En 2011, durante el estreno de Sin reservas, Anthony Bourdain viajó a Cuba: ese monumento viviente al marxismo en el hemisferio occidental y, allí, el presentador itinerante sació su sed de ron y su apetito de cultura asistiendo a un partido de béisbol que, realmente, es el pasatiempo de la nación insular. Bourdain se mostró fascinado con la ambientación de la Serie Nacional, el nivel máximo del béisbol caribeño, hasta que descubrió que el puesto de comida no ofrecía alcohol.
“¿Y la cerveza?”, preguntó a su guía, un estadounidense llamado Peter Bjarkman, mientras le lanzaba una mirada de franca angustia. “Es evidente que la revolución ha sido un fracaso.”
Mientras tanto, en el trasfondo, se desarrollaba (y jugaba) un fuerte argumento a su favor: Rusney Castillo, que en esos días percibía más dólares mensuales que cualquier pelotero cubano, recorría las bases tras batear un jonrón. Tres años más tarde (luego de que el jugador desertara a República Dominicana en una odisea náutica de veintitrés horas), Castillo firmaba un contrato a siete años y 72 millones de dólares con los Medias Rojas de Boston. ¡Viva la Revolución!
“Antes eras el héroe más grande de la isla si jugabas para el equipo nacional”, asegura Bjarkman, de setenta y tres años, académico en rehabilitación que, posiblemente, sea el aficionado al béisbol cubano mejor informado fuera de La Habana. “Hoy, de lo único que se habla allá es de lo que hacen Yasiel Puig [jardinero de Los
Dodgers de Los Ángeles] o Castillo para ganar todo ese dinero.”
Al fin ha dado inicio la invasión cubana, aunque bastante limitada y en las bases del diamante. Mas los soldados no visten uniforme verde olivo, sino azul Dodgers y rojo Cincinnati; en vez de misiles, sus armas son bolas lentas o rápidas de hasta 160 kph; y dado el embargo comercial entre Estados Unidos y Cuba que se remonta a 1962, la invasión ocurre de contrabando.
Las Ligas Mayores de Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés) prohíben que los equipos contraten cubanos directamente, aunque ofrece una salida a esa limitante permitiendo que los cubanos establezcan primero su residencia en otro territorio soberano. Y, ahora, hay más cubanos en la alineación de las grandes ligas que nunca desde 1967, en tanto que la firma de contratos hace pensar en una Bahía de Cochinos Capitalistas.
Además de Castillo, tenemos al jardinero Yoenis Céspedes de los Tigres de Detroit, quien firmó por cuatro años y 36 millones de dólares; a José Abreu, primera base de los Medias Blancas de Chicago, con seis años y 58 millones (más una prima de contrato adicional por 10 millones); el jardinero Yasmany Tomás de los Diamondbacks de Arizona, quien obtuvo seis años y 68.5 millones. Puig, el isleño más celebrado de todos (con su contrato de siete años y 42 millones), ni siquiera es el cubano mejor pagado de los Dodgers. Y esta temporada, el parador en corto Alex Guerrero ganará 7 millones como novato.
Es importante señalar que ninguno de los acuerdos se firmó en Estados Unidos, sino solo después de que los jugadores escaparon de su país. Y que, al huir, corrieron el riesgo de ser encarcelados o incluso morir, pues depositaron sus vidas en las manos —y los barcos— de despreciables sujetos que contrabandeaban armas y drogas. “Cuando [Orlando Hernández] firmó como lanzador con los Yanquis de Nueva York, a mediados de la década de 1990”, recuerda Bjarkman, “le preguntaron si alguna vez había estado en un ambiente de mucha presión; por ejemplo, frente a los Medias Rojas. Él, simplemente, rió”.
Recordemos también que la mayoría de esos jugadores compitió en una liga donde el salario promedio mensual es de 125 dólares, mientras que el precio de la entrada es de unos 12 centavos de dólar; y donde cada noche —considerando la edad y el deterioro de los estadios y campos— es Noche Retro. “Ve a cualquier estadio de La Habana”, invita Bjarkman, “y verás que el techo ha estado cayéndose desde hace años. Casi todos los parques de pelota se construyeron en la década de 1960”.
Esta invasión cubana ha sido mucho más exitosa que el incompetente intento de la CIA de invadir la isla en 1961. En julio pasado, cinco cubanos ingresaron en el listado de Estrellas de la MLB, cifra impresionante si pensamos en el enrevesado camino que todos debieron seguir para llegar a Estados Unidos. No obstante, su impronta es relativamente pequeña considerando que República Dominicana —otra nación insular caribeña con 2 millones de ciudadanos menos que los 11 millones de Cuba— tiene más del cuádruple de jugadores (83) en la alineación de ligas mayores para esta temporada.
“Todos los equipos de ligas mayores tienen una academia en República Dominicana donde desarrollan talentos”, explica Bjarkman, quien acaba de escribir su tercer libro sobre béisbol en el Caribe,Cuba’s Baseball Defectors: The Inside Story. “Aunque ha sido buena cosa para los que han llegado a las grandes ligas, ha sido negativo para República Dominicana, pues han destrozado su sistema.”
En 1959, la revolución marxista de Fidel Castro derrocó al gobierno y, ese mismo año, los Sugar Kings de La Habana, filial de los Rojos de Cincinnati en la clasificación Triple A, ganaron el equivalente a la Serie Mundial de las ligas menores. El año siguiente, El Jefe (Castro) nacionalizó todos los intereses empresariales estadounidenses y los Sugar King se reubicaron en Jersey City; para 1961, el gobierno comunista de la isla impuso una prohibición absoluta contra los deportes profesionales.
Mas el béisbol no murió y tampoco el profesionalismo. En el nivel de la Serie Nacional, cada una de las catorce provincias cubanas (además de una isla y la ciudad de La Habana) organizaron equipos de jugadores verdaderamente representativos; así, los nacidos y criados en Cienfuegos, jugaban para Cienfuegos, por ejemplo. Los jugadores no recibían enormes sumas de dinero, sino la adulación de sus comunidades y, ocasionalmente, el reconocimiento nacional y los mejores tenían el honor de formar parte del equipo nacional cubano: coloso que, en determinado momento, ganó 156 partidos consecutivos.
“Lo más parecido al béisbol cubano es el fútbol colegial [estadounidense]”, dice Bjarkman. “La comunidad sostiene al equipo y los aficionados saben quiénes son los jugadores. Los han conocido toda su vida. Es béisbol por el béisbol mismo, no béisbol como parte de un centro comercial, como sucede aquí en los estadios de ligas mayores.”
Esos centros comerciales son bastante lucrativos y, en el último sexenio, a partir de la deserción del lanzador Aroldis Chapman durante un torneo en Holanda, en 2009, los propietarios de dichos complejos han tratado de conseguir talentos cubanos. ¡El costo no es problema! Las reglas de ligas mayores establecen que todos los candidatos de Estados Unidos, Canadá o Puerto Rico sean reclutados por la MLB, en tanto que los aspirantes de otros países pueden ingresar como independientes. Y aunque, hace poco, la MLB determinó que un equipo que exceda su fondo de capital asignado para contratar ese tipo de jugadores tendrá que pagar 100 por ciento de impuestos, la medida no ha desalentado a los postulantes. “Los Medias Rojas acaban de firmar un contrato de 31.5 millones con un parador en corto de diecinueve años llamado Yoan Moncada”, revela Bjarkman. “Además del sueldo, tendrán que pagar 31.5 millones de dólares en ‘impuestos’ a la MLB.”
Es una estructura económica absurda. Mike Trout de Millville, Nueva Jersey, ganó poco más de 2 millones en sus primeras tres temporadas pese a que fue declarado el novato del año y el jugador más valioso de la liga estadounidense, amén de ser seleccionado para tres equipos estelares. En cambio, Moncada recibió una prima de contrato por 8.27 millones el día de la firma.
Y hablando de estructuras económicas absurdas, ¿has visitado Cuba? La mayor parte de la población la pasa terrible y su principal distracción, el béisbol, es explotada abiertamente por la MLB mientras que el gobierno recibe nada a cambio. ¿Tiene que ser así, necesariamente? Los últimos dos años, Cuba ha prestado cuatro veteranos (es decir, leales) del equipo nacional a las célebres ligas niponas de Japón. Los jugadores, como el jardinero treintañero Yulieski Gourriel, perciben un salario bajo de siete cifras y devuelven 20 por ciento al gobierno cubano; bastante menos de lo que el Tío Sam recoge del ingreso de Trout. Como parte del acuerdo, los jugadores deben regresar para jugar en la Serie Nacional, que se celebra de octubre a abril. “Ese dinero sirve para la infraestructura beisbolera [de Cuba], que mucho lo necesita”, explica Bjarkman quien, en ocasiones, ha llevado bates Louisville Slugger de contrabando para jugadores cubanos. “Pero eso jamás funcionaría en Estados Unidos, porque los equipos de ligas mayores nunca permitirían que sus jugadores tuvieran los calendarios de noventa partidos de una Serie Nacional.”
En diciembre pasado, el presidente Barack Obama lanzó una curva de diplomacia exterior: “Hoy, Estados Unidos está cambiando su relación con el pueblo de Cuba”. La noticia de que Washington pretendía restablecer relaciones diplomáticas con La Habana luego de cincuenta y cuatro años fue interpretada por algunos como una invitación para que Cuba y las Ligas Mayores de Béisbol “se pusieran al bate”. Pero se equivocaron; al menos por el momento. “Nada ha cambiado”, asegura Bjarkman, quien tiene un doctorado en lingüística española cubana. “Casi todos los que hablan o sueñan [con un acceso irrestricto al talento cubano] no han investigado como deben.”
El mismo día de la declaración del presidente Obama, la MLB emitió una directiva a sus treinta franquicias recordándoles que aún era ilegal buscar jugadores en Cuba o contratarlos directamente. La isla y la liga no son socios comerciales y nada indica que pronto lo serán. “Tan pronto como Cuba abra su base de talento a las Ligas Mayores de Béisbol, la MLB correrá a establecer academias en la isla para desarrollar jugadores”, presagia Bjarkman. “Entonces, el béisbol cubano quedaría en manos de corporaciones estadounidenses y eso contraviene todo cuanto representan los fidelistas, que aún siguen en el poder.”
De modo que, no obstante lo mucho que Cuba necesite el dinero —a esos parques de pelota les vendría bien 20 por ciento de los 72 millones de dólares de Rusney Castillo—, el gobierno no está dispuesto a abandonar sus principios (un concepto muy extraño, sin duda). Entre tanto, como no hay contratos entre ambos países, tampoco hay violaciones contractuales y es por eso que, una noche a la semana, una de las estaciones televisivas estatales transmite, con cierta demora de repetición, un partido de la MLB (“sin el consentimiento expreso y por escrito de las Ligas Mayores de Béisbol”).
“Lo extraño del asunto”, concluye Bjarkman, “es que parecieran tener mucho cuidado de seleccionar partidos en los que ningún equipo tenga jugadores cubanos”. Tales encuentros son cada día más difíciles de hallar.