En Navidad volé a Praga para pasar las vacaciones con una hermosa e hilarante chica estonia a quien no conocía, al menos, no en persona. Cenamos morcilla y ensalada de papas. En Año Nuevo sus amigos rusos cocinaron la cena, y todos salimos a mirar los fuegos artificiales en el Puente Charles.
Debo agradecer a Tinder por eso. Un mes antes, la chica estonia y yo habíamos coincidido en la aplicación de citas cuando yo estaba a punto de abordar un tren a París. Hablamos durante las siguientes semanas y decidimos tener una alocada primera cita. Somos amigos a la fecha.
Me doy cuenta de que la experiencia de una sola persona no aporta nada, que ni siquiera las anécdotas más pintorescas pueden desmentir realmente el mito que ha penetrado la conciencia: que Tinder, esa aplicación en la que los usuarios deslizan hacia la derecha para elegir (o hacia la izquierda para rechazar) posibles parejas, es una espantosa esfera para los adictos al sexo, arruinando no sólo la monogamia, sino las citas en sí mismas. Este argumento levantó la cabeza otra vez recientemente en un artículo publicado en el número de septiembre de Vanity Fair, “Tinder y el amanecer del Apocalipsis de las citas”. La mayor parte de la historia se basa en entrevistas con hombres comunes que presuponen que la mayoría de las personas usan Tinder para tener sexo, y luego confirman que la mayoría de las personas usan Tinder para tener sexo mediante, justamente, entrevistas con personas que usan Tinder para tener sexo.
El argumento de la autora, Nancy Jo Sales, contra Tinder es excesivamente obvio: es demasiado fácil encontrar una nueva pareja (sexual), por lo que ya nadie sienta cabeza, sólo desliza el dedo en el momento en que algo sale mal en una relación. Pero esto pasa por alto dos elementos importantes: cómo eran las citas antes de ser en línea y cómo son las citas en línea hoy.
¿Lo recuerdas? Las citas siempre han sido una porquería. Tus opciones eran: conocer a alguien a través de los amigos (y nuestro círculo de amigos tiende a disminuir conforme envejecemos); conocer a alguien en un bar; conocer a alguien en un mercado de comida saludable (lo cual nunca ocurría), y así. Estas opciones eran tan terribles que todos tuvimos que soportar meses de “sequía” en los que los solteros elegibles no salían con nadie y, en lugar de ello, mirábamos cintas de VHS y comíamos palomitas de maíz cada sábado por la noche.
Tinder tiene la terrible reputación de ser una “aplicación de ligue”, pero recordemos que antes de que llegara, las dos principales opciones de citas en línea eran Match y OkCupid. En ambos sitios, las mujeres tenían que tamizar docenas de mensajes aburridos o escalofriantes para encontrar algo digno de responder, y los hombres copiaban y pegaban cientos de mensajes aburridos o escalofriantes porque se acostumbraron tanto a ser ignorados que no valía la pena perder el tiempo escribiendo el mensaje perfecto para la chica perfecta. Tinder funciona mejor que cualquier otra cosa porque no puedes enviar un mensaje a nadie al menos de que esa persona también te elija; a eso se debe que sea tan popular.
Pero este es el punto que todos pasan por alto: sigue siendo un juego de números. La mayoría de las citas son una porquería, porque la mayoría de las personas también lo son. Lo único que Tinder hizo fue incrementar las oportunidades de que hombres y mujeres conozcan a nuevas personas. Cualquier persona razonablemente equilibrada en una ciudad razonablemente dimensionada que dedique el tiempo suficiente a deslizar y charlar puede tener varias citas cada mes. La mayoría de ellas serán una porquería. Pero así es como era antes también, sólo que todo ello abarcaba un periodo más largo. En ese entonces, simplemente culpamos.