LA REUNIÓN transcurría apaciblemente —si hemos de creerle a los rusos—. El 10 de mayo, Donald Trump recibió en la Oficina Oval al ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergey Lavrov, y a Sergey Kislyak, el embajador de Moscú en Estados Unidos.
El presidente estadounidense, empero, prohibió la entrada en dicho encuentro al cuerpo de prensa de la Casa Blanca. En escenas difundidas por Tass, la agencia de noticias rusa, se muestra a los tres hombres bromeando y riendo, y de acuerdo con recuentos filtrados sobre la reunión, Trump ahí hace alarde sobre que “acababa de despedir al director de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés). Estaba loco, era un verdadero lunático”. ¿La razón? “Yo enfrentaba mucha presión debido a Rusia”, habría dicho supuestamente Trump a sus visitantes de Moscú. “Pero ya ha terminado”.
Trump claramente se había equivocado. En lugar de aliviar la presión, el despido del director del FBI, James Comey, un día antes de su reunión con Lavrov y Kislyak intensificó el escrutinio sobre ese organismo en relación con los contactos entre Rusia y el equipo de Trump, además de provocar la indignación de los demócratas del Congreso debido a la intromisión de Moscú en las elecciones de 2016. En junio, poco después de que Comey testificó ante un comité del Senado diciendo que había filtrado documentos para permitir que Robert Mueller, el investigador especial sobre el Rusiagate, pudiera investigar si Trump trataba de entorpecer la investigación, Washington se convirtió en un hervidero de informes según los cuales Mueller estaba haciendo justamente eso.
Los supuestos contactos indebidos con Kislyak proveen al menos tres hilos de investigación sobre el llamado Rusiagate: las reuniones del embajador con Jared Kushner, el yerno de Trump; con el asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, y con el procurador general, Jeff Sessions. Los presuntos intentos de Trump de encubrir sus lazos con Rusia hacen que “el Watergate realmente palidezca, en mi opinión, en comparación con lo que enfrentamos ahora”, declaró James Clapper, exdirector de Inteligencia Nacional, en una audiencia en el Club Nacional de Periodistas de Australia, realizada a principios de junio. “Me preocupa mucho que el ataque contra nuestras instituciones provenga de una fuente externa, léase Rusia, y de una fuente interna, el presidente en persona”.
Actualmente, Kislyak se ha vuelto tan tóxico que los funcionarios de más alto nivel se empeñan en negar que hayan tenido el más mínimo contacto con él. A finales de abril, la lideresa de la minoría del Senado, Nancy Pelosi, afirmó que nunca se había reunido con Kislyak, ello antes de retractarse luego de que aparecieron varias fotos de ella sentada a la mesa frente a él en 2010. Ni Flynn ni Kushner ni Sessions informaron acerca de sus reuniones con él, según los requerimientos de las normas estadounidenses que indican el protocolo sobre el contacto con funcionarios extranjeros. Como señaló bromeando en Twitter David Axelrod, el exjefe de campaña de Obama, “ahora resulta que ‘Kislyak’ quiere decir ‘Se me olvidó’ en ruso”.
EMBAJADOR TÓXICO
¿Cómo el diplomático de carrera y antiguo físico nuclear de 66 años se convirtió en el equivalente en Washington de Mary Tifoidea, la famosa cocinera que infectaba a cuantos se le acercaban? ¿Acaso, como el propio Kislyak preguntó retóricamente durante un discurso pronunciado en la Universidad de Stanford en noviembre pasado, “hizo algo malo”? Y, ¿existe alguna prueba de las dos cuestiones más serias con respecto al escándalo entre Trump y Rusia? La primera se refiere a si el equipo de Trump supo o se coludió con la publicación de correos electrónicos robados por parte de piratas informáticos rusos y que perjudicaron a Hillary Clinton durante la campaña de 2016. La segunda versa sobre si Kislyak o empresarios rusos participaron en alguna operación de sobornos a la familia de Trump a cambio de suavizar la política estadounidense hacia Moscú.
Las personas que han trabajado de cerca con Kislyak dudan de que el embajador estuviera haciendo algo más que su trabajo. “Siempre fue muy profesional”, señala Michael McFaul, embajador de Estados Unidos en Rusia entre 2012 y 2014, que estuvo en contacto frecuente con el diplomático ruso durante los tres años en que McFaul fungió como asesor de alto nivel de la Casa Blanca. “El trabajo de Kislyak consiste en realizar tantos contactos como sea posible, así como en defender las políticas de su gobierno. Siempre hizo ambas cosas de manera muy efectiva. En cuanto a su participación política, personalmente no creo que haya cruzado ningún límite”.
Aunque la conducta del embajador ruso era “normal… cualquier embajador trata de realizar tales contactos durante la transición”, McFaul piensa que la conducta del equipo de Trump ha sido inusual, si no es que sin precedentes. “Las acciones de Flynn y Kushner no son normales. ¿Por qué acordaron reunirse [con Kislyak]? ¿Acaso no debían concentrarse en formar el equipo de política exterior de Trump? En 2008, nuestro personal de transición de alto nivel no se reunió con ningún funcionario ruso”.
SALPICADOS DE SOSPECHAS: La investigación sobre Rusia sigue acechando a Trump y a su yerno Kushner, a pesar de (o quizá debido a) los intentos del presidente para dejarla atrás. FOTO: ANDREW HARNIK/AP
Ciertamente, Flynn debe responder algunas preguntas. Un mes antes de que Trump asumiera el cargo, el FBI escuchó varias conversaciones telefónicas entre Flynn y Kislyak durante su vigilancia rutinaria a la embajada rusa. De acuerdo con versiones de las intercepciones filtradas al diario The Washington Post, ambos hombres hablaron sobre las sanciones impuestas por el gobierno saliente de Obama para castigar a Rusia por intervenir en los servidores del Comité Nacional Demócrata, entre otros objetivos, así como en los sistemas de registro de votantes de hasta 39 estados (el gobierno de Obama también expulsó a 35 rusos bajo sospecha de espionaje, entre ellos, los cuatro principales oficiales declarados de la inteligencia militar rusa que trabajaban en la embajada de Kislyak, y cerraron dos complejos diplomáticos rusos en Upper Brookville, Nueva York, y uno más en la Ribera Oriental de Maryland). Al enfrentar la mayor crisis de su misión desde el fin de la Guerra Fría, Kislyak envió un mensaje de texto y luego llamó por teléfono a Flynn el 28 y 29 de diciembre. “El honor de sus colegas y de Rusia fue mancillado por los cuentos del supuesto hackeo”, señala un miembro de alto nivel del personal de la Academia Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, quien pidió mantenerse en el anonimato. “Desde luego, el deber de [Kislyak] era protestar ante todos los funcionarios relevantes… el contacto fue totalmente correcto”.
No existe ninguna prueba pública de que Flynn le haya ofrecido a Kislyak algún detalle indebido ni de que le haya hecho alguna promesa de que el gobierno entrante de Trump trataría de suavizar la relación con el Kremlin. Sin embargo, en lugar de que las sanciones desencadenaran una grave crisis diplomática, al día siguiente el vocero del presidente ruso Vladimir Putin anunció que Rusia no respondería ojo por ojo y diente por diente, lo cual constituyó un cambio inusual con respecto a sus prácticas previas. En febrero, cuando surgieron las noticias acerca de las conversaciones de Kislyak, se le pidió a Flynn que renunciara como asesor de seguridad nacional cuando se reveló que había informado incorrectamente al vicepresidente Mike Pence sobre sus conversaciones con el embajador ruso (Flynn también se vio avergonzado por informes de que había recibido al menos 45,000 dólares de RT, el canal propagandístico ruso que es propiedad del Estado, por aparecer en su gala de aniversario en Moscú a finales de 2015, donde se sentó al lado de Putin).
En algún momento de diciembre, Kislyak también sostuvo una reunión de veinte minutos con Flynn y con Kushner, el yerno de Trump, en la Torre Trump, confirmó en marzo la vocera de la Casa Blanca, Hope Hicks. No se ha informado lo que se dijo en esa reunión. Tampoco se ha establecido la fecha exacta. Sin embargo, tras la reunión, los funcionarios de inteligencia que escuchaban el teléfono de Kislyak oyeron que el embajador aparentemente hablaba acerca de una solicitud de Kushner de establecer un canal secreto y seguro para comunicarse con el Kremlin y evitar la vigilancia ejercida por la inteligencia de Estados Unidos. El embajador, de acuerdo con un informe de The Washington Post sobre este incidente, se quedó “estupefacto” por la supuesta insinuación del estadounidense de utilizar “instalaciones diplomáticas rusas en Estados Unidos” para hablar directamente con Moscú.
De una forma más misteriosa, Kislyak asistió a una reunión entre Kushner y Sergey Gorkov, aliado de Putin y graduado de la academia de inteligencia rusa y que dirige Vnesheconombank, un banco propiedad del Estado que ha sido sancionado por Washington desde 2014. La inteligencia rusa ha utilizado su oficina en Wall Street como una fachada para sus espías al menos una vez en años recientes; en 2015, Evgeny Buryakov, representante adjunto de Vnesheconombank en Nueva York, fue exhibido como espía en una acción del FBI y sentenciado a diez meses de prisión (fue liberado en marzo de 2017 y volvió a Rusia). “La oficina en el extranjero de una compañía estatal es un sitio natural para establecer a un funcionario de inteligencia”, señaló un funcionario retirado en el extranjero del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB, por sus siglas en inglés) y que actualmente funge como senador ruso y pidió mantenerse en el anonimato al hablar del caso Vnesheconombank. “Por favor, no me digan que los estadounidenses no hacen lo mismo”. En cuanto a si Gorkov sabía que había agentes en su empresa, o si ha continuado su relación con el FSB, el funcionario retirado bromeó diciendo que, “como dijo el presidente, no existe tal cosa como un antiguo agente del FSB”.
BANQUERO, SASTRE, SOLDADO, ¿ESPÍA? Gorkov, derecha, aliado de Putin y graduado de la academia de inteligencia de Rusia que dirige Vnesheconombank, asistió a una misteriosa reunión con Kushner en diciembre. FOTO: ALEXANDER ASTAFYEV/SPUTNIK/AP
Jamie Gorelick, abogado de Kushner y antiguo funcionario número 2 en el Departamento de Justicia de Bill Clinton, señaló en una declaración: “El señor Kushner se ofreció previamente como voluntario para compartir con el Congreso lo que sabe acerca de esas reuniones. Hará lo mismo si se le contacta en relación con cualquier otra indagación”.
El enlace de Gorkov ha hecho que algunas personas afirmen que Kislyak tiene lazos con las crecientes operaciones de inteligencia de Rusia contra Estados Unidos. El embajador es “un agente muy experimentado”, afirmó a su vez el “agente durmiente” Jack Barsky, en CNN, en abril pasado. Para la mayoría de los profesionales, esa afirmación resulta ridícula. Kislyak es “un diplomático increíblemente sólido y profesional”, declaró a Newsweek Thomas Pickering, antiguo embajador de Estados Unidos en Rusia y ante Naciones Unidas, y diplomático de muy alto nivel durante los gobiernos de Clinton y George H. W. Bush. “Si es un maestro del espionaje, lo ha ocultado muy bien”, bromeó Pickering. Simplemente no es así como trabajan los organismos de espionaje de Rusia: las funciones de embajador y jefe de estación de FSB o rezident son institucionalmente distintas. Además, los antecedentes de Kislyak (se graduó del Instituto de Ingeniería Física de Moscú en 1973 antes de unirse a la Academia de Comercio Exterior de la URSS y, más tarde, al Ministerio de Relaciones Exteriores) no encajan con el perfil de la mayoría de los espías de carrera.
“El hecho de tener a un embajador asociado demasiado estrechamente con los esfuerzos de inteligencia conlleva grandes riesgos”, dice Mark Stout, antiguo agente de inteligencia y profesor de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Esto es especialmente cierto, señala Stout, debido a la visión rusa de la inteligencia como “un poder por derecho propio”. O como dice Pickering en tono de broma: “El espía no es el tipo que va en el asiento trasero de la limusina. Es el conductor”.
Esto no quiere decir que Kislyak no estuviera al tanto de las operaciones encubiertas supervisadas desde su embajada. Él “supervisa una operación de inteligencia muy agresiva en su país”, dijo Clapper a NBC en mayo. “Indicar que de alguna manera estaba separado o que era ajeno a ello es mucho decir”. Bajo la vigilancia de Kislyak, de acuerdo con el testimonio ante el Congreso en 2016, Rusia ha acelerado sus operaciones de espionaje. En 2010, el FBI atrapó y expulsó a diez agentes “durmientes” de Rusia, lo que sirvió de inspiración a la serie The Americans del canal FX. Y el año pasado, el Congreso incorporó una disposición en una Ley de Autorización de Inteligencia anual en la que se exige a los diplomáticos rusos que el FBI valide cualquier viaje de más de 50 millas (poco más de 80 kilómetros) que hagan desde el sitio donde tienen su sede (el gobierno de Obama combatió esas reglas y desestimó la creciente evidencia de la incursión de piratas informáticos rusos, en parte para adquirir el apoyo de Moscú a un acuerdo de paz en Siria).
Lo que resulta más problemático para el gobierno de Trump es que Comey, el exdirector del FBI, les dijo a los miembros del Congreso en junio que su organismo investigaba los intentos de Rusia para influir en miembros del equipo de Trump e incluso reclutarlos. “Yo… tenía conocimiento de la información y de la inteligencia que revelaba la existencia de contactos e interacciones entre funcionarios rusos y personas estadounidenses que participaban en la campaña de Trump, lo cual me preocupaba debido a los esfuerzos conocidos de Rusia para sobornar a esas personas”, dijo Comey a los legisladores en su testimonio jurado. Lo que aún no está claro es si “los rusos lograron obtener o no la cooperación de esos individuos”.
JUEGOS DE PATRIOTAS: El embajador ruso Kislyak participa en una ceremonia de conmemoración de la reunión entre soldados soviéticos y aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos analistas dudan de que sea un maestro del espionaje. FOTO: ROMAN MAKHMUTOV
Este escándalo aún es turbio. Pese a la ola de expulsiones de supuestos espías rusos realizada en diciembre, no se ha revelado ningún enlace entre la embajada de Kislyak y lo que Comey denominó “una campaña abrumadora… de medidas activas” de intervención informática motivada políticamente, realizada por dos grupos ligados al Estado ruso, APT 28 y 29 (también conocidos como Cozy Bear y Fancy Bear) entre 2014 y 2016. También existen dudas de si los esfuerzos de hackeo de Rusia estuvieron dirigidos principalmente a ayudar a Trump, o solo a enlodar a Hillary Clinton, la antigua heredera demócrata del trono y némesis del Kremlin debido a su severa postura con respecto a las intervenciones de Putin en Ucrania. El ciberataque ruso, phishing, contra el Partido Demócrata comenzó, según lo señaló el FBI, ya desde 2014, mucho tiempo antes de que a Trump se le considerara para convertirse en candidato.
Kislyak favoreció simbólicamente a Trump antes de la elección, sentándose en primera fila durante el primer discurso importante de Trump en el Hotel Mayflower de Washington, en abril de 2016, y al asistir a la convención republicana, pero no a la demócrata. Sin embargo, ese favoritismo, al que McFaul califica como “el único error” de Kislyak, se debió principalmente a la fuerte desaprobación por parte del Kremlin del apoyo de Clinton al cambio de régimen en el Oriente Medio y a su línea dura en las sanciones contra Rusia después de la anexión de Crimea por parte de Putin en febrero de 2014.
La principal motivación detrás del hackeo ruso, afirma Mark Galeotti, investigador de alto nivel del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, fue “crear una tormenta de fuego tan fuerte como fuera posible, de manera que Clinton estuviera ocupada acarreando cubos de agua en su país como para actuar en contra de los intereses de Rusia”. En un informe desclasificado de inteligencia de Estados Unidos sobre el hackeo publicado en enero se concluye que “Putin ordenó una campaña de influencia en 2016, dirigida hacia la elección presidencial estadounidense. Los objetivos de Rusia fueron minar la fe pública en el proceso democrático estadounidense, denigrar a la secretaria [Hillary] Clinton, y perjudicar sus posibilidades de ser electa y su posible presidencia”. En el informe se señala que los rusos “desarrollaron una clara preferencia hacia el presidente electo Trump”, pero en realidad, de acuerdo con Galeotti, el Kremlin siempre se ha mostrado “mucho más alarmado y negativo con respecto a Trump que lo que sugiere la propaganda oficial… El ataque con misiles estadounidenses en Siria [realizado en mayo] fue la peor pesadilla de Rusia. Estados Unidos tiene un presidente que es totalmente imprevisible, y tiene un umbral bajo con respecto al uso de la fuerza. Ese es un verdadero problema para Rusia”.
EL ‘RUSIAGATE’ Y KISLYAK
No hay ninguna prueba de que Kislyak sea un maestro del espionaje o siquiera un colaborador activo y encubierto de Trump. Sin embargo, la acusación más realista y fundamental contra Kislyak es que no hizo lo suficiente para detener un precipitado declive en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, las cuales eran cordiales al comienzo de su periodo, en 2008, mientras que en la actualidad son desastrosas.
Un embajador eficaz no es solo un cabildero, sino también un intermediario. Todos los embajadores explican las políticas de su país a sus anfitriones, pero los mejores comprenden los miedos, los límites y la lógica de la nación a la que han sido enviados.
DESDE RUSIA CON HORROR: El presidente ruso Vladimir Putin se sienta junto a Flynn, teniente general retirado del ejército estadounidense, en un evento de RT realizado en 2015. Flynn está en el centro de la investigación de las relaciones entre Trump y Rusia. FOTO: MIKHAIL KLIMENTYEV/SPUTNIK/REUTERS
Tomemos por ejemplo la crisis de misiles de Cuba. Durante 13 días de octubre de 1963 el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear hasta que diplomáticos de alto nivel lograron desactivar el conflicto. Llewellyn Thompson acababa de dimitir como embajador de Estados Unidos ante Moscú y trabajaba en el Consejo de Seguridad Nacional de John F. Kennedy cuando recibió dos mensajes del primer ministro Nikita Khrushchev: el primero, una oferta para conversar, y el otro, un duro ultimátum. Thompson sabía cómo funcionaba Moscú y le aconsejó a Kennedy que ignorara el mensaje beligerante, el cual, según dedujo correctamente, había sido escrito por miembros belicistas del Politburó. También le dijo al presidente que Khrushchev buscaba una forma para reducir el conflicto que, al mismo tiempo, le permitiera guardar las apariencias. Simultáneamente, Anatoly Dobrynin, el embajador soviético en Washington, fue un canal confidencial entre el procurador general Robert F. Kennedy y Khrushchev.
En contraste, Kislyak “no ha logrado desempeñar ese tipo de función de intermediario”, dijo un funcionario estadounidense que trabajó con él en Washington, pero prefirió no ser citado criticando a un colega. Kislyak “únicamente ha cumplido una parte de su trabajo”, impulsar los intereses de Rusia en Washington, pero no ha logrado explicar al Kremlin la postura de Washington. “Todos los desastres de política exterior de Rusia ocurridos en los años recientes, especialmente la anexión de Crimea, se han basado en una profunda ignorancia de los intereses reales de Estados Unidos”, señala un embajador europeo de alto nivel que ha tratado con Rusia desde la década de 1980, pero que no está autorizado para hablar de forma oficial. “Putin y su círculo interno realmente creían que la revolución [de Ucrania en 2014] había sido un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos. Creían que la OTAN ocuparía de manera inminente [la base naval rusa de] Sebastopol. Invadir Crimea y salvar Sebastopol de la OTAN, esa era su lógica… Sin embargo, se basaba en una visión totalmente falsa de la realidad. No había nadie que le dijera a Putin: ‘Espere, esto está mal. Conozco a Estados Unidos, y Estados Unidos no hará eso’”.
Una de las razones por las que Kislyak no manifestó su opinión contra las falsas suposiciones del Kremlin acerca de los designios de Washington sobre Sebastopol es la cultura de lealtad absoluta que prevalece en el gobierno de Putin. “Muy pocas personas se atreven a expresar sus puntos de vista divergentes ante el Kremlin, y este último no desea escuchar voces que estén en desacuerdo con su línea”, dice Galeotti. “Se trata de un sistema que depende completamente del favor del presidente. La tentación consiste en decirle lo que él desea escuchar”.
Otra razón: durante la crisis de Crimea, Kislyak no tenía acceso a los principales tomadores de decisiones de Washington que podrían haberle dado una mejor percepción de lo que realmente estaba pasando. Entre 2012 y 2014, McFaul se convirtió en una figura odiada en los medios de comunicación rusos. El Kremlin se sentía nervioso por las manifestaciones masivas contra Putin durante su campaña para un tercer periodo como presidente, y las reuniones de McFaul con prominentes líderes de la oposición de Rusia les dieron a los medios de comunicación controlados por el Estado una excusa para presentar a Estados Unidos como el manipulador del descontento. Peor aún, McFaul fue acusado sistemáticamente por grupos de jóvenes partidarios del Kremlin, y los diplomáticos estadounidenses eran detenidos diariamente por policías de tránsito. También hubo acciones más sucias propias de la era de la KGB: alguien entró por la fuerza en la casa de un agregado militar y mató a su perro, y los neumáticos de los automóviles diplomáticos estadounidenses eran pinchados. “Fue la forma más sucia de intimidación de ínfimo nivel”, recuerda un funcionario británico que trabajó en Moscú en esa época. “Para mí, ese fue el momento en el que dije: guau, realmente estamos de vuelta en la URSS”.
CRIMEA Y CASTIGO: personas celebrando el aniversario de la anexión de Crimea por parte de Rusia en Sebastopol. La invasión realizada por Rusia produjo una crisis diplomática con Estados Unidos y sanciones impuestas por ese país. FOTO: PAVEL REBROV/REUTERS
McFaul no tenía acceso a Moscú, por lo que Kislyak no tenía acceso a Washington. Pocas veces se reunió con el entonces secretario de Estado John Kerry. “Era una especie de situación de toma y daca… En retrospectiva, produjo un importante rompimiento en las comunicaciones y la confianza”, relata el funcionario británico. “Hasta [2012] tuvimos un verdadero diálogo entre antiguos enemigos de la Guerra Fría. Sin embargo, [los rusos] descartaron eso y volvieron a insultar y a satanizar a Occidente”.
La tercera, y más preocupante, de las razones de la profunda desconexión entre la percepción del Kremlin y la realidad fue que Putin no estaba escuchando. Ni Kislyak ni el Ministerio de Relaciones Exteriores tenían ya una voz en las principales mesas donde se establecía la política del Kremlin. Muchos funcionarios de Relaciones Exteriores se quejan, de acuerdo con Galeotti, de que “nadie se molesta en escucharlos, y de que su trabajo se ha limitado a seguir órdenes y a limpiar el posterior desastre”.
Si bien el Kremlin puede decidir mantenerse desinformado sobre Estados Unidos y sus intenciones, ciertamente Kislyak no lo está. Desde el comienzo de su periodo en el cargo, se ha encargado de viajar por todo Estados Unidos para hablar ante personas ordinarias, impulsando la línea rusa, pero también para tomar el pulso del interior de Estados Unidos y pedir periódicamente “mejores relaciones y comprensión” entre “nuestras dos grandes naciones”. Kislyak dijo ante un público en el Diálogo Fort Ross, que se realiza cada año, que “si hacemos una lista de las cosas que nos unen y las comparamos con una lista de aquellas que nos separan, la primera será mucho más larga y más importante… Nosotros, las dos mayores naciones nucleares del mundo, tenemos la responsabilidad especial de mantener la estabilidad, y estamos comprometidos a hacerlo”.
El embajador tenía un especial interés en Fort Ross, California, a 112 kilómetros de San Francisco, el puesto de avanzada más al sur de las posesiones del imperio ruso en Estados Unidos entre 1812 y 1842. Visitó el sitio más de una docena de veces, y cuando se amenazó con cerrar el museo, como resultado de los recortes presupuestales de 2009 en California, Kislyak realizó activamente una campaña para salvarlo. “Tengo la impresión de que a él le gusta bastante Estados Unidos y los estadounidenses; su franqueza, su entusiasmo”, declaró a Newsweek Sarah Sweedler, directora de Fort Ross. “Es verdad que Kislyak no dudaba en señalar lo que percibía como la hipocresía de Estados Unidos… [pero] claramente apoya el diálogo informal y no oficial entre los rusos y los estadounidenses, y desea que tenga éxito”.
A pesar de toda su aparente simpatía por Estados Unidos, el embajador también ha impulsado siempre la línea del partido del Kremlin sobre Chechenia, Siria y la anexión de Crimea, a pesar de la herencia ucraniana de Kislyak. “Yo creía que era un embajador muy al estilo soviético de la vieja escuela”, dijo el procurador general Jeff Sessions en una conferencia de prensa en la que anunciaba su decisión de retirarse de las investigaciones contra Trump después de haberse reunido con Kislyak. Más tarde, a mediados de junio, en su testimonio de alto perfil ante el Comité del Senado, Sessions dijo que cuando se reunió con Kislyak en su oficina, en 2016, el diplomático defendió abiertamente la anexión de Crimea por parte de Moscú. Kislyak también expresó la línea de Putin sobre Crimea y Ucrania en una triste célebre confrontación ocurrida en 2015 en el Instituto Aspen con Evelyn Farkas, que en ese entonces era subsecretaria de defensa adjunta para Rusia, Ucrania y Eurasia. “Era un defensor eficaz de su país”, declaró ella a Newsweek. “Representaba con todas sus fuerzas una política y un Kremlin que se iban moviendo hacia la columna de los adversarios”.
¿DESEO DE DESDÉN? Según se informa, la decisión de Trump de
despedir a James Comey, exdirector del FBI, ha desencadenado una investigación
sobre si el presidente obstruyó o no la justicia. FOTO: JUSTIN SULLIVAN/GETTY
Desde la cascada de revelaciones sobre el Rusiagate, la Casa Blanca ha insistido en que “el presidente ha sido increíblemente severo con Rusia”, como dijo en marzo Sean Spicer, el secretario de prensa de la Casa Blanca. “El presidente Trump ha dejado muy claro que espera que el gobierno ruso disminuya la violencia en Ucrania y que devuelva Crimea”. Y el 14 de junio, el Senado aprobó en forma abrumadora una extensión de las sanciones de la era de Obama. Independientemente de cuáles hayan sido los planes del equipo de Trump previos a la toma de posesión de este último para un descongelamiento de las relaciones de ambos países, el escándalo ha hecho que cualesquier concesiones a Moscú parezcan políticamente imposibles.
En ese sentido, el escándalo Rusiagate es la tragedia de Kislyak. El embajador trabajó duro para establecer relaciones con un nuevo gobierno e impulsó al equipo de Trump para ser tan favorable a Rusia como Hillary Clinton era hostil hacia ella. Sin embargo, en lugar de lograr un reinicio en las relaciones entre Trump y Putin, Kislyak ha sido responsable de una fisura que probablemente durará más que ambos líderes.
La nueva narrativa de Washington en la que se culpa a la interferencia rusa de todas y cada una de las meteduras de pata de la democracia estadounidense podría estar “distorsionada… La visión de un fanático del futbol americano durante el sábado, quien ve actividades despreciables en todo lo que hace ‘el otro equipo’”, dice Pickering. Pero el resultado es que Rusia se ha vuelto tan tóxica como Kislyak mismo, un desastre cuya limpieza tomará varios años.
—
Con información de Matthew Cooper
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek