Tu imagen, Aylan, es una de las más conmovedoras y, al
mismo tiempo, de las más devastadoras que la humanidad haya observado
recientemente. Tu cuerpecito, en pantalón corto, tumbado sobre la arena. Era
como si esperaras a que el sol saliera para que te abrazara con su calor. Pero
no te alcanzó.
De madrugada, zarpaste en un bote inflable sin
mayores medidas de seguridad. Desde la península de Bodrum, junto con tu padre
Abdulá, tu hermano Galip, de cinco años, y tu madre Rehan, intentabas llegar
hasta la isla griega de Kos. Un trayecto de seis kilómetros, corto, pero
peligroso por las corrientes.
Aunque según testigos las aguas estaban calmadas, algo
ocurrió y el bote se hundió. La corriente te arrastró hasta la playa donde la
fotoperiodista Nilüfer Demir te captó. Tan frágil, tan indefenso, tan solo. “Se
me heló la sangre. No podía hacer nada por él. Lo único que podía hacer es que
su grito fuera escuchado por el mundo, y lo hice con su fotografía”, relató.
Y así fue. Tu cuerpecito, primero solo y luego
cargado por un guardacostas turco, fue resumida en varias frases: “Es la foto
del fracaso de Europa y del mundo desarrollado”; “(es) la globalización de la
indiferencia”, y una todavía más contundente: “La humanidad ha naufragado”.
Como tu familia, Aylan, otras miles de origen sirio
buscan refugio en Europa. Quieren dejar atrás una guerra que desde 2011 ha
afectado a catorce millones de niños de Siria y de buena parte de Irak. Una
guerra que no les pertenece y que, sin embargo, ha cobrado la vida de más de ciento
veinte mil personas. De ellas, catorce mil niños como tú.
En este mismo momento que te escribo, siete millones
y medio de niños que viven en el país donde naciste necesitan ayuda humanitaria
urgente. Desconozco si ibas a la escuela, pero las estadísticas dicen que 2.6
millones de menores han cambiado las aulas y los juegos por el miedo y el
horror. Por la muerte.
No sé si tu padre te explicó a dónde iban y cuál era el
propósito de abordar ese bote. Pero eso te convirtió en un refugiado. Según el
diccionario, un refugiado es quien huye a “un país extranjero a causa de una
guerra o de sus ideas políticas o religiosas”. Dos millones de tus compatriotas
están en esa condición. Es más, unos cincuenta mil bebés sirios ya han nacido
en el exilio.
Tu fotografía, pequeño Aylan, ha generado una serie
de reacciones en cadena. Días después se dio a conocer un video. Es de Kinan
Masalmeh, tiene sólo trece años y su súplica ha conmovido también al mundo
entero. “Por favor, ayuden a los sirios.”
Él, como tú, inició un viaje desde Siria. Pasó primero por
la ciudad de Szeged, cerca de la frontera de Hungría con Rumania y Serbia.
Quedó atrapado en Budapest. La policía, al igual que a cientos de personas más,
les impidió el acceso a una estación de trenes. No pudieron viajar y conseguir
asilo en otros países.
“A la policía no le gustan los sirios, en Serbia, en
Macedonia, en Hungría, en Grecia”, le dice el joven sirio a un policía húngaro.
“Por favor, ayuden a los sirios. Los sirios necesitan ayuda ahora. Simplemente
paren la guerra, no queremos ir a Europa. Paren la guerra en Siria.”
Y mientras las naciones que integran el bloque europeo
discuten los mecanismos para dar cabida a personas como tú, hay otras que los
ven como una amenaza a su estabilidad al grado de que sus gobiernos ordenan
construir muros y vallas, endurecen sus leyes migratorias y ponen toda clase de
pretextos para negarles asilo.
Incluso, Aylan, hay escenas lamentables como la que
protagonizó la reportera turca Petra László, quien pateó y puso el pie a
inmigrantes de tu país. Fue despedida de la televisora húngara para la que
trabajaba, pero más allá de eso, se ganó el repudio mundial y posiblemente la
prisión.
El problema, querido Aylan, es que eso no sólo ocurre con
tu país. Aquí, donde vivo, también hay dramas similares que te quiero contar.
LA CRISIS DE LOS NIÑOS INDOCUMENTADOS
Seguro no sabes dónde está México, ni que somos un puente
entre el norte y el centro del continente americano. El norte, Aylan, significa
prosperidad. La tierra de las oportunidades: Estados Unidos y Canadá. Pero en
nuestra frontera sur están Guatemala, El Salvador y Honduras. Ahí, como en el
caso de tu familia, las personas huyen de la inseguridad y la violencia que
provocan grupos como La Mara Salvatrucha, y también de la pobreza.
Para llegar a Estados Unidos tienen que recorrer miles de
kilómetros. Atravesar nuestro país donde grupos criminales los secuestran para
exigir rescate a sus familiares. Mientras que a otros los obligan a convertirse
en sicarios, en gente que mata por unos cuantos pesos.
Pese a estos peligros, como en el caso de tu familia,
muchos deciden correr el riesgo. El problema, pequeño Aylan, es que niños y
adolescentes lo hacen solos. En junio del año pasado, el presidente Barack
Obama reconoció que más de 46,000 niños migrantes indocumentados habían sido
detenidos por la Patrulla Fronteriza. Para diciembre, la cifra ya era de 68,000.
De todos ellos, el 95 por ciento fueron liberados con un
citatorio para presentarse ante un juez que decidirá su futuro migratorio. La
gran mayoría viajaron porque pretendían reunirse con su padre o madre que antes
habían hecho el viaje para encontrar mejores oportunidades.
Un año después, las cifras han disminuido, pero el
problema sigue siendo preocupante. Mira: entre el 1 de octubre de 2014 y el 30
de junio de 2016, el número de niños como tú que ingresaron sin documentos a la
Unión Americana fue de 26,685, un descenso del 54 por ciento.
Y aunque muchos fueron deportados, intentarán cruzar la
frontera una y otra vez, hasta conseguirlo o hasta que encontremos cuerpecitos
como el tuyo, no en una playa, sino a mitad del desierto.
Aylan: aquí como en el resto del mundo, tu fotografía nos
causó ira, impotencia y una infinita tristeza. Pero, la verdad, es que como
sociedades hacemos lo mismo.
Seguro que muchos niños centroamericanos, como tú, no
desean dejar sus hogares, a sus familiares y amigos, su entorno. Pero nuestra
incapacidad para detener la guerra generada por el crimen organizado y la
incapacidad de los gobiernos para darles oportunidades de desarrollo hacen que
se autoexilien.
Ojalá que esa imagen tuya nos acompañe para recordarnos
que sí, que como humanidad hemos naufragado, pero que todavía hay esperanza.
Mientras tanto, duerme un sueño tranquilo, deja que el sol te abrace con su
calor, olvida la guerra, juega con tu hermanito Galip y escucha el latir de la
tierra que sí, a pesar de todo, sí tiene corazón y late por ti.