo de gestión consciente”, recuerda el historiador. “No era ningún holgazán”.
HAGAMOS QUE ESTADOS UNIDOS SE ENFUREZCA OTRA VEZ: Algunos de los vecinos del presidente en Palm Beach piensan que pasa demasiado tiempo ahí, y que gasta demasiado dinero al hacerlo. FOTO: YURI GRIPAS/REUTERS
UN MODERNO HARDING
“La Fiesta Vinícola de Chicago” fue el séptimo episodio de la séptima temporada de Married…With Children. Fue transmitido originalmente el domingo 1 de noviembre de 1992. El martes siguiente, la nación eligió a William Clinton como su próximo presidente. Tan solo cinco días después, una especie de desesperanza se había asentado, al menos, de acuerdo con un informe poco favorecedor publicado en The New York Times. Los partidarios de Clinton, escribió David Rosenbaum, “reconocieron claramente que los cambios políticos que el señor Clinton prometió diariamente durante la campaña únicamente tendrían efecto en forma lenta, acumulativa y dolorosa”.
Bundy libraba su propia lucha política. La premisa de “La Fiesta Vinícola de Chicago” tenía que ver con la propuesta de un impuesto de dos centavos a las cervezas. Cerca de la mitad del episodio, Bundy, con la ropa repleta de prendedores contra el impuesto a la cerveza, pronuncia un ardiente discurso:
Estados Unidos ha sido gobernado durante demasiado tiempo por personas que conocen los problemas. Personas que ven las noticias en la televisión, leer libros, y en general prestan atención. Bueno, eso se acabó. Porque es tiempo de que tengamos una voz en el futuro de Estados Unidos. Familia, los Bundy van a elegir un presidente.
Tuvieron que pasar 25 años, pero ahora los Bundy tienen a su hombre en la Oficina Oval. Y aunque la elección de Trump pudo equivaler a que la clase obrera de raza blanca le mostrara el dedo medio al orden establecido de la costa, también fue una expresión de quejas legítimas y penetrantes. Trump canalizó magistralmente esas quejas para su campaña, pero la urgencia de aquellos días se ha terminado.
Trump es un luchador, pero antes del 8 de noviembre de 2016, solo había luchado contra él mismo. Nunca estuvo en el ejército. Pocas veces hizo donativos a obras caritativas. “Es un individuo terriblemente autocomplaciente”, dice Robert Dallek, el renombrado historiador presidencial, quien no cree que el peso de la presidencia “haya sido plenamente asumido aún”. Es posible que nunca lo sea. Al despedir al director del FBI James Comey, al humillar al Procurador General Jeff Sessions, y al mostrar un despreocupado desdén por las reglas de la ética, Trump ha dejado claro que considera a la Casa Blanca como poco más que una subsidiaria de su negocio de mercadotecnia, la Organización Trump.
Como lo demostró su grosero despido de Comey, Trump tiene poco interés en comprender el alcance de la rama ejecutiva, de los límites establecidos por la tradición y por la Constitución de Estados Unidos. Y siempre defenderá su propia imagen idealizada, aun cuando deba defender objetivos más elevados. En los meses recientes, han habido innumerables informes de que a los partidarios de Trump “no les importan” las investigaciones sobre la posible colusión de su campaña con piratas informáticos rusos y con el Kremlin. Lo que pasa por alto esa declaración, considerada frecuentemente como una revaluación, es el hecho evidente que a Trump le preocupan profundamente las investigaciones sobre el caso ruso. A juzgar por su cuenta de Twitter, hay muchos días en los que nada más parece importarle.
Dallek compara en forma desfavorable a Trump con presidentes como Lyndon Johnson, que “engatusaba” una y otra vez a los legisladores para aprobar importantes proyectos de ley sobre derechos civiles y contra la pobreza. A pesar de todas sus habilidades para establecer acuerdos, Trump no ha mostrado una gran capacidad para negociar con el Congreso, posiblemente debido a que ello requeriría saber lo que los miembros del Congreso quieren, necesitan y, sobre todo, temen. Y para ello es necesario documentarse. Es mucho más fácil simplemente amenazar en Twitter a la senadora por Alaska Lisa Murkowski. También es mucho menos eficaz.
Para Dallek, Trump se asemeja a Warren G. Harding, a quien denomina “el presidente menos efectivo” antes del actual. “No conocía ni el panorama general ni el particular”, dice Dallek acerca del hombre conocido como “El tambaleante Warren”. “No era demasiado brillante”.
Trump simplemente desea que su legado sea aquel eslogan en las gorras de béisbol que llevaban sus partidarios. Quiere ser el hombre que sacó a Estados Unidos de su malestar postindustrial, que silenció las habladurías sobre la decadencia nacional y el ascenso de China. Pero no puede hacerlo si sigue hundiéndose en su propio malestar debilitante, agobiado por sus fracasos y por su poca disposición para hacerles frente. Tiene derecho a enfurecerse ante los insultos y las derrotas. Aquiles también se enfureció. Pero después, Aquiles luchó, dejando a un lado los desaires personales, para arremeter contra las murallas de Troya. El enfoque de Trump es el enfoque de Al Bundy. Comienza con la furia. Y también termina con ella. El presidente y el vendedor de zapatos se ven impulsados por sus exigencias poco razonables y por sus quejas irresolubles hacia el sillón, donde se sientan frente al televisor, sufriendo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek