Por más de una semana, Ahmed Awni ha batallado para deshacerse de los cortes “supremos” de pata de camello que cuelgan de ganchos sangrientos afuera de su puesto de carnicero en El Cairo. Y ha intentado algunos trucos: “Compre 5 kilos de carne y lleve una paloma gratis”. Tiene cuidado de espantar las moscas que se arremolinan en su callejón en el intenso calor de fines del verano. “Necesitas mantenerlo limpio”, dice Awni, mientras rocía las carcasas despellejadas con agua cuando las calesas motorizadas levantan nubes de polvo al pasar.
Pero en este día, como en la mayoría de los anteriores, los residentes del vecindario obrero de Darb al-Ahmar, en el centro histórico de la ciudad, no le compran. Tienen poco apetito por la mercancía de Awni: la mayoría de los camellos son desechos de los toursa las pirámides de Guiza que ya no eran lo bastante fuertes para aguantar el peso de viajeros cargados de cámaras; y así, después de veinticinco años de ejercer su negocio, el envejecido carnicero se resigna lentamente a replantear sus existencias. “La gente aquí solía saborear los camellos de la misma manera que los cristianos aman el vino”, dice con melancolía mientras corta las últimas partes comestibles de una oveja sacrificada en preparación para la celebración musulmana de Eid el-Adha. “Pero ya no más. Ahora todo es pollo, pollo, pollo, pollo, pollo”.
Desde los primeros días de la civilización del Nilo, los camellos y su carne han sido algo habitual en la vida egipcia y sudanesa. Desde acarrear pesados sacos de grano al mercado hasta proveer un premio de alta proteína bien recibido por los trabajadores, los animales resistentes han sostenido el comercio y las comunidades rurales por milenios.
Pero conforme millones de pueblerinos van en manada a las áreas urbanas, estas grandes bestias se han vuelto menos populares. “Fuchi”, o alguna otra variante, es la respuesta estándar cuando a una docena de residentes de El Cairo y Assiut, una ciudad del sur de la capital, se le pregunta lo que piensa del sabor fuerte y agrio de la carne de camello. “Sólo es buena para kofta (albóndigas)” es el veredicto de un chef en uno de los restaurantes más de moda en Jartum.
Todo esto presagia problemas serios para los granjeros, comerciantes y pastores que se ganan la vida a lo largo de las legendarias rutas de las caravanas de camellos que se extienden desde el interior de Sudán hasta los humedales densamente poblados del delta del Nilo. Sus márgenes de ganancia han sido escasos desde que se aplicó por primera vez una prohibición a la esclavitud hace poco más de cien años (la carga humana a veces subvencionaba la industria del camello). “Dios sabe que nunca ha sido fácil”, dice Alameen Hammad, un pastor en el bullicioso mercado de ganado en Dongola, Sudán, mientras prepara su manada de setenta camellos para el salto corto, pero ferozmente caliente, a través del desierto norteño sudanés hasta el puesto aduanero egipcio junto al lago Nasser. “Incluso cuando empecé, hace treinta años, era difícil. Pero no tanto así. Esto es brutal”. Después de perder dos camellos con unos asaltantes enmascarados cerca de su pueblo natal de El Obeid, Sudán, sus posibilidades de recuperar la inversión de su familia son bajas. Ha preferido abrevar sus cargas una vez cada tercer día con tal de ahorrar el gasto.
MASTICA ESO: Después de toda una vida de cargar turistas, muchos camellos terminan en la carnicería. Pero la mayoría de los egipcios piensan que la carne de camello sólo es buena para kofta (albóndigas). FOTO: MOODBOARD
Al mirar sobre este bazar extenso, que se halla a menos de dos kilómetros del Nilo, podría parecer que el comercio de camellos es próspero. Más de dos mil creaturas gruñendo y escupiendo se rezagan a través del matorral a orillas del Sahara, periódicamente soltando patadas a la gente cercana y protestando furiosamente cuando los suben a camiones.
Pero parte del problema de Hammad y sus pares es que lo excesivo de los costos ha elevado el precio de los camellos fuera del alcance de muchos que todavía quisieran comerlos. A casi 4 dólares la libra en el sur de Egipto —en comparación con sólo unos cuantos centavos por una libra hace unas cuantas décadas—, es más cara aquí que la carne de res. Con casi 40 por ciento de los egipcios ganando menos de 2 dólares al día, la carne de cualquier tipo es un lujo para muchos.
Mostafa Hassan Ibrahim, autoproclamado el “hombre más rico” en el mercado de camellos de Daraw, Egipto, que está apenas al norte de Asuán, dice que hay muchas razones por las que se disparó la carne de camello. Tanto El Cairo como Jartum han matado el comercio con impuestos, explica, a menudo exigiendo colectivamente hasta 250 dólares por animal vendido. La violencia y la inestabilidad en Sudán, donde siete de sus dieciocho estados están en guerra, incluidos los estados camellunos de Darfur y Kordofán del Sur, han exigido una cuota seria. “Y luego está el alimento, el agua, la gasolina. Todas estas sólo se encarecen más y más”, dice Ibrahim, haciendo una pausa para escuchar un regateo furioso, antes de moverse rápidamente a un lado cuando una manada de camellos, con sus patas delanteras derechas atadas, se precipita hacia nosotros.
Sobre todo, parece que el comercio de camellos ha sido víctima del cambio climático. Una reducción severa en las lluvias ha disminuido las tierras de pastoreo en Sudán hasta en 50 por ciento, Según el Programa Medioambiental de Naciones Unidas, mientras que la desertificación ha cubierto muchos abrevaderos. “Las distancias entre muchos de los oasis son demasiado grandes ahora”, dice Mohammed Ahmed Riad, un mercader de herramientas, quien comercia con las cadenas e hierros de marcar usados por los pastores de camellos en Daraw. “En muchos lugares ahora tienen que andar en camión, lo cual es costoso. Todo está poniéndose mal”.
Las condiciones malas en los núcleos donde se crían camellos parecen haber inspirado un enrarecimiento en las rivalidades entre las tribus, conforme los clanes en aprietos compiten por los recursos escasos. Hammad dice que miembros de la tribu rizeigat de Darfur, la cual domina el mercado de Dongola, son ladrones renombrados y han redoblado su robo de camellos. “Ellos usan los haboob (tormentas de arena) para cubrirse”, dice. Comerciantes rivales insisten en que la tribu kababish de Hammad tiene la reputación de ser pérfidos y comerciar con bienes robados.
Sea cual sea la verdad, está claro que la industria del camello, con sus varios miles de años de antigüedad, está próxima a extinguirse. Si fuera a desaparecer, Awni siente que la región perdería parte de su alma. Como lo dice el carnicero de El Cairo: “Cuando oyes Egipto, piensas en camellos, ¿no?”.
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Este artículo fue posible gracias al apoyo del Centro Pulitzer para Reportaje de Crisis.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek