Señor presidente:
La historia pocas veces nos presenta la oportunidad de probar nuestro carácter. Usualmente damos tumbos a través de un año electoral, atrapados en pequeñas discusiones y la furiosa controversia ocasional que pronto se desvanece de la conciencia pública. En la actualidad, pocas personas pueden identificar a Quemoy y Matsu, aunque se trató de problemas importantes en la contienda presidencial entre Kennedy y Nixon de 1960. ¿Y qué hay acerca del Plan de Acceso Garantizado? ¿Y del Debategate? Puede listar cualquiera de los conatos de incendio que cruzan el firmamento cada cuatro años, problemas que parecen muy importantes, pero que pronto se agotan y se olvidan.
Este no es uno de esos años, Sr. presidente, son tiempos peligrosos para Estados Unidos y para el mundo. Lo que haga Estados Unidos en estas elecciones afectará a nuestros aliados, a nuestros enemigos y a nuestros hijos.
Cuando éramos jóvenes, muchos de nosotros leímos en los libros de historia acerca de personas que se hicieron a un lado y permitieron que ocurrieran distintos horrores, y nos aseguramos a nosotros mismos de que nos habríamos opuesto a los demagogos sin importar las consecuencias. Ahora somos adultos y enfrentamos nuestra primera oportunidad real de probarlo. Y así, Sr. presidente, le pido, en la primera de una serie de cartas abiertas dirigidas a usted durante las próximas semanas acerca de los peligros que plantea Donald Trump y sus muchos secretos, que haga lo que debe hacer: condenar al candidato presidencial de su partido. Condenar a Trump como alguien que no representa los valores del Partido Republicano ni de Estados Unidos. Condenarlo como un peligro para Estados Unidos.
¿Hacerlo le costará su puesto en el Congreso? Probablemente. Pero otras personas han sacrificado mucho más, aquellas que quedaron lisiadas al combatir a los tiranos en otros países, aquellas que murieron a manos de racistas en el país mientras trataban de obtener justicia.
Imagine como lo verá la historia si se queda callado. Si Trump es electo como presidente, usted, como el líder más prominente del Partido Republicano, será responsable de sus acciones. No será capaz de controlarlo, no más de lo que su equipo de campaña, sus banqueros o sus socios de negocios son capaces de hacerlo. Como alguien que cubrió por primera vez los acuerdos de negocios de Trump hace ya varias décadas, le aseguro que el fanfarrón que se burló de la familia de un veterano del ejército muerto en batalla no es un político novato que solo necesita educarse. Ese hombre lleno de odio es el verdadero Donald Trump, aquel a quien los reporteros de negocios han conocido por más de 40 años: temerario, narcisista, carente de toda conciencia propia, ansioso de arremeter contra cualquiera que le diga lo que no quiere oír. Ninguna intervención resultará útil; no es posible transformar un toro salvaje en una gacela mediante el diálogo. Su estrategia de negocios, que consiste en proclamar su grandeza, declarar que creará lo más grande, lo mejor y lo más rentable sin explicar nunca cómo lo hará y fracasando al final, esparciendo la ruina que destruye a todos los que creyeron en él, es la misma que está siguiendo en la ruta de campaña. Y la que seguirá en la Casa Blanca.
En las décadas por venir, sus hijos y sus nietos le preguntarán: “¿Por qué no hiciste nada?”. Algunos conservadores de carácter, como Erick Erickson, Jonah Goldberg, Max Boot, Lindsey Graham y Mitt Romney han denunciado a Trump. Prefieren que su partido pierda la Casa Blanca en 2016 que dejar el futuro de Estados Unidos en manos de un hombre inestable que bien podría tener acceso a los códigos nucleares. Presidente Ryan, usted y otros republicanos a los que les importa el conservadurismo y a quienes les importa Estados Unidos deben dejar a un lado las pequeñas diferencias que separan a los grandes partidos de nuestra nación y unirse a todos aquellos que luchan por detener a este hombre. El patriotismo debe triunfar sobre el tribalismo.
ÉL NO TE PROTEGERÁ: Las personas que han cubierto la carrera de negocios de Trump durante décadas dicen que siempre ha sido imprudente con el dinero de los inversionistas, y también con la verdad. Foto: ANDREW HARRER/BLOOMBERG/GETTY
UN DERROCHE INCOMPRENSIBLE
“Lo que usted no comprende acerca de Donald Trump es que está mentalmente enfermo”.
Uno de los ejecutivos de más alto rango de Trump me dijo esas palabras en el verano de 1990. Sabía que esa persona no estaba calificada para hacer un diagnóstico clínico, pero me resulta perturbador que uno de los lugartenientes del desarrollador dijera una cosa así a un reportero y que hablara completamente en serio. Pocos días antes yo había escrito un artículo para The New York Times en el que satirizaba a Trump, quien acababa de acordar disminuir sus gastos personales a tan solo 450 000 dólares al mes como parte de un acuerdo con sus aterrorizados prestamistas, y parecía no tener ni idea de cómo se involucró en esa historia. Otro multimillonario fue citado diciendo que tal derroche era incomprensible, pero lo que hizo que Trump pareciera verdaderamente chiflado fue que, aunque el mundo sabía que sus finanzas se estaban desmoronando, la revelación de su sorprendente extravagancia no lo avergonzó.
“Un poco de moderación no caerá nada mal”, dijo Trump acerca de su límite mensual de 450 000 dólares. “Desde luego, mi vida no ha sido exactamente de moderación”.
La excentricidad de la conducta de Trump, así como su falta de conciencia de que el país se estaba burlando de él, no me sorprendieron. Encajaban muy bien con todas las otras conductas extrañas que había mostrado orgullosamente ante mí y ante otros reporteros. Entrevisté a Trump por primera vez en octubre de 1987, y no me tomó mucho tiempo concluir que algo no andaba bien con él. En ese momento yo era un reportero novato, y había comenzado a trabajar en la sección de negocios del Times tres días antes. Me puse en contacto con la oficina de Trump para hablar de una solicitud ante la Comisión de Bolsas y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) que había presentado con respecto a sus planes de adquirir más acciones de Alexander’s Inc., que en ese entonces era una prominente cadena de tiendas de departamentos. En ese momento Trump poseía casi un millón de acciones de Alexander’s, por lo que esto era una señal de una posible toma hostil, y las acciones habían aumentado su precio en consecuencia. Se trataba de una nota menor y supuse que mi llamada sería relegada a algún empleado menor del área de comunicación y que recibiría la frase acostumbrada de “sin comentarios”.
Me sorprendió muchísimo que Trump mismo contestara el teléfono, zalamero y elogioso, diciéndome cuánto admiraba mi trabajo (lo cual era extraño, ya que no era mucho en aquel entonces). Me pregunté por qué se tomaba la molestia de halagarme mientras pasaba una y otra vez de hacer declaraciones oficiales a no oficiales. Me habló acerca de la grandeza del futuro de Alexander’s, de la grandeza de sus acciones, de la grandeza de sus planes, de la grandeza del mercado de valores de Estados Unidos y de sus expectativas en relación con su crecimiento continuado. Habló acerca de los “perdedores” que se oponían a sus esfuerzos de mover un poco las cosas en Alexander’s. De forma extraoficial, habló acerca de los beneficios financieros que esperaba obtener como producto del acuerdo con la tienda de departamentos y me ordenó que lo identificara en la nota como “un analista”. Sin poder hacer nada mejor, permití que se representara erróneamente a sí mismo de esa manera en la nota.
Sin embargo, fue la llamada que Trump hizo días después la que me convenció de que el hombre era extraño. Esa mañana el Times había publicado una nota de halago acerca de él, escrita por Fox Butterfield, un talentoso periodista que había adquirido una excelente reputación como corresponsal extranjero en China. Era el tipo de nota desechable que la mayoría de los reporteros escriben ocasionalmente y que luego recuerdan avergonzados. Ahora, Trump me llamaba a mí, un chico de 26 años, alardeando acerca del artículo como un niño orgulloso que muestra a su papi el dibujo que acaba de hacer.
Butterfield, me dijo, era el más grande reportero de todo Estados Unidos.
PEQUEÑO GRAN HOMBRE: La conducta de Trump con frecuencia tiene su origen en el patio de la escuela; él es, al mismo tiempo, el acosador y el niño capaz de decir cualquier cosa para lograr la aprobación de su papi. Foto: SPENCER PLATT/GETTY
Trump me preguntó qué era lo que pensaba acerca de la nota, y yo hice algunos elogios. No quería decirle que pensaba que la nota era ridícula, llena de lo que ahora sé que son las típicas historias de Trump de “soy sobrehumano”, como las pocas horas de sueño que necesitaba. En la nota también se le citaba diciendo que odiaba perder el tiempo hablando a la prensa porque estaba demasiado ocupado con los negocios, un comentario particularmente extraño dado que estaba hablando conmigo sin tener una razón clara. Y luego estaba la sugerencia de Butterfield de que el desarrollador de bienes raíces podría postularse para presidente algún día. Tonterías, pensé.
Mientras Trump y yo hablábamos acerca del artículo, traté de hacerle una pregunta acerca de Alexander’s, pero inmediatamente perdió el interés y se despidió. Ha sido una de las llamadas telefónicas más extrañas de mi carrera. Su tono hiperactivo, su impulsividad al llamarme, su evidente necesidad de recibir halagos por parte de un don nadie como yo… En ese momento llegué a creer que algo muy grave le ocurría a Trump, algo que no había visto en ningún otro de los cientos de ejecutivos de negocios con los que me había reunido y a los que había entrevistado.
Menos de dos semanas después de esa extraña llamada el mercado de valores se derrumbó, y todos los reporteros de mi sección fuimos enviados a cubrir la mayor noticia de negocios en varias décadas. Pocos días después leí The Washington Post y vi que Trump le había dicho a un reportero que sabía que el mercado iba a caer y que había vendido todas sus acciones, con lo que obtuvo una ganancia de 200 millones de dólares. Me quedé boquiabierto. Sabía que él mentía.
Unos días antes me había dicho lo grande que era el mercado de valores, cómo iba a crecer. Averigüé cuál era su participación en Alexander’s: aún poseía 917 de 967 acciones. Trump mintió para hacer pensar a todo el mundo que era más listo que otros inversionistas. Quizás había vendido algunas acciones para obtener efectivo para comprar más acciones de Alexander’s: de hecho, había presentado un documento ante la SEC diciendo que planeaba hacer justamente eso, pero no fue ningún momento de “Trump es un genio”.
Fui con un editor que estaba trabajando en un artículo acerca de las consecuencias de la caída de la bolsa y le dije que, incuestionablemente, Trump mentía acerca de sus inversiones. El editor ni siquiera levantó la mirada. “Los perros muerden, viejo —me dijo—. Donald Trump miente”.
Durante los siguientes años mis colegas de la fuente de negocios y yo nos hemos maravillado por la total carencia de sentido de las travesuras financieras de Trump, mientras los bancos y los inversionistas en bonos basura le arrojaban miles de millones de dólares en préstamos para que pudiera adquirir negocios de los que no sabía ni una palabra: casinos, una línea aérea, y así. El análisis financiero fue sustituido por la exuberancia irracional de Trump, basada en poco más que sus muchos pronunciamientos acerca de su propia grandeza. Cuando ocurrió lo inevitable y Trump ni siquiera pudo pagar los intereses de sus miles de millones de dólares en deuda, sus prestamistas se encontraron en una posición imposible: si lo demandaban diciendo que había aprovechado toda la deuda que había garantizado personalmente, él se declararía en quiebra personal y las instituciones financieras que le habían prestado el dinero se hundirían. Trump y sus prestamistas se encontraban en un sótano lleno de gasolina, y si alguno de ellos encendía un cerillo, ambos morían calcinados. Trump no “superó en inteligencia” a sus bancos, como le gusta decir ahora. Él y ellos habían sido tan temerarios que ellos tuvieron que salvarlo a él para salvarse a sí mismos.
Cuando su creciente imperio de negocios se derrumbó, a principios de la década de 1990, otros reporteros del Times tuvieron más encuentros con él que yo. Siempre sabía cuándo Richard Hylton, que se sentaba enfrente de mí, hablaba con Trump, porque siempre giraba los ojos en señal de fastidio. Poco después de colgar el teléfono, Hylton me contaba el más reciente embuste de Trump. Pero para mí, las palabras que resumían mejor el sinsentido financiero que condujo a la quiebra de los negocios de Trump fueron pronunciadas a principios de la década de 1990 por el decano de los periodistas financieros, Floyd Norris. Él dijo que algún día todos nosotros tendríamos que explicarles a nuestros hijos y a nuestros nietos la extraña historia de Donald Trump, cómo tantos bancos se habían comportado con tal temeridad para beneficiar a un hombre que, evidentemente, era poco más que un charlatán de feria. La respuesta, dijo Floyd, era: “Tuvieron que haber estado ahí. Esto no puede explicarse en forma racional”.
De alguna manera, Sr. presidente, debemos explicar nuevamente el éxito del charlatán de feria, solo que ahora es mucho más peligroso. En lugar de ser solo alguien que puede hacer quebrar a una legión de bancos, ahora puede convertirse en presidente de Estados Unidos y provocar un daño incomprensible. Muchísimas personas, entre ellos algunos miembros de su propio partido e incluso psiquiatras, dicen que Trump muestra señales de enfermedad mental, como me lo dijo su lugarteniente hace ya varias décadas.
No es demasiado tarde para hacer lo correcto. Condene a Donald Trump. No se quede en el lado equivocado de la historia.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek