Cuando el actor José María Yazpik cumplió cuarenta años recordó qué era una crisis existencial. Se preguntó si había logrado lo que había planeado. No estaba seguro. ¿Qué seguía? Pensó en la mortalidad. Tuvo miedo de no estar presente si su hija lo necesitaba, de ya no avanzar más. “No voy a huir”, se dijo, no obstante.
Primero, realizó un balance de su vida. Decidió enfrentar ese momento decisivo, analizarlo. Aceptarlo como una necesidad, pues se percató de que varios amigos que pasaban por la misma etapa, en vez de cuestionarse, se compraron carros deportivos y empezaron a salir con mujeres a quienes doblaban la edad. Él no iba a repetir el patrón.
“No solucionaron nada. Cuando se les regresó, les pegó más duro porque no dieron ese paso necesario. Las crisis pasan por algo”, reflexiona en entrevista con Newsweek en Español.
Esa fue la última que vivió. Pero Chema ya había pasado por la de los veinte y treinta. Y antes, otras. Una de ellas, las dificultades económicas que experimentó su familia después de mudarse del DF a Estados Unidos. Su padre, doctor, decidió apostarlo todo, pero perdió.
Comenzaron de nuevo en Tijuana. Ahí sufrió la primera: sus compañeros ya sabían a qué dedicarse. José María no. Uno de sus maestros lo involucró en una obra de teatro y el niño se descubrió. Actuar: eso quería.
Con el tiempo se involucró en las telenovelas. Pero después “me di cuenta de que siempre hacía la misma escena. Esa repetición me iba a matar”, recuerda, todavía con cierto aire de frustración.
Así que Yazpik reconoce las crisis de su vida y “todas han sido complicadas”. Esa es una de las razones por las que se involucró en la obra de teatro Cuerdas, en la que también actúan Osvaldo Benavides y Luis Roberto Guzmán. Escrita por Bárbara Colio, la puesta en escena comienza funciones este fin de semana y concluyen el 30 de agosto.
Después de participar en decenas de películas y recibir un premio Ariel por su actuación en Las vueltas del citrillo, José María estrena una comedia cuya sinopsis podría parecer simple:
Tres hermanos van en busca de su padre, el mejor funambulista del mundo, a quien no ven desde hace treinta años. A él le detectan párkinson y les envía una carta para que viajen a China a presenciar su último show. Ellos se reencuentran en el aeropuerto del DF y ahí descubrirán que la vida está alejada de la estabilidad.
“En cualquier momento te puedes caer, pero si eso pasa, lo de menos es levantarte y volver a treparte a la cuerda. Esta obra analiza al ser humano, la familia, qué es ser padre, hijo, hermano. Es una oportunidad para reírse y, a la vez, cuestionarse sobre tu lugar en la vida y en la familia”, reflexiona el actor de 44 años.
—¿Cuál fue la última obra de teatro que te puso a pensar?
—Las últimas que vi no me movieron nada. Pero la última que me afectó fue Incendios, por la actuación de Karina Gidi. El texto es maravilloso, pero ella fue espectacular. El amor de las luciérnagas, de Alejandro Ricaño, también me gustó mucho porque habla de la intermitencia del amor.
—¿Cuándo fue la última vez que te indignó la situación social o política en México?
—Eso me pasa a diario. Pero lo último es que el crimen organizado lleva ya un rato cobrando derecho de piso a los comerciantes de la colonia donde vivo en el DF. Hace un par de días mataron a una persona, al dueño de un bar en la colonia Roma. El gobierno niega esta situación. ¡Por supuesto que no va a aceptar! Tengo amigos restauranteros y dueños de bares. Es un hecho que ellos pagan piso.
“El crimen ya está dentro. El DF está perdido. Y no lo van a arreglar con redadas puñeteras como las que hicieron el otro día. No funciona así, porque están coludidas con el gobierno: es el asco que ya sabemos. Cuando ya no puedes caminar en tu colonia por miedo a que se arme una balacera, está cabrón. Sólo falta que vayan a los domicilios a cobrar.”