Por muchos años, al buzo Guadalupe Raya le han preguntado sus compañeros cómo le hace para trabajar, extraer tanto producto como cualquier otro buzo pescador y tener todavía tiempo para sacar de lo profundo del mar cuanta cosa se le aparece en sus inmersiones.
Si en un día cualquiera sus compañeros obtienen 30, 40 o 50 kilos de gónada de erizo, ese mismo día Guadalupe Raya recolecta unos 70 kilos, más una que otra de aquellas cosas que encuentra en el fondo del océano: restos de algún avión desafortunado, piezas de cerámica, fragmentos de barcos hundidos, casquillos de armas de fuego… Pero esta historia comienza la vez que halló un par de objetos prehistóricos a unos 20 metros de profundidad en el mar cercano a las islas Coronado.
Hablamos de dos morteros de piedra (elaborados quizá para machacar alimentos, especias, semillas o yerbas) que podrían tener diez mil años de antigüedad.
Las piezas estuvieron resguardadas por años en el Museo Histórico Regional de Ensenada hasta que en 2013 el arqueólogo Antonio Porcayo, del Centro-INAH Mexicali, supo de ellas, y visitó al buzo Guadalupe Raya en su casa de Ensenada para hablar de cómo y dónde las había encontrado. Decidió entonces planear con su colega Todd Braje, de la San Diego State University (SDSU), la primera exploración arqueológica oficial mexicana a las Islas Coronado, localizadas a unos 16 kilómetros de las costas de Tijuana.
Con el hallazgo de Guadalupe Raya se detonó la posibilidad de probar la hipótesis de poblamiento paleocostero del continente americano. FOTO: EDGAR LIMA
Islas Desiertas. Así llamó el navegante español Juan Rodríguez Cabrillo, en 1542, a las Islas Coronado. Pero aquel nombre era un error. Hoy lo sabemos por los primeros resultados de las investigaciones que serán publicados por Porcayo, Braje y el equipo académico que los acompañó del 13 al 18 de octubre pasado, cuando recorrieron dos de las cuatro islas que conforman este archipiélago: la Coronado Sur, la Coronado Centro, el islote Pilón de Azúcar y la Coronado Norte (cerca de la frontera marítima con Estados Unidos).
Algunas de las variadas piezas arqueológicas e históricas que localizaron en más de 30 sitios de las islas Coronado Sur y Norte, indican que este archipiélago había sido habitado por grupos indígenas prehistóricos muchos años antes de la llegada a esta zona de los primeros conquistadores provenientes de España.
“Ya tenemos los resultados de las primeras muestras analizadas de restos óseos que recogimos de sitios prehistóricos, principalmente en la isla Sur”, dice Antonio Porcayo.
Algo que sorprendió al equipo fue el hallazgo de huesos de venado. “Nos salta mucho haber encontrado estos huesos de venado”, dice Porcayo sorprendido. “No hay ninguna referencia de que hubieran existido venados en las islas”.
Pero hay algo aún más interesante, por sus implicaciones, que podría ser confirmado en el futuro con excavaciones arqueológicas: la posibilidad de encontrar evidencias sobre el poblamiento paleocostero del Nuevo Mundo, eso pensó Antonio Porcayo cuando tuvo en sus manos los dos morteros que halló el buzo Guadalupe Raya.
La hipótesis más extendida sobre cómo fue habitada América se conoce como poblamiento tardío o de Clovis y dice que hombres y mujeres llegaron al continente por el estrecho de Bering y se establecieron en el extremo noroeste de Alaska.
Hace unos 11 mil años, estos grupos habrían descendido hacia el sur por el este de las Montañas Rocosas de Canadá, es decir, alejados del litoral.
Pero la hipótesis del poblamiento paleocostero dice que otros grupos nómadas descendieron muy pronto hacia el sur por la costa oeste del continente. Porcayo cree que los morteros hallados por el buzo Raya podrían ayudar a validar este supuesto.
antigüedad. IMAGEN: INAH
También el investigador del Departamento de Antropología de la SDSU, Todd Braje, ha buscado por años pruebas que confirmen el poblamiento de América por la ruta costera del Pacífico.
Sus investigaciones por las costas de California y las islas Canal o Archipiélago del Norte, le han mostrado evidencias que pudieran estar relacionadas con los primeros humanos que arribaron a esta parte de Norteamérica, hace, dice, unos 13 mil años.
Braje, viejo conocido de las islas Canal, estaba empeñado en viajar algún día hacia el sur y presentarse ante las islas Coronado para, quizá, encontrar en ellas pruebas que confirmen la hipótesis del poblamiento costero de América.
“La mayoría de los arqueólogos están convencidos ya de que la gente pobló el Nuevo Mundo siguiendo las costas del Pacífico”, dice Todd Braje.
“Lo que sucede es que todavía no tenemos evidencias contundentes encontradas en las costas del Pacífico o en las islas cercanas al continente, como las Canal, que nos muestren que hubo en ellas pobladores hace 13 mil años”.
El entusiasmo con relación a las Islas Coronado, explica Braje, radica no sólo en las abundantes evidencias arqueológicas halladas durante la expedición de octubre del año pasado, sino en que sus territorios han sido hasta ahora muy poco explorados y escasamente habitados, lo que no ocurre con islas como Cedros, en México, o Canal, en Estados Unidos.
“Tenemos algunas evidencias que podrían confirmarnos que la gente se detuvo ahí miles de años atrás”, dice. Pero hasta ahora sólo son evidencias indirectas, como los antiguos morteros entregados a Antonio Porcayo o unas conchas que hoy analizan con radiocarbono en Estados Unidos para descubrir su antigüedad.
Pero las Islas Coronado guardan más secretos.
Hay estudios que indican que hace unos nueve o diez mil años las Islas Coronado, o al menos su Isla Sur, eran parte del continente pues el mar estaba muy por debajo del nivel actual.
“Quizás eran islas, quizás no”, dice Braje, “pero dado que nunca han tenido una ocupación permanente, creemos que las evidencias arqueológicas siguen ahí, protegidas”.
En efecto: aunque desde las primeras décadas del siglo XX han sido visitadas y habitadas con regularidad, las Islas Coronado nunca han tenido población humana abundante.
Apenas en diciembre del año pasado, el presidente de México, Enrique Peña Nieto declaró área natural protegida, con el carácter de reserva de la biosfera a veintiún islas y noventa y siete islotes que forman parte de la región conocida como Islas del Pacífico de la Península de Baja California, entre ellas, las Coronado.
Y para la mayoría de quienes han pasado por ahí en el último siglo, los vestigios arqueológicos de las Coronado permanecieron ocultos, a pesar de resultar evidentes al ojo entrenado de los especialistas.
En los años treinta, por ejemplo, mientras un grupo de inversionistas de México y Estados Unidos construía en Puerto Cueva (isla Sur) el hotel-casino Coronado Islands Yatch Club, el geólogo y pionero de la arqueología estadounidense en el sur de California Malcolm Jennings Rogers caminaba la superficie de las islas Coronado Norte y Sur para identificar y llevarse consigo varios objetos antiguos que hoy resguarda el Museo del Hombre, en San Diego.
Antes, en 1913 y 1926, había visitado estas islas Laurence Markham Huey, para notas y registros para el Museo de Historia Natural de San Diego. Tiempo después, durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Mexicano construyó en la isla Sur unas trincheras de las que aún quedan restos.
Pero el hallazgo de objetos prehistóricos por investigadores estadounidenses como el ictiólogo Carl Hubbs en los años cincuenta y los arqueólogos Ronald May y Darcy Ike en los años setenta, fueron los que abonaron a la importancia de las Coronado.
Biológos, oceanólogos y otros científicos habían también realizado investigaciones en las islas, pero nunca antes un equipo oficial de arqueólogos mexicanos y estadounidenses.
Así que desde las primeras hasta las últimas caminatas por las islas, —cinco días recorriendo la Sur y uno la Norte— el grupo que también integraban Joseph McCain (SDSU), José Aguilar (San Diego City College), Raquel Hernández (Universidad Autónoma de Zacatecas) y el fotógrafo Isidro Madueño (Centro-INAH Baja California), identificó, sin excavación alguna, evidencia arqueológica prehistórica e histórica, tanto a cielo abierto como en cuevas, covachas o abrigos rocosos.
El 90% de los 30 sitios marcados les dio material de tipo prehistórico [para esta región del país, eso significa antes de la llegada de los conquistadores españoles, en el siglo XVIII].
El 10% restante es de lugares con evidencias de época histórica [posteriores a la posesión española de esta zona], como restos de un avión militar estadounidense que se estrelló, por error de navegación, en la isla Sur en 1944.
Y, claro, los despojos que quedan de aquel hotel-casino que tuvo clientes dispuestos a esquivar la prohibición de bebidas alcohólicas en Estados Unidos impuesta entre 1919 y 1933, pero que al ser derogada, y los casinos (desde 1935 y hasta 2004) ilegales en México, el único destino que le quedó fue la bancarrota y el abandono; destino que cumplió a cabalidad.
