Omid Fatehi Karajo, su esposa Nadereh y Wanya, su hija de 10 años, han tomado una decisión peligrosa. En pocos días abordarán una balsa inflable y zarparán de la costa turca con la esperanza de alcanzar una de las islas griegas. Sentados en un sofá frente a su cámara Web, los adultos no sonríen mucho. Omid Fatehi Karajo se dedica a explicar su historia con la ayuda de un traductor y su esposa interviene ocasionalmente, mientras que la hija alterna entre sentarse en el regazo de sus progenitores y colocarse junto a ellos, sonriendo tímidamente a la cámara entre los rizos de su abundante cabellera negra. “Me preocupa [el viaje]”, dice Wanya. “Sobre todo de Turquía a Grecia, porque el mar es peligroso”. Sabe nadar, no así sus padres. Omid dice que comprará chalecos salvavidas antes que la familia se haga a la mar.
Los Fatehi Karajo solían vivir en Sanandaj, capital de la provincia iraní de Kurdistán. Hace más de tres años, después del arresto y la tortura de Omid por sus relaciones con partidos políticos curdos, huyeron al Kurdistán iraquí. Sin embargo, cuando comenzaron a recibir amenazas de las fuerzas de seguridad iraníes, la familia cruzó otra frontera, esa vez hacia la ciudad turca de Eskisehir, donde han vivido desde hace 19 meses. Pese a la proximidad del invierno y el creciente peligro de viajar en este momento, dicen que ya no pueden permanecer en Turquía donde, como curdos, suelen ser blanco de abusos raciales. Omid revela que fue agredido hace poco por un vecino y al dar aviso a la policía, le dijeron que se marchara, que no querían curdos en el país. “Lo más importante para nosotros es la seguridad”, dice. “Sabemos que el clima es frío[en Europa], pero es mejor que recibir amenazas aquí”.