POCAS HORAS DESPUÉS de que los votantes estadounidenses le dieran una bofetada al feminismo el 8 de noviembre, dos mujeres siguieron a Donald Trump al escenario durante su fiesta posterior a la elección. Deslizándose en tacones altos que serían todo un reto para una bailarina de ballet, la futura primera dama Melania Trump y su hija mayor Ivanka Trump estaban listas para enfrentar a las cámaras a las 3:30 a.m. Melania se embutió en un traje de una sola pieza de color blanco, diseñado por Ralph Lauren; Ivanka llevaba uno de los vestidos de patinaje sobre hielo que tanto le gustan, un Alexander McQueen color azul que mostraba sus largas piernas. En algún lugar fuera del cuadro, dos ex esposas del presidente electo, Ivana Trump y Marla Maples, ya tenían ideas de trabajos diplomáticos zumbando en sus mentes como vibradores.
Estas reinas de la Casa de Trump, todas las cuales se han desempeñado de manera diversa como modelos, mujeres trofeo, estrellas de “reality-shows”, compañeras humilladas y expertas de los canales de compras, son vírgenes vestales en el templo de la adquisición. Son importantes incluso para aquellos que no rinden culto en él debido a lo que revelan acerca de la vida emocional del presidente número 45 de Estados Unidos y de su visión sobre la función de la mujer. Durante la vida adulta de Donald Trump, que constituyó un lapso de 50 años, Estados Unidos se convirtió en una nación mejor y más tolerante, y el movimiento de las mujeres fue una importante razón de ello. Sin embargo, Trump es un enlace viviente con otra era. Su primer acuerdo prenupcial fue redactado por Roy Cohn, abogado de la mafia, acólito del senador Joseph McCarthy y aliado de Richard Nixon. (El expresidente Barack Obama estaba en la secundaria cuando Cohn lo redactó). Norman Vincent Peale, evangelista de la autoayuda de mediados del siglo XX, presidió su primera boda.
Cuando Trump contrajo matrimonio por primera vez, la violación en el matrimonio aún estaba fuera de las leyes estadounidenses. (De hecho, en una deposición de divorcio, su primera esposa lo acusó de violación en el matrimonio, pero se echó atrás más tarde y afirmó que lo que había querido decir era que se sentía violada emocionalmente). Aún había familias (por ejemplo, la del propio Trump) en la que la generación de mayor edad encontraba ofensiva la palabra “embarazada”. El aborto había sido legal durante apenas tres años. A las mujeres se les trataba como “señora” o “señorita” y eran superadas en número ampliamente por los varones en las escuelas de posgrado (actualmente, ellas son mayoría). Alrededor de la mitad de las mujeres que actualmente trabajan fuera de casa lo hacían en ese entonces. Ahora que las mujeres son más independientes y que las madres trabajadoras han empujado un poco a los hombres hacia la carga de las tareas domésticas, algunos hombres enfrentan una crisis existencial. Tanto como cualquier trabajo fabril perdido o reducción en el número nacional de caucásicos, poner a Papá “de nuevo” al mando forma parte del objetivo de Trump de recuperar la “grandeza” de su país.
Los engranajes de ese cambio ya están en marcha: el retiro de fondos para los programas de planificación familiar por parte del Congreso significa que habrá menos abortos legales y métodos anticonceptivos menos accesibles, el rechazo del Obamacare da por terminado el mandato federal de que las aseguradoras cubran el costo de los anticonceptivos, y la promesa de Trump de nombrar jueces contrarias al aborto pronto dará al traste con el fallo en el caso judicial Roe v. Wade, mediante el cual se reconoció el derecho al aborto inducido. Pronto, muchos estadounidenses estarán donde se encontraban las mujeres cuando Trump nació (1946), dando a luz lo quisieran o no y, en consecuencia, siendo incapaces de desarrollar una carrera profesional.
Las Reinas de Trump que, en muchas formas, son tan surrealistas como el rey mismo, existen más allá de los dramáticos cambios en las vidas de la mujer estadounidense promedio del último medio siglo. Presidirán sobre la corte de una Camelot del fin de los tiempos bajo la influencia del LSD, ejerciendo un enorme poder sobre estilistas y dignatarios extranjeros a cambio de sobrevivir al máximo reto de cualquier “reality-show”: impresionar a Donald Trump, a sus amigos oligarcas y capitanes de corporaciones supranacionales mediante su imagen y su porte. Han pagado por ese poder en términos de dignidad. Como lo dijo el nuevo presidente, “No importa lo que escriban [acerca de ti] en tanto tengas un joven y hermoso culo”.
DEJADA ATRÁS: La repentina conversión política de Ivanka tiene un paralelo aproximado con la de su libertino y antiguo demócrata padre. FOTO: JOE RAEDLE/GETTY
LA REINA SOÑADA PARA UN CHICO DE QUEENS
De las tres esposas de Trump, la primera de ellas, Ivana, es la única que tiene casi la misma edad de Donald Trump, siendo apenas tres años más joven que él. Ella, al igual que él, llegó a la mayoría de edad en la era yuppie, y ella, solitaria entre las esposas de Trump, aspiraba a ser una mujer trabajadora y es la única esposa con la que Donald compartió su vida de negocios.
Se casaron justo después de la Pascua de 1977, pocos meses después de que Donald le presentó el acuerdo prenupcial redactado por Roy Cohn en el que le exigía que devolviera todos los obsequios hechos por Donald, lo cual casi acabo con el acuerdo. Al final, ambos hombres acordaron permitir que Ivana conservara las joyas si su relación amorosa no resultaba ser eterna, y la boda prosiguió. Más tarde, Donald diría, enfrente de su esposa, “Nunca le compraría a Ivana una joya o pintura decente. ¿Por qué voy a darle activos negociables?”
Ivana, con su asiento de villana de James Bond, hablaba un inglés tan desconcertante que, en los primeros años de su matrimonio, sus amigos apenas podían entenderla, pero no importaba porque Donald era notablemente malo en las charlas intrascendentes. Ella introdujo a su marido, que poseía gustos y experiencias provincianos, a Europa del Este, y ambos visitaron Rusia en 1987, en lo que fue la primera vez que Donald expresó públicamente su interés en hacer negocios en ese país. No logró obtener una reunión con el líder soviético Mikhail Gorbachev en ese viaje, pero posteriormente concedió una licencia para usar su nombre en un vodka ruso con etiqueta de oro de hoja y dedicó años a investigar posibles acuerdos de desarrollo en Moscú y en otras partes del mundo.
En 1986, Donald adquirió la casa/castillo de 126 habitaciones y 33 500 metros cuadrados, así como los terrenos de 17 acres de Mar-a-Lago, un sitio de recreo para millonarios que data de la época del jazz. En los almuerzos que los Trump organizaban en Palm Beach, Florida, los peces gordos locales se reían a escondidas de Donald en su traje de negocios, y de Ivana, que usaba zapatos de tacón de aguja en los cenagosos pastos de Florida, pero Ivana se mantuvo impasible y pronosticó que “en 50 años, Donald y yo seremos considerados como ricos de rancio abolengo, como los Vanderbilt”
Durante un tiempo, fueron un equipo eficaz. Él se volvió más rico, y la enorme melena de muñeca Barbie de ella se convirtió en un icono de Nueva York en la década de 1980, mientras ella ocupaba asientos en consejos de organizaciones sin fines de lucro. En Atlantic City, Nueva Jersey, Donald convirtió a Ivana en directora ejecutiva del casino Trump Castle, donde supervisaba a 4000 empleados y una nómina de 1.2 millones de dólares. En Nueva York, Donald la puso a cargo de su Hotel Plaza, y ella supervisó una renovación con un valor de 60 millones de dólares. Sin embargo, ella se presentaba a sí misma principalmente como esposa y madre, una tradicional “esposa europea… No me importa que Donald sea el que mande. Así me gusta. Debo tener a un hombre fuerte… por eso, la mayoría de las feministas no están casadas ni tienen hijos. Yo quiero ambas cosas”.
Ella se autodenominó la “esposa-gemela” de su marido, pero este último diría más tarde que las operaciones profesionales de ella arruinaron su matrimonio de 14 años. “Poner a trabajar a una esposa es algo muy peligroso”, dijo tras su divorcio.
Tuvieron que pasar varios años para denunciar el acuerdo. Trump, ahora sumido en la deuda y tratando de ganar tiempo, de acuerdo con Harry Hurt III, el biógrafo de Trump, llamaba frecuentemente a su ex esposa y suspiraba “Te amo, Vaska”, usando su sobrenombre checo. Con apenas 40 años, Ivana declaró a la columnista de chismes Liz Smith que no tenía la menor intención de verse de más de 28 años y contrató al cirujano plástico de Michael Jackson. Volvió a Nueva York tras ausentarse dos semanas con un nuevo rostro, labios más carnosos y un busto mucho más grande.
Ivana finalmente llegó a un acuerdo, tomando 14 millones de dólares en efectivo, así como algunas propiedades. Luego, creó su propia versión del negocio de su ex esposo, publicó sus propios libros y pregonó sus baratijas en los canales de compras, todo ello con el valor añadido de su nombre de casada, el cual conservó. Adquirió algunas propiedades en el sur de Francia y también trató de sacarle jugo a sus penares románticos con diversos playboys italianos (se casó con dos… y se divorció de los dos) haciendo un “reality show” de citas llamado Ivana Young Man (El joven de Ivana).
Se dice que actualmente, los ex esposos están en buenos términos, aunque ella no ha recibido el cargo diplomático en la República Checa que desea. Ivana pasó una parte de la semana de Navidad en Mar-a-Lago con sus hijos y nietos, pero actualmente es imposible imaginar a Donald con Ivana del brazo. Ella es su retrato de Dorian Gray, enclavada en Saint-Tropez, paseando a su perrito en la playa, mostrando su arrugada piel como todas las rusas adineradas de cierta edad en el sur de Francia.
DIVISIÓN DEL TRABAJO DE PARTO: Melania afirma que ella y su esposo conocen sus funciones y ella no desea que él cambie pañales o lleve a su hijo a la cama. FOTO: KENA BETANCUR/AFP/GETTY
SEXO PARA ANTIGUOS SABIOS
Entre su segundo y tercer matrimonio, Trump pasó de ser un desparpajado y rico hombre de familia yuppie con una “esposa-gemela” a convertirse en un hombre de negocios “demasiado grande como para caer” que arrastró al abismo a bancos y accionistas con su crisis de deuda de la edad madura por un valor de 900 millones de dólares. Su consorte durante esta costosa transformación fue Marla Maples.
Maples nació en Cohutta, Georgia, en 1963, siendo una alumna destacada en la preparatoria que ganó trofeos de todo, desde el basquetbol y la natación hasta la ejecución de clarinete y casi llegó a convertirse en Miss Georgia Teen. (Perdió ante una chica que tenía un mejor registro de servicio comunitario). Estuvo un tiempo en la Universidad, se aferró por demasiado tiempo a su novio de la preparatoria, se embarazó, tuvo un aborto que fue totalmente contrario a su religión, luego se mudó a Nueva York, donde realizó algunos trabajos de modelaje (una valla publicitaria de Delta Air Lines) e interpretó un pequeño papel en una película de Stephen King. (Su personaje era una mujer que muere aplastada por sandías).
Trump conoció a Maples después de una fiesta que organizó él mismo para celebrar la publicación de su libro The Art of the Deal (El arte de la negociación) en 1987. Sus miradas se encontraron en la fila de saludos tachonada de estrellas como Michael Douglas y Cheryl Tiegs, así como políticos y miembros de la alta sociedad. “Era posible ver los fuegos artificiales en el momento en que Donald y Marla posaron sus miradas uno en el otro”, le dijo Tom Fitzsimmons, ex policía de Nueva York que acompañó a Maples esa noche, a Hurt, el biógrafo de Trump. “Nunca olvidaré la forma en que él le hacía guiños y se le quedaba mirando aunque Ivana estaba tan cerca de ellos que no pudo evitar verlo todo”.
Maples era bautista de nacimiento, pero en la época en que conoció a Trump, era discípula de las teorías de la Nueva Era, y trataba obstinadamente de canalizar la sabiduría de los antiguos sabios “Pienso que en el primer momento en que lo vi, tuve la sensación de que lo había conocido antes”, declaró el año pasado a Access Hollywood. “Fue mucho más profundo que cualquier otra cosa que pude haber sentido. Teníamos la sensación de que, independientemente de si crees en las vidas pasadas o no, era como si ya nos conociéramos el uno al otro”.
Aunque ya tenía una esposa y tres hijos, Trump cortejó intensamente a Maples, bombardeándola con recortes de prensa sobre él mismo y declarando públicamente que el tiempo que pasaron en la cama había sido el mejor sexo que jamás había tenido. Ella le devolvió el cumplido (en el New York Post) pero también informó que él nunca le permitió verlo desnudo. Le hizo salir de la habitación mientras se desnudaba y se metió entre las sábanas antes de que ella volviera.
Incluso antes dejar a Ivana, Donald le prestaba dinero al padre de Maples y lo invitaba a Atlantic City a ver peleas de box. Trump también acordó ayudar a Maples a realizar trabajos de modelaje y actuación, pero de acuerdo con Hurt, la hizo firmar un contrato en el que ella acordaba pagarle un porcentaje de cada trabajo que realizará.
La pareja se casó en diciembre de 1993, tres meses después de que ella dio a luz a la cuarta hija de Trump, Tiffany. Maples llevaba un vestido de Carolina Herrera con los hombros descubiertos y una tiara tachonada con 325 diamantes. Los invitados se agasajaron en una mesa repleta de caviar, sushi, pescado ahumado, cordero, pavo y carne de res, además de un pastel de bodas de crema de vainilla de casi dos metros de alto, todo ello con un valor de 60 000 dólares.
Los tres hijos del primer matrimonio de Trump no asistieron a la boda.
En Maples, Trump dejó de tener a una esposa-gemela, pero ella era una joven exigente y su felicidad no duró mucho. En 1999, le informó a Maples que iba a divorciarse de ella diciéndoselo antes a algunos reporteros del New York Post. El National Enquirer informó que ella había recibido una multa por juguetear en una playa de Florida a las cuatro de la mañana a unas cuantas millas de Mar-a-Lago, con uno de sus guardias de seguridad. Marla negó haber cometido algún acto indebido, pero después de ello, no tuvo mucho con qué renegociar su acuerdo prenupcial, por lo que llegó a un arreglo de apenas 2 millones de dólares, que coincidentemente fue el costo de su tiara de bodas, y se mudó junto con Tiffany al sur de California para “encontrar una existencia más silenciosa y más espiritual”. Sus agentes le propusieron escribir un libro de revelaciones, All That Glitters Is Not Gold (No todo lo que brilla es oro. HarperCollins lo adquirió, describiéndolo en su catálogo de 2001 como “estas memorias notablemente sinceras”, pero nunca lo publicó.
Donald y Marla han seguido siendo amigos, posiblemente porque el notablemente sincero libro nunca fue publicado. Pocos días después de la elección, ella se escabulló a la Torre Trump para una audiencia de 45 minutos con el presidente electo. Mostró su famosa y dulce sonrisa a los reporteros mientras salía, sin decir una sola palabra, pero su publicista hizo saber que estaba postulándose para su trabajo soñado, embajadora de buena voluntad de la ONU en naciones pobres de África. El único problema, se burlaron los periodistas, es que los presidentes estadounidenses no nombran embajadores de la ONU en África.
En un perfil de Tiffany publicado en The New York Times poco antes del elección, Maples dijo un elogio al estilo sureño: “Tuve la bendición de criarla prácticamente yo sola”, y añadió que a Tiffany “le gustaría conocer mejor a su padre y pasar tiempo con él como sus otros hijos, yendo a su oficina y mirándolo trabajar. Solo que ahora ya no está en la oficina. Está en la ruta de campaña”.
Pero mucho tiempo antes de la campaña presidencial, Tiffany estaba destinada a ser la hija olvidada de Trump. El León de Invierno había seguido adelante.
ACABAR CON LA ESPOSA-GEMELA: Trump dijo que las aspiraciones profesionales de Ivana destruyeron su matrimonio. FOTO: TERRY O’NEILL/GETTY
UNA MIRADA PSICODÉLICA AL PREMIO
Las tres esposas y la hija mayor de Donald Trump tienen suficiente experiencia en el modelaje como para saber lo que una cámara puede hacer por una mujer. Se dice que Melania planea establecer una “habitación del glamour” en la Casa Blanca, donde artistas del maquillaje pueden trabajar en su rostro bajo las luces de las cámaras. Una búsqueda de imágenes en Google de cualquier mujer que se encuentre bajo el escrutinio público arroja al menos una mala toma, pero a las mujeres de Trump casi nunca se les capta entrecerrando los ojos, guiñando o hablando con la boca entreabierta.
Todo eso cambió el día de la toma de posesión, cuando Melania fue captada en cámara con una mirada de desesperación después de que Trump volteó a mirarla y le dirigió un gesto severo en el estrado. Ella sonrió durante su incómodo primer baile más adelante esa noche, pero parecía estar empujándolo lejos de ella. Ningún elemento de su lenguaje corporal indicaba la existencia de una relación cálida. A la mañana siguiente, circuló a través de Twitter un meme que decía #freemelania (#liberenamelania), junto con enlaces a artículos en los que se especulaba que, en el mejor de los casos, ella era infeliz, o en el peor de ellos, que sufría abusos.
Donald ya era un ávido “amante de las modelos” mucho tiempo antes de que Melania aprendiera a caminar. Llegó a la mayoría de edad en un momento propicio para un hombre con sus propiedades y su billetera. Antes de la década de 1970, las modelos de moda de Manhattan se alojaban en apartamentos que eran como conventos, situados en el Upper East Side. Luego, la industria comenzó a cambiar, y hombres depredadores como John Casablancas comenzaron a dirigir cuadrillas de chicas. Los chaperones eran una reliquia de una época más cuadrada, y los límites entre agente y modelo, cliente y compañera de cita, mujer y chica se hicieron cada vez más difusos.
Trump siempre tuvo un pase de acceso ilimitado a las modelos de Nueva York. Decía que tener sexo con ellas era “mi segundo negocio”, le dijo a Howard Stern que evitar las enfermedades de transmisión sexual habían sido su Vietnam y presumió ante el escritor Michael Gross que “Tenía drogas duras, mujeres y alcohol por todas putas partes. Si no me hubiera casado, quién sabe lo que había ocurrido”.
Emergió de las lunas de su imperio de casinos y del naufragio de su segundo matrimonio con un nuevo enfoque hacia las mujeres y los negocios. Adquirió los derechos de la franquicia de Miss Universo en 1996 y tres años después puso en marcha su propia agencia de modelos llamada T Models, nombre que cambió posteriormente a Trump Model Management. Estas nuevas propiedades, aunque eran menores que sus edificios, le daban más que una recompensa financiera. Aun no podía entablar charlas intrascendentes, pero con una cuadrilla de mujeres extremadamente atractivas que habían firmado acuerdos de confidencialidad y que competían por una corona, ¿quién necesitaba hablar? Según Gross, Trump utilizó a sus modelos T para animar fiestas en las que firmaba acuerdos. Leonardo DiCaprio, otro amante de las modelos, dijo una vez que la agencia de Trump era “un sitio único para conseguir citas”.
Como empresario de las pasarelas, Trump se juntó con los otros autodenominados jugadores que dirigían carpetas de pulcritud. Cuando Casablancas fue expulsado del negocio de manera vergonzosa en la década de 1990 (tuvo sexo con la modelo Stephanie Seymour, de 15 años de edad, cuando él tenía 41), Trump le consiguió un lugar en el Consejo directivo de Trump Realty Brazil. En 1998, Paolo Zampolli, otro de los amigos de Trump y conocedor profesional de carnes femeninas firmes, envió a un equipo de sus chicas a un evento de la Semana de la Moda en el Kit Kat Club de Manhattan con fotógrafos, productores y playboys millonarios. Y fue ahí donde Trump vio a su tercera esposa por primera vez.
Melanija Knavs nació en 1970 y pasó sus primeros 19 años detrás de la Cortina de Hierro en un diminuto y descolorido bloque de la Gran Unión Soviética, actualmente conocido como Eslovenia. Su padre era un hombre de negocios y distribuidor de automóviles que tuvo una fortuna lo suficientemente buena durante el régimen comunista como para alimentar su hábito de coleccionar automóviles Mercedes-Benz. Su madre era patronista e introdujo a sus dos hijas a la moda. A la familia le iba lo suficientemente bien como para esquiar en Italia y en Austria durante los inviernos, pero para la mayoría de las personas en la ex Yugoslavia, los lujos eran poco comunes y aún más codiciados por ser escasos.
Pero Melanija, alta y hermosa, sabía que tenía una ventaja. Su belleza “no era del tipo clásico”, declaró un amigo de Ljubljana a la periodista Julia Ioffe. “Tenía unos ojos que eran como psicodélicos. Uno miraba esos ojos y era como mirar los ojos de un animal”.
En 1992, tres años después de la caída del muro de Berlín, ella quedó en segundo lugar en el concurso de modelaje “Look of the Year” (La imagen del año) en la recientemente independizada Eslovenia. Cuatro años después, viajó a Nueva York donde Zampolli obtuvo su visa de trabajo, le consiguió un contrato de modelaje en Estados Unidos y le pagó un apartamento. Ella tenía apenas 26 años, pero en Manhattan, Melania K, como se llamaba ahora a ella misma, confrontó la triste noticia de que, según los estándares del modelaje profesional, era demasiado vieja. Fue contratada principalmente para realizar trabajos comerciales, entre ellos, un anuncio para los cigarrillos Camel, pues los anuncios de tabaco y alcohol estaban reservados para las modelos “mayores”.
En el Kit Kat Club, Trump quedó deslumbrado por la joven de la mirada animal. Envió a su acompañante al baño y coqueteó con Melania, pero ella se rehusó a darle su número de teléfono. No tuvo una cita con él sino hasta tres meses después, y tras salir con él durante algunos meses, acabó rompiendo con él. Le tomó seis meses hacerla regresar.
Su boda, ocurrida en 2005, fue la más Trump hasta la fecha: ella llevaba un vestido de Dior de 100 000 dólares. (Vogue, que la puso en portada en su modo de novia, informó que los trabajadores invirtieron 550 horas en coser los 1500 cristales del vestido). Entre los invitados a la boda se encontraban Rudy Giuliani y Kelly Ripa, Bill y Hillary Clinton. Billy Joel agasajaba con su música a los invitados mientras éstos comían caviar y bebían Cristal bajo la sombra de un pastel de bodas Grand Marnier de más de un metro y medio de altura.
Un año después, ella se convirtió en ciudadana estadounidense. Cuando Associated Press informó que ella había trabajado en Estados Unidos sin contar con una visa de trabajo, los abogados de Trump amenazaron con demandar, pero no lo hicieron. Ella ha dicho que sigue al pie de la letra las reglas de inmigración estadounidenses.
Al igual que las otras mujeres de Trump, Melania pregonaba sus propios productos con el nombre de Trump asociado a ellos: una línea de joyería “accesible” en QVC, que incluía una “réplica” de 150 dólares de su anillo de bodas de diamante de 10 kilates, y una línea de belleza que incluía una crema antienvejecimiento con infusión de caviar que nunca tuvo éxito. A mediados de la primavera de 2016, su sitio web personal se desvaneció y su joyería desapareció de QVC. Pocas veces se le fotografía sonriendo, lo que ha llevado a crueles suposiciones de que tiene miedo de mover el rostro para no mostrar las “patas de gallo” en sus ojos. Su artista de maquillaje, Nicole Bryl, dijo recientemente que dedica al menos una hora y 15 minutos a preparar el rostro de Melania. Andre Leon Talley, su preparador de boda y antiguo editor general de Vogue, dijo que ella era la mujer más humectada que jamás había conocido.
Poco después de la elección de Trump, la campaña anunció que Melania no se mudaría a la Casa Blanca. Mientras su esposo se muda a unos cientos de kilómetros al sur, ella caminará sola en su espacioso penthouse de tres niveles en la cima de la Torre Trump, con una sala de espejos al estilo de Versalles, una fuente de mármol blanco y cielos rasos adornados con querubines pintados a mano. Tiene un chef y un asistente personales. Pero ninguna niñera se interpone entre ella y su único hijo, Barron, que actualmente tiene 10 años. “Conocemos nuestras reglas”, declaró una vez Melania a Parenting.com, refiriéndose a la división del trabajo con su esposo. “No quiero que le cambie los pañales o que lleve a Barron a la cama”.
Trump ha llamado a Melania “la roca” y aprecia mucho su autocontención. Antes de casarse, Trump declaró a Howard Stern que nunca había “visto nada de eso” cuando le preguntó si Melania se tiraba pedos o “hacía caca”.
Trump: Nunca he visto nada de eso.
Stern: Guau.
Trump: Es sorprendente.
Donald y Melania han estado casados por 12 años, el mismo tiempo que él e Ivana estuvieron juntos. Su boda no fue el único hito familiar en 2005. Ese mismo año, su hija Ivanka, que acaba de graduarse de la Escuela Wharton, se unió a la Organización Trump, renovando el impulso perdido de su madre como la hábil esposa-trabajadora de Trump.
HONORARIOS DE MODELAJE: Trump estuvo de acuerdo en buscar trabajos de modelaje y actuación para Maples, pero le hizo firmar un contrato donde ella le daba un porcentaje de todas sus ganancias. FOTO: PAUL ARCHULETA/FILMMAGIC/GETTY
HIJA QUERIDA
Los franceses tienen una frase para los padres cuyo primer hijo es varón y la segunda es mujer: choix du roi. La elección del rey es considerada como el orden ideal. El primer hijo habrá de heredar el reino y la hija se casará para expandirlo. Y al casarse con Jared Kushner, descendiente de otra familia multimillonaria dedicada al negocio inmobiliario, eso es exactamente lo que ha hecho Ivanka.
Ivanka sigue siendo la nena de papá, aun cuando ella ya no se sienta en sus rodillas, con las manos de su padre cubriéndole todo el cuerpo. No es su culpa que las personas vean más en esas imágenes que lo que ella recuerda; a ella le hacía feliz tener la atención de su padre. Después de todo, ella pudo haber sido Tiffany.
Trump nunca fue un padre atento. No podía recordar los nombres de las escuelas privadas y su asistente le daba informes acerca de las niñeras. Para captar su atención, Ivanka adquirió el hábito de correr hacia su oficina todos los días de camino a casa cuando volvía de la escuela, de acuerdo con sus memorias, The Trump Card: Playing to Win in Work and Life (La carta del triunfo: Jugar para ganar en el trabajo y en la vida).
En Born Rich (Nacidos ricos), el documental de 2003 en el que aparecen herederos y herederas súper-ricos de Nueva York, Ivanka proyecta un nivel de humildad que es poco usual entre sus acicalados y aullantes pares. Nadie se sorprendió más que esos pares al ver su conversión de una neoyorquina progresista a convertirse en miembro del círculo íntimo de asesores que rodean a un hombre al que algunos consideran como la segunda venida de Hitler.
El giro a la izquierda de Ivanka comenzó varios años antes de la última campaña de su padre. En 2007, comenzó a hablar acerca de convertirse al judaísmo para poder casarse con Kushner, cuya religión judía ortodoxa prohíbe que las mujeres se conviertan en rabinas y les asigna oficialmente tareas como cuidadoras del corazón y del hogar. Algunos adherentes masculinos se abstienen de tener contacto con las mujeres mientras estas menstrúan, pues la sangre menstrual es un tabú bíblico primitivo. Actualmente, ella mantiene un hogar kosher para su esposo y sus tres hijos y guarda asiduamente el Sabbath, durante el cual los judíos practicantes apagan todos los aparatos electrónicos y toman un descanso de 24 horas cada sábado. “Fue un acto muy valiente por parte de ella”, señala Nikki Haskell, amiga de la familia. “Y ella es muy, muy estricta con respecto a ello y es muy eficiente”.
Su conversión política tiene un paralelo aproximado con la de su libertino y anteriormente demócrata padre. “Ella me sorprendió como una demócrata neoyorquina liberal”, afirma Dirk Wittenborn, productor de Born Rich. “Su conversión y su matrimonio (y maternidad) coincidieron con que ella se volvió más conservadora. Pienso que es una persona que comprende la responsabilidad de su puesto. Comprende el papel que debe desempeñar”.
Trump utilizó el judaísmo de Ivanka para eludir las acusaciones de que su campaña fomentaba el antisemitismo. “Tengo nietos judíos” fue todo lo que decía cuando era confrontado con sus frases nazis. Cuando Ivanka presentó a su padre en la Convención Republicana, pronunció un discurso “que parecía demócrata” en el que apoyaba la atención infantil y las bajas temporales por maternidad. Nunca se ha opuesto públicamente al programa antiaborto de su padre, ni tampoco ha expresado su consternación con respecto a la añeja “investigación” sobre la legitimidad del certificado de nacimiento del presidente Barack Obama, emprendida por su padre.
Mientras su padre recorría las zonas rurales el año pasado, casi provocando disturbios en algunos de sus mítines, la cuenta de Instagram de Ivanka se mantuvo alegremente apolítica: videos cortos de sus adorables hijos o imágenes glamorosas de ella misma en divertidas poses de video de Boomerang en distintas paradas de la ruta de campaña en el interior del país, abrigos chic que ondulaban en el frío viento del asfalto en Buffalo o Eau Claire. Fue captada vacacionando en Croacia con su amiga cercana, la chica de Shanghai Wendi Deng, otra trepadora social de nivel olímpico que estaba en proceso de catapultarse de ser la pareja de Rupert Murdoch a convertirse en la de alguien aún más grande.
Ivanka tenía muchas razones para promover intensamente a su padre. Además de un deber filial, la derrota en la elección podría haber arruinado su marca. La prensa ya había desenterrado algunos hechos embarazosos, entre ellos, mercancías fabricadas en China e Indonesia, y demandas judiciales por la copia de productos. Justo antes de la elección, Nordstrom y otras tiendas vendían su marca con descuento tras enfrentar boicots. Su segundo libro, Women Who Work: Rewriting the Rules for Success (Mujeres que trabajan: Reescribiendo las reglas del éxito), parecía, en un momento dado, un proyecto para prevenir los daños que provocaría la implosión política de su padre. Será publicado esta primavera. Para entonces, Ivanka habrá reescrito sus reglas para el éxito, realizando varias tareas a la vez como madre, primera dama de facto, y asesora y conducto no oficial del hombre más poderoso del planeta.
La más empoderada e iluminada de las Reinas de Trump se ha abierto paso por medio de su sonrisa a través de la conducta paterna que podría haber hecho que mujeres menos estoicas rompieran todos sus lazos familiares. Su padre ha dicho públicamente que ella está “buenísima”, estuvo de acuerdo alegremente con Howard Stern en que ella es “todo un culo” y dijo en la televisión nacional que si no fuera su hija, “quizás estaría saliendo con ella”.
Nacida en la década de 1980, Ivanka Trump será un modelo de rol para las mujeres “millennials”, con su cuenta de Instagram de lindos bebés saltando y de ella misma con vestidos de alta costura alrededor de la Casa Blanca. Con una enorme gracia, ella las guía de vuelta hacia la época en la que sus abuelas eran jóvenes y deseaban parecerse a Jackie Kennedy, cuando las mujeres hablaban bajo, vestían impecablemente y soportaban, con la mayor gracia, lo peor de Mad Men.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek