“Ellos nos obligaron a matar, o de lo contrario nos hubieran matado”, dice Djibrine, un muchacho de doce años del este de Chad que fue enviado con otros niños de su aldea al norte de Nigeria hace un año para estudiar en una escuela coránica. Poco después de que los muchachos llegaron, hombres armados del grupo militante islamista Boko Haram atacaron la aldea y su escuela. “Ellos se llevaron a todos los jóvenes y mataron a todos los otros”, dice Djibrine.
“Ellos empezaron a meter ideas horribles en nuestras mentes. Nos dijeron que todos los otros eran infieles, así que tenían que convertirse o ser asesinados; nos hicieron promesas del paraíso que alcanzaríamos”, dice Djibrine.
Él y Djido Moussa, quien tiene catorce años, son parte de un grupo de doce jóvenes combatientes de Boko Haram que pudieron escapar de Nigeria y llegar a la aldea de Ngouboua, Chad, donde se entregaron a las autoridades. Dicen que caminaron por días a través del desierto, bajo el sol ardiente, antes de poder regresar a su patria. “Decidimos escapar, enfrentar una larga travesía, porque ya no pudimos soportar lo que veíamos, todo lo que nos obligaron a hacer”, dice Djido Moussa. “Fuimos a Nigeria sólo a estudiar. Ahora estamos en manos del Ejército; no tengo idea de qué van a hacer con nosotros. Sólo espero que sea capaz de hallar y ver a mi familia de nuevo y empezar una vida nueva.”
Por ahora, se sientan en el suelo, mirando a la nada, alineados y custodiados, esperando descubrir qué pasará con ellos ahora.
En febrero, alrededor de cuarenta hombres armados de Boko Haram le prendieron fuego a este pequeño asentamiento, ubicado en una de las varias islas del lago Chad. Pero la atmósfera todavía está cargada de miedo, y Ngouboua se ve como una aldea fantasma. El aire todavía huele a cenizas. Autos quemados siguen en las polvorientas calles, rodeados de basura. Las casas están destruidas, los techos están caídos y las paredes están manchadas de hollín. Los botes pesqueros están varados en las orillas del lago Chad, casi todas las tiendas pequeñas han cerrado y el mercado no da señales de vida, excepto por unas pocas jóvenes sentadas en las esquinas de las calles, tratando de vender pan a los transeúntes.
En los meses previos al ataque, alrededor de siete mil personas de Baga, en el lado nigeriano del lago, huyeron de sus hogares y hallaron refugio aquí después de ver a sus amigos y familiares masacrados. Ahora ellos también han huido de Ngouboua, en un intento de salvarse de los ataques de Boko Haram, que ha redoblado sus operaciones en las islas y contra aldeas en Chad.
El lago Chad, que es la cuarta cuenca de captación más grande del continente africano, forma una frontera para cuatro países: Nigeria, Níger, Chad y Camerún. Los líderes de esos cuatro países juraron arrasar con Boko Haram y lanzaron una campaña militar contra el grupo en meses recientes después de que la violencia se extendió desde el noreste de Nigeria. “El ataque del 13 de febrero fue el primero en territorio chadiano, y muchos otros siguieron”, dice Idriss Brahim, jefe de policía en Ngouboua. “La población vive con miedo. La gente sigue huyendo de aquí.” Él describe una emboscada hecha por Boko Haram hace unas semanas en la aldea de Tchoukou Telia que mató a siete civiles. Chad ha enviado miles de soldados y policías para instalar puestos de revisión y patrullar el área, dice Brahim. “En estas islas, [que son] difíciles de alcanzar, el ejército y la policía tratan de identificar terroristas escondidos en la vegetación densa, donde han hallado un refugio, pero esto no es tan fácil cuando las condiciones para intervenir son muy difíciles y los militantes se esconden entre los civiles”, dice.
“En los últimos meses, gente de Chad y de Níger se ha unido a Boko Haram, motivados al principio por la promesa de ganar dinero y, luego, por el fanatismo religioso”, explica. Otros, como Djibrine y Djido Moussa, son secuestrados y obligados a combatir.
Níger decidió evacuar algunas de sus islas en el lago Chad en los últimos días, después del último ataque mortal de Boko Haram en la isla Karamga, en el que cuarenta y seis soldados y veintiocho civiles fueron asesinados.
El año pasado, Boko Haram mató a por lo menos seis mil personas, según una organización británica de monitoreo llamada Proyecto Recopilatorio de Ubicaciones y Eventos de Conflictos Armados. Desde que Nigeria lanzó una nueva ofensiva en enero, y los países vecinos se unieron a la lucha, Boko Haram ha sufrido algunas derrotas importantes y se le ha hecho retroceder de poblaciones clave como Maiduguri, llevando a la liberación de algunos de los miles de mujeres y niños secuestrados durante el año pasado. Pero la batalla está lejos de terminarse, y según parece, miles de personas han huido de sus hogares, exacerbando las condiciones en la que ya de por sí era una de las partes más pobres e inestables de África, plagada de malnutrición, cólera y malaria.
Cada semana más gente que debió abandonar su hogar llega a aldeas chadianas como Bagasola y Forkouloum, ya sea a pie o cruzando el lago Chad en pequeñas canoas de madera. La Organización de las Naciones Unidas ha montado un campo de refugiados llamado Dar es Salaam, cerca de Bagasola en Chad, donde alrededor de cinco mil personas se han refugiado. Construido apresuradamente en el desierto, el sitio no tiene árboles y por lo tanto no hay sombra, así que la gente queda a merced del calor sofocante, al que las tormentas de arena hacen más miserable.
“Ellos llegaron en motos, sosteniendo Kalashnikovs en sus manos”, dice un hombre de treinta y dos años en el campamento y llamado Nassirou, recordando el momento en que Boko Haram atacó Baga en Nigeria. “Ellos empezaron a dispararles a todos: hombres, mujeres, ancianos y niños. Corrimos a lo largo de las riberas del lago, saltamos a las canoas y remamos tan rápido como pudimos”, dice. “Quienes no pudieron saltar a las canoas fueron asesinados, los hogares fueron destruidos, el ganado fue robado. Ahora no tenemos nada. Ellos afirman ser musulmanes, que hacen todo esto en nombre de su religión. Casi todos nosotros somos musulmanes.”
El viento levanta arena y polvo en el campamento; las tiendas hechas de plástico y atadas a postes de madera apenas están atadas al suelo. Acurrucada en una esquina, en uno de los pocos lugares con sombra, Awa, quien tiene veintiocho años, trata de cubrir sus ojos mientras cubre con sus brazos a uno de cuatro niños junto a ella. Miembro de la tribu hausa del norte de Nigeria, ella llegó aquí hace dos meses. Boko Haram le quitó todo lo que tenía: su casa, su marido, su trabajo, su hijo mayor. “Tengo otros dos niños conmigo, sus padres fueron asesinados por terroristas”, dice ella. “No puedo abandonarlos, no les queda nadie. Les arrebataron su futuro.”
Awa no sabe si regresará algún día a Nigeria. “Aquí las condiciones de vida son difíciles de soportar, pero la idea de regresar a donde torturaron a nuestras amistades y familias me asusta todavía más. Ahora hay ejércitos extranjeros combatiendo en el norte de Nigeria, pero ¿qué sucederá cuando ellos se vayan?”
Entre los residentes del campamento hay cientos de niños abandonados, sin familia, así como muchas mujeres solteras. “La gente que llega aquí enfrenta dificultades enormes”, dice Alexandre Izart, coordinador de campo de Médicos Sin Fronteras. “Por una parte, las condiciones del campamento, al borde mismo de la sobrevivencia; por otra parte, el trauma, a menudo imposible de olvidar. Cuando los niños tienen un lápiz en la mano, dibujan sangre y muerte, y la mayoría de las mujeres ha sufrido violencia.”
Izart manifiesta que es difícil contar el número exacto de personas que ha huido aquí en meses recientes porque muchos sólo están de paso, moviéndose cuando pueden a causa de las condiciones duras en el campamento. Quienes no cumplen con los criterios de la ONU para albergarse en un campamento de refugiados —sólo acepta personas que han huido de su país en vez de personas desplazadas internamente en Chad— se las arreglan donde pueden. “Son alojados por familias, que ya tienen poco o nada con qué sobrevivir. O se ocultan en los matorrales o en las varias islas del lago”, dice Alice Sequi, directora de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios en Yamena, capital de Chad.
“[Eso es] un ambiente en extremo pobre donde llevar ayuda e intervenir tal vez sea muy difícil”, añade. “La crisis… es no recibir el apoyo necesario de los donadores y de la comunidad internacional. Ni siquiera recolectamos un tercio de la cantidad que creíamos como esencial para satisfacer la emergencia.”
La violencia y el flujo de gente han ejercido presión sobre la economía local, con las fronteras de Nigeria cerradas, los negocios reducidos a nada, y las actividades agrícolas y pesqueras suspendidas por meses. “La economía está bloqueada: los precios de los alimentos han aumentado 80 por ciento en las últimas semanas; los precios de la gasolina han alcanzado alturas sin precedentes; los botes pesqueros ya no pueden navegar porque están bloqueados tanto por el ejército como por el miedo a ataques”, dice Mbaihomadji Waibo Job, comandante de la gendarmería de Bagasola. “Esta siempre ha sido el área donde se cultiva la mayoría del trigo para el país, pero este año los granjeros no cosecharon nada.
“Si las cosas no cambian rápidamente y Boko Haram no es derrotado, la llegada de la temporada de lluvias y el poco suministro de alimentos podrían provocar una verdadera catástrofe humana.”