Ahora estamos en plena temporada de
caza en Europa, aun cuando me parece que he estado justamente en medio de la
temporada de caza el último par de años porque he investigado para un libro
sobre Beretta. El fabricante italiano de armas de fuego, fundado en 1526, tal
vez sea mejor conocido por sus armas de mano, pero son las armas deportivas
—escopetas y rifles— las que principalmente me han tenido ocupado.
En el curso de escribir este libro, ha
viajado a partes del orbe y he experimentado cosas nuevas para mí. He estado en
los remotos bosques de coníferas de Finlandia para aprender sobre la caza del
alce y para visitar el lugar donde nació el famoso rifle de caza Sako. He
visitado Colorado en los más crudo del invierno para inspeccionar una fábrica
óptica. He aprendido un poco sobre las mulas de Tennessee y la tarta de durazno
mientras cazaba codornices en medio de los pinos, rectos como postes de
teléfono, de Georgia. He asistido a la conferencia de caza del Club
Internacional de Safaris en Las Vegas, donde he visto taxidermia a una escala
en verdad épica. He ido a Argentina y presencié la vista inolvidable de una
parvada gigantesca de palomas alzándose de un campo de girasoles.
Si, al leer el párrafo anterior, doy la
apariencia de ser un Hemingway en ciernes, entonces me disculpo. Nada estaría
más alejado de la verdad. Incluso si se estira de más la imaginación, no soy
fan de las actividades al aire libre. Para mí, la escopeta tiene valor e
interés más como un objeto cultural que como un arma. No hablo de las escopetas
con culatas sintéticas, sistemas semiautomáticos de carga y pintura de
camuflaje, por más prácticas que sean estas innovaciones para el cazador. Lo
que me interesa es el mundo de las referencias estéticas y el ritual que se ha
construido alrededor de lo que es, en el fondo, un objeto muy simple y
tradicional.
Los maestros de numerosas disciplinas
están involucrados en la producción de una escopeta: por ejemplo, forjar un
cañón es una cuestión de precisión ingenieril. El largo del cañón, la geometría
interna y otras variables científicas obsesionan al entusiasta de las armas
tanto como las minucias del motor le preocupan al fan de los autos. En
particular, me atrae más la magia de las habilidades que gravitan entre el arte
y la artesanía, transformando las materias primas de la madera y el metal en
artículos de rareza y belleza.
Me maravillan quienes han desarrollado
el talento de mirar un trozo de nogal y juzgar cómo equilibrar el efectivo
decorativo de la veta con los requisitos funcionales. Eso me parece similar a
las habilidades de un cortador de diamantes cuyo ojo experimentado puede ver
piedras grandes y pequeñas dentro de un solo diamante en bruto.
En especial amo el estudio de grabado
de Beretta, donde el aire está vivo con la música de minúsculos golpes de martillo
sobre los buriles, cada tañido delicado significando un paso en el camino de la
transformación que le da una vida reluciente al sencillo metal de la acción,
cubriéndolo con todo, desde patrones geométricos abstractos hasta escenas
narrativas tomadas del mundo natural. Uno saluda la firmeza de la mano tanto
como la paciencia requerida: un grabador puede trabajar 800 horas en solo unos
cuantos centímetros cuadrados de metal.
Incluso la aplicación del sagrinado a
la madera de la culata y el guardamano es una labor artesanal por sí misma, y
las habilidades empleadas no han cambiado en generaciones, incluso cuando los
patrones lo han hecho. Los patrones funcionales de hoy para mejorar el agarre
—piense en la impresión de un ablandador de carne en miniatura— palidecen ante
la labor elaborada del pasado, la cual recuerda el efecto del tartán
transportado a la madera.
Veo muchísimos paralelos entre los
relojes mecánicos y las escopetas. Como el reloj mecánico, la escopeta funciona
según principios que no han cambiado por generaciones y es un objeto mecánico
con el cual, a través del uso y la familiaridad, uno desarrolla una relación
emocional. Así como un reloj apreciado se convierte en un recipiente para
vincular lo viejo con lo nuevo y lo muerto con lo vivo, igualmente un arma de
fuego fina puede ser otro de esos objetos seculares sacerdotales que han pasado
de una generación a otra. Todavía hay cierta elegancia ancestral en Gran
Bretaña con respecto a cazar con un par de Purdey u Holland heredadas del padre
(o de hecho del abuelo).
Y esa es otra maravilla, tal es el
grado de simplicidad y perfección en la manufactura de tales armas de fuego que
siguen funcionando mucho después de que su primer dueño ha fallecido. Aun
cuando no tengo una inclinación tecnológica, casi puedo entender cómo funciona
un arma de fuego: la interacción de los componentes mecánicos provoca una
detonación controlada del propulsor, expulsando el proyectil por el cañón. En
un mundo digital complejo, en el cual operamos objetos sin una idea clara de
cómo es que funcionan, hay algo notablemente reconfortante en un artículo
análogo hecho con tornillos y resortes, madera y metal.