Dmitriy Komyakov empujaba el cochecito de
su pequeña hija cuando hizo una pausa mientras los demás manifestantes se
acomodaban alrededor de una enorme bandera ucraniana. Era el 22 de febrero, un
luminoso día en Kharkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania; un buen día
para los cientos que celebraban el primer aniversario de las manifestaciones
Euromadian que derrocaron al presidente Viktor Yanukovich.
Se reanudó la marcha y de pronto, un
estallido sacudió a la multitud. Komyakov estaba lo bastante cerca para sentir
el calor de la explosión. Mientras ensangrentadas víctimas caían al suelo,
buscó con la mirada a su mujer e hija de 12 años entre la histérica
muchedumbre. “Volaban pedazos de metralla, mucha gente caía”, recuerda.
“Primero miré a la bebé para ver si estaba bien; luego me revisé y miré en
derredor. Y entonces vi que mi esposa e hija corrían hacia mí”. Su familia salió
ilesa, pero cuatro personas (incluidos dos adolescentes) murieron en la
explosión y otras nueve resultaron gravemente heridas.
Ucrania responsabiliza del ataque al
Kremlin. SBU, el servicio de seguridad del estado ucraniano, afirma que Rusia
ha iniciado una nueva fase de su campaña para desestabilizar a la nación y que
el ataque de Kharkiv es apenas uno de una serie de bombazos organizados por FSB
y GRU, los servicios de espionaje rusos. “Todo sale de los centros de seguridad
16 y 18 de FSB, que operan desde Skolkovo, Rusia”, asegura Vitaliy Naida, jefe
del departamento SBU y encargado de interceptar el tráfico en línea. “Esos
centros dirigen la guerra de información. Envían propaganda, información falsa
a través de los medios sociales; imágenes con leyendas modificadas desde Siria,
crímenes de guerra desde Serbia. Radicalizan y luego reclutan ucranianos”.
Como ejemplo cita una presunta célula
terrorista de tres hombres en la ciudad de Dnipropetrovsk, actualmente
enjuiciada. “Los reclutó FSB”, dice Naida, quien describió toda la evidencia,
incluyendo fotografías y vídeos de armas con números de serie rusos, así como
comunicaciones interceptadas. “Recibieron las primeras instrucciones en
mensajes privados de Vkontakte [red social rusa]. Cuando los detuvimos y
arrestamos, encontramos en sus casas explosivos, granadas, medios de
comunicación y mensajes impresos sobre dónde plantar explosivos, dónde ponerlos
para crear pánico”.
La tarea de Naida es enorme: su unidad
monitorea alrededor de 600 grupos de redes sociales “anti-ucranianas”
integradas por cientos de miles de miembros. Hasta ahora, dice, ha interceptado
comunicaciones entre 29 administradores muy activos e individuos que utilizan
cuentas vinculadas con los servicios de seguridad rusos. No pasa una semana sin
que Ucrania sufra algún incidente terrorista, desde una amenaza de bomba que
ocasiona el cierre del aeropuerto Lviv, en el oeste del país hasta una serie de
ataques explosivos contra grupos políticos pro-ucranianos en Odesa, al sur.
Instituciones financieras y activos de infraestructura, como ferrocarriles
también han sido dañados y en ciertos casos, como Kharkiv, la población civil
ha resultado afectada.
Según las autoridades ucranianas, los
presuntos responsables del ataque contra Kharkiv –grupo conocido como los
Partisanos de Kharkiv-, afirman que sus objetivos eran militares y personajes
políticos, pero fue un camión estacionado el que llevó toda la fuerza de la
explosión. Cuatro “partisanos” fueron capturados de inmediato cuando se dirigían
a destruir un club de voluntarios pro-ucranianos con un lanzamisiles. SBU
mostró a Newsweek el vídeo del interrogatorio de un sospechoso. En la
grabación, un hombre con voz cansada y rostro pixelado para ocultar su
identidad (aunque, posiblemente, con un ojo amoratado) explica: “Puse una mina
en un ángulo especial para maximizar el impacto en los ángulos frontales donde,
como sabía, se encontraban los miembros del batallón de voluntarios y los
representantes de las organizaciones nacionalistas”. Prosigue diciendo al
interrogador que, en noviembre, cuando estuvo en Belgorod, Rusia se entrevistó
con un operativo de las fuerzas especiales de ese país, quien le pidió que
fotografiara e hiciera vídeos de los movimientos de las fuerzas ucranianas. En
febrero, añadió, recibió instrucciones de recoger una mina antipersonal MON-100
en una ubicación secreta de Kharkiv, la cual afirmó haber sembrado y detonado a
cambio de 10,000 dólares que debía cobrar en Rusia. Toda la confesión se antoja
forzada y bastante estudiada. Y en una guerra donde ambos bandos han diseminado
propaganda a todas luces descabellada, es difícil confiar en SBU.
No obstante, también absurda es la
aseveración rusa de que la campaña de bombardeo es auto infligida, parte de un
esfuerzo ucraniano para desacreditar a Moscú. Dadas las terribles
consecuencias, la idea de que la propia Ucrania esté causándose semejantes
daños es inaceptable.
Una teoría alternativa es que Rusia ha
recurrido a los “partisanos” como una extensión de su guerra híbrida en Ucrania.
Una abrumadora cantidad de pruebas fotográficas, anecdóticas y de vídeo
demuestra la participación rusa en el conflicto ucraniano, aun cuando
funcionarios del Kremlin insisten en negar que ayudan a los separatistas o
patrocinan el terrorismo. “Su finalidad es desestabilizar la situación, crear
pánico, dañar la economía”, insiste Naida, de SBU.
“Tienen la mira en Kiev, Kharkiv,
Dnipropetrovsk y Odessa, y todo cuando abarca el corredor terrestre [entre
Rusia y] Crimea: Mariupol, Kherson y Mykolaiv. Los separatistas necesitan esas
ciudades. Saben que no sobrevivirán sin el corredor”.
El 25 de marzo, una línea ferroviaria de
Dnipropetrovsk voló en pedazos; en marzo 17, una redada de SBU capturó a cinco
terroristas en Odessa evitando otro ataque con bombas programado para marzo 22.
Para familias como los Komyakov, la intensificación de la campaña terrorista es
un nuevo y demoledor golpe. Creían haber escapado a la guerra cuando
abandonaron su hogar en Stakhanov, ciudad de la región de Luhansk devastada por
los bombardeos y que hoy se encuentra en manos de grupos pro-rusos.
Dmitriy Komyakov prohibió a su hija de 12
años que asistiera a mítines pro-ucranianos cuando vivían en aquella ciudad y
pensó que la situación sería distinta en Kharkiv, en el noroeste del país. “Es
muy pro-ucraniana, como todos los jóvenes de hoy”, explica, lanzando un
suspiro. “Siempre le interesaron las marchas y las manifestaciones; siempre
pide permiso para asistir. Pero nunca se lo había permitido porque cualquier
cosa puede ocurrir en tiempos de guerra”.
Komyakov está muy desmoralizado. Su familia
ya ha perdido un hogar y han pasado meses de penurias para reconstruir sus
vidas en Kharkiv. Sin embargo, ahora se pregunta si tendrán que volver a
desarraigarse. “Es horrible, pero tengo un presentimiento. Y la gente de
Kharkiv dice que, muy pronto, aquí pasará lo mismo que en la ciudad de donde
vinimos. Es una idea aterradora”.