Stephen Trumble, un fisiólogo con una gama amplia de intereses, estudia todo, desde ratas hasta peces cebra, pero por estos días la cerilla de ballena se está apoderando de su laboratorio en la Universidad Baylor. Ya tiene 30 piezas alineadas, cada una requiere alrededor de un año de análisis, y espera conseguir cinco veces más. Él hace esto porque, oculta bajo esa cerilla, hay información que podría decirnos cómo ha ido cambiando la vida para las ballenas y el Ártico en los últimos 100 años o más.
Por décadas, los cetólogos, los científicos marinos que estudian ballenas y delfines, han tenido que recopilar datos de decenas de fuentes diferentes para reconstruir la historia de vida de un mamífero marino específico. Por ejemplo, estudiar las cicatrices en los ovarios podría revelar el número de embarazos que ha experimentado una hembra; la barba rasposa que las ballenas usan para alimentarse podrían darle información a los científicos sobre qué tipos de contaminantes podrían haber entrado en la fuente alimentaria de la ballena en una o dos décadas más recientes. La cerilla de ballena desde hace mucho ha tenido un uso en este recuento.
Los tapones —el término científico para las cantidades de cerilla que se acumula en los oídos de algunas ballenas— crecen en capas anuales como los anillos de los árboles, revelando la cantidad de años que una ballena ha vivido.
Pero el equipo de Trumble ha descubierto que se puede aprender mucho más de la cerilla del mamífero acuático, una verdadera tienda donde hallar de todo para la información sobre las ballenas con la que han estado soñando. Al usar el tapón de un pie y medio de largo de una ballena boreal, Trumble y los colaboradores de su laboratorio fueron capaces de obtener la historia de la ballena, incluyendo su edad, sus migraciones y embarazos. Ese pedazo pequeño de cerilla —con dos libras, es 1/100,000o del tamaño del cuerpo típico de una ballena boreal— también le ha dado a Trumble y su equipo una historia de la acumulación y disminución de pesticidas como el DDT en décadas recientes, así como el rápido crecimiento actual de concentraciones de carbono en el Ártico.
Un grupo investigador con recursos ilimitados podría tratar de rastrear a una ballena durante toda su vida, presentándose cada año para tomar una muestra de piel. Ello provee información excelente sobre dónde había estado la ballena y a qué tipo de cosas estuvo expuesta. Pero los costos logísticos y financieros de ese tipo de proyecto lo hacen imposible en esencia. La labor de Trumble ofrece una manera realista de obtener toda esa inteligencia ártica.
Dado que Estados Unidos y las regulaciones internacionales protegen a las ballenas —incluso cuando llegan muertas a las playas—, es difícil conseguir cerilla fresca, por lo que el proyecto de Trumble se trata por lo menos tanto de investigarlos como de hacer conciencia al respecto. El biólogo evolucionista Hans Thewissen dice que estuvo en Barrow, Alaska, el día en que esa ballena boreal fue llevada a la costa en una tradicional cacería de subsistencia anual fuertemente controlada (las comunidades nativas de la región pueden cazar cuando mucho 67 ballenas boreales al año).
Todo animal atrapado durante la cacería es arrastrado de vuelta a la playa, y la carne es dividida entre la comunidad; entonces, administradores de la vida silvestre toman medidas para la investigación y extraen partes del cuerpo para aprender más sobre la población de ballenas. En ese momento, “los científicos andan por allí, y cuando hay un órgano que quieren, piden permiso para tomar una muestra”, dice Thewissen, profesor de la Universidad Médica del Noreste de Ohio. Él le había echado el ojo al tapón porque Trumble le había dicho a Thewissen cuánta información podía contener este pedazo diminuto de ballena.
Trumble describe la extracción del tapón de una ballena varada como “una cantidad endemoniada de trabajo”. La ballena muerta necesita ser volteada de la manera correcta, y los huesos y tejidos —en especial su mandíbula enorme— podrían ser obstáculos. A veces se usa equipo pesado de construcción como cargadoras frontales. Y ello es presumiendo que la ballena tenga un tapón. No todas las especies los tienen, y a veces dentro de una especie algunos individuos los tienen y otros no, un azar aparente que los investigadores no comprenden del todo. “Es como en los humanos”, dice Thewissen. “Algunas personas tienen más cerilla que otras”.
ÁRBOL FAMILIAR: Los tapones de ballena —el término científico para la cerilla— crece en capas anuales como los anillos de los árboles. Este espécimen en la Universidad Baylor fue cortado longitudinalmente para revelar las capas. Foto: Dani Crain/Baylor University.
Trumble ha viajado por todo el mundo para pillar tapones de colecciones de museos, y el trabajo atrasado se acumula en su laboratorio. El análisis es una labor intensa; se requiere de alrededor de un año para separar cada capa de cerilla de las adyacentes. Los investigadores entonces hacen pruebas numerosas para determinar la composición química. Cada capa se convierte en su propia muestra, su propio registro de ese año de vida en el Ártico, y requiere sus propias pruebas y cálculos extensos. Se acumula, pero Trumble dice que “es más barato que tomar muestras de piel cada año por 30 años de una ballena viva en libertad”.
La ballena boreal de Barrow, según determinó el equipo, tenía 65 años de edad. Cada capa de su tapón estaba dividida aún más en dos secciones, una oscura y otra clara; el cambio de color se debió a las presas diferentes que la ballena halló y comió en los dos mares entre los cuales migró cada año. Las diferencias en los niveles de las hormonas del embarazo progesterona y estradiol en las capas del tapón revelaron que estuvo embarazada entre 11 y 14 veces, aproximadamente cada tres a cuatro años después de alcanzar la madurez sexual. Trumble dice que su laboratorio halló un pico enorme en la hormona del estrés cortisol durante su primera experiencia de apareamiento y embarazo. Al medir los isótopos de nitrógeno dejados por las presas de plancton de la ballena en las capas de cerilla, los investigadores pudieron determinar cuándo y dónde se alimentaba, y por lo tanto sus movimientos. Esta ballena, al parecer, pasó la mayoría de sus décadas entre los mares de Bering y de Beaufort.
Los científicos ya saben que el océano Ártico cuenta con una cantidad desproporcionada del dióxido de carbono que es absorbido por los océanos del mundo; los gases se disuelven con mayor facilidad en aguas más frías. Pero la mayoría de lo que sabemos sobre los efectos y la magnitud de ese aumento de dióxido de carbono son sólo sobre partes específicas y focalizadas del Ártico. Los efectos más amplios, e incluso si la capacidad del océano Ártico para absorber dióxido de carbono está aumentando o disminuyendo, todavía son materia de debate científico. Las ballenas boreales pasan por lo menos una parte de cada año de sus vidas —a veces tan largas como 100 años— en ese Ártico cambiante, y sus tapones son una especie de registro ártico. Las bandas de cerilla extraídas del oído de una ballena trazan, año por año, los niveles de isótopos de carbono y nitrógeno.
La cerilla de ballena también sirve como un registro de cuáles químicos venenosos producidos en Estados Unidos y otras latitudes más al sur alcanzan a llegar al norte, y cuánto demora ese viaje. El equipo de Trumble fue capaz de descifrar que pasaron aproximadamente 10 años entre el momento en que pesticidas ahora prohibidos como el DDT, el hexaclorobenceno y el clordano se produjeron en Estados Unidos y cuando se presentaron en la ballena. Lo mismo se aplica para los PCB, químicos cancerígenos usados previamente en cosas como refrigerantes eléctricos, pero prohibidos en Estados Unidos desde 1979. Aun cuando no se puede hacer mucho para retirar estos químicos de las aguas árticas, precisar el desfase temporal exacto podría informar las futuras decisiones regulatorias sobre pesticidas y otros compuestos sintéticos.
Además, toda esta información puede decir cómo los nativos de Alaska manejan sus cacerías de subsistencia anuales. Con el tiempo, el análisis mundial de los tapones podría ayudar a que otras regiones establezcan normas más sustentables para sus cacerías tradicionales —como la de los rorcuales aliblancos en las islas Feroe—, ya que puede determinar casi con certeza la frecuencia con que pueden parir las ballenas. “Si pueden tener una cría cada año o cada dos años, ello en verdad afecta la rapidez en que crece la población”, dice Thewissen. Esa información —así como el conocimiento de cuáles contaminantes afectan a las ballenas y cuándo— puede ayudar a los reguladores a tomar mejores decisiones con respecto al tránsito de barcos, la exploración petrolera y todas las otras actividades humanas que interfieren con las vidas de las ballenas y tienen el potencial de dañar irrevocablemente el Ártico.