Luis Federico Cisneros fue un influyente, temido y respetado general del ejército de Perú que fue ministro del Interior (1976-1978) durante el mandato de Francisco Morales Bermúdez y, posteriormente, ministro de Guerra (1981-1983), en el segundo periodo de gobierno de Fernando Belaúnde Terry. Posteriormente se convertiría en uno de los críticos más acerbos del presidente Alberto Fujimori, quien gobernó Perú de 1990 a 2000. Recordado popularmente como el Gaucho Cisneros, murió en 1995, a la edad de 69 años, víctima de un cáncer.
Su penúltimo hijo, Renato Cisneros, ha escrito un libro en el que, más que contar su biografía, explora su genealogía para comprender y desmitificar la figura de este poderoso general. La distancia que nos separa, publicado recientemente bajo el sello de la casa editorial Seix Barral, es una novela de “autoficción” que no juzga al Gaucho ni es un ajuste de cuentas, sino, más bien, es una descripción lo más neutral y lo menos melodramática posible de un hijo que trata de descubrir a través de su padre quién es él mismo.
“Tenía la necesidad de contar la historia de mi padre”, explica el escritor peruano en entrevista. “Mi padre fue el Gaucho Cisneros, un militar que tuvo responsabilidades políticas muy importantes en la época en que la subversión empezó a surgir en el Perú, y al que la mitología popular consagró como un hombre duro, golpista, represor, y que en su momento hizo declaraciones muy fuertes, pues era un convencido de que había que aplicarle la pena de muerte a los líderes terroristas, con lo que se distanciaba de lo que solían decir los otros miembros del ejército”.
Renato Cisneros añade que deseaba contar la historia del personaje que no solamente se circunscribía a su función política y militar, sino que había pasado su infancia en Argentina, “en donde estudió con quienes tiempo después se convertirían en unos verdaderos monstruos de la represión, [Jorge Rafael] Videla, [Leopoldo] Galtieri y [Roberto] Viola fueron compañeros de carpeta de mi padre”.
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—En una parte del libro dices que la obra no es biográfica, no es histórica, no es documental. ¿Qué clase de novela es, entonces?
—Yo lo he querido clasificar como un libro de autoficción. No es del todo documental porque hay capítulos que están narrados desde mi imaginación y no es un testimonio periodístico porque, si bien hay una crónica de cómo fueron los años 80 y 90 en el Perú, con toda la subversión en su máxima actividad, en el fondo el tratamiento es el de una novela. Hay por supuesto un altísimo porcentaje de referencias biográficas, pero la historia está escrita a la manera de una novela.
“Investigué todo el archivo personal de mi padre, fui al cuartel general, encontré su legajo, investigué toda la documentación que fui capaz de hallar, tenía también en casa un archivo enorme de notas periodísticas que documentaban su paso por los ministerios y lo estudié, en general lo convertí en un objeto de estudio. Fue una obsesión que se convirtió en un tema literario”.
Al igual que su padre, Renato nació en Perú, en 1976. Es un reconocido periodista, escritor y poeta autor de los poemarios Ritual de los prójimos, Máquina fantasma y Nuevos poemas italianos, así como de las novelas Nunca confíes en mí y Raro. Actualmente es columnista del diario peruano de centroizquierda La República y es conductor de programas tanto de radio como de televisión. Sobre esta su nueva obra literaria, La distancia que nos separa, el escritor Mario Vargas Llosa ha dicho que “es un libro impresionante y haberlo escrito, además de talento, demuestra un gran coraje”.
—¿Por qué después de servir al sistema el Gaucho Cisneros se convirtió en un férreo crítico del sistema con Fujimori?
—Al principio, cuando Fujimori disolvió el Congreso, en 1992, mi padre, al igual que el 85 por ciento de la población, festejó esa decisión, pues la clase política estaba muy venida a menos y el gobierno se había entrampado, pero nadie fue muy consciente de lo que la disolución del Congreso iba a significar a la larga, que fue básicamente darle carta libre a una manera de gobernar muy proclive a la corrupción. A la larga los partidos políticos se desmembraron, se desnutrieron, y lo que irrumpió fue una dictadura disfrazada de democracia, y cuando el gobierno de Fujimori empezó a maltratar a las fuerzas armadas, a favorecer a ciertos generales amigos de [Vladimiro] Montesinos, mi padre comenzó a denunciar esas cosas, se enfrentó al gobierno de Fujimori, y sufrió las consecuencias: nos tiraron una bomba, que era un método de silenciamiento que utilizaba mucho Montesinos, tirar bombas en las casas de los opositores.
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—¿De ese modo tú heredaste la ideología antifujimorista?
—Claro, yo heredé por eso la crítica a Fujimori, no solamente porque viví de alguna manera directamente las consecuencias de lo que él permitió, sino porque ya como ciudadano me he formado en la década de 1990, y esta significó en el Perú muchísimas cosas. Mucha gente quiere únicamente ver que Fujimori terminó con el terrorismo, que es algo que ocurrió en su gobierno y es verdad, y eso por supuesto hay que saludarlo, pero también nos legó el terrorismo de la corrupción, que es un tipo de cáncer que hasta ahora ha permeado a la clase política en el Perú. Entonces yo creo que hoy elegir a Keiko Fujimori sería un retroceso, y ella está en la segunda vuelta; creo que la opción más decente, aun cuando se trata de un candidato que también es un derechista y un lobista consagrado, es Pedro Pablo Kuczynski.
Kuczynski y Keiko Fujimori se disputarán la presidencia peruana, en una segunda vuelta electoral, el próximo 5 de junio, luego de que resultaron los dos candidatos más votados en la primera ronda, en abril pasado.
—¿Pero no hay nada que marque distancia entre Fujimori padre y Fujimori hija?
—Creo que Keiko ha podido hacer un deslinde mucho más claro de su padre, pero no lo siente. Ella está convencida de que el gobierno de Fujimori fue provechoso para Perú, incluso se sigue rodeando de algunos personajes que alimentaron esa dictadura, y hay algo en su discurso que suena muy estratégico y muy conveniente dada la coyuntura electoral: se ha comprometido públicamente a no repetir los errores de su padre, pero se empecina en llamar errores lo que fueron claramente delitos. Yo creo que no hay todavía un nuevo fujimorismo, yo creo que el fujimorismo es uno solo. Se ha lavado un poco la cara, pero sigue siendo un partido de entraña autoritaria que no lo pensaría dos veces antes de volver a imprimir en el Perú un gobierno de mano dura.
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