
EN WASHINGTON, D. C., todo el mundo trata de averiguar si Donald Trump realmente cambiará la forma en que funcionan las cosas ahí. Consideremos el Foro de Acción Estadounidense (AAF, por sus siglas en inglés), un respetado grupo de analistas de tendencia republicana. Su director, Douglas Holtz-Eakin, dirigió alguna vez la Oficina Presupuestaria del Congreso; sin inclinación partidista, fue el principal asesor económico de John McCain durante la campaña presidencial del senador en 2008 y fue comisionado distinguido del panel autorizado por el Congreso que investigó los orígenes de la crisis financiera (del cual fui miembro). El AAF es una fuente de pensamiento convencional republicano que está a favor de reducir los impuestos y disminuir las regulaciones, además de ofrecer artículos de política que van en contra de la retórica de campaña de Trump sobre la inmigración, el libre comercio y la reforma de los programas de ayuda social como la Seguridad Social y Medicare.
Llamé a Holtz-Eakin a principios de diciembre para preguntarle sobre los recientes comentarios de Trump sobre Carrier, el gigante de los sistemas de aire acondicionado y división de United Technologies. En la ruta de campaña, Trump reprendió a Carrier por sus planes de trasladar empleos de Indiana a México (no confundir esto con las amenazas de Trump contra un juez mexicanoestadounidense de Indiana, eso es harina de otro costal). Luego, a principios de diciembre, Trump y el vicepresidente electo Mike Pence, que sigue siendo gobernador de Indiana, anunciaron que habían persuadido a Carrier, principalmente a través de incentivos en el pago de impuestos estatales, de mantener algunos de los puestos de trabajo en ese estado.
Los partidarios de Trump y la mayoría de los estadounidenses (si es que aún creemos en las encuestas) celebraron el anuncio, pero Holtz-Eakin se mostró perplejo. Dijo que la acción no “sustituía un arreglo de los grandes temas en la economía”, y mencionó la reforma regulatoria y la reducción de impuestos, entre otras cosas. Sin embargo, a Holtz-Eakin no le preocupa que Carrier forme parte de una tendencia más amplia en la que Trump arremeta contra empresas individuales; al menos no todavía. “Se trata de un episodio ad hoc”, dice. “Ni siquiera ha tomado juramento. Ya veremos”.
Sin embargo, Carrier no fue solo un episodio. Poco después de que hablé con Holtz-Eakin, Trump recurrió una vez más a Twitter, solo que esta vez su blanco fue Boeing y el costo de su trabajo en el nuevo avión presidencial. Los aviones actuales, conocidos colectivamente como Air Force One, tienen más de 25 años. Se requiere una década para construir nuevos jets que incluyan comunicaciones para tiempos de guerra, medidas defensivas y otros toques dignos de Tom Clancy que convierten el 747 en una Casa Blanca volante. “¡Cancelen la orden!”, tuiteó Trump, irritado por el precio. Su desplante se produjo, quizá como coincidencia, la misma mañana en que el director ejecutivo de Boeing expresó su preocupación por que las misivas en las redes sociales de Donald acerca de China ponían en riesgo el lucrativo mercado del fabricante de vehículos aeroespaciales. Las acciones de Boeing cayeron en picada tras el ladrido en 140 caracteres de Trump, aunque después se recuperaron. En otro extraño momento, ocurrido más adelante en el día, el presidente electo apareció en el lobbyde la Torre Trump con el hombre más rico de Japón, Masayoshi Son, y ambos anunciaron que SoftBank, la empresa de Son, invertiría 50 000 millones de dólares en Estados Unidos. Dado que no se dieron más detalles, los reporteros se quedaron pasmados buscando pistas en lo que parecía ser una página de una presentación de PowerPoint en las manos de Trump. Esto significa hacer negocios en los Estados Unidos de Trump: orgasmos un día, úlceras al siguiente.
A nadie le sorprende que Trump, tristemente célebre por sus tuits, resulte ser hermético e impredecible. Y a los ejecutivos de alto nivel les gusta su gabinete, amigable con las empresas. Scott Pruitt, procurador general de Oklahoma y el elegido de Trump para encabezar la Agencia de Protección Ambiental, es un negador del cambio climático tan cercano a la industria de los combustibles fósiles que una vez envió una carta a ese organismo, redactada por Devon Energy. Andrew Puzder, el nominado de Trump para convertirse en secretario del Trabajo, es un magnate de la comida rápida cuyas propiedades incluyen las cadenas de restaurantes Carl’s Jr. y Hardee’s. Ningún presidente republicano, desde la Segunda Guerra Mundial, ha colocado a ningún director ejecutivo en ese puesto, en parte como una deferencia a las organizaciones sindicales. La empresa de capital privado propietaria de la compañía de Puzder recibe su nombre de un personaje de una novela escrita por Ayn Rand, la malhumorada novelista de mediados del siglo XX que se convirtió en una deidad para los libertarios. (Puzder es un gran admirador. El 8 de diciembre, Pence incluso se apareció en las oficinas generales en Washington, D. C., de la Asociación Nacional de Fabricantes [NAM, por sus siglas en inglés], un grupo comercial de gran tamaño, para pedirle su opinión sobre las regulaciones que deberían ser eliminadas.)
PANTANOLANDIA: Trump podría ser capaz de utilizar su habilidad en las redes sociales para cantar victoria contra empresas como Boeing, Ford y Carrier. Sin embargo, será mucho más difícil lograr que los aranceles impuestos a toda una industria pasen por encima de los cabilderos de negocios. Foto: TRAVIS DOVE/BLOOMBERG/GETTY
Tras ocho años de lucha con el gobierno de Obama, los ejecutivos de negocios parecen estar en éxtasis ante este tipo de atenciones. Pero a muchas personas les preocupa que Trump se esté convirtiendo en un acosador desde el púlpito, utilizando las herramientas de su cargo para atacar todo aquello que le irrite. Unos días después del acuerdo con Carrier, Trump arremetió contra el director del sindicato local que representa a los trabajadores de la fábrica. Este ha dicho que el presidente electo ha sobreestimado los beneficios del acuerdo, y ningún director ejecutivo desea un desafío como ese. Meses antes, durante la campaña, Trump tuiteó que se oponía a la propuesta de fusión entre AT&T y Time-Warner. “Estamos realmente felices con lo que podría pasar [durante el gobierno de Trump]”, dijo un republicano de la asociación de comercio de Washington, y señaló las posturas de Trump sobre los impuestos y la eliminación de regulaciones. “Pero nos pone nerviosos que él pudiera echarnos el mal de ojo en Twitter”.
Este nerviosismo es comprensible, dada la relación especial entre el mundo de los negocios y el Partido Republicano. Los cabilderos de negocios, grandes y pequeños, tienden a favorecer las políticas republicanas. En el más reciente ciclo de campaña, la Cámara de Comercio de Estados Unidos apoyó únicamente a candidatos republicanos para el Senado de Estados Unidos (usualmente hay unos cuantos demócratas entre ellos). Los grandes grupos cabilderos como la Mesa Redonda de Negocios (que representa a las mayores corporaciones), la Cámara (que representa a negocios de todos tamaños) y otros grupos diversos (desde NAM hasta la Federación Nacional de Negocios Independientes) tienden a inclinarse hacia el lado republicano porque, desde hace mucho tiempo, el partido ha apoyado la reducción de impuestos y la disminución de regulaciones, junto con una reforma migratoria y de libre comercio.
Trump dedicó gran parte de su campaña a denunciar los mismos acuerdos comerciales que estos grupos han estado apoyando, desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte hasta el ahora saboteado Acuerdo Transpacífico. A los grupos de negocios les preocupa esta postura. Sin embargo, esperan que no llegue tan lejos y que busque imponer los altos aranceles a las mercancías chinas sobre los que tanto habló en sus mítines. A principios de diciembre recibieron una señal alentadora cuando Trump nombró a Terry Branstad, gobernador de Iowa, conocido por su postura a favor del libre comercio, como embajador de Estados Unidos en Pekín. Y les alegra que los republicanos de la Cámara hayan enviado una señal al gobierno diciendo que se oponen a aplicar impuestos gigantescos. “No quiero verme envuelto en algún tipo de guerra comercial”, dijo a la prensa el representante Kevin McCarthy (California), líder de la mayoría del Senado cuando Trump publicó una serie de tuits a principios de diciembre en los que amenazaba con imponer un arancel de 35 por ciento a las empresas que trasladaran sus puestos de trabajo a otros países. El vocero de la Cámara Paul Ryan también intervino. “Pienso que podemos alcanzar el objetivo”, declaró al diario Milwaukee Journal Sentinel, “que consiste en hacer que los negocios estadounidenses sigan siendo estadounidenses, construir cosas en Estados Unidos y venderlas en otros países; esto podría ser abordado adecuadamente con una reforma fiscal amplia”.
Los grupos de negocios saben que Trump no puede imponer unilateralmente un arancel a una compañía sin la aprobación del Congreso. El anuncio del presidente electo puede hacer que los legisladores se pongan de su lado, aunque probablemente sea ilegal aplicar un impuesto a una sola empresa. Quizá Trump ya lo sabe, y por eso está dispuesto a cantar victoria aun cuando no haya habido una batalla. Tras llamar por teléfono al presidente de Ford, Trump tuiteó triunfantemente que el fabricante de autos mantendría su planta de Lincoln en Louisville, Kentucky. La empresa nunca planeó trasladar su planta fuera de ese estado, pero no importa. Trump dijo que había ganado. Así que lo hizo.
Sin embargo, donde Trump podría perder es en los aranceles impuestos a toda una industria. Alan Tonelson, economista y halcón a favor del libre comercio desde hace mucho tiempo, se muestra un tanto optimista de que Trump pueda derrotar a los cabilderos de los negocios. “Él derrotó completamente a todos sus oponentes en la elección primaria republicana, los cuales eran favoritos de la Mesa Redonda de Negocios, y los derrotó en gran parte en el tema del comercio”, dice.
Es cierto. Pero ganar la nominación del partido, o incluso la presidencia, es más fácil que secar el pantano de Washington. Pregúntenle a Barack Obama.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek