La obra está conformada por siete cuentos que representan igual número de casas. En Siete casas vacías, publicado por la editorial Páginas de Espuma, Samanta Schweblin empuja al lector al valle de la cordura superficial, allí donde se contempla a gente loca o a gente que está pensando seriamente en volverse loca, y lanza a sus personajes a explorar terrores cotidianos, a diseccionar los miedos propios y ajenos y a poner sobre la mesa los prejuicios de quienes, entre el extrañamiento y una “normalidad” enrarecida, contemplan a los demás y se contemplan a sí mismos.
—No obstante, Samanta, pareciera que lo realmente trascendente son las casas, no los personajes…
—Las casas tienen un protagonismo bastante importante en el libro, no tanto porque los personajes se muevan dentro de las casas, sino porque los personajes salen de las casas para poder resolver lo que tienen que resolver. Son personajes que están un poco perdidos, desesperados, ansiosos por resolver ciertos problemas, angustiados, y las casas están planteadas como espacios muy estructurados, como zonas de confort que estereotipan, que limitan, y salir de ellas abre las puertas a otras soluciones. Entonces, las casas tienen presencia, pero porque siempre se ven desde afuera, y se ven desde afuera porque los personajes no están dentro, por eso están vacías. Y que las casas estén vacías es una buena noticia.
—¿De qué manera el protagonismo de las casas puede resultar atractivo para el lector?
—Siete casas vacías plantea siete problemas muy cercanos a nosotros. Son problemas cotidianos, pero proponen soluciones nuevas, que antes no se habían probado. A veces los personajes encuentran soluciones que lindan incluso con la locura, pero no la locura de los psiquiátricos y de los locos, sino la sana locura, esa que se da cuando de pronto pensamos algo que nunca habíamos pensado, aunque sea un poco arriesgado, como tomar una decisión más arriesgada que otra, y al final esa decisión termina al costado de lo esperable, y hace que podamos llegar a una solución, lo que da un gran alivio.
“Me parece que todos estamos un poquito más locos de lo que creemos, y eso no está mal. No sé por qué nos da tanto miedo aceptarlo. Locos, insisto, no como la locura, somos muy independientes, somos únicos, extraños, y a veces en la devoción por comunicarnos con el otro tratamos de estandarizarnos, de normalizarnos, y eso genera mucho dolor. Así que espero que este libro calme ese dolor y dé cuenta de que no está mal ser distinto a los demás, primero porque es una realidad, porque no nos parecemos y, segundo, porque ese espacio en que somos distintos también es el espacio en donde somos originales y en donde podemos aportarle algo al mundo que nadie más le puede aportar sino que nosotros”.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NWNOTICIAS
—¿Qué significa para ti que el libro haya ganado el Ribera del Duero?
—Es una gran alegría, un gran honor, porque el Premio Ribera del Duero es en este momento el más prestigioso de habla hispana para libros de cuentos y yo soy cuentista, entonces es un gran premio para mí. Y también me ha dado buenas sorpresas, es un premio que ha logrado que el libro tenga una difusión muy pero muy importante con la que yo no contaba, me ayudó a llegar a muchos más lectores, incluso creo que en algún punto es una batalla ganada para alguien que escribe relatos contra el prejuicio de algunos editores porque siempre se me empujó a escribir novela; yo escribo relatos y la novela es, claro, un género que tiene mucho más alcance, es mucho más masiva, y el año pasado escribí una novela y le fue muy bien, pero aun así no tuvo tanto alcance como tiene este libro de cuentos, con lo que se demuestra que el género de cuentos sigue estando muy vivo hoy.
—¿Ganar un premio de esta categoría siempre resulta tan benéfico?
—Esas cosas a veces pueden intimidar un poco, es mucha presión, pero la presión siempre tiene que ver conmigo, con mi persona, no creo que tenga que ver con los libros, en el sentido de que cuando finalmente toda la nube de prensa y de lectores se calma y uno tiene que volver a sentarse a escribir, cuando uno conecta con una nueva historia, el mundo desaparece, el mundo queda solo de nuevo con esa nueva historia, y es una lucha casi personal en donde las expectativas sobre los demás no es que no estén, sino que están en otro lado. La lucha es con la historia, con el cuento, con el lenguaje, y por suerte es una lucha tan fuerte que no deja espacio para otras cosas. O sea que son problemas que uno tiene mientras lo piensa, pero en el momento de la escritura desaparecen por completo.
—¿Y cómo en estos tiempos es posible desaparecer para escribir una obra?
—Hay que tener un gran fanatismo por la desaparición en general, eso es bien importante. Soy un personaje que en general intenta no participar en nada nunca, no sé si eso es bueno, pero soy muy solitaria, tranquila, distraída, entonces eso también ayuda a un aislamiento que es general. De hecho, por ejemplo, en este momento estoy viviendo en Berlín, aunque soy de Buenos Aires, y eso tiene que ver con una actitud de aislamiento. Adoro a mi familia, amo muchísimo a mis amigos, y sin embargo, estoy en la otra punta del mundo. El aislamiento para la escritura es un requisito para mí.
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—A tu juicio, ¿cuál es el reto del cuento frente al portento de la novela?
—El reto del cuento es que hay que atrapar al lector con una sola bala, ese es el problema. Parece que la novela tiene más oportunidades para atrapar al lector, el cuento sólo acepta un disparo, me parece que el cuentista necesita de una precisión, de una confianza y de una seguridad en lo que está haciendo muy importantes, no hay espacio para la divagación, para historias secundarias. Incluso es muy recomendable que la lectura de un cuento no se interrumpa, no se lea en varias sentadas, lo que sí sucede con una novela. Entonces, ¿cómo se hace para que el lector abra el cuento y no lo pueda dejar hasta la última página? Esa es la tensión, y la atención; la tensión es la herramienta más importante del cuentista.
—Para decirlo de manera un poco cursi, ¿la literatura es, en conclusión, tu vida?
—A mí la literatura me da mucha libertad, en muchísimos aspectos, desde el punto de vista pragmático. Soy una persona que, si bien trabaja mucho, trabaja cuando quiere y donde quiere; para mí es igual tener una jornada laboral de ocho horas en México, en Ginebra o en Buenos Aires, es lo mismo porque estoy yo sola con mi página, es decir, me da una libertad de movimiento invaluable. También me da libertad de palabra, tengo espacio para decir cosas que me parecen importantes, y trato de aprovecharlo lo más posible. Y también creo que como escritor uno establece una relación muy cercana con la literatura, escribir y leer, que antes era un placer, y ahora es un trabajo. Uno lee muchísimo y escribe muchísimo, y leer y escribir es material puro de vida. Y el privilegio que te da eso me parece impagable.