Cuando Donald Trump se reunió con los líderes de la tecnología, en diciembre, para decirles que quería que generaran empleos en Estados Unidos, probablemente aquellos inclinaron la cabeza a un lado, como cuando le explicas física a tu perro y este simplemente se queda mirando cómo mueves los labios y se pregunta en qué momento, en medio de todos esos sonidos poco familiares, va a escuchar la palabra “golosina”. Los líderes de la tecnología no están en el negocio de crear empleos. Están en el negocio de ayudarnos a hacer más con menos. Les gusta innovar y perturbar, y que el software domine el mundo. Pero la gente, bueno, no les importa mucho.
En su propio estilo de Chance, el jardinero autista que protagoniza la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski, el presidente electo podría haber dado con algo. Su victoria fue un saludo mostrando el dedo medio de parte de todos aquellos que se sienten desplazados por la tecnología y la globalización. La tendencia de la industria de la tecnología consiste en desplazar a más personas automatizando más empleos de bajo nivel, al tiempo que genera únicamente empleos muy especializados. Cada vez es más claro que si la tecnología no cambia esa trayectoria, las consecuencias podrían asemejarse al ataque de Roma por los visigodos en el año 410 d. C.
Tim Cook, director ejecutivo de Apple; Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon; Larry Page, director ejecutivo de Alphabet, y muchos otros de sus colegas se escabulleron a la Torre Trump el 14 de diciembre para reunirse con el presidente electo, quien no usa una computadora, probablemente nunca ha usado Uber y, sin duda, piensa que Slack es lo que encuentra en la punta de los dedos de sus guantes. Si puedes imaginar cómo reaccionarían los mejores neurocirujanos a una interpretación del cerebro realizada por la Condesa Descalza, bien, es así como los líderes de la tecnología debieron sentirse en esa sesión.
Según informes, Trump le dijo al grupo que necesitaban crear más empleos en Estados Unidos, y no solo para especialistas en inteligencia artificial de Silicon Valley. Aparentemente hizo énfasis en que, para marcar una diferencia, los tecnólogos deberían invertir en empleos operativos no especializados en el centro del país.
Tiene razón en cuanto a que las empresas de tecnología desempeñaron una importante función en la creación de la enorme diferencia de ingresos entre la parte digital y la parte análoga de Estados Unidos. Analicemos un indicador: las ganancias por empleado entre distintas industrias. Wal-Mart, que posee tiendas minoristas con un gran uso de mano de obra en todo el planeta, da empleo a 2.1 millones de personas. Sus ganancias por empleado se mantienen muy constantes en 220 000 dólares. General Motors, un importante fabricante, tiene un mejor desempeño: sus ganancias por empleado son de alrededor de 700 000 dólares.
Ahora veamos a Facebook. Sus ganancias por empleado son de 1.4 millones de dólares, el doble de las de GM. Apple supera el desempeño de Facebook con 2.1 millones de dólares en ganancias por cada persona que trabaja ahí: diez veces lo obtenido por Wal-Mart. Pero… Apple, la empresa más valiosa de Estados Unidos, proporciona empleos directos solo a 66 000 personas, el número de espectadores que asisten a un típico juego de la NFL. Mientras tanto, las acciones de Wal-Mart tienen casi el mismo precio que tenían en 2012. En empresas como Facebook y Apple, fluye mucho más dinero a las manos de muchas menos personas. Y la mayoría de esas manos se encuentran en los corredores de tecnología en el Área de la Bahía o el Noreste de California.
Es difícil culpar completamente a los directores ejecutivos de tecnología por esta disparidad. Así es como están diseñados los negocios en Estados Unidos. Recompensamos la productividad y la eficiencia, es decir, obtener más con menos. Pero Trump les pide a los tecnólogos que, como decía Steve Jobs, piensen diferente. Trump les dice a las empresas de tecnología que los números no lo son todo y no son responsables de hacer que una gran parte de la nación se encuentre en la miseria. Y, por cierto, los números no significan nada en absoluto si la sensación de ser excluido destruye el tejido social y provoca un furioso contraataque. Es posible que los perturbadores resulten perturbados.
Y Trump tiene razón.
En la reunión, Ginni Rometty, directora ejecutiva de IBM, habló acerca de cómo su empresa crearía 25 000 empleos en Estados Unidos. Pero su promesa es un signo del pensamiento obtuso de los tecnólogos. “No se trata de empleos de oficina versus empleos de fabricación, sino de los ‘nuevos’ empleos que exigen los nuevos empleadores de muchas industrias, pero que permanecen sin ocupar en gran medida”, escribió en USA Today justo antes de reunirse con Trump. Señaló que hay 500 000 empleos abiertos en el sector de la tecnología porque las empresas no pueden hallar personas con las habilidades adecuadas.
Pero esto es esencialmente lo que Rometty y un montón más de directores ejecutivos de tecnología están diciendo (y parafraseo muy libremente): si tan solo los desempleados y las personas con un bajo nivel educativo tomaran algunos cursos de código Python podrían mudarse a San Francisco, resolver la escasez de programadores y se les pagarían 100 000 de los grandes.
Sin embargo, ¿qué tan realista es esto? Estados Unidos es una sociedad muy educada, y a pesar de ello, tan solo un tercio de los estadounidenses son graduados universitarios. Una gran proporción de ciudadanos nunca lograrán acceder al ecosistema tecnológico. Y, por cierto, muchas personas realmente desean vivir en lugares con poco tránsito y sin restaurantes veganos de comida fusión asiática.
¿Qué pueden hacer realmente los directores ejecutivos de tecnología acerca de los empleos? Había una gran riqueza en esa habitación con Trump, y hay mucha más diseminada en el sector de la tecnología. La industria necesita promover la idea de que debe desplegar una parte de su riqueza para construir o mantener vivas escuelas, parques, librerías, diarios, orquestas, salones para jugar a los bolos, pequeños fabricantes o cualquier otra cosa que ayude a las comunidades a prosperar y que no pueda reducirse a un bot de inteligencia artificial. Es posible que los márgenes de ganancias sean muy bajos, pero si pueden salir a mano y mantenerlos, estarían correspondiendo en una forma que ayude al país y que, incluso, podría salvar su industria en el futuro.
Bezos ha puesto un muy buen ejemplo. Amazon da empleo a más personas que la mayoría de las empresas tecnológicas de su tamaño. El número de empleados es actualmente de 268 900, y las ganancias por empleado de Amazon son de alrededor de 464 000 dólares, menos que las de GM. De manera más importante, en 2013 Bezos gastó 250 millones de dólares para adquirir The Washington Post. El Post es un negocio terrible. Pero es un bien público y requiere mucha mano de obra. Bezos tiene un valor de 66 000 millones, por lo que, para él, la compra fue como si tú o yo nos compráramos un par de zapatos. Pero Bezos emprendió el tipo de acción que puede marcar una diferencia fuera de la tecnología.
Es una forma de pensar de la vieja escuela, pero merece que le demos un nuevo vistazo. A inicios del siglo XX, uno de los directores ejecutivos más progresistas de Estados Unidos era un tipo llamado George F. Johnson. Él dirigía Endicott-Johnson Shoes, que en ese entonces era una de las fábricas de zapatos más importantes del mundo. Johnson construyó casas para sus trabajadores y se las vendió al costo. Para la comunidad construyó una biblioteca, un campo de golf, dos hospitales y fundó un equipo de beisbol de las ligas menores. Cuando se le preguntó por qué hacía esas cosas tan costosas, se sabe que Johnson respondió: “Mi propósito es hacer todo lo que pueda por esta empresa, y no sacar todo lo que pueda de ella”.
Eso ocurrió en mi pueblo. Hasta la fecha, hay estatuas de Johnson en el lugar, así como calles nombradas en su honor. Es una leyenda y un héroe. A cien años de distancia, ¿alguien dirá lo mismo acerca de las personas que se reunieron con Trump aquel día?
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek