En un artículo cuya publicación requirió de décadas de estudio y muchas autopsias, los autores concluyen que sufrir un traumatismo en la cabeza que conduzca a la pérdida de la conciencia –aunque solo ocurra una vez- puede elevar significativamente tu riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson.
Y esto es muy importante, porque el tipo de lesión estudiada no es “el traumatismo leve y repetitivo” que ocasiona el fútbol americano, el cual se ha robado el escenario porque conduce a una grave degeneración en etapas posteriores de la vida.
Paul Crane, el autor principal del estudio y profesor del departamento de medicina en la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, junto con sus colegas investigadores, analizaron la variedad de traumatismo cerebral “común, la más típica”, conocida como lesión cerebral traumática con pérdida de la conciencia. Una lesión de este tipo podría ocurrirle a cualquiera que reciba un golpe en la cabeza.
Los investigadores encontraron que una lesión común puede elevar el riesgo del individuo de desarrollar la enfermedad de Parkinson en una etapa posterior de la vida, incluyendo los casos en que el golpe solo ocurre una vez.
No obstante, los investigadores no observaron relación alguna entre este tipo de trauma cerebral y el desarrollo posterior de demencia o Alzheimer, aunque estudios previos han apuntado a esa relación.
El artículo, publicado este lunes en JAMA, reunió los datos de tres estudios importantes iniciados en la década de 1990, los cuales hicieron un seguimiento (y en el caso de quienes no han muerto, continúan el seguimiento) de los cerebros de los participantes conforme envejecen.
Dos de dichos estudios revisaron los datos de conjuntos de participantes elegidos aleatoriamente, en tanto que el tercero fue un estudio a largo plazo implementado con sacerdotes y monjas que viven en órdenes religiosas de todo el país. De los más de 7000 participantes, 1500 terminaron en autopsias cerebrales, las cuales fueron incluidas en el artículo de JAMA, considerado el estudio más amplio jamás publicado sobre el tema.
“Es una cantidad masiva [de autopsias], un estudio extraordinariamente grande”, asegura Crane.
Los datos son especialmente valiosos porque los tres estudios iniciaron antes que los participantes desarrollaran trastornos neurodegenerativos, de suerte que sus respuestas a las preguntas sobre traumas encefálicos previos son altamente confiables (Crane explica que, muchas veces, cuando las personas ya han desarrollado Parkinson, se muestran “particularmente preocupadas por cualquier cosa que puedan haber hecho para desarrollar Parkinson” y por ello, de manera inadvertida, exageran aspectos de su historia clínica al responder la encuesta del estudio).
Los investigadores hallaron que los participantes del estudio que informaron haberse golpeado la cabeza en algún momento de la vida, perdiendo la conciencia durante una hora o más, presentaron una tasa de enfermedad de Parkinson 3.5 veces más alta que los pacientes que no sufrieron un traumatismo cefálico similar.
En general, parece que cualquier traumatismo cerebral que incluyó pérdida de la conciencia de cualquier duración –incluso menos de una hora- se asoció con un desarrollo más acelerado de “características parkinsonianas”, lo cual no es un diagnóstico de Parkinson, sino una constelación de síntomas “no muy específicos” que se agravan progresivamente, como temblores y marcha inestable.
Dichos síntomas suelen relacionarse con la enfermedad de Parkinson, pero también con varias enfermedades asociadas con la edad, como la demencia, explica David Bennet, director del Centro para la Enfermedad de Alzheimer, en la Universidad Rush y coautor del artículo JAMA.
Por su parte, Crane espera trabajar en muchos otros artículos apoyado en el conjunto de datos masivo utilizado para esta investigación. No siempre es posible tener acceso a tanta información a largo plazo y a tantos cerebros de autopsias, dice. “Estos estudios existen gracias a la generosidad de los participantes quienes, por pura bondad, se ofrecen como voluntarios para un estudio”, asegura. “Más de la cuarta parte dice, ‘Sí, claro, toma mi cerebro cuando muera’. Eso es extraordinario”.
“Esperamos explotar la información durante muchos años. Hay mucho que aún desconocemos del cerebro que envejece”.