En pie siguen el faro y la casa del guardafaro, que datan de 1931, y las instalaciones militares de la Armada de México, institución que tiene a su cargo la vigilancia de las Islas Coronado.
Para saber con certeza la antigüedad de los artefactos y los restos de animales que recuperó el equipo encabezado por Porcayo y Braje, habrá que esperar. Mientras eso sucede, hay que aprovechar para referirnos a un último hallazgo, no menos importante: dos pedazos de cerámica yumana que podrían ser tan antiguos como mil años.
Este descubrimiento revela que los yumanos —el grupo etnolingüístico al que pertenecen los pai pai, los kiliwa, los cucapá y los kumiai— llegaron a las Islas Coronado hace muchos años.
Si bien los estudios arqueológicos más antiguos asocian a los yumanos con el Golfo de California y el Océano Pacífico, no se tenían pruebas de su capacidad de navegar en mar abierto, dice el antropólogo Everardo Garduño, del Instituto de Investigaciones Culturales de la Universidad Autónoma de Baja California.
“Por su localización”, explica Garduño, “los cucapá y los kiliwa pescaban en el golfo, mientras que los pai pai y los kumiai en el Pacífico, donde buceando colectaban abulón, y pejerrey que salía a desovar a la playa durante la luna llena”.
Lo que se sabía de estos grupos es que solían desplazarse por el mar en balsas de tule, pero siempre pegados a la costa. Sin embargo, para Antonio Porcayo —experto en cerámica yumana— no hay duda: los tiestos recolectados en las Coronado serían la prueba de que estas balsas sí eran capaces de ir de la costa a las islas.
Aunque todavía está por corroborarse si los primeros habitantes del Nuevo Mundo pasaron por las Coronado en su tránsito hacia el sur del continente, es casi una certeza que hace al menos mil años los yumanos las habitaron, si no para permanecer en ellas, sí durante ciertos periodos.
Desde el siglo XX las islas son una tentación, pero la naturaleza juega en contra de quienes intentan habitarlas. Si bien integrantes de la Armada de México se turnan para resguardar el archipiélago, los guardafaros son los únicos que han podido vivir por décadas en las islas.
Algunos migrantes han sido rescatados al usarlas como catapulta para ingresar ilegalmente a Estados Unidos, llegando a ellas en lancha desde las costas de Tijuana o Rosarito. Las Coronado carecen de agua dulce, alimentos y sitios con sombra.
Además, los 3.2 kilómetros de largo de la isla Sur, la más grande del conjunto de ínsulas, están plagados de víboras de cascabel. Arturo Sumuano, uno de los guardafaros, suele relatar que un día contó 85 víboras de cascabel durante una caminata de punta a punta de la isla.
Ni siquiera la firma Chevron-Texaco pudo instalar ahí, en 2005, una plataforma de gas natural. Gracias a las protestas sociales, hoy se conservan los sitios arqueológicos y su basta riqueza natural: dalias, cactáceas, pepino silvestre; aves marinas, reptiles y anfibios, elefantes marinos y el único mamífero terrestre de las islas: el ratón venado.
Estos dos pedazos de cerámica yumana podrían ser tan antiguos como mil años y revelan que los yumanos viajaban en balsas de tule en mar abierto, algo hasta ahora desconocido. IMAGEN: INAH
Todo esto, aunado a las violentas corrientes marinas que arremeten contra las islas durante buena parte del año, ha hecho que las Coronado sigan siendo un territorio casi inmaculado, en especial desde el punto de vista arqueológico.
Pero ahora que Antonio Porcayo y Todd Braje han obtenido resultados positivos de su primera incursión, intentarán volver a finales de 2017. En junio se reunirán para planear una visita entre octubre y noviembre.
“Cuando excavemos, esperamos encontrar restos de, por lo menos, hace 11 mil años”, dice Porcayo. Pero Braje va más allá: “Coronado es uno de esos lugares en los que tal vez podemos encontrar fuentes que nos revelen si hubo pobladores en esta zona hace 13 mil, 14 mil o 15 mil años”.
Para ello se requerirá una excavación profunda, de dos metros o más, hasta observar el primer asentamiento que se haya dado en el sitio.
Optimista, Antonio Porcayo concluye: “Si comprobamos depósitos ininterrumpidos de hace 11 mil años hasta la época de presencia yumana en esta zona mil años atrás, entonces tendríamos bien conservada la historia completa de los pobladores de California y de la península de Baja California. ¡¿No sería extraordinario?!”.