James Comey habló demasiado. Habló demasiado sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton. Y luego, habló demasiado –y demasiado tarde- sobre los rusos y el Equipo Trump.
Las dos cosas causaron su despido. Aunque el presidente Donald Trump y sus beligerantes asesores han metido la pata en casi todo desde que llegaron a la Casa Blanca, hace poco más de 100 días, el despido de Comey como director del FBI fue un tiro limpio. O al menos, eso creen.
Puedes ver su razonamiento: Comey se convirtió en una amenaza inmediata cuando, en su testimonio del 3 de mayo ante el Comité Judicial del Senado, confirmó que el FBI estaba llevando a cabo una operación de contrainteligencia sobre las relaciones de funcionarios rusos y asociados de Trump. Sin embargo, durante la misma audiencia y a instancias de los republicanos del panel, Comey –de manera casi escandalosa e inexplicable- exageró la cantidad de correos que Huma Abedin, la asistente de Hillary Clinton, había copiado a la computadora doméstica de su desprestigiado marido, Anthony Weiner. Cuando ProPublica se enteró de que el FBI estaba preparándose para “suplementar” el testimonio de Comey con una corrección, el Equipo Trump vio una ventana de oportunidad para aniquilarlo.
De hecho, la rapidez con que el Departamento de Justicia publicó sus detallados argumentos para despedir a Comey sugiere que algún aliado de Trump estuvo en contacto con ProPublica para dar el golpe pues, a pocas horas de publicada la justificación, la presidencia lanzó un memorando donde el viceprocurador general, Rod Rosenstein, habla hasta el cansancio sobre el mal manejo que hizo Comey en el caso de los correos de Clinton desde el principio. Por supuesto, no hay mención alguna sobre la investigación abierta del FBI en el asunto de las múltiples conexiones del Equipo Trump con el Kremlin.
“Casi todos concuerdan en que cometió errores” en el caso Clinton, escribió Rosenstein. “Es uno de los pocos temas que unifica a la gente de perspectivas diversas”.
El Procurador General, Jeff Sessions quien, debido a sus entrevistas con el embajador ruso, tuvo que recusarse de las indagaciones del Departamento de Justicia en torno del Kremlin, interpuso una declaración santurrona sobre el despido de Comey. Dijo: “Es esencial que el Departamento de Justicia reafirme su compromiso con los principios tradicionales que aseguran la integridad y la imparcialidad de las investigaciones y los procedimientos judiciales”.
La cereza la puso el presidente Trump, quien hizo una declaración describiendo al FBI como “una de las instituciones más apreciadas y respetadas de nuestra nación”, a pesar de que vitoreó a los rusos cuando robaron los correos embarazosos de la campaña de Hillary Clinton y del Comité Nacional Demócrata, y arremetió contra Comey por abandonar la investigación sobre Clinton. Desde que ocupara el cargo, el presidente no ha dejado de acusar al FBI (así como a otras agencias de inteligencia estadounidenses) de espiarlo y de filtrar información sobre las frecuentes reuniones entre sus asesores de campaña y diversos agentes rusos.
Y el martes, con clásico estilo Trump, el presidente escribió a Comey diciendo que, aunque tenía que irse, “agradezco mucho que me hayas informado, en tres ocasiones distintas, que no estoy bajo investigación”. Por supuesto, Trump sabe que el FBI ha preguntado a Michael Flynn –el ex asesor de seguridad nacional caído en desgracia- si su antiguo jefe autorizó que hablara de manera no oficial con el embajador moscovita, Sergey Kislyak (entre otras cosas, para tratar el tema de levantar las sanciones contra Rusia).
En otro momento peculiar de sus sesiones informativas diarias en la Casa Blanca, el portavoz Sean Spicer dijo que Trump había contratado “a un importante despacho legal de Washington, D.C. para enviar una carta certificada” al senador republicano Lindsey Graham, un miembro del Comité Judicial del Senado, aclarando “que no tiene conexiones con Rusia”.
Esta afirmación ocurre pocos días después que circulara una noticia citando a Eric, uno de los hijos de Trump, quien presuntamente se jactó con el connotado escritor del ámbito golfista, James Dodson, diciendo que “nosotros no dependemos de los bancos estadounidenses” para construir resorts de golf. “Obtenemos todos los fondos que necesitamos de Rusia”. (Más tarde, Trump atacó a Dodson, célebre autor de casi una docena de populares libros sobre el tema, insistiendo en que había inventado el incidente).
Para muchos washingtonianos de cepa, el despido de Comey en la era Trump conjura recuerdos de la “Masacre de la noche del sábado”, ocurrida en 1973, cuando Richard Nixon arrasó con los niveles superiores del Departamento de Justicia porque no cumplieron la orden despedir a Archibald Cox, un fiscal especial que había rastreado el robo de los documentos Watergate del Comité Nacional Demócrata hasta el despacho de Nixon (el primer sobresalto Trump ocurrió en enero, cuando despidió a la Procuradora General actuante, Sally Yates, quien se negó a validar su prohibición de viaje contra los musulmanes). El Procurador General de Nixon, Elliot Richardson, prefirió renunciar antes que despedir a Cox. El viceprocurador, William Ruckelshaus, también se negó y dejó el cargo. Nixon siguió bajando por las filas hasta que logró que su subprocurador Robert Bork, se ocupara del asunto.
Fue una victoria pírrica, ya que una encuesta implementada una semana después de los despidos demostró que una ligera mayoría del público favorecía el impeachment de Nixon.
Como pretendían Trump y sus asistentes, las voces pro-Trump de Fox News “aplaudieron el despido, dijeron que fue absolutamente justificado, y algunas afirmaron que ‘ya era tiempo’”, informó el analista de medios de CNN, Brian Stelter, en su blog Reliable Sources. “Casi cada vez que sintonizaba el canal de los programas de opinión de Fox, los temas eran los errores de Comey, los correos de Hillary Clinton, etcétera”.
Cabe notar que parte de la reacción inicial al despido de Comey fue inesperadamente débil. En su primera declaración, la senadora demócrata por California, Dianne Feinstein (aliada de Hillary Clinton, y quien ha perseguido de manera infatigable las conexiones Trump-Rusia en los comités de inteligencia y judiciales), dijo que “el siguiente director del FBI debe ser fuerte e independiente”.
A pesar de estar persiguiendo los tratos comerciales de Trump y su séquito con Rusia, Graham respondió a una pregunta sobre el despido de Comey afirmando que “un nuevo comienzo hará bien al FBI y a la nación”.
Eso es lo más optimista que cualquier funcionario de Washington podría decir sobre la más reciente explosión de una presidencia de escasas 14 semanas, la cual ha sacudido a la clase política de la capital estadounidense como si fuera un terremoto de la máxima magnitud en la escala de Richter. Varios congresistas republicanos que intervienen en la investigación rusa parecían pasmados. El presidente del Comité de Inteligencia del Senado, el senador Richard Burr (republicano por Carolina del Norte), dijo que le preocupaban “el momento y el argumento” para despedir a Comey, y describió al director del FBI como “un servidor público del más alto nivel”. Agregó que el despido de Comey “confunde mucho más una investigación de sí difícil para el Comité”.
El senador Ben Sasse, republicano conservador de Nebraska –quien se manifestó horrorizado por los contactos rusos con personajes de la presidencia Trump emergidos durante la audiencia del subcomité judicial del lunes, en la que participó Sally Yates-, dijo que el despido de Comey era “muy perturbador” y lo llamó “un servidor público honorable”. Jeff Flake, senador republicado por Arizona, lanzó un tuit lastimero sobre el despido: “He pasado varias horas buscando una lógica aceptable que explique la elección del momento para despedir a Comey”, escribió. “No puedo encontrarla”.
Sin embargo, los republicanos más importantes del Capitolio –el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan y el líder de mayoría del Senado, Mitch McConnell- se han agazapado. El congresista Jason Chaffetz (republicano por Utah), quien ha mostrado poco interés en investigar los lazos de Trump con Rusia (y, en cualquier caso, está por retirarse), no ha dicho una palabra. El senador republicano por Texas, John Cornyn, se mofó en Twitter diciendo que los demócratas “estuvieron contra Comey antes de ponerse a su favor”.
Tal vez. Pero la tarde del martes, los principales demócratas rechazaron con ira el despido de Comey y juraron poner mucha más oposición contra Trump.
El demócrata de mayor rango en el Comité de Inteligencia del Senado, el virginiano Mark Warner, calificó la acción de Trump de “escandalosa”, porque ocurre “durante la investigación de contrainteligencia activa [del FBI] para esclarecer contactos indebidos entre la campaña Trump y Rusia”.
El neoyorquino Charles Schumer, líder demócrata del Senado, dijo que le dio un consejo a Trump cuando este lo llamó para prevenirlo sobre el inminente despido de Comey.
“Le dije al presidente, ‘Señor presidente, con todo respeto, comete un grave error’”, informó Schumer en una declaración. Lo cuestionó sobre la “elección del momento” para despedir a Comey. Si el mandatario estaba tan molesto por la forma como el jefe del FBI había manejado el caso de los correos electrónicos de Clinton, ¿por qué esperó hasta ahora para despedirlo?, preguntó Schumer. Tenía que haber algo más.
Schumer señaló que “habían despedido a Sally Yates”, cuyas advertencias “urgentes” a la Casa Blanca, sobre los tratos de Flynn con los rusos, fueron desoídas durante tres semanas. “Despidieron a Preet Bharara”, el fiscal federal que investigaba las actividades en acciones médicas y farmacéuticas de Tom Cotton, secretario de Salud y Servicios Humanos, agregó Schumer. “Y ahora, despiden al director Comey, el hombre que dirige la investigación” de los negocios de Trump y sus asociados con Rusia. “No parece coincidencia”, concluyó el neoyorquino, quien ha servido cuatro periodos en el Senado.
Nixon creyó que se salvaría con la barrera que levantó alrededor del Departamento de Justicia para contener las llamas de Watergate, pero esa medida fue meramente temporal. Los engranajes de la justicia giran despacio, pero jamás se detienen, gracias al lubricante continuo de la prensa.
Si Trump y compañía pensaron que, al echar a Comey, podrían detener las indagaciones rusas del Departamento de Justicia, han demostrado tener mucha menos comprensión del extenso y, a menudo, confuso gobierno federal de la que han manifestado con sus primeras imprudencias y meteduras de pata. Según informes de CNN, los fiscales federales de Alexandria, Virginia han girado citatorios de gran jurado contra los “asociados” de Flynn “en busca de registros comerciales, como parte de la indagación abierta sobre la interferencia rusa en las elecciones del año pasado”. Claude Taylor, ex miembro del personal de la Casa Blanca de Bill Clinton, tuiteó que, a decir de “una fuente con conocimientos de la investigación… en un caso, se emitieron nueve autos de acusación sellados, y se esperan dieciséis más en otros”.
Fue un día de “noticias impactantes, incluso para el presidente Trump, quien es dado a impactar a la gente”, comentó Jake Tapper, presentador de CNN. Pero otros hablan de una “crisis constitucional”.
No lo es. Todavía. Un presidente es libre de despedir a su director del FBI, como hizo Bill Clinton en 1993, cuando echó al ventajista William Sessions del edificio J. Edgar Hoover. Una crisis constitucional ocurre siempre y cuando un presidente ignore la orden de una corte o un recurso de impugnación (escrito de impeachment) de la Cámara de Representantes.
No obstante, nada impide que los procuradores federales de todo el país emprendan sus propias indagaciones sobre Trump y sus asociados, a condición de que puedan demostrar evidencias de un crimen cometido en sus jurisdicciones.
Según numerosos informes, Trump tiene negocios en 10 estados, en el Distrito de Columbia y en 25 países. Eso solía llamarse “conflictos de interés”.
Hoy podemos llamarlo “blancos de oportunidad”.
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Con la colaboración de Emily Cadei y Nina Burleigh.