Los votantes del brexit probablemente no se percataron de ello, pero pusieron en marcha una estrategia brillante en esta era ultraconectada en que el software devora todo. El Reino Unido debería desmembrarse. Inglaterra debería decirle a Escocia e Irlanda del Norte que se vayan al diablo, y Londres bien podría separarse del resto del país. Y luego, Estados Unidos debería capitalizar el encono suscitado en esta elección presidencial para dividirse en siete países afiliados.
El resultado sería una enorme ventaja competitiva que dejaría a Rusia y China, agobiadas por sus gigantescas masas de tierra y ambiciones de la era industrial, estancadas en el extremo trasero de la historia. “¿Qué?”, debes preguntarte.
Mira el mundo empresarial. Grandes compañías con muchos intereses batallan cuando compañías pequeñas y enfocadas en lo digital invaden sus mercados. La escala solía ser un arma competitiva. Se ha vuelto cada vez más irrelevante, si no es que una lata. Procter & Gamble no puede aplastar a la Honest Company. Marriott no puede reaccionar ante Airbnb. Incluso una compañía joven como Google se percató de que estaba volviéndose muy poco manejable y se dividió en entidades más pequeñas bajo la sombrilla Alphabet.
La geopolítica no siempre funciona como las empresas, pero ciertas verdades se aplican a ambas, verdades que se volvieron inequívocas por las nuevas tecnologías y su impacto. La “conectividad” —tecnologías y políticas que motivan la creación de tantas redes como sea posible— gana. La agilidad gana. Los recursos más valiosos son los datos, el talento y las redes. Incluso el petróleo y el gas, los recursos naturales más peleados de los últimos 100 años, están perdiendo su encanto. En otra década, los autos eléctricos y la energía solar barata harán los pozos petroleros tan deseables como las minas de asbesto.
Esta nueva era para las naciones se detalla en un libro que está llamando mucho la atención: Connectography, de Parag Khanna. Con un aluvión de datos, Khanna argumenta a favor de que la conectividad determinará los ganadores y los perdedores en la geopolítica. Y esta conectividad desatará un yin y yang de fuerzas que Khanna llama descentralización y conglomeración.
“La descentralización es la fragmentación perpetua del territorio en todavía más unidades (y más pequeñas) de autoridad, de imperios a naciones, naciones a provincias y provincias a ciudades”, escribe Khanna. “La descentralización es la expresión máxima del deseo tribal, local y provinciano de controlar nuestra geografía”. El brexit fue un voto por la descentralización. El aparente deseo de Escocia de separarse del Reino Unido es descentralización, como lo es la reacción del alcalde de Londres, Sadiq Khan, al brexit: “Estoy exigiendo más autonomía para la capital justo ahora… para proteger nuestros empleos, riqueza y prosperidad”.
Las grandes naciones tienen demasiados intereses en competencia como para gobernarse bien. La conectividad impulsa eso también; tiende a vincular a gente con mentalidad similar en una cámara de eco y enfatiza sus diferencias con los de fuera. Así, el Congreso no funciona, pero los gobiernos de las ciudades por lo general sí. La democracia no produce estancamiento, la complejidad sí. “La autodeterminación es una señal no de tribalismo retrógrado, sino de evolución madura”, escribe Khanna. “Recuerde que las naciones territoriales no son nuestra ‘unidad’ natural; la gente y las sociedades lo son”.
Así, la fuerza natural ahora es que las naciones se separen. Pero si ese es el yin, he aquí el yang: el éxito de las naciones descentralizadas significa conectarse enérgicamente con el resto del planeta. Necesitan crear redes y ecosistemas, así como lo hacen las personas y compañías exitosas. “El mundo conectado, por lo tanto, tiene un llamado de reunión irónico: cuantas más fronteras, mejor”, escribe Khanna. “La descentralización-conglomeración es como el mundo se une mediante separarse”.
Ello significa que si Inglaterra se vuelve xenófoba y se hace más pequeña y —al cerrar el comercio y las fronteras— menos conectada, debilitará la autodeterminación, sí. La anticonectividad o antiglobalización, no. Más pequeño y más conectado es la fórmula ganadora.
La Unión Europea tiene que cambiar también. Probablemente tiene demasiada burocracia, tratando de manejar una gran complejidad. En un mundo con redes inmensas, la UE necesita ser una sombrilla de poco peso que ayude a hermanar a las naciones miembros y se ocupe del trabajo duro de gobernar que los pequeños países descentralizados no quieren hacer. Básicamente, la UE necesita ser un Alphabet que libere a Google y Nest y Verily para que cada cual tome su camino.
En Estados Unidos, tal vez el encono en la campaña presidencial actual sea una señal de la tensión por tratar de mantener unida una nación que en realidad quiere descentralizarse. Mire el mapa rojo contra el azul. Políticamente, Estados Unidos es claramente por lo menos dos países diferentes. Económica y culturalmente, dicen Khanna y otros académicos, probablemente sea siete: la Costa Oeste, las Rocallosas y el Sudoeste, los estados de las Planicies, la Costa del Golfo, el Sur, el Medio Oeste y el Noreste.
Parecerá una locura el considerarlo, pero en el largo arco de la historia, la conectividad podría impulsar los “Estados Unidos” para que también se volvieran menos un gobierno y más una plataforma y centro de creación de redes que sirva a las piezas descentralizadas. Así como la votación del brexit parece haber puesto en marcha la descentralización en el Reino Unido, una victoria de Donald Trump en noviembre podría suscitar movimientos secesionistas en Estados Unidos. La conectividad sugiere que podría ser el impulso correcto.
La descentralización y conglomeración también podrían aliviar la pesadumbre económica que sienten los tipos de personas que apoyan el brexit o a Trump. Cuando más decisiones “se toman en el nivel en que la economía en verdad funciona”, escribe Ben Harrison del Centro para las Ciudades, el gobierno “puede tener una parte vital en mejorar las oportunidades de vida para la gente en esos lugares”.
¿Qué hay de conservar los recursos para entablar guerras y lograr el equilibrio con otras potencias? Ese todavía es un papel importante para una nación grande y rica como Estados Unidos, dicen algunos expertos en política con los que he hablado de esto. Pero, como se documenta en libros como The Better Angels of Our Nature, de Steven Pinker, la guerra y la violencia tienen una marcada caída histórica. El más grande problema de seguridad del mundo por estos días es el terrorismo, y el terrorismo es una amenaza celular que podría abordarse mejor con más naciones celulares.
¿Y la amenaza de un país como Rusia? “Rusia es el país más grande del mundo, pero, con mucho, la menos conectada de las economías principales”, escribe Khanna. Conforme el petróleo y el gas se vuelvan menos relevantes, “la influencia de Rusia más allá de sus llamados extranjeros cercanos de las exrepúblicas soviéticas continuará disipándose”.
El brexit todavía podría ser un desastre. Dejar la UE y cerrar las fronteras sería lo opuesto de la conectividad. Por otro lado, si la votación separa al Reino Unido en unidades más gobernables, la mayoría de estas piezas (Escocia, Irlanda del Norte, Londres) posiblemente permanecerían en la UE y aumentarían la conectividad. Y si la votación del brexit obliga a la UE en convertirse en algo parecido a Alphabet, lo que ahora parece una tontería podría resultar estupendo.
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Publicado en cooperación con Newsweek /Published in cooperation with Newsweek