Hace unas dos décadas, unos científicos inventaron una cámara ingerible que toma fotos mientras se desplaza por el aparato digestivo y envía datos a los médicos. Solo había un problema: los componentes de la cámara, y también la batería, no fueron diseñados para usarse en el organismo y contenían materiales potencialmente tóxicos. Si el dispositivo se atascaba en el intestino, podía representar un peligro y había que extraerlo, seguramente con cirugía. “Eso fue, digamos, la primera generación. Usaron materiales y componentes que encontrarías en RadioShack”, dice Christopher Bettinger, profesor asociado de ciencias de los materiales en la Universidad Carnegie Mellon. El riesgo de una complicación es aceptable cuando se trata de un dispositivo ingerible de uso único, pero “si tienes que ingerirlo todos los días, el riesgo se acumula”.
Bettinger y sus colegas han desarrollado una batería comestible usando materiales no tóxicos que se encuentran en el organismo. El ingrediente principal es melanina, el pigmento que contienen los ojos, el cabello y la piel. La melanina puede unir y separar iones, como hace una batería. Puede actuar como una terminal positiva o negativa, si en el otro extremo hay un mineral como el magnesio. Y un aditivo como el almidón los mantiene pegados. Cuando la batería entra en contacto con los líquidos del cuerpo, el circuito se completa, igual como se enciende la luz del chaleco salvavidas de un avión cuando toca el agua.
La batería comestible tiene unos dos milímetros de grosor, como un centímetro de diámetro, y genera alrededor de un voltio de electricidad, el equivalente a un tercio de una batería AA. Con sus características podría energizar un dispositivo durante unas 20 horas. Y si queda atascada en alguna parte, simplemente se degrada dentro del cuerpo en cuestión de unas semanas.
La batería tiene el potencial de usarse con varios dispositivos. Uno es la administración de fármacos, lo que permitiría soltar los medicamentos en el lugar donde se absorberán con más eficacia. Otro sería añadir sensores para determinar el tipo de bacterias que hay en distintas partes del intestino del paciente, lo cual ayudaría a tratar problemas como obesidad, diabetes y enfermedad intestinal inflamatoria.
“Mucha gente se siente cómoda ingiriendo una píldora”, señala Bettinger, y en el futuro esa píldora diaria podría contener más que medicina.