Es una de las imágenes más conmovedoras
de nuestros tiempos, y quizá también una de las más crueles: a sus 12 años, el
príncipe Harry marcha en la procesión fúnebre detrás del féretro de su madre,
con la cabeza inclinada y apretando los puños.
El niño, junto con su hermano mayor, el
príncipe Guillermo; su padre, el príncipe Carlos; su abuelo, el duque de
Edimburgo; y su tío paterno, Charles Spencer, cruzaron lentamente el corazón de
Londres el 6 de septiembre de 1997. Siete días antes la princesa Diana
–hermosa, carismática e imprevisible— había muerto en un accidente
automovilístico en París. Tenía solo solo 36 años.
El funeral se celebró hace casi 20 años,
mas Harry se siente casi abrumado por los recuerdos de aquel día trágico. “Mi
madre acababa de morir, y tuve que caminar un largo trecho detrás de su ataúd,
rodeado de miles de personas que me observaban, mientras millones más miraban
por televisión”, dice a Newsweek. Su expresión se endurece. “No creo que se
deba pedir a ningún niño que haga algo semejante, bajo ninguna circunstancia.
No creo que eso ocurriera en la actualidad”.
El príncipe reconoce, sin rodeos, que
quedó marcado por aquel día, por la muerte de su madre, y que estuvo al garete
durante décadas. Convivió con el grupo de los ricos e imprudentes, y fumó y
bebió en exceso. En alguna ocasión vistió ropa nazi para asistir a una fiesta
de disfraces, y en 2012 se dejó fotografiar desnudo en Las Vegas, con mujeres
semidesnudas. Fue el soltero más codiciado del mundo, y un regio dolor de
cabeza.
Sin embargo, hoy proyecta una mezcla de
magia mayestática, accesibilidad, confianza y picardía, una combinación que
evoca en muchos el recuerdo de su madre. Su transformación del rebelde
marginado a uno de los “royals” más populares del mundo ha requerido de una
profunda introspección, y aunque todavía tiene un largo trecho por delante, se
siente orgulloso de sus logros y está ansioso por hacer mucho más. Varias veces
me dice que anhela ser “más que el príncipe Harry”.
CAMARADAS: La naturalidad con que Harry
conecta con las personas lo vuelven muy popular en funciones de caridad, sobre
todo en las que participan niños. FOTO: MATTHEW LEWIS/AFP/GETTY
EL ORDINARIO EXTRAORDINARIO
Durante buena parte del año pasado,
Newsweek tuvo amplio acceso al príncipe Harry, hoy de 32 años, mientras cumplía
sus funciones reales. Lo entrevisté de manera individual en el Palacio de
Kensington, donde tiene una cabaña con dos dormitorios en la residencia real
del centro de Londres, mientras que su hermano y su cuñada, Kate, ocupan un
apartamento de 22 habitaciones en el palacio.
Al encontrarnos, Harry –vestido con
camisa azul claro y cuello desabotonado, pantalones marrón y zapatos de ante
gris— se levanta de un salto del sillón para recibirme. Habla con calidez y
energía, pero también es bastante reservado. Se muestra sorprendentemente
relajado cuando describe su transformación de los últimos años.
“Mi búsqueda inició a mediados de la
veintena”, me dice Harry. “Tenía que corregir los errores que estaba cometiendo”.
En abril reveló en un podcast que el dolor contenido por la muerte de su madre
condujo a dos años de “caos total”, y que estuvo “muy cerca” de un colapso
nervioso en varias ocasiones. A los 28 años, y siguiendo el consejo de
Guillermo, buscó ayuda profesional.
“Mi madre murió cuando yo era muy joven.
No quería encontrarme en esa posición, pero a la larga tuve que hacer frente a
mi realidad, empecé a escuchar a la gente y decidí usar mi papel para hacer el
bien. Ahora me siento estimulado, energizado y me encanta la labor de caridad,
conocer personas y hacerlas reír”, explica. “A veces, aún siento que vivo en
una pecera, pero ya puedo lidiar mejor con eso. Todavía tengo un rasgo
picaresco, que disfruto mucho, y es así como me relaciono con individuos que se
han metido en problemas”.
Dice que conservar su “vida ordinaria” es
una prioridad máxima. “Mi madre fue muy importante para enseñarme la vida
ordinaria, como llevarme con mi hermano a visitar personas desamparadas.
Gracias a Dios, no estoy completamente desconectado de la realidad. Muchos se
asombrarían de conocer la vida ordinaria que llevamos Guillermo y yo. Hago mis
compras personales. A veces, cuando me alejo del mostrador de carnes del
supermercado local, me preocupa que alguien haga una foto con el celular. Pero
estoy decidido a que mi vida sea relativamente normal, y si tengo la suerte de
tener hijos, ellos también la tendrán”. Hace una pausa y agrega: “Aunque fuera
rey, haría mis propias compras”.
La determinación de Harry para llevar una
vida ordinaria refleja su amor por la vida. Su novia, Meghan Markle, tal vez
sea una actriz famosa, pero también es divorciada, feminista a ultranza y
estadounidense, nada de lo cual se ciñe al estereotipo de la consorte real.
El príncipe puede mostrarse ferozmente
protector de Meghan, y de su capacidad para tener algo parecido a una relación
ordinaria. En noviembre, a petición de Harry, el Palacio de Kensington emitió
una declaración quejándose de la “oleada de maltrato y hostigamiento… que
embadurna la portada de un periódico nacional; los visos raciales de los
artículos de comentario; y el sexismo y el racismo de los troles de los medios
de comunicación social”. Y añadió: “El príncipe Harry teme por la seguridad de
la señorita Markle, y está profundamente decepcionado de no haber podido
protegerla. No es correcto que, a pocos meses de su relación con él, la
señorita Markle se vea sometida a semejante tormenta”.
Un allegado al príncipe dice que Harry no
está precipitándose a “hacer las cosas”, expresión que, en la realeza,
significa proponer matrimonio. “Es obvio que se llevan bien y que tienen mucho
en común. Todavía deben averiguar si pueden mantener una relación ordinaria
dentro de un ambiente inusual. No creo que ocurra algo antes del fin de año”.
¿Acaso el príncipe se ha detenido a
pensar que un exceso de “ordinario” puede hacer que la familia real se vuelva
demasiado accesible y pierda su misterio? “Es un malabarismo muy truculento”,
responde. “No queremos diluir la magia… El público británico, y el mundo entero,
necesitan instituciones como esta”.
El príncipe sabe que es fácil mofarse de
su búsqueda de lo “ordinario” mientras vive en un palacio, se transporta en
limosinas con vidrios polarizados, y utiliza sus contactos para conseguir lo
que desea. Muy contadas personas podrían comunicarse con la cabeza del Ejército
británico, como hizo Harry cuando le informaron que debía separarse de su
unidad en Afganistán por razones de seguridad (él hacía presión para permanecer
en el campo de batalla). Más recientemente, convenció al Museo de Historia
Natural de permanecer abierto una noche para que él y Meghan pudieran admirar a
los dinosaurios en privado.
También parece darse cuenta de que
millones de personas no quieren que sea, simplemente, un tipo más. Mientras lo
seguía en sus deberes reales, observé que casi todos a quienes saludaba se
emocionaban de estar hablando con “un príncipe de verdad”, como dijo alguien.
Harry se mostró sinceramente interesado
al conversar con niños, veteranos heridos y cualquiera que cruzara su camino
mientras hacía su recorrido. Parece tener la capacidad auténtica para conectar
con las personas y, particularmente, para ayudar a que soldados e individuos de
todas las edades y tipos superen sus impedimentos.
Luego de confesar que “apagó” sus
emociones durante casi dos décadas, Harry ahora está deseoso de mostrar al
mundo que es una persona apasionada y emocional. “A veces, expreso demasiada
pasión”, dice, con una sonrisa. “Eso me metió en problemas en el pasado; en
parte, porque no soporto que la gente dé vueltas a las cosas en vez de
abordarlas directamente”.
A GUSTO: Hablar con veteranos, como este
grupo en el centro de recuperación Help for Heroes, es una pasión de Harry que
lo conecta con su servicio en el Ejército. FOTO: BEN BIRCHALL/AFP/GETTY
LIGERA ES LA CABEZA QUE LLEVA ESTA CORONA
Una de las cosas que Harry está deseoso
de “abordar directamente” es la transformación de la monarquía británica: él,
Guillermo y Kate parecen decididos a empujarla hasta el siglo XXI. “La
monarquía es una fuerza de bien”, asegura, “y queremos continuar la atmósfera
positiva que la reina ha logrado durante más de 60 años, pero no pretendemos
reemplazar [a la reina]”.
Guillermo, segundo en la línea de
sucesión, seguramente ascenderá al trono después del príncipe Carlos, y aunque
Guillermo es popular, el encanto y la energía de Harry han sido de particular
utilidad para que la generación más joven reavive una “marca” que quedó
profundamente dañada tras la muerte de Diana, seguida de otras adversidades que
asolaron a la familia real, más o menos por la misma época. “Estamos dedicados
a modernizar la monarquía británica. No lo hacemos por nosotros, sino por el
bien mayor del pueblo… ¿Hay alguien en la familia real que quiera ser rey o
reina? No lo creo, pero desempeñaremos nuestras funciones llegado el momento”.
La cantidad de labor de caridad que
realizarán Harry, Guillermo y Kate –y que ha sido un aspecto enorme de la
personalidad pública de la reina- estará más enfocada. Hasta el año pasado, la
reina patrocinaba más de 600 organizaciones de caridad, y la familia real
apoyaba 3,000 de ellas en total. Cuando Guillermo sea rey, ese número se habrá
desplomado, pero una fuente próxima a Harry insiste en que no será por
desinterés (los funcionarios de la corte desean mantener el anonimato para
hablar con libertad de la familia real). “Prefieren concentrarse en caridades
específicas que investigan a fondo, y después participan en ellas de manera
regular. No desean ser percibidos como un grupo de celebridades”.
Harry está de acuerdo. “Usamos el tiempo
de manera inteligente”, agrega. “No queremos aparecer para estrechar manos,
pero sin involucrarnos”.
COMBATIVO: Harry afirma echar de menos la
camaradería y el “humor negro” de la vida militar. FOTO: JOHN STILLWELL/TIM
GRAHAM PICTURE LIBRARY/GETTY
DE ETON A AFGANISTÁN
Harry considera que desempeña tres funciones
básicas en una vida laboral que, sin ser exactamente una carrera profesional,
es lo más parecido a una profesión. La primera es honrar y expandir el legado
de su madre. “De manera intuitiva, sé cuál es el trabajo que le gustaría a mi
madre para mí, y también sé querría que continuara la labor que ella no pudo
terminar”. Hace veinte años, en el apogeo del terror irracional de la infección
por VIH/SIDA, Diana se hizo fotografiar tocando a un hombre VIH-positivo, y
aquel gesto modificó la actitud del público. (“Me gustaría ser reina en los
corazones de la gente”, dijo Diana a un entrevistador de televisión; y ese
sobrenombre terminó por arraigar, sobre todo después de su muerte). En
diciembre pasado, Harry se hizo una prueba de VIH en Barbados, frente un grupo
de fotógrafos.
En 2006, fundó la caridad Sentebale con
el príncipe Seeiso, miembro de la familia real de Lesoto, quien perdió a su
madre cuando era pequeño. Sentebale, que significa “No me olvides”, conmemora a
las madres de ambos príncipes proporcionando ayuda a niños vulnerables del país
sudafricano, que tiene la segunda tasa de VIH más alta del mundo. Harry también
es patrocinador de la beneficencia antiminas HALO Trust, que persigue el
objetivo de Diana de “librar al mundo de las minas terrestres”.
La segunda función del príncipe es apoyar
a la reina, de 91 años, quien cada vez delega más funciones en sus nietos. “La
reina ha sido fantástica al permitirnos elegir”, asegura Harry. “Nos dice que
tomemos el tiempo para pensar muy bien las cosas”.
La tercera función de su vida laboral es
algo que jamás habrían contemplado las rígidas generaciones anteriores de la
realeza; ni siquiera por un momento. Harry está decidido a acabar con el
estigma de las enfermedades mentales. Es una tarea que él, Guillermo y Kate han
emprendido con el apoyo del gobierno británico. “Ellos tienen el dinero y
nosotros tenemos la voz”, dice el príncipe.
Harry confiesa que los esfuerzos de su
beneficencia, en ese sentido, le han permitido resolver algunos de sus
problemas personales. Durante la entrevista, declara más de una vez: “Creo que
un leopardo puede cambiar sus manchas”. Es patente que habla de sí, al menos en
parte.
En 2012, Harry, Guillermo y Kate lanzaron
la organización Royal Foundation, cuya filiar, Full Effect, pretende instilar
en los niños (muchos de ellos, con historia de privaciones y en riesgo de caer
en las redes de pandillas) el amor por los deportes, con la esperanza de
motivarlos a seguir un camino más positivo. Acompañé a Harry a visitar un
proyecto Full Effect en la ciudad de Nottingham, en el centro de Inglaterra.
La primera escala en Nottingham fue el
exterior de National Ice Centre, donde unos 30 niños y niñas de 9 años no
mostraban el menor interés en el lado “ordinario” del príncipe. Solo querían
ver el boato, su aura. Sin embargo, Harry vestía de manera informal con una
camisa azul marino, las mangas enrolladas y el faldón de la camisa apenas
metido en los pantalones vaqueros de color marrón. Era obvio que no le
importaba si la gente hacía una reverencia o se inclinaba al saludarlo. Por el
contrario, respondía con algún comentario gracioso, provocando risas y haciendo
que los chicos se relajaran. Los niños lo miraron asombrado cuando lanzó
pelotas de rugby y pateó balones de futbol.
Después de unos 20 minutos, habló con un
grupo de jóvenes de 16 a 24 años, miembros de la iniciativa Royal Foundation,
para brindarles la oportunidad de capacitarse como entrenadores deportivos. La
mayoría de aquellos jóvenes provenía de hogares disfuncionales, no encajaba en
el sistema escolar y por ello, tenía pocas oportunidades en la vida. Uno me
dijo que, cada mañana, antes de presentarse a trabajar en el centro, tenía que
llevar a la escuela a sus siete hermanos.
La siguiente escala fue Russell Youth
Centre en St. Ann’s, zona empobrecida donde se encuentra un famoso estudio de
grabación comunitario que dirige Trevor Rose. Harry ha visitado el área con
regularidad desde 2013. “Este espacio es un refugio para chicos que fueron
expulsados de escuelas, centros juveniles y deportivos”, dice Rose. “Muchos han
sido apuñalados, echados de sus hogares y han tenido que lidiar con problemas
de alcohol y drogas, así como baja autoestima y confianza en sí”.
Antes que llegara Harry, la mayoría de
los adolescentes actuaba como si fuera demasiado “cool” para interesarse en la
visita de un miembro de la familia real, pero a Rose no le preocupaba. “Cuando
trabajas con jóvenes en riesgo, sabes que no confían en la gente fácilmente.
Pero deja que llegue Harry y verás que es uno más de los chicos”.
Y así fue. Harry estrechó manos por todos
lados, palmeó las espaldas de los muchachos, abrazó a las chicas e hizo bromas.
En pocos minutos, aquellos adolescentes, antes indiferentes, lo rodearon,
suplicando que se hiciera selfies con ellos, cosa a la que accedió de muy buena
gana.
“Saber que un príncipe los cuida marca la
diferencia para estos muchachos”, señala Rose. “Aunque, bien visto, Harry no es
lo que esperarías de un príncipe. No se limita a estrechar manos y saludar. En
vez de ello, se ha vuelto parte del viaje de los chicos. Creo que su dedicación
se debe a que le ayuda a poner su propia vida en perspectiva”.
Harry se educó en el selecto Eton College
(no le gustó) y luego sirvió en el Ejército durante 10 años, volando en
misiones de combate en Afganistán. Le encantó formar parte de una unidad de
combate en aquel frente, y se sintió destrozado cuando le ordenaron regresar
del campo de batalla por temor de que fuera un blanco muy tentador para
cualquier combatiente talibán a kilómetros a la redonda, poniendo en peligro
extraordinario no solo a sí mismo, sino a sus camaradas.
Es evidente que su experiencia militar lo
cambió, volviéndolo un hombre mejor y dándole una misión muy personal: como
defensor de hombres y mujeres heridos en el servicio a la patria. En 2014, creó
y luego, lanzó los Juegos Paralímpicos “Invictus”, que tuvieron un éxito
tremendo y ahora se celebran cada año.
Trauma y depresión fueron los temas
principales en el Centro de Operaciones de Emergencia del Servicio de
Ambulancias de Londres que, cada día, recibe alrededor de 5,000 llamadas de
urgencias médicas, y envía ambulancias a toda la capital de Inglaterra. Esa
visita estaba destinada a promover el día “Es hora de Hablar”, derivado de la
campaña Heads Together, la cual pretende eliminar el estigma de los problemas
de salud mental. Una vez más, Harry recurrió a su experiencia en el frente
afgano para empatizar con paramédicos y despachadores de ambulancias. Recordó
que, siendo piloto de helicóptero, debía evacuar a hombres y mujeres heridos en
el campo de batalla. “Aterrizas, los entregas y te avisan por radio que hagas
otra cosa”, explicó.
“Pero jamás te enteras si aquel chico o
aquella chica vivió o murió”. Luego, volviéndose hacia un par de paramédicos,
añadió: “Es increíble todo lo que deben soportar cada día. No saben lo que van
a enfrentar. Pueden sufrir un ataque, maltratos, cualquier cosa. Es inhumano
que salgan de eso pensando que no resultarán afectados. Buen trabajo,
muchachos”.
Charló largamente con Dan Farnworth,
padre de cuatro niños y paramédico que sufre del trastorno de estrés
post-traumático a resultas de atender un caso maltrato infantil particularmente
difícil, en el cual el niño perdió la vida. Farnworth dijo que estaba en “un
lugar muy oscuro” y que le asustaba reconocerlo, porque significaba que no le
permitirían seguir trabajando.
Harry asintió y habló con Farnworth más
como un psicoterapeuta que como un remilgado miembro de la realeza. “Es muy
importante que te expreses. Si no expresas tus inquietudes durante semanas,
meses o años, se convierten en un verdadero problema. No es señal de debilidad.
Es tener la fuerza para manifestarte, para hablar del problema y seguir
adelante. Conozco personas que no se manifiestan porque no quieren correr el
riesgo de perder su trabajo. Pero luego corren el riesgo de perder su empleo
porque no pueden resolver su conflicto”.
Esa empatía es más evidente cuando Harry
interactúa con el tipo de hombres y mujeres con los que sirvió en el Ejército.
También acompañé a Harry en una visita al centro de recuperación Help for
Heroes. Era un día claro y frío, y un pequeño grupo de hombres charlaba
mientras hacían largos puntales de madera para la puerta de la casa Iron Age,
un proyecto terapéutico de construcción. Cerca de allí ardía una gran hoguera
que les brindaba calor y que, más tarde, serviría para cocinar el almuerzo.
Todos eran soldados británicos veteranos
que resultaron heridos gravemente en combate. Si bien sus heridas físicas
habían sanado, en buena medida, estaban allí para aprovechar los servicios de
salud y psicológicos de Hidden Wounds, un programa que Help for Heroes ofrece a
los veteranos que padecen de depresión, estrés, ira, ansiedad y problemas de
alcoholismo. Harry fue a la vez compasivo y jovial con aquellos hombres y reconoció
ante los veteranos –y después, ante mí- que echaba de menos la camaradería y el
“humor negro” de la vida militar.
Su primera pregunta para Mike Day –ex
comandante de francotiradores, herido en Afganistán, en 2009, por una granada
que le fracturó la espalda y dejó metralla en su cabeza y cuerpo- fue
directamente al grano: “¿Cuál fue el mayor efecto para ti?”.
Day pensó un momento y entonces,
respondió con voz baja: “Ya no soy yo”.
Fue un momento emotivo y delicado, pero
Harry no se dejó conmover. “Una de tus luchas más grandes debe ser vivir en vez
de solo existir”, sentenció.
Day asintió. “Vengo aquí cuatro días de
cada mes, y aflora lo mejor de mí”.
Por un momento, el equipo de apoyo de
Harry pareció dudar de conducirlo hacia su siguiente cita. Pero Harry se
despidió de los soldados, diciendo: “Buen trabajo, muchachos”.
Poco después de la visita, Harry comentó:
“Compartimos el uniforme. Veo mucho de mí en esos hombres. Quieren la
oportunidad de ponerse a prueba y ser alguien”.
MEDALLA DE ORO AL ESFUERZO: Harry
concibió e impulsa activamente los Juegos “Invictus”, evento deportivo
internacional para hombres y mujeres lesionados en el campo de batalla. FOTO: CHRIS
JACKSON/GETTY
HERIDAS OCULTAS
Cuando Harry está en funciones, se
muestra animoso y amigable, pero en momentos de tranquilidad suele parecer
tenso e irritable. Por supuesto, ha llevado una vida de privilegio
extraordinario, pero también ha sufrido un dolor considerable en sus 32 años.
Sus padres fueron un desatino espantoso, y se separaron tras una boda de cuento
de hadas seguida de un matrimonio de pesadilla que duró 11 años. Charles
regresó a su antigua amante, Camilla Parker Bowles, y Diana tuvo diversos
amoríos, el último con Dodi Fayed (hijo de Mohamed al-Fayed, ex propietario de
la megatienda Harrods), quien murió con ella en aquel accidente automovilístico
de París.
Al preguntarle por su familia, Harry se
refiere inmediatamente a la reina (“Es asombrosa”) y a su finada madre (“Tenía
un sentido del humor fantástico y siempre quería hacer cosas divertidas con
nosotros, además de protegernos”). Habla menos de Guillermo y Kate, y dice casi
nada de su padre y su madrastra. Por supuesto, el mundo entero sabe cuánto
sufrieron Diana y sus hijos por esa relación.
Nada puede llenar el vacío que dejó la
muerte de la princesa, y Harry creció sin una figura que le brindara apoyo
emocional. Kate ha ayudado a mitigar esa carencia. Cuando ella y Guillermo se
comprometieron, Harry la describió como la hermana mayor que nunca tuvo. Los
visita a menudo en su apartamento del Palacio de Kensington, donde ella cocina
para su cuñado; se dice que uno de sus platillos favoritos es pollo asado.
Harry y Guillermo tienen personalidades
opuestas. “Son muy diferentes en lo emocional”, asegura un allegado de la
corte. “Harry manifiesta sus sentimientos. Guillermo es introvertido y
reservado. Están unidos por la posición singular que comparten, y por la
experiencia de haber perdido a su madre siendo muy jóvenes. Pero no viven
pendientes uno del otro, y mientras Guillermo estuvo en la universidad, se
vieron contadas veces”. Otro miembro del círculo de íntimos de Harry describe
con más detalle las diferencias entre los príncipes: “Guillermo fue más exitoso
académicamente, pero cuando se trata de relacionarse con personas, Harry los
supera a él y a Kate, sobre todo con los niños. Harry es apasionado con ellos y
es algo natural, cosa que no tienen Guillermo ni Kate”. Tener hijos propios
seguramente les ha ayudado.
Harry también se enorgullece de su lado
más práctico. “Puedo hacer casi cualquier cosa con mis manos”, afirma. Es por
eso que servir en el Ejército británico le sentó tan bien. A fines de 2007, voló en secreto fuera
de Afganistán y se desempeñó como controlador aéreo avanzado en la provincia de
Helmand, dirigiendo aviones de combate contra presuntos blancos talibanes. Diez
semanas después, la prensa divulgó su paradero, y fue retirado por motivos de
seguridad. “Lo resentí mucho”, confiesa. “El Ejército fue la mejor evasión que
he tenido. Sentí que realmente estaba logrando algo”.
En 2012, le permitieron regresar a
Afganistán, donde comandó un helicóptero de ataque en Camp Bastion, en la
provincia de Helmand. “Quise demostrar que tenía ciertas habilidades –por
ejemplo, volar un helicóptero Apache-, en vez de solo ser el príncipe Harry.
También sentí que era otro de los muchachos y que podía olvidarme de ser el
príncipe Harry cuando estaba con ellos”.
Volvió a casa en 2015, furioso porque le
habían arrebatado su vida militar. Pero al fin soltó esa frustración y buscó,
agresivamente, una nueva identidad que le permitiera sentir que su vida tenía
un sentido más allá de ser solo un miembro de la familia real. Me dice que
tiene prisa por “hacer algo de mi vida. Siento que queda una pequeña ventana
para que el pueblo se interese en mí antes que [los hijos de Guillermo] tomen
el control, y tengo que aprovecharla al máximo”.
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Publicado en
cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek