Medicare cumple
50 años esta semana. Convertido en ley en julio 30, 1965, el programa fue el
logro máximo de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson y hoy es más popular que
nunca.
No obstante,
Medicare aun es responsabilizado de los problemas presupuestales presentes y
futuros de Estados Unidos. Pamplinas.
Hace unos días,
Jeb Bush llegó al extremo de sugerir que fuera retirado por etapas. Dijo que los
ciudadanos mayores que ya reciben beneficios habrían de seguir obteniéndolos,
pero “necesitamos encontrar la manera de retirar por etapas el programa para
todos los demás y migrar a un nuevo sistema que les permita tener algo, pues no
se quedarán con nada”.
Bush elogió el proyecto
del congresista republicano Paul Ryan, quien propone, en cambio, dar pagarés a
los ciudadanos mayores. Lo que Bush no aclaró fue que dichos pagarés no
compensarían el incremento del costo médico, dejando a los ciudadanos mayores
con menor cobertura.
El hecho es que
Medicare no es un problema, sino la solución.
Los costos del
programa se han elevado por el aumento general del costo de la atención de la
salud, que si bien se ha ralentizado un poco desde la introducción de la Ley de
Atención Médica Costeable, siguen aumentando más rápidamente que la inflación.
Por otra parte,
los costos médicos también se elevan debido a la creciente población de boomers que se vuelve elegible para
Medicare.
Con todo, Medicare
es el vehículo para reducir los costos subyacentes; a condición de que Washington
lo permita.
Permíteme
explicar.
El gasto per
cápita en atención médica de Estados Unidos es mayor que el de cualquier otra
nación desarrollada y sin embargo, recibimos menos por nuestro dinero. El
desembolso anual en atención de la salud en los sectores público y privado es
casi dos veces y medio que el promedio de otros países desarrollados.
Aun así, el
estadounidense típico vive 78.1 años, menos que el promedio de 80.1 años en
otros países desarrollados. Y además, tenemos la mayor tasa de mortalidad
infantil de todas las naciones del primer mundo.
La causa de que
los costos médicos sigan creciendo es que médicos y hospitales persisten en
gastar cantidades excesivas en pruebas, medicamentos y procedimientos
innecesarios.
Tomemos el
ejemplo del dolor de espalda baja, uno de los padecimientos más comunes de
nuestra sociedad sedentaria. Casi 95 por ciento de los casos pueden resolverse
con terapia física.
Sin embargo,
médicos y hospitales realizan costosos diagnósticos IRM y luego, canalizan los pacientes
a cirujanos ortopédicos para someterlos a costosas cirugías. ¿Por qué? Porque
la terapia física no genera el mismo ingreso.
Digamos que la
diabetes, el asma o un problema cardiaco está causando problemas. Si solicitamos
tratamiento en un hospital, 20 por ciento de las veces regresaremos a la vuelta
de un mes.
Sería mucho
menos costoso que una enfermera nos visitara en casa para asegurarse de que
tomamos los medicamentos, práctica regular en otras naciones avanzadas. Pero
las enfermeras estadounidenses no visitan pacientes con enfermedades agudas en
sus casas, porque los hospitales no pagan ese servicio.
Los
estadounidenses pagamos más de 19 mil millones de dólares al año para corregir
errores médicos: la peor tasa de todos los países desarrollados. Y dichos
errores son la tercera causa de muertes hospitalarias.
Una razón
importante es que mantenemos los registros médicos en computadoras que no pueden
compartir información. Los expedientes de pacientes se reescriben continuamente
y se reingresan en distintas computadoras, lo que conduce a infinidad de
errores.
Entre tanto, el
coste administrativo representa entre 15 y 30 por ciento del gasto total de la
atención médica de Estados Unidos, el doble que en la mayor parte de los países
desarrollados.
Y la mayor parte
de esa cifra proviene de la cobranza: médicos que cobran a hospitales y
aseguradoras, hospitales que cobran a las aseguradoras, aseguradoras que a las compañías
o los asegurados. Y encima, un tercio de las horas de atención médica se
dedican a documentar procedimientos para dar constancia a las aseguradoras.
Reducir Medicare
no afectará esta situación. Solo canalizará más dinero hacia las manos de
aseguradoras comerciales, limitando la cantidad de atención que reciben los
adultos mayores.
La solución no
estriba en reducir el tamaño de Medicare, sino en acrecentarlo, en permitir que
cualquiera, de cualquier edad, sea parte del sistema.
Los costos
administrativos de Medicare son de alrededor de 3 por ciento.
Eso es muy
inferior al costo de 5 a 10 por ciento inherente a las grandes compañías que auto-aseguran. Es mucho menor que los costos
administrativos de las empresas del pequeño mercado de seguros grupales (que representan
25-27 por ciento de las primas).
Y muchísimo más
bajo que el costo administrativo del seguro individual (40 por ciento). También
es muy inferior al costo de 11 por ciento de los planes privados de Medicare
Advantage, la opción de seguro privado contemplada actualmente bajo el esquema
Medicare.
Conforme las
aseguradoras comerciales se fusionan en enormes colosos que reducen aun más las
opciones del consumidor, es crucial que Medicare se vuelva accesible a todos.
Medicar también
debe tener la posibilidad de usar su enorme potencial de negociación para
lograr tarifas más bajas con compañías farmacéuticas, cosa que la
administración Obama impidió para que las grandes aseguradoras aceptaran su
legislación.
Estas medidas
brindarían a más estadounidenses una atención médica de calidad y ralentizarían
el incremento de los costos de atención médica; ayudarían a reducir el déficit
presupuestal federal; y mantendrían en funcionamiento a Medicare.
Repito: Medicare
no es el problema. Es la solución.
Robert B. Reich, profesor de políticas públicas en la
rectoría de la Universidad de California, Berkeley y miembrosenior
del Centro Blum para Economías en Desarrollo, fue secretario del trabajo en la
administración Clinton. La revistaTime
lo nombró uno de los 10 secretarios de Gabinete más eficaces del siglo XX. Ha
escrito 13 libros, incluidos losbest-sellers: Aftershock yThe Work of Nations. Su obra más reciente,Beyond Outrage, fue publicada recientemente en edición
rústica. También es editor fundador de la revistaAmerican Prospect y presidente de Common House. Su nueva
película, “Inequality for All”, está disponible en Netflix, iTunes, DVD y a
demanda. Este artículo fue publicado inicialmente en RobertReich.org.