En 2010, Alex Chernik le dijo a su hermana menor, Natalya: “Te has puesto gorda”. En la mayoría de los casos las cosas habrían terminado allí, en una simple provocación fraternal. Natalya y Alex eran muy unidos, pero no estaban emparentados biológicamente. Habían sido adoptados en Rusia por una familia de la apacible Cheshire, Connecticut, y bromeaban entre ellos todo el tiempo. Sin embargo, aquella broma sería la última que Alex le haría a su hermana menor. Poco después, cuando Natalya cumplió 15, Alex se suicidó. Tenía 18 años.
Y por ello, las palabras tuvieron una importancia desproporcionada para Natalya. “Mi mentalidad era: ‘Quiero hacerlo feliz’”, recuerda. “‘Voy a perder peso’”. Y así Natalya comenzó a restringir sus calorías, revisando minuciosamente las etiquetas de información nutricional y, a la larga, lo que fuera una dieta sana y disciplinada, se transformó en algo semejante a una dieta de hambre. Empezó a visitar y, luego, a seguir páginas Tumblr que promovían un estilo de vida “proana”, vocablo compuesto que designa todo cuanto promueve o fomenta la anorexia. Si comenzaba a sentirse mal o hambrienta, consultaba blogs que citaban frases, como el infausto mantra de Kate Moss: “Nada sabe tan bien como estar flaca”. Eso la motivaba, recordándole que no debía comer.
Tres meses después de la muerte de Alex, sus padres la llevaron a la obligada revisión de peso semanal con el médico, donde solía registrar alrededor de 40 kilogramos. Terminaron por hospitalizarla, y los doctores practicaron una endoscopía para estudiar su aparato digestivo. Cuando despertó de la anestesia, tenía instalado un tubo de alimentación nasogástrica. De inmediato comenzó a ahogarse. Todavía recuerda lo que dijo el doctor después de que retiró la sonda: “Lo tuyo no es un problema físico. Tienes anorexia”.
Según cálculos, la anorexia es el más letal de todos los trastornos mentales en Estados Unidos. Diversos estudios demuestran que los anoréxicos tienen cinco veces más probabilidades de morir que la población normal. En comparación, la probabilidad de muerte de las personas con esquizofrenia (cuya prevalencia es similar) es de dos a tres veces. Aún más alarmante: las mujeres estadounidenses de 15 a 34 con anorexia nervosa tienen 18 veces más probabilidad de suicidarse respecto a la población general de mujeres del mismo grupo etario. Y la cifra podría ser mucho peor, pues no existe una base de datos nacional sobre mortalidad de anorexia en Estados Unidos. Y esto se debe, sobre todo, a que los certificados de defunción rara vez citan este trastorno como “causa de muerte”, pues cuando las jóvenes fallecen por anorexia, la causa suele ser atribuida a fallo cardiaco, arritmia cardiaca, colapso respiratorio y, muy a menudo, suicidio.
Pese a las lóbregas estadísticas, hasta hace poco la anorexia nerviosa persistía como una de las enfermedades mentales menos debatidas. La investigación en trastornos alimentarios está muy mal subsidiada: los Institutos Nacionales de Salud asignan apenas 1.20 dólares en fondos de investigación por paciente con trastornos alimentarios, contra 159 dólares por paciente con esquizofrenia. No obstante, en los últimos años la anorexia ha recibido más atención debido a dos subculturas de internet. A principios de la década de 2010, hashtags como “Thinspiration” y “Thinspo” recibieron notoriedad como presuntas herramientas motivacionales, aunque en realidad propagaban problemas de imagen corporal.
Al mismo tiempo comenzó a crecer un nicho más marginal y potencialmente más pernicioso: sitios web, blogs y foros proana y promia (probulimia), los cuales ofrecían un punto de entrada más explícito al mundo de la pérdida de peso extrema. En esos espacios sombríos, privados y cada vez más diseminados, la anorexia se convertía en un estilo de vida con un argot y sutilezas propios, como los que puedes encontrar en comunidades en línea de aficionados a cosplay o running (carreras).
Antaño fustigados como el equivalente a “poner un arma cargada en manos de un suicida”, según la descripción de 2003 de Holly Hoff, la entonces directora de la Asociación Nacional de Trastornos Alimentarios, hoy algunos consideran que los foros son las únicas plataformas que tienen los enfermos para hablar francamente de la anorexia como un problema de salud mental. Y en algunos casos puede ser verdad. La única objeción es que a veces es imposible distinguir entre los sitios que ofrecen refugio contra la devastación de la anorexia, y los que actúan como bastiones de reclutamiento.
ESCONDIDAS: Muchas anoréxicas tienen al menos otro problema de salud mental, como abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático o ansiedad. Foto: TTATTY/ISTOCK
APENAS ME DABAN DE COMER
En la edición más reciente del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, los criterios de anorexia nerviosa incluyen peso corporal significativamente bajo, temor intenso a engordar y alteración en la percepción del peso o la forma corporal. Aunque nada de eso explica cómo se desarrolla el trastorno, algunos expertos empiezan a entender cómo aparece.
Angela Guarda, directora del Programa de Trastornos Alimentarios en la Universidad Johns Hopkins, explica que hay tres niveles de causalidad para la anorexia. El primero, los factores predisponentes: esto se refiere sobre todo a la predisposición genética y los antecedentes familiares. “Si alguien en tu familia padece de anorexia, tienes casi diez veces el riesgo de desarrollarla”, informa. Luego vienen los factores desencadenantes; es decir, el momento disparador, que podría ser ponerte a dieta, iniciar una rutina de carreras o, incluso, según algunos clínicos, el comienzo de la producción de estrógenos durante la pubertad en las mujeres. Por último, tenemos los factores de mantenimiento que, de cierta manera, son los más difíciles de entender, aunque también son los más críticos para el tratamiento exitoso. Los factores de mantenimiento incluyen creencias sobre la comida, una obsesión creciente con la imagen corporal y, quizás el más importante, cambios casi intratables en el cerebro.
“He detectado alteraciones neurofuncionales en personas con anorexia”, dice Suman Ambwani, profesora de psicología en Dickinson College. “Cuando privas de alimento al cerebro durante mucho tiempo puedes provocar efectos importantes y reales en su funcionamiento”.
La inanición cerebral prolongada precipita un deterioro cognitivo significativo que se acompaña de falta de juicio, problemas de concentración y pensamiento rígido. Este estado de grave daño intelectual hace que sea muy difícil reconocer y romper patrones negativos, de modo que los anoréxicos no están en condiciones para reentrenar su cerebro y escapar de los círculos viciosos.
Y resulta que los sitios web proana pueden tener un impacto alarmantemente parecido a los factores de mantenimiento fisiológicos que afianzan el control de la anorexia. Emma Bond, profesora asociada de University Campus Suffolk, Inglaterra, quien hizo una investigación exhaustiva sobre sitios web protrastornos alimentarios para su informe de 2012, titulado Virtually Anorexic-Where’s the Harm?, describe la reacción en cadena que se produce cuando los anoréxicos comienzan a sentirse aislados por su enfermedad y luego descubren los sitios web. “Cuanto mayor es su aislamiento social, más utilizan los sitios; y cuanto más se deprimen, más se normaliza esta conducta”.
Lo que distingue a la anorexia de la mayoría de los trastornos mentales es el lenguaje y el repertorio de ilusiones que la afianzan y la romantizan. Muchos blogs y sitios web proana representan la anorexia como un acto de voluntad extraordinario o una oportunidad de autoactualización radical. Es muy raro que una persona que pasa por una crisis de depresión paralizante defienda enérgicamente las virtudes o la emoción que experimenta a raíz del episodio. En cambio, los anoréxicos suelen percibir su trastorno como el secreto para desatar su felicidad, y viven un éxtasis secreto ante sus figuras descarnadas, el gruñir de sus estómagos, y sus huesos prominentes.
Casi todas las jóvenes con quienes hablé (la gran mayoría de los afectados por la anorexia son mujeres adolescentes y veinteañeras) citaron al menos otro problema concurrente importante, desde abuso de sustancias, depresión y tendencias suicidas, hasta trastorno de estrés postraumático y ansiedad. Para algunas, la anorexia era (o es) subproducto de un trastorno primario. Una joven pasó gran parte de su infancia entre varias familias adoptivas abusivas, uno de los cuales, dice, “apenas me daba de comer”, lo cual la hizo desarrollar sentimientos de culpa hacia la comida.
Para otras, agrega Erin Kleifield, directora del Programa de Trastornos Alimentarios en el Hospital Silver Hill de New Canaan, Connecticut, el trastorno de la alimentación puede desarrollarse para escapar del problema primario: un medio de recuperar el control y la satisfacción emocional que le ayuda a renunciar a la depresión o la ansiedad. “El trastorno alimentario se convierte en la manera de resolver el problema. Están profundamente deprimidas, tienen baja autoestima, se sienten desconectadas, no se sienten bien consigo mismas. ‘Esta es mi solución. Esta es la forma de sentirme mejor conmigo misma’”.
Por supuesto, la anorexia de Natalya fue la manera de enfrentar los sentimientos provocados por la trágica muerte de su hermano. Aunque la revelación del hospital tomó por sorpresa a Natalya y la despojó de su negación, la anorexia aún la tenía en sus garras. Tuvo que soportar múltiples ingresos hospitalarios y no logró que su peso superara la marca de 40 kilogramos. “Consumía mi vida entera. Cada segundo de cada día pensaba en la comida y en lo poco que necesitaba comer para seguir viviendo”. Natalia recuerda la sensación de que su vida estaba “fuera de control” y que su cuerpo era el único que podía regular. Los blogs proana y las páginas Tumblr eran “una influencia negativa para mí, definitivamente”, reconoce. Pero cada vez que comenzaba a cuestionar su comportamiento malsano, visitaba los sitios proana para validarlo.
Este tipo de comportamientos han crecido de manera exponencial en la era de las redes sociales. Mientras que, en 2010, lo único que los jóvenes tenían era Facebook y MySpace, hoy el lenguaje, los motivos y las compulsiones que acompañan a este trastorno pueden expresarse de manera explícita en blogs, foros y mensajes Instagram. Una actitud patológica hacia un comportamiento patológico —una de las características definitorias de la anorexia— se ha vuelto accesible en cientos de sitios.
Muchos investigadores han encontrado que estos sitios web y redes sociales proana y protrastornos alimentarios (pro ED) se oponen abiertamente a la recuperación. “Hay evidencias de daño. Ni siquiera considero que sea debatible”, acusa Kristin von Ranson, profesora de psicología en la Universidad de Calgary. Una revisión sistemática, publicada en 2010, analizó 27 estudios previos de sitios web pro ED e identificó varios riesgos recurrentes, incluidos refuerzo de la alimentación desordenada y resistencia a la recuperación.
Leah Boepple, estudiante de doctorado en la Universidad del Sur de Florida, quien acaba de publicar un análisis de las imágenes de sitios web thinspiration en International Journal of Eating Disorders, está de acuerdo. “Considero que este contenido tiene el potencial de ser, a la vez, un disparador y un factor de mantenimiento”, dice. “Creo que, a la larga, las investigaciones indicarán que [los sitios pro ED] tienen la capacidad de mantener los síntomas de la anorexia”.
Un estudio de 2010, publicado en European Eating Disorders Review, halló que cuando estudiantes universitarias con índice de masa corporal normal se exponían a sitios web proana por tan sólo 1.5 horas, reducían su ingesta de alimentos en casi 2500 calorías la semana siguiente. Quizá lo más preocupante es que el estudio reclutó exclusivamente jóvenes saludables. “Imagina lo que más horas podrían ocasionarle a un individuo más vulnerable”, dice David LaPorte, profesor de psicología en la Universidad de Indiana de Pensilvania, quien es coautor del estudio.
Muchas de las muchachas que sufren de trastornos de la alimentación ofrecen una perspectiva muy diferente. Una joven de 26 años, oriunda de California, y al abrigo del anonimato, describe los foros pro ED como “algunos de los sitios más amables y de más apoyo que he encontrado”. Otra dice que el foro que frecuenta “fomenta la recuperación de quienes ya están listos para hacerlo”, y que si ella decidiera mejorar, seguiría navegando el foro “porque el sentimiento de comunidad es reconfortante”.
Conforme aumenta la prominencia de los sitios proana, crecen las evidencias de que la prevalencia de la anorexia nerviosa es cada vez mayor. Entre 1999 y 2009, las hospitalizaciones por trastornos alimentarios aumentaron 24 por ciento en Estados Unidos, y en el Reino Unido casi se duplicaron entre 2010 y 2013. Sin embargo, debido a la naturaleza evolutiva de la web y las redes sociales, y la indisolubilidad de los otros factores que precipitan la anorexia, es casi imposible vincular el aumento de las hospitalizaciones con los proana.
No obstante, es obvio que el efecto neto es perjudicial para los visitantes habituales de los sitios proana. “Encuentran una subcultura que refuerza o justifica lo que hacen”, dice Guarda. “Tal vez la idealizan de una manera peligrosa”. Como señala Kleifield, las personas que sufren de depresión clínica o trastorno límite de la personalidad no cultivan una relación recíproca con su enfermedad. No la enaltecen ni se obsesionan, no proyectan en ella una fantasía ni una aspiración. “No vemos sitios prodepresión”, dice Kleifield. “No hay sitios proansiedad”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